Canto al hábito dominico

Canto al hábito

Yo tengo un hábito, blanco
como una vida que empieza
y, como un grito de muerte,
lo cubre una capa negra.
Y es perfecto, que al mirarlo,
vida y muerte se recuerdan
y vida y muerte se hermanan
y se amigan y se besan.
Y no es ya la muerte signo
de terrores y tristezas,
no es ya ni muerte tan sólo,
que es ¡puerta de vida eterna!

Yo tengo un hábito blanco
como una vida que empieza,
que por amor a la muerte
se cubre con capa negra.

Vida y muerte de la mano
Juntas por la misma senda.
¡Qué meditación tan honda
mi cuerpo sobre sí lleva!
La muerte, con sus abismos…
La vida, con sus promesas…

Blanco es el hábito mío
lo mismo que la azucena.
Y negro como la noche
de huracanes y tormentas.
Blanco, como la sonrisa.
Negro, como la tristeza.
Blanco como la alegría
y negro como la pena.
Blanco, como nieve virgen.
Negro, como la ilusión muerta.
Es blanco como la luna
y su cortejo de estrellas,
es negro como los vientos
gritando entre ramas secas…
Es blanco como la espuma
que el mar regala a la arena…
Es negro como el pecado,
—signo y cruz de penitencia—,
es blanco como la fe,
blanco como la pureza,
y porque quiso María,
—bendita Madre— que fuera,
es: ¡blanco como la Hostia
que el cuerpo del Hijo encierra!

¡Qué meditación más honda
mi cuerpo sobre sí lleva!

La vida y la muerte juntas
como alegres compañeras,
¡qué prodigio de equilibrio
y qué lección de prudencia!

Negro y blanco, muerte y vida
seguiréis siendo en la tierra,
pero en el cielo seréis
negro y blanco, ¡vida eterna!

   (Fr. José Mª Guervós, OP)

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Festividad de todos los Santos y Santas de la Orden de Predicadores

El perdón de los enemigos (un artículo del Padre Cueto)

Padre José Cueto, O.P.

El Perdón de los enemigos

Nada hay que se resista tanto al egoísmo humano; y, sin embargo, pocas cosos son tan características de la Religión cristiana. «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen», es la primera palabra que Nuestro Señor Jesucristo pronuncia en la Cruz. Por aquí comienza en aquella sagrada cátedra sus concisas y magistrales enseñanzas, repletas de sentido. Antes, dice el Vble. Fray Luis de Granada, que encomiende su Madre al Discípulo, y su espíritu al Padre, pide a éste perdón para sus mismos verdugos; y entre tantas cosas como había de proveer, la primera provisión es para ellos. ¡Cuán cierto es que nada nos mandó Nuestro Señor Jesucristo que Él no lo practicase antes! Maestro y modelo a la vez, no se limitó a enseñarnos nuestros deberes de palabra, quiso movernos a cumplirlos con su propio ejemplo. Por eso nos dice de Él el Santo Evangelio que «comenzó a hacer y enseñar». No tenemos, pues, legítima excusa. Es mandamiento de Nuestro Señor Jesucristo, sancionado con sus propios hechos, que amemos a nuestros enemigos y hagamos bien a los que nos aborrecen. No soñemos con salvarnos, si en esto no le imitamos. «Si perdonáis, seréis perdonados», nos dice a todos el divino Maestro.

El Padre Celestial no nos otorgará indulgencia de las culpas con que le ofendamos, sino a condición de que nosotros lo otorguemos de corazón a los que nos han ofendido. Ni se nos admitirá al altar a ofrecer sacrificio, si antes no nos reconciliamos con aquellos de nuestros hermanos que contra nosotros tuvieren alguna cosa. No basta pensar que perdonamos; es preciso quererlo, y quererlo de veras, con toda sinceridad, y ponerlo por obra. Temamos siempre mucho en esta materia no ser víctimas de ilusiones. Es tan difícil perdonar de corazón y sinceramente, «que las leyes apenas lo suponen nunca, y por eso excluyen ordinariamente de actuar en un juicio a las personas enemistadas». A los enemigos no los admiten las leyes ni para denunciar, ni para acusar, ni para ser testigos. ¡Cuánto dice esto, y cuán poco, sin embargo, se tiene en cuenta! Debíamos temblar ante el solo propósito de salir por los fueros de la verdad y de lo justicia misma, en toda ocasión que advirtiésemos en nosotros algún sentimiento de aborrecimiento y antipatía hacia las personas contra las cuales nos ocurriese proceder. Porque seguramente no alterará lo esencia de los cosas pensar, así por alto nada más, y de una manera vaga y sin ahondar en el asunto: «no me mueve odio alguno; ni deseo de venganza, ni intención de hacer daño; únicamente me propongo lo gloría de Dios, el bien común, la realización de la justicia». ¡Ay, que no echemos de ver el sofisma en que envolvemos nuestra propia conciencia! Tales nos figuramos falsamente que son los móviles o que obedecemos; pero allá, en el fondo de nuestro espíritu, existen otros muy diversos, que son los que triunfan en lo contienda y se llevan la eficacia y se arrogan el imperio y dan el impulso que nos mueven y deciden y hacen poner manos a la obra.

De todos los odios y venganzas este es el de peor linaje, y el más repugnante, el que se escuda con la gloria de Dios, el bien de la Religión y el triunfo de la Justicia.

Grabemos todos en el fondo de nuestra almo la primera Palabra de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz y tengámosla como ley de nuestras acciones, como regla de nuestra conducta, y habremos resuelto el problema de la paz en los pueblos, en las familias y en cualquiera otra suerte de colectividades.

+ FR. JOSÉ
Obispo de Canarias

Publicado en diferentes medios de la prensa local grancanaria con motivo del centenario del nacimiento del Padre José Cueto.

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Siervo de Dios Padre José Cueto, O.P., Obispo de Canarias

Virgen Morena (a la Virgen de Candelaria)

Virgen Morena

La ponemos Candelaria
la Virgen se lo ganó,
porque nació morenita
sin haberle dado el sol.
(Copla popular)

Los frailes blancos
a Ella cuidan.
Blanca es la torre
de la basílica
y la gaviota
que hasta allí emigra.
De cal las casas;
la playa es limpia;
la tierra es gruesa,
honda y caliza.

Dentro del templo
se santifica
un mármol puro
que luz irisa.
La Candelaria
está vestida
con trajes claros
y alba toquilla.

Corona, sol,
andas, reliquias,
cetro y encajes
áureos brillan.
Moreno el Niño,
y en sus manitas,
a un pajarillo
de oro anida.

Todo es pureza
y candor de isla:
¿por qué la Virgen
es morenita?

           Manuel Perdomo Alfonso

                 (Foto gentileza de David González)

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Enlace de interés: Los dominicos en Candelaria

La familia Dominicana

La familia Dominicana

España fue la tierra escogida por el Señor para que viese la luz Santo Domingo de Guzmán. «Esa luz, dice un ilustre escritor del siglo fenecido, fue encendida por primera vez en la frente de Santo Domingo, niño, en forma de resplandeciente estrella». Estrella, símbolo del carácter distintivo de su Orden, que ostenta como mote en su escudo heráldico una mágica palabra, Veritas, reflejo del Verbo del Padre celestial; y la verdad dilata e ilustra las inteligencias y educa y enaltece los corazones, libertando a aquéllas de las nieblas del error y a éstos del ominoso yugo de las pasiones: «Veritas liberabit vos».

Lucere et ardere, blasón que les dio Juan XXII. La Orden del antiguo Canónigo Regular y Arcediano de. la catedral de Osma, después evangelizador del Mediodía de Francia contra los multiformes e impíos errores de los Albigenses, es la primera que se propuso por objeto la predicación, misión capital de los apóstoles y sus sucesores los obispos: Id y enseñad a todas Las gentes: Ite et docete.

Y tan sin fronteras fue el celo y tan gigantescos expansivos los bríos con que los Hijos de Domingo comenzaron desde su infancia a recorrer el camino de la siembra de la palabra de Dios, que la tradición refiere que ya en los albores de la Orden, al dirigirles Honorio III un Breve laudatorio, quiso comenzar: «A nuestros amados Hijos en Cristo los Hermanos (Frailes) que predican en…»; y como su memoria, su diestra y su pluma se fatigaban en querer enumerar las varias regiones teatro de su celo, cortó por lo sano en aras de la brevedad, escribiendo: «A nuestros amados Hijos en Cristo los frailes Predicadores: Salud y bendición Apostólica». Con ello quedó ya canonizada la augusta misión apostólica y docente que caracterizó ab incunabulis a los Hijos del más ilustre de los ilustres Guzmanes españoles, y que ellos han difundido y perpetuado ore et cálamo, sin los desmayos del pesimismo, por los ámbitos del orbe en el espacio de siete centurias. El odio a la herejía y la consiguiente defensa, científica y ardorosa, del dogma y la verdad, son sus características: Púgiles fidei et vera muudi lumina apellidólos en otra ocasión el repetido Honorio.

Y el benedictino Bto. Urbano V, aún en ocasión poco favorable para la Orden, hizo de ellos este lacónico, pero compendioso elogio: «No me acobardan las herejías ni sus ramificaciones, mientras subsista en pie de guerra esta Orden».

Nos explicamos perfectamente el natural asombro de un ilustre miembro de la preclara Compañía de Jesús, el elocuente orador P. Félix, al contemplar la colosal grandeza de la Orden dominicana. Superan la cifra de cincuenta mil (!) (y no se tome a hipérbole) los Mártires que la han fecundado con su sangre, y tenemos entendido se está tramitando en Roma el proceso de Beatificación de mil trescientos del Japón. —¿Misioneros no Mártires? Sabe su número Aquel que cuenta las arenas del mar: valga por todos San Vicente Ferrer, el Ángel del Apocalipsis, la trompeta del Juicio final, apóstol de Valencia, España y media Europa.

Y aparte de este nuevo Elías y Bautista del siglo XIV, los pies evangelizadores de los Hijos de Domingo han encallecido en sus correrías apostólicas por la culta Europa como por las regiones antípodas: su celo devorador hales hecho plantar sus tiendas lo mismo entre los infecundos hielos árticos que en los calcinados arenales de la zona tórrida.

Y han fijado la Cruz redentora en las atrevidas crestas de los alcores coronados de nieve virgen, donde asoma su búcaro descolorido y enfermizo la Campanilla blanca, flor del hielo, en busca de las tibias caricias de un sol de invierno, y en las profundas cuencas de los valles, donde germina lozana y luce sus colores amarillo y rojo la Primavera, primer adorno con que se engalana la naturaleza al advertir la proximidad de la estación florida: ¡oh!, «¡cuán graciables son los pies de los que evangelizan la paz y el bien!»

Y, ¿hay Maestros en esta Orden, docente por antonomasia? Ahí está Alberto Magno, Doctor universalis, que es legión. Y el nombre augusto de Maestro General ostenta el supremo Jerarca de la misma, en una áurea cadena de 79 eslabones, arrancando del Querúbico Patriarca y terminando hoy en el Rmo. P. Gillet: Y 13 de ellos son españoles, entre los cuales descuella el tercero, el por varios títulos insigne catalán San Raimundo de Peñafort, canónigo de Barcelona, Penitenciario de Gregorio IX, eminente canonista, compilador de las Decretales, co-fundador de la Orden de la Merced y modelo de desprendimiento, desinterés y humildad, pues renunció sin dolor y generosamente el Magisterio General de la Orden y rehusó el Arzobispado de Tarragona para vacar a la oración y al estudio, entre cuyos castos placeres murió casi centenario en la nobilísima Barcino, su patria, que se enaltece con la memoria de tan excelso hijo: canonizóle Clemente VIII en 1601.

Además, en el catálogo de los Maestros Generales figuran, aparte del Patriarca y el repetido Peñafort, varios Bienaventurados, y sabios muy eminentes, más un Papa, el Bto. Benedicto XI, diez cardenales, varios arzobispos y obispos, Legados a Latere, Nuncios Apostólicos, Inquisidores Generales e insignes Padres de todos los Concilios ecuménicos del siglo XIII acá: en la Orden son muchos centenares los cardenales y obispos. Y ha tenido la Orden muchos insignes confesores de Reyes. Y han prestigiado la Sede Apostólica cuatro hijos del querúbico Patriarca, el Bto. Inocencio V, el Beato Benedicto XI, ya citado, San Pío V, que cierra con aristocrático broche de amatista el áureo catálogo de los Papas canonizados, y el Venerable Benedicto XIII (Príncipe Orsini). Y exigencias del laconismo nos vedan apuntar siquiera las eminencias del catálogo de Maestros del Sacro Palacio, importantísimo cargo y alta dignidad de la Orden a través de siete centurias, arrancando esa especie de dinastía del propio Domingo.

Y, ¿tiene sabios tan egregia Orden? Su solo y desnudo índice ocuparía muchas paginas: valga uno por un ejército: Tomás de Aquino, titán de la Metafísica, querubín de la Teología, Príncipe del Escolasticismo, que tras de siete siglos sigue empuñando en su vigorosa diestra el cetro de la ciencia divina: el Tridentino, que en el estrado presidencial colocó a la derecha del Crucifijo la Sagrada Escritura, colocó a la izquierda al mismo—¡honor insigne!—la Suma del Santo: «Consulamus divum Thomam», clama la Iglesia en los casos difíciles y espinosos, y todos los gloriosos Pontífices de nuestra época rivalizan en proclamar y dilatar su Dictadura científica, que no tiene peligro de languidecer.

¿Y artistas? De su dilatada serie no mencionemos sino al Beato Angélico de Fiésole (el celebérrimo Fray Angélico), celoso de la pintura espiritualista y mística, cuyos maravillosos frescos, con sus ángeles y vírgenes ideales, parecen anticipamos las delicias paradisíacas.

Y lo apuntado, nada más que ligerísimamente apuntado, y lo que la brevedad nos obliga a silenciar, no es más que un pálido reflejo de la primera Orden dominicana, primera por el sexo más noble y por los honores divinos del sacerdocio, pues no fue cronológicamente la primera engendrada por el regalado Capellán de la Virgen y simpatiquísimo Patriarca del Rosario, ariete formidable contra la herejía albigense y contra las de todos los tiempos sucesivos.

La primera fundación del Santo Patriarca fue el Monasterio de Proville, cabe Franjaux en Francia, refugio de doncellas nobles perseguidas por los herejes, y fue el origen de la Segunda Orden venero de santas vírgenes y viudas. Y de la Tercera Orden de Penitencia bástenos citar uno de los nombres más gloriosos del sexo femenino, Santa Catalina de Sena, que nos atreveríamos a llamar la mujer fuerte del siglo XIV, pues fue sostén, confidente y Embajadora de los Papas Gregorio XI y Urbano VI, y consejera de cardenales y obispos, y hasta de su director y confesor el Beato Raimundo de Capua, su hermano de hábito.

¡Colosal es la grandeza de la Orden de Predicadores! Como su hermana gemela la Orden Seráfica, en sus tres ramas cuenta con varios centenares de Santos, Beatos y Venerables, con príncipes y magnates, así como multitud de sabios, eminencias y notabilidades, tanto en sola la rama femenina (Segunda Orden) como con los dos sexos de la Tercera, así claustral como secular.

Si «el hijo sensato es la gloria del padre», ¿cuántas y cuán grandes son las glorias del querúbico Patriarca, que se alegra con la sabiduría y santidad de tantos hijos santos y sabios? Al contemplar asombrado tan magnífica visión de celestial ensueño, una santa envidia nos trae a las mientes las palabras de un Profeta: «¡Muera yo con la muerte de los justos, y sean mis postrimerías semejantes a las suyas!»

Jose Erice Espelosin, Canónigo Arcipreste de Mondoedo.
Hormiga de Oro, agosto de 1932.

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Festividad de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores

La Orden de Predicadores en La Palma, una reseña histórica

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Corría el año de 1529 cuando llegaron a esta isla con el propósito de fundar un convento de la orden de Predicadores los hijos de Santo Domingo de Guzmán que tanta gloria habían dado y siguen dando a la Iglesia Católica a través de la conservación y enseñanza de la cultura y bajo el celo apostólico del Santo de Caleruega. Fueron los primeros religiosos que pisaron la tierra palmera Fray Domingo de Mendoza, vicario de la Orden en Canarias, Fray Fernando de Santa María, Fray Pedro Escobar, procedentes del Convento de San Pablo de Córdoba y dos religiosos más cuyos nombres propios no he podido comprobarlo.

Habiendo pedido licencia al Cabildo de La Palma, para ocupar y reedificar la ermita de San Miguel de las Victorias y habiéndola obtenido comenzaron las obras de la edificación del monasterio y arreglo de aquella levantada por el primer Adelantado Fernández de Lugo. Así pues ya en 1530 en los terrenos adquiridos junto a San Miguel se comenzó la obra del que seria el mejor centro cultural de la isla y desde donde algunos llegaron a llenar en sus biografías, honra y grandeza de su tierra.

El emperador Carlos V había concedido su licencia por medio de la Real Cédula de 28 de septiembre de 1538 rogándole al Deán y Cabildo catedralicio de Canarias se les permitiese a los dominicos edificar un monasterio bajo la advocación de San Miguel de las Victorias. El Emperador tuvo que dar una nueva Real Cédula el 10 de febrero de 1540 dirigida al gobernador de Tenerife y al de La Palma don Juan Verdugo para ser informado de la conveniencia o no de la fundación, mientras tanto los dominicos sostuvieron litigio con el Cabildo que se había opuesto y fueron ayudados por los vecinos, principalmente por el noble flamenco don Luis Van de Walle.

Vino a La Palma el obispo de Canarias don Alonso Ruíz de Virnés para poner fin a esta cuestión, haciendo valederas las reales cédulas a favor de los dominicos pasando al sitio ocupado por el monasterio el 10 de junio de 1542 y dando posesión de las obras y de la ermita a Fray Pedro Escobar ante el notario eclesiástico don Diego García.

Por el testamento otorgado por doña María Cervellón el 15 de abril de 1570 ante don Bartolomé Morel manifiesta esta señora que con su esposo don Luis Van de Walle deja cuatro hijos y que uno de ellos tomó el hábito y profesó en dicho monasterio y se llamó Fray Miguel, y que en vida de sus padres han hecho entrega de la herencia proporcional que le correspondía a su hijo y que sumo la fuerte cantidad de mil quinientas doblas. Verdadera fortuna que es lógico suponer fueran invertidas en obras del monasterio y de la Iglesia.

En el interior del convento aún podemos ver el precioso artesonado del techo en madera sobre-dorado, un tanto descuidado por su antigüedad y es en la capilla denominada del Capítulo, fundada por don Pedro de Sotomayