La Virgen del Silencio

“María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2,19).

Esta devoción mariana tiene un nexo teológico en la enseñanza de San Agustín que decía al respecto: «La palabra debe nacer del silencio y éste de la palabra. … Para ver a Dios es necesario el silencio».

La Virgen del Silencio enseña a los fieles cristianos el valor de un silencio fecundo y humilde, cuajado de obras y realizaciones. Alecciona a todos sus hijos en el difícil arte de decir poco y hacer mucho.

El silencio de María fue un silencio contemplativo de la obra de Dios en su vida, en la de Jesús, en la de los demás. Un silencio de humildad, de discreción, de ocultamiento.

Cuántas veces calló la Virgen, para que hablasen sus obras, y para que hablase Dios en Ella y en los demás. Era el suyo un silencio hecho oración y acción. Un silencio lleno, no vació ni hueco. Un silencio colmado de Dios, de sus palabras, de sus maravillas.

La Virgen nos invita a hacer silencio, para poder meditar el Misterio de Cristo, que es algo talmente grande que solo lo podemos captar mínimamente con nuestro corazón, teniendo fe sin llegar a comprenderlo todo.

¿Por qué hacer silencio? Simplemente porque muchas veces las palabras estorban, están de más, y no nos deja actuar con sano juicio, o con la bondad de corazón.

Desde hace algunos años se ha acrecentado la devoción a la «Virgen del silencio”, un icono que el fraile italiano Emiliano Antenucci, pidió realizar a una monja benedictina que se dedica a la iconografía.

«María guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón”, afirma el Evangelio. Porque sólo en silencio se pueden comprender las palabras de Dios y “sus cosas”:

María silenciosa,
que todo imaginaste sin hablar,
más allá de cualquier visión humana,
ayúdame a entrar en el misterio de Cristo
lentamente y profundamente,
como un peregrino consumado de sed
entro en una cueva oscura
al final del cual se escucha una ligero correr de agua.
Antes que nada déjame arrodillarme
para adorar,
haz que luego empuje la roca con confianza,
y envíame serenamente al misterio.
Finalmente calma mi sed
con el agua de la Palabra
en silencio como Tú.
Quizás entonces, María,
el secreto del Hijo Crucificado
se me revelará
en su inmensidad sin fronteras
y caerán las imágenes y palabras
para hacer espacio solo al infinito.

(Card. John Henry Newman)

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A Nuestra Señora del Silencio

Ante Nuestra Señora (soneto)

Imagen de Nuestra Señora de las Mercedes, obra de José Luján Pérez (Iglesia Matriz de Santa María de Guía, Gran Canaria). Foto: Wikipedia.

ANTE NUESTRA SEÑORA

Cuando era niño se hablaba del pasado
con más unción y menos abundancia,
se daba a Cristo el pálpito hechizado
de todo fin humano hecho fragancia.

¡Oh, cuánto amor de aquel amor guardado!
¡Oh, doble pan al hombre hecho sustancia,
sabor del uno a sangre del costado,
el otro, a miel divina de la infancia!

Como llegara a ti, místico a la entrega,
con el alma en tu historia enamorada,
subí a la torre y contemplé la vega.

Viejo, torno a ser niño en la mirada
que es miel celeste por Luján¹ brindada,
¡Virgen de las Mercedes, mágica al que llega!

                               Luis Doreste Silva

1. Soneto en homenaje a la celebración del bicentenario del nacimiento del imaginero José Luján Pérez. Dicha conmemoración tuvo lugar en mayo de 1956.

Las Fiestas del Cristo de Tacoronte (poema)

Las Fiestas del Cristo

Oh qué fiesta de luces
sobre el campo y el pueblo.
En incesante hervor,
en creciente abejeo,
desde lejanos puntos,
afluyen los romeros.
Y el Santuario, la Plaza,
las calles, los paseos,
revientan de fervores
en este día espléndido…
Y en Tu honor, los exvotos,
cirios y pebeteros;
las brazadas de flores,
los frutales de incendio,
las rodillas sangrantes,
los cánticos y rezos.
Y en tu honor, Cristo mío,
yo también, de muy lejos,
—de las simas profundas
de mi propio destierro—;
yo también, onda amarga
entre el gentío inmenso…;
con renovada fiebre
de amores a Ti vengo,
a ofrendarte el humilde
manojo de mis versos.
Oh qué fiesta de júbilos
sobre el campo y el pueblo.
La flor de los cohetes
se abre con estruendo,
y sus estambres de oro
estallan en aplausos pirotécnicos;
esparcen las campanas sus temblores
—azucenas metálicas del viento—;
y Tú sales, oh Cristo, del Santuario.
Magnífico, sereno.
Abrazado a tu Cruz.
Tal una hermosa estampa de Durero…
Por un río de luces,
navegas en barcaza de hombros recios.
La trémula corriente, a tus espaldas,
va creciendo y creciendo.
Y delante de Ti —tambor y flauta,
cambiante rueda y eje pintoresco,
carrousel de colores y de ritmos—,
trenza «la danza» su ágil arabesco.
También, en torno tuyo,
columna viva y mástil verdadero;
también en torno tuyo,
y atados con la cinta de mis versos,
también, en torno tuyo, Cristo mío,
giran mis pensamientos.
Oh qué fiesta de ritmos en el aire.
Oh qué fiesta de llamas en mi pecho.

