Una historia en Roma
Sucedió en Roma en los comienzos del año 1963. Una muchacha está esperando un taxi en el borde de una acera. Se presenta uno:
– ¿Dónde quiere ir?
– A tal sitio.
– Al momento.
Se abre la puerta. Ella entra y el coche parte, raudo, hacia las afueras dando vueltas por la ciudad. La chica se inquieta:
– ¿A dónde me lleva usted?
El chófer contesta:
– No se apure. Ya llegaremos.
Y sigue dando vueltas por las calles, pero acercándose cada vez más a las afueras. Al fin, se detiene. Se vuelve hacia la joven y, encañonándola con una pistola, dice:
– ¡Es mía!
Esta, instantáneamente se da cuenta de la situación. Se encomienda interiormente a San Martín y besa con angustia una medalla del Mulato. Pero, a la vez, haciendo tiempo pide al chófer explicaciones. Mientras él intenta ser más explícito, se presenta un coche del que descienden dos policías. Se dirigen al taxista:
– ¡Venga con nosotros a Comisaría!
– ¿Por qué? – pregunta, confuso y derrotado, el conductor.
Los agentes, mientras le introducen en el coche celular, le dicen:
– Un religioso dominico nos acaba de avisar que se había producido un secuestro. Nos ha dado las señas del auto, que coinciden con su taxi.
Interviene entonces la muchacha:
– ¿Cómo era el religioso?
Ellos le detallan las señas personales.
– ¿Como éste? – inquiere ella enseñando una estampa de San Martín.
– Sí, el mismo – le dicen.
El coche arrancó con los policías y el detenido.
La chica volvió a besar la estampa y la medalla con un fuerte beso de gratitud.
Fuente: «San Martín de Porres» (colección OPE, 1963), de Fr. Salvador Velasco, O.P.
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Un avispero en fuga
En un caserío vasco. De entre las muchas cosas que se hablan en una visita, salen a plaza las avispas.
– Mire Vd. –dicen- es un animal que no debiera existir.
– No enmiende la plana del creador.
– Todo lo que Vd. quiera, pero mire, uno por uno todos los de la familia hemos sido víctimas de sus picaduras.
– ¿Y ahora no lo son?
– No, pues verá: Teníamos un avispero cerca del alero del tejado, que no lo podíamos descastar. Por más que lo fumigamos varias veces, no podíamos con él; y sus picaduras eran cada vez más frecuentes. ¿Se acuerda de una estatuita de San Martín que nos regaló?
– Sí.
– Pues un día se me ocurrió colocarla cerca del avispero y me retiré rezándole un Padrenuestro. Fui al día siguiente, y el santo mulato había desaparecido, pero las avispas no. Mucho me costó el encontrarle, pero lo hallé al fin, derechito como un huso, sobre una berza.
Entonces, besándolo, lo vuelvo a colocar más cerca aún del avispero. Pensé para mí que el santito se echó sus cuentas y se dijo:
– Estas buenas gentes me han castigado a meterme en un avispero. Ayer me escapé y no me ha valido. Me han castigado de nuevo; esto no puede ser. ¡O ellas o yo!
Y debió de decirlo con tal empaque que las avispas, atemorizadas, optaron por huir, y tan lejos debieron marchar que no han vuelto.
– Dios te lo pague, San Martín, por el gran favor que nos ha hecho.
Fuente: Tradición oral
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San Martín de Porres y mi «papito»
Mi abuelo paterno, mi “papito”, era un tipo divertido. De esos que cuando uno lo recuerda en una misa de difuntos, las carcajadas llegan hasta el cielo (a donde te mandaría de una patada la malencarada viuda si pilla quiénes fueron los graciosos). Y es que no he conocido a nadie que hable de él sin recordar una anécdota divertida…
Su vida religiosa era la típica de los ciudadanos de mi tierra: misa de vez en cuando (bautizos, bodas y funerales, de preferencia si son misas “mascadas”), amigotes siempre y mujeruelas cuando se ofrezcan. Pero había una devoción que superaba sus malos hábitos: su Sanmartincito.
Mi abuelo era hijo de uno de los hombres más ricos del país. Los hombres ricos de ese tiempo (y a lo mejor de éste también), eran pedantes y racistas. En lo que a deportes respecta tenían un equipo de fútbol favorito de todos ellos el “crema” (Universitario o “U”), que tenía ese color porque era de la “crema y nata de la sociedad”. Este equipo tenía un antagonista por excelencia, el equipo de los negros, barriobravos y vagos, el “equipo del pueblo”, el Alianza Lima. En lo que a religión respecta, mi bisabuelo era eterno cooperador de las órdenes que convivían con los blancos- ricos- “cremas” y, a lo mejor, devoto de cuanto santo europeo esté de moda.
La relación de mi abuelo con su padre se traduce así: mi abuelo era hincha del Alianza Lima y devoto de San Martín de Porres. Y van en un mismo párrafo porque así estaban. Mi abuelo veía (lo oía, antes) el fútbol con el negrito y celebraba los goles del Alianza y lloraba las derrotas con él.
Pero cuando mi abuelo entendía que San Martín no podía ser un simple espectador sino intercesor eficaz era cuando jugaba Perú. Allí, el viejo arreglaba su mesita, ponía la imagen de su santito, y hablaba con él: “ya negrito lindo, hoy tiene que ganar Perú”. Tan conocida era esta situación que mi padre recuerda haber llegado de la calle y ver a su padre salir furioso de su habitación, diciendo “negro de mierda, carajo”… y no hacía falta saber nada más: había perdido Perú. Y el castigado santito se pasaba unos días mirando a la pared hasta que mi país volvía a ganar o hasta que el abuelo se amistaba con él.
Si mi abuelo no se hubiera muerto en 1983, a lo mejor el último mundial de fútbol al que fuimos no hubiera sido España 82… que lo sepan los futbolistas: les hace falta mi abuelo y San Martincito.
Y que lo sepa mi abuelo, gracias papito por hacernos reír con tu recuerdo. A veces en casa, cuando estamos cansados, nos acordamos de ti y espero que las risas que nos regalas, te lleguen al cielo, en donde debes estar, y en donde ya el fútbol no te interesa y abrazas a tu padre Dios y a tus hijos que te acompañan… y a tu negrito de Porres.
Fuente: emeve.wordpress.com
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