“Madre de los pobres,
los humildes y sencillos,
de los tristes y los niños
que confían siempre en Dios.
Tú, que has vivido el dolor y la pobreza
tú, que has sufrido en la noche del hogar
tú, que eres madre de los pobres y olvidados;
eres el consuelo del que reza en su llorar.
Oh María, sin pecado concebida,
rogad por nosotros, rogad por nosotros,
que recurrimos a Ti”.
La Medalla Milagrosa: Escudo de Armas de María
TRES insignias bellísimas de los dones con que el cielo adornó a María, vamos a enunciar ahora: son la enseñanza más preciosa, el timbre más florido del escudo de María. Fíjate en el reverso de la Medalla Milagrosa:
Las doce estrellas.- La luz es la que hermosea los cuerpos, y también las almas. Por eso la Escritura nos presenta a María envuelta en el sol, con los suaves resplandores de la luna por peana y coronada por las estrellas.
Estas doce estrellas simbolizan, dice San Bernardo, las prerrogativas de la Virgen: cuatro prerrogativas «del Cielo», cuatro prerrogativas «de la Carne», y cuatro prerrogativas «del Corazón». Doce prerrogativas que la constituyen Reina del cielo, de la tierra y de los abismos.
La cruz y la letra M.- Por encargo de su Director, preguntó sor Catalina a la Virgen si en el reverso de la Medalla había que poner alguna oración, como la quería alrededor de la imagen en el anverso, y la Virgen le contestó: «Bastante dicen la letra M. y los Sagrados Corazones».
La Cruz descansando en la M. nos dice que María es la Madre de Jesucristo, que por salvarnos murió en la Cruz. Nos dice que María cooperó no sólo con sus deseos y voluntad a la Redención, sino también que dio a Jesucristo el cuerpo que había de morir, que la «carne de Cristo, es carne de María», que la sangre que purificó al mundo era sangre de María, sangre criada y conservada en sus purísimas entrañas. Durante nueve meses alimentó con su sustancia el cuerpo de Cristo, y cuando de esta Estrella hubo nacido el Sol, de justicia la Virgen aplicaba sus pechos a los labios santísimos de Dios; y de este modo comunicaba al Redentor la flor de la sangre virginal, que había de ser el precio de nuestra salvación.
A esta cooperación añadió los dolores con que en el Calvario ofreció su Hijo al Eterno Padre.
María es la Madre de Jesús muerto en la cruz, al pie de la cual estaba, como vaso precioso, recogiendo la sangre preciosa para aplicarla luego a todo el género humano. Es la Madre espiritual de todos los redimidos, y todos somos hijos de sus dolores.
Los Sagrados Corazones.- El corazón es el asiento y símbolo del amor. La unión de estos dos corazones significa que son inseparables, que un mismo deseo ardoroso los une: el deseo de la salvación de toda la humanidad.
Pero el amor engendra sacrificio, y en las llamas vivas de su amor se inundaron estos dos Corazones para purificar y santificar a todos los hijos de Adán. Son las dos avecillas que el Levítico mandaba ofrecer por los inmundos leprosos, previniéndole al sacerdote que la sangre de la una manchase a la otra. Muere Jesús en la cruz y María bebe el amargo cáliz de la Pasión, y refleja en su Corazón las penas de su amado moribundo. Los dos cargaron sobre sí las iniquidades de los hombres.
Por eso aparecen en la Medalla Milagrosa los dos Corazones: el de Jesús, rodeado de espinas y derramando sangre; el de María, circundado de rosas y atravesado por una espada: ambos unidos en el mismo amor y en el mismo sacrificio.
Hagámosle una ayuda a su imagen, dijo Dios cuando crió al hombre. Cuando Dios vio padecer a su Hijo quiso darle una ayuda, que se le pareciese en todo la Santísima Virgen.
¿No es verdad, lector, que la Medalla Milagrosa es un compendio de Teología Mariana y que merece el nombre de «Escudo de Armas de María»?
Rafael Cabrera, 1937. Voz Celeste (Padres Paúles)
* * *
Himno a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
Míranos, ¡oh, Milagrosa!
Míranos, Madre de amor.
Míranos, que tu mirada
nos dará la salvación.
Son tus ojos los luceros
que en la noche del dolor,
dan aliento y esperanza
al humano corazón.
De tus manos extendidas
brotan rayos de fulgor:
son las gracias escogidas
que a tus hijos da el Señor.
¡Milagrosa! la plegaria
que a ti sube en un cantar,
a nos, vuelva transformada
en celeste bendición.
Te coronan las estrellas
con un nimbo de esplendor:
eres Reina de belleza,
de bondad y de perdón.
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