             Emeterio Gutiérrez Albelo
      «Cristo de Tacoronte: Poemas».

Alma cautiva (a la Virgen de la Soledad de la Portería)

Creo estar leyendo en tus ojos, tan expresivos y serenos—¡oh dulce María!—el salmo tan infantil y medroso que Eva, niña como tú porque empezaba a vivir, dejaría caer a las puertas del perdido Paraíso.
Aún lleva, como tu alma, calor tibio de divinas manos; y zumbido sonoro de la voz del Altísimo, a la manera del que produce una abeja cuando se desprende del corazón de una flor, o la cuerda de violín que pone punto final a una sonata de Primavera.
La tristeza de tu mirada—¡oh dulce, Dulce María!—no es tristeza nacida del contacto con las cosas de este mundo; es, como la tristeza original que floreció en las pupilas de la madre Eva a las puertas del Paraíso, añoranza de un infinito bien temporalmente perdido.
¡Alma—tu alma—cautiva en linda figura de muñeca—tu cuerpo—que se asoma a derramar su pena por las ventanas de tus ojos tan expresivos y serenos!
Haber, ha muy poco, sido aliento divino y sentir la aspereza del barro, gran melancolía y desvanecimiento espiritual debe producir.
No quisiera que alegría de torrente formara cantarines ríos en el borde de tus ojos. Más me gustan así, tristes, porque ello pregona que aún miran hacia la Luz y no hacia estas tinieblas mal alumbradas cuyas luces alegran con alegría artificiosa y perecedera.

Francisco de Vega (1947)

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Nuestra Señora de la Soledad de la Portería, leyenda dorada

Cruz, Corona y Lanzada

Cruz, Corona y Lanzada
-Tríptico-

I
Afrentoso suplicio y emblema sacrosanto
oprobio y luz; tormento y sol de redención,
castigo inmerecido del Dios tres veces santo,
llave del Paraíso y arca de salvación.

Cruz, que del alma eres esperanza y espanto,
pues das con tu dureza pavorosa lección,
oculta tus rigores y muéstranos tu encanto,
o enciende en nuestro pecho valiente decisión.

Porque el Calvario es duro y el mundo nos fascina,
queremos a la cumbre con ánimo subir,
mientras Luzbel astuto pretende nuestra ruina;

tú puedes envolvernos en claridad divina,
y aunque la senda sea hiriente, seca y pina,
sabremos en tus brazos expirar que es vivir.

II
¡Espinas! El desprecio de todos los placeres,
la exaltación suprema del supremo dolor,
insignia del Imperio que Tú, Jesús, prefieres,
sobre un mundo de almas ganadas por tu amor.

Las sienes traspasadas, el soberano eres
del cielo y de la tierra, augusto Emperador,
te aclaman y bendicen subyugados los seres
viendo en tu pecho unidos, humildad y esplendor.

Traspasa nuestra frente con tu cruel corona,
cura nuestra soberbia con mano paternal,
para el jardín eterno, nuestras almas sazona,

aquí hiere y castiga, que tu rigor abona
tus flores perdidas… Pero al final perdona:
Tu corazón sea premio del ímpetu filial.

III
¡Herida del Costado! Portada luminosa
del Alcázar eterno, del jardín celestial;
panal, cráter, abismo, lucero fuente y rosa:
para el amante nido; y en la sed, manantial.

Refugio, invulnerable en noche procelosa
contra el infierno impío torre, escudo y fanal;
y frente a la del mundo seducción engañosa
mansión de jaspe y oro, de marfil y cristal.

Herida. ¡Flor de sangre, oculto santuario,
palacio de las almas, todo silencio y luz:
Tabor, Sepulcro y Cueva, Getsemaní, Calvario,

de tu vivir divino, lo escondido y lo vario
el misterio inefable de paz del Sagrario,
el Amor hecho llaga, néctar, abrazo y Cruz!

                                  F. Caballero (1938)

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Elogio de la Cruz