¡Feliz Natividad de Nuestro Señor Jesucristo!

Adoración de los pastores

El Señor ha querido nacer también en nuestras vidas y en nuestras almas. En todo está el latido de su Nacimiento.

Nuestro Señor no nació en el mejor palacio como acaso le correspondía; nació en un lugar humilde y pobre, un pesebre. Y nació allí porque desde el primer día nos quiso enseñar que la redención sólo se hace con sacrificio. La Navidad nos anuncia que Dios se hace hombre y se hace niño por nosotros. Y, principalmente, nos anuncia el misterio de Dios que se hace carne —tomando nuestra mortalidad—, pues ha venido para salvarnos y conducirnos por las sendas de la verdadera dicha en este mundo para ser eternamente felices en el otro.

Se ha hecho niño para que tú puedas llegar a ser hombre; ha sido envuelto en pañales para que tú puedas ser librado del lazo de la muerte. Está en el pesebre, para ponerte a ti en los altares; está en la tierra para que tú llegues a las estrellas; no ha encontrado lugar en el mesón, para que tú puedas encontrar bastantes moradas en el cielo (San Ambrosio).

Por eso, la Navidad es una llamada a la paz, a la esperanza, a la salvación. Nos enseña que debemos renunciar a lo mundano y vivir en este mundo con mucho amor, de forma justa y piadosa, aguardando el advenimiento glorioso del Salvador nuestro Jesucristo. Encontrémonos hoy llenos de gozo, pues es el día de la misericordia sobre los hombres; la misericordia está siempre presente en nuestro Señor y es copiosa su redención: ¡Sálvanos por tu nacimiento, Señor!

Oración

Dios Todo Poderoso, que derramáis hoy sobre nosotros la nueva luz de vuestro Verbo encarnado, haced que la fe de este misterio se infunda también en nuestros corazones. Señor y Dios nuestro, haced del mismo modo, te lo rogarnos, que celebrando con alegría la Natividad de N. S. Jesucristo, merezcamos, por una vida digna de El, gozar de su presencia. Así sea.

St. Joseph's Church, Boyle (Irlanda)

La noche de Natividad es para todos un recuerdo purísimo que entristece sin afligir; los sueños de la infancia se deslizan en esa velada ante nuestros ojos bajo las formas de una aurora sonrosada (Joaquín Tomeo y Benedicto).

Gloria a Dios en el cielo y Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor… Pues con la paz también se encuentra la gloria, ¡Feliz Navidad, llena de amor y alegría!

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Natividad del Señor: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros (pdf)

A pesar de todo, creo

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A pesar de todo, creo

         por Jesús Vega Mesa

Creo en los amigos, a pesar de que hay quien no se cansa de contar las traiciones recibidas. Creo que hay motivos para la alegría, aunque algunos afirmen que no es posible mirar esta tierra y sonreír. Creo que acabarán las guerras porque creo en los pacifistas y los objetores y los que se defienden con el diálogo y el respeto. Creo en la Vida, porque no puedo resignarme a no ver nunca más a los seres que he querido y ya no viven. Creo que el mundo será mejor, porque veo a muchos que se esfuerzan por transformarlo.

Creo en el hombre y en el niño y en el joven porque, a pesar de su debilidad y la tentación que invita al egoísmo, nos muestran gestos solidarios. Creo en la igualdad para todos, porque veo diferencias y eso me hace sufrir y protestar. Creo que el mundo va a ser mejor, aunque las estadísticas afirmen lo contrario. Creo en la bondad, porque me basta conocer y comprender a mis amigos. Creo que se puede ser feliz en la tierra, porque lo he experimentado muchas veces. Creo que vale la pena luchar, porque muchos han vencido. Creo en las cosas que me parecen increíbles, porque no me fío sólo de la inteligencia. Creo en lo que no puedo demostrar, porque también creo al corazón. Creo en la otra vida, porque ésta me parece muy pequeña. Creo en la resurrección, porque creo que es posible salir de la droga y abandonar las envidias, mejorar la familia y cambiar de vida. Creo que Jesús resucitó, porque he visto a muchos resucitar del odio y de la desilusión.

Creo en lo que no he visto ni nadie me ha demostrado, porque me fío de la palabra de mis amigos. Creo en la poesía y en la utopías, porque son más exactas que las matemáticas. Creo en lo que no veo ni comprendo, porque sé que no puedo abarcarlo todo. Creo en mis amigos, porque me fío más de ellos que de mí. Creo en Dios y en Jesucristo como creo en Ricardo, Antonio, Adela, Mónica o Lili. Porque creo en su palabra y creo que me quieren. No necesito garantías, ni milagros, ni silogismos que demuestren que son amigos. Los creo y los quiero y eso me basta.

Cuando a un amigo se lo acepta por los títulos, por su currículum o porque «me entra por el ojo», será cualquier cosa menos amigo. Sólo hay amistad cuando se acepta al otro como es, incluidos sus defectos. Cuando se cree en Dios porque hay pruebas, porque está demostrado científicamente, porque no choca con la razón, entonces no se hace un acto de fe, se comprueba una fórmula matemática.

No creo en las matemáticas. Yo creo en Dios. Y porque muchas veces no lo veo ni lo comprendo, creo mucho más.

Jesús Vega Mesa, de su libro «Cartas al viento».

Jesús Vega Mesa nació en la Villa de Ingenio, Gran Canaria. Ha sido sacerdote en distintas parroquias de la Diócesis de Canarias y profesor en algunos institutos de la isla. Realizó la licenciatura de Teología Pastoral Práctica y ha ejercido como capellán en el Hospital-Instituto de los Hermanos de San Juan de Dios de Carabanchel. También fue fundador y director de Radio Tamaraceite, emisora parroquial de gran difusión que va camino de cumplir su vigésimo aniversario (1996-2016). Sin duda, un hombre muy querido por su compromiso social y una fructífera labor solidaria.

Santos canarios, santos de todos los colores…

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima

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Purísima había de ser, Señor, la que quita el pecado del mundo. Purísima a la que, entre los hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad. ¡Bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea!

La concepción de la virgen fue inmaculada, sin mancha, ungida con la gracia del Altísimo. Por el privilegio de Dios se vio en su origen puro y santo, libre del pecado original. Y, bendita entre todas las mujeres, fue llena de gracia desde el primer instante de su ser (“Alégrate, la llena de gracia, el Señor es contigo”, la saludó el Arcángel Gabriel).

Era Virgen en el cuerpo y en el alma, sin que en la sinceridad de su afecto hubiese el más pequeño engaño. Humilde de corazón, grave en las palabras, prudente en el ánimo, breve en el hablar, deseosa de aprender; puesta su esperanza, no en las inseguras riquezas, sino en los ruegos de los pobres; atenta en su trabajo, respetuosa en el hablar, acostumbrada a buscar consejo más bien en Dios que en los hombres… Sin nada de enojo en su mirada, nada inmodesto en sus acciones, nada descompuesto en su semblante, ni precipitado en el andar, ni destemplado en el decir, de modo que su exterior era vivo espejo del alma…”

San Ambrosio de Milán.

Pío IX —el pontífice de la Inmaculada— instaura el dogma de la Inmaculada Concepción de María con estas palabras:

La doctrina que afirma que la Virgen, en el primer instante de su concepción, fue preservada inmune de toda mancha del pecado de origen por una singularísima gracia y privilegio de la omnipotencia divina y en atención a los méritos del Redentor del género humano, es doctrina revelada y ha de ser creída por los cristianos (Bula Inefabilis Deus).

El Papa habla en la Bula de Definición de la santidad y gracia de la Virgen, “que no se concibe de modo alguno mayor después de Dios, y nadie puede imaginar fuera de Dios”. Y termina con estas palabras: “Nuestra boca está llena de gozo y nuestra lengua de júbilo, y damos humildísimas y grandísimas gracias a Nuestro Señor Jesucristo, y siempre se las daremos por habernos concedido, aun sin merecerlo, el singular beneficio de ofrecer este honor, esta gloria y alabanza a su Santísima Madre”.

La Santísima Virgen María, que reina gloriosa en cuerpo y alma desde el cielo, fue elegida madre de Jesucristo; de sus entrañas habrá de nacer el Mesías. Por eso Dios colocó entre ella y el espíritu del mal enemistades sin límites. Loor y alabanzas sin fin sean dadas a María y al Altísimo en este gran día: ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a María Inmaculada!

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El color litúrgico de la Inmaculada

Ni el blanco, que es alegría;
ni el color negro, que es pena;
ni el verde, expresión terrena
de quien espera y confía;
ni el morado, que es tristeza;
ni el rojo, signo encarnado
del mártir y del soldado,
simbolizan tu pureza.

Y como en el miserable
mundo no exista color
que exprese bien el candor
de este misterio adorable,
la Iglesia, en su amante anhelo,
sube a su Trono a pedir
matices, para lucir
el azul puro del cielo.

                          C. y  O.

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Inmaculada Concepción. Franz Ignaz Günther

Historia del dogma de la Inmaculada Concepción, por Pascual Rambla, O.f.m.