Como el que escribe

Como el que escribe

Como el que escribe y oye
caer el agua anónima, serena,
sobre los agotados campos,
y escucha su bondad, y al percibir
el ritmo y el instante
de la lluvia abandona
el lápiz que sostiene, sus papeles aparta
y ajeno a la escritura en donde residía
acude a contemplar
cómo la tierra empapa y oscurece,
y atreve una palabra
pequeña por sus labios,
y dice gracias
porque sabe que en este
soplo de vida,
en esta sencillez que nada pide,
habita la humildad de la belleza.

Francisco Caro

Cancioncilla de la invitación a la serenidad

Cancioncilla de la invitación a la serenidad

Dulce te quiero, serena-
mente profunda te quiero.
Un silencio colmenero
melifica la colmena

que no quiere ser locura,
sino luz medida. Mira
y di con los ojos. Tira
esa prisa, criatura.

Moneditas atesora
de sol y tiempo. Se ve
mejor el paisaje a pie,
como manda Dios. Ahora

nace la palabra, brilla
con la hoja, con la nube.
Savia, sangre, sabe, sube
al árbol, a la mejilla.

Ven a recoger dulzura
para el invierno y la pena.
El secreto de la vena
va aclarando su escritura.

Ramón de Garcíasol

Soneto nocturno

Soneto nocturno

La luna era ese párpado cerrado
que flotaba en el circo de la nada
y el niño retenía la mirada
su hipnótico vagar de astro cegado.

La noche es un jardín narcotizado
con esencias de alquimia y sombra helada
y tu infancia una estrella disecada
en el taller de niebla del pasado.

La luna vive ahora en los relojes
que lanzan sus saetas venenosas
sobre la esfera blanca de este sueño.

De este sueño sin fin del que recoges
la ceniza dorada de esas cosas
de las cuales un día fuiste dueño.

Felipe Benítez Reyes

En Cristo mi confianza

En Cristo mi confianza

Sea mi gozo el llanto,
sobresalto mi reposo,
mi sosiego doloroso
y mi bonanza el quebranto.
Entre borrascas mi amor
y mi regalo en la herida,
esté en la muerte mi vida
y en desprecios mi favor.

En Cristo mi confianza
en su imitación mi holganza
en Cristo mi confianza
y en su imitación mi holganza.

Mis tesoros en pobreza
y mi triunfo en pelear,
mi descanso en trabajar
y mi contento en tristeza.
En oscuridad mi luz,
mi grandeza en puesto bajo,
de mi camino el atajo
mi gloria sea la cruz.

En olvido mi memoria,
mi alteza humillación,
en bajeza mi opinión,
en afrenta mi victoria.
Mi lauro está en el desprecio,
en las penas mi afición,
mi dignidad el rincón
y la soledad mi aprecio.

Santa Teresa de Ávila

A un arcángel sombrío

A un arcángel sombrío (canción)

Algún día
el sigiloso administrador de la divinidad,
aquel doncel extraño,
descenderá, para llevarme allí
donde su espada da luz a los elegidos
y la radiante oscuridad de sus ojos
satisface la integridad del hombre,
así como la fruta madura
sirve al inextinguible apetito de la muerte.

Removerá con su oscuro aleteo
el aire corrompido de la tierra
dejando que sus candorosos pies
levanten la polvareda de los caminos
y un viento invernal
hiele el corazón de las criaturas
y haga caer como frías muecas de consumación
los viejos ramajes de los árboles.

Dejará que los que le temen
oculten su vergüenza en la penumbra
y acallando sus pechos
musiten las plegarias que destinan
al huracán que arranca las cosechas
o a la pálida peste
que devora a sus hijos.

La vida que despierta,
el inclemente pasmo de su felicidad,
borrará pronto las huellas
de tanto horror,
y una radiante luz estacionada,
un nimbo clarividente y majestuoso
delatará a los hombres
que allí vive el elegido de su corazón,
y nadie osará desplegar los labios
ni cruzar con la irrespetuosa cabeza cubierta
por aquel vergel intransitable y quieto
donde se celebran las nupcias perennes del amor.

El murmullo de la vida
discurre bajo los apagados mármoles eternos,
y las flores que crecen
en los cercos de aquel confín
ostentan un no sé qué de repleto y magnífico,
y el balanceo de sus tallos
adquiere allí toda la gentileza de lo irremediable.

¡Venturoso el corazón que alberga
tu terrible placidez!
Aquellos sobre los que has descendido libremente
-como en nuestra melancólica tierra
solemos encontramos,
cual insospechado vestigio de tu existencia,
las encantadoras criaturas
sobre las cuales posamos nuestros ojos
con angustia mortal-
tendrán al fin aprisionado
en el frágil reducto de su cuerpo
tu luz enternecedora,
el filo de tu espada que da vida,
yen torno a sus mudas frentes de placer
el aleteo negro de tu fruición
estará moviendo aquellas lacias cabelleras deseadas.

Así reinas,
divino ser del universo,
sobre aquellos que te amaron ciegamente
a través de las apariencias.

Juan Gil-Albert. De su libro «Las ilusiones».