Soledad del hombre

Soledad del hombre

Como es sólo mía mi vida
que no reviviré jamás
así mi muerte que no olvida;
mía es mi muerte nada más.

Y lo demás es sombra y nada,
y lo demás es vanidad.
Cada día con su mirada
me rodea la soledad.

Cada día la noche oscura
de mi dolor renace en mí.
Sangra mi pecho su amargura
como Cristo en Getsemaní.

Yo sólo cada nuevo día
me quemo y sufro mi pasión.
Yo muero con la muerte mía
cuando me muera sin remisión.

Yo sólo mi agonía siento,
sólo sufro con mi sufrir.
Y lo demás es sólo viento
y es todo viento ante el morir.

Va creciendo la muerte mía
en el tiempo su claridad.
Todo lo pierdo, y día a día
me rodea la soledad.

Cae la noche sobre mi frente
igual que viento en un ciprés.
Muda ceniza solamente
en la sombra huellan mis pies.

El largo río del tiempo rueda
y en él naufragan vida y amor,
hasta que al fin nada queda
sino sólo un hondo clamor,

un inmenso clamor sin nombre
con todo el mar amargo en él,
tremenda angustia de ser hombre
y sentir en el alma hiel.

En un pan de tiniebla muerdo
desesperadamente ya,
pues veo que todo lo pierdo
y todo, todo se me va,

todo lo que más amo y quiero
y de mi vida es sólo la razón.
Cuando ella muere con ello muero,
y es ceniza mi corazón.

Muerto camino con una herida
por lo que amé y se fue de mi.
Ya por costumbre vivo la vida,
pero hace tiempo que morí.

         Armando Rojo León

Amor

Amor

Cayó un ángel al fango, mancillando
Los cendales de su alba vestidura,
Y un grito aterrador vibró en la altura
El eterno anatema fulgurando.

¡Miserere!—clamó el ángel llorando,
Mi pecado fue amar a la hermosura
Y harto castigo hallé en mi desventura;
Que es vivir con amor vivir penando.

Ven—dijo Dios—que si has amado tanto
Ya redimido estás; cese tu anhelo,
Y el agua del Jordán sea tu llanto.

Se alzó el ángel caído, tendió el vuelo,
Y entonando al amor místico canto,
Radiante de pureza subió al cielo.

              E. Sánchez Vera

Santo Niño Enfermero

Santo Niño Enfermero

Santo Niño Enfermero
de Dios Padre, de Dios Infante,
en el Sagrario siempre reinante
tiene tu lienzo glorioso asidero.

Y es en tu festivo domingo de enero
cuando, Niño Jesús, te tengo delante;
pidiéndote amparo para no ser errante
bajo esta negrura que no sabe del lucero.

Y si en el horizonte yo diviso la muerte,
sé mi paño de alivio; para que la fragancia
de tu caridad impregne todo ejercicio.

Que es esperanza el conmigo tenerte:
dame un poco de tu Santa Infancia
en la plegaria de mi último Juicio.

José J. Santana (La Orotava)

En la iglesia parroquial de San Francisco de Asís, en Las Palmas de Gran Canaria, recibe culto un lienzo denominado el Niño Enfermero. A la imagen, de autor desconocido, se le atribuye curaciones prodigiosas, contando actualmente con gran devoción.

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Regálame un nuevo reloj

Regálame un nuevo reloj

Hoy me he encontrado
en la repisa de la ventana,
donde estaban mis zapatos esperando,
tus regalos, Señor:
nuevo año,
nueva vida,
nuevas tareas,
nuevo horizonte,
nuevas flores,
nuevo aire,
nueva lluvia,
nuevo sol…
y un montón de bellas cajas
llenas de besos, risas e ilusión.

Por eso, sueño despierto
y tiendo hacia ti mis manos
como un niño mendigo,
y para este tiempo que estreno con amor
quiero, Señor, y te pido,
también, un nuevo reloj.

Un reloj que mida el tiempo
con tu paciencia, Señor,
con el ritmo y la medida
universal de tu amor,
y que nunca se pare,
aunque encuentre oposición.

Un reloj con música celestial,
despertador de rutinas,
del sueño compañero
y sereno como los de antes,
que nunca mida la entrega
del alma y del corazón.
Un reloj que mida el tiempo
con gracia y humor
cuando lo que tenga que hacer
sea, como siempre, urgente
y lo que necesito al momento
se retrase siguiendo la corriente.

Un reloj de bolsillo
que pueda sintonizarse
con las necesidades de tus hijos
y con las de mis hijos y amigos
sin entrar en conflicto
con los relojes laborales.

Con la vida y el tiempo,
con las flores y el horizonte,
con la lluvia y el aire,
con el nuevo año y sus tareas,
con el sol que reluce, Señor,
¡espero un nuevo reloj!
¡Ah!, y enséñame, Señor,
a ponerlo en hora y darle cuerda,
a usar su alarma
y a mirarlo cuando suene,
aunque todo esté a oscuras
y otros tictacs me llamen.

Florentino Ulibarri