Paz del alma

PAZ DEL ALMA

Importa conservarla muchísimo, porque el Alma que no tiene paz en su interior, que es su casa, ¿cómo la ha de hallar derramada por las casas ajenas? Entre dentro de sí misma, y allí pretender toda quietud, y que cosa de esta vida, ni la saque de su interior.

Dice San Bernardo, que la virtud se adquiere en la paz y se prueba en la tentación, y se corona en la victoria de la tribulación. La falta de paz destruye el interior, y con aquellos movimientos que se sienten, no se deja pintar al Espíritu Santo lo que quiere dibujar en el alma; como si al pintor le estuviesen moviendo el lienzo, no daría pincelada. Nace esto del amor propio, porque si no gustamos las ternuras del corazón, los gustos especiales, los sentimientos en la oración, luego andamos tristes y turbados, si lo que queremos no nos sale a nuestro gusto, si viene la murmuración o el trabajo, luego entra la aflicción o falta de paz.

La paz se adquiere y se conserva con la intención pura de sólo querer lo que es más honra y gloria de Dios, y hacer cuanto se pudiere para este fin, y entender que Dios es Príncipe de paz, y que donde El reinare, ha de ser Reino de paz y aunque haya guerra de tribulaciones y adversidades, entre aquella guerra el alma ha de conservar la paz.

Todos los pensamientos que nos dan inquietud no son de Dios, que es Rey de paz; son del enemigo, y así desecharlos. En las tristezas y amarguras se ha de vivir con paz; el mal lo hemos de huir con paz; el bien lo hemos de hacer con paz y sosiego, y entiéndase que en las cosas hechas de prisa, nunca faltan imperfecciones. La penitencia se ha de hacer con paz y tranquilidad.

La mejor muestra que el alma da a Dios de su fidelidad, es en los trabajos y contrariedades, no dejar alborotar ni revolver el corazón con las penas, sino mirar a Dios entonces, y acordarse que Su Majestad, en medio de la tempestad del mar, dormía en la popa de la nave, que fue enseñarnos a tener paz en el Alma. Cuanto más alborotado el mar de las tribulaciones, tener el ánimo firme, el corazón puro, la intención recta, la vista en el Señor, y allí toda la confianza y se conservará la Paz.

La virtud no se cría en el reposo exterior sino en las contrariedades. La humildad es el mayor fiador de la paz, porque con ella no se dicen quejas, ni sentimientos, y el corazón se conserva en paz, y en una alegría y aliento que mantienen las virtudes.

P. Pablo Ramírez de Bermudo. Extracto del libro «Gobierno Espiritual Mercedario», Madrid, 1676.

Imagen ilustrativa: «Niño Jesús dormido sobre la Cruz», de Bartolomé Esteban Murillo.

Piedra angular

Piedra angular

Voy a labrar mi piedra milenaria;
y cuando Tú me digas: «Tú eres Pedro»,
entonces yo seré la piedra viva
sobre la cual Tú vengas a edificar tu templo.

Dame la escuadra y el cincel, ahora
que ya tengo
en la diestra
el martillo de acero.

Avergonzado estoy de haber holgado
tanto tiempo.
Voy a empezar al punto. Ya sé cómo,
sin descansar, laboran tus obreros.
Ya sé cómo Tú mismo
eres el Arquitecto
de la Obra
cuyo término
la mente no concibe,
pero
cuya gloriosa cúpula, de fijo,
se clavará en el Cielo.

Por su escala interior irán los ángeles
subiendo.
Después… todo
lo sabremos.

A mí sólo me importa,
sólo me basta, para mi contento,
saber que Tú me ordenas,
oh Maestro,
saber que Tú me ordenas
y que yo te obedezco.

Voy a labrar mi piedra milenaria;
y cuando Tú me digas: «Tú eres Pedro»,
entonces yo seré la piedra viva
sobre la cual Tú vengas a edificar tu templo.

                        Pedro Bethencour (1954)

* * *

Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia: Cátedra de San Pedro

La concordia (poema)

La concordia

Se reunió en concilio el hombre con sus dientes,
examinó su palidez, extrajo
un hueso de su pecho: —Nunca, dijo,
jamás la violencia.

Llegó un niño de pronto, alzó la mano,
pidió pan, rompió el hilo del discurso.
Reventó el orador, huyeron todos.
—Jamás la violencia, se dijeron.

Llovió el invierno a mares lodos, hambre.
Navegó la miseria a plena vela.
Se organizó el socorro en procesiones
de exhibición solemne. Hubo más muertos.
Pero nunca, jamás, la violencia.

Se fueron uno, cien, doscientos, muchos:
no daba el aire propio para tantos.
El año mejor fue que otros peores.
No están los que se han ido y nadie ha hecho
violento recurso a la justicia.

El concejal, el síndico, el sereno,
el solitario, el sordo, el guardia urbano,
el profesor de humanidades: todos
se reunieron bajo su cadáver
sonriente y pacífico y lloraron
por sus hijos más bien, que no por ellos.

Exhaló el aire putrefacto pétalos
de santidad y orden.
Quedó a salvo la Historia, los principios,
el gas del alumbrado, la fe pública.
—Jamás la violencia, cantó el coro,
unánime, feliz, perseverante.

José Ángel Valente, «La memoria y los signos» (1966)

(Los poderosos no resuelven nada, no salvan al mundo. Nunca nos han dado la paz, mucho menos la felicidad: La salvación y la Paz son de Dios).

Hora del Ángelus

Hora del Ángelus

Las luces todas del campo
ya llegan
a mi ventana.
Que son rosas de la aurora
con toda su veste
cándida;
y plenas de luz sus pétalos
son ya las flores
del alba.
El azul del firmamento
su hondura prolongada
diáfana,
y yerra por su extensión
jirones de nubes
blancas.
Y la campiña sonríe
y sus dominios
se alargan,
más allá de aqueste círculo
donde se posan mis plantas.
Mil trinos llenan los ámbitos;
hay repiques
de campanas,
y palpables corazones
del amor urnas
sangradas.
Bendita la hora sea
de esta espléndida
mañana,
y ojalá que así prosigan
las horas todas del alma.

Francisco González Tosco
«Poemas de brisa y sol», 2014 (Ediciones Idea).

Imagen ilustrativa: Iglesia de Santo Domingo de Guzmán de La Orotava.

Despedida de la Santísima Virgen

Despedida de la Santísima Virgen

Oye, alma, la tristeza
y la amarga despedida,
que la madre de pureza
hizo de Jesús, su vida,
postrada ante su grandeza.

Contempla cuán dolorida
nuestra Madre Soberana,
llorando la despedida
del hijo de sus entrañas,
de esta suerte le decía:

—Adiós, Jesús amoroso,
adiós, claro sol del alba,
adiós, celestial esposo,
de mi virginidad palma,
de mi seno fruto hermoso.

Adiós, lucero inmortal,
adiós, lumbre de mis ojos,
que me dejas, cual rosal
entre espinas y entre abrojos
y en una pena mortal.

Hijo, que a morir te vas,
adiós, fin de mis suspiros,
no te olvidaré jamás,
pues nací para serviros
y para penar no más.

Hijo, si en amargo llanto
se queda mi corazón,
sufra yo el duro quebranto
de mi triste situación
con paciencia y dolor santo.

De dolor acongojada
quedó la Virgen María,
pero un tanto recobrada.
Y exclamó con energía
en su alma dolorida:

Dejarte no puede ser,
aunque no tenga valor.
Soy Madre y soy mujer
y moriré por tu amor
si me dejas escoger.

                           Cancionero religioso tradicional

Imagen: «The Mother Of Christ», óleo por Piotr Stachiewicz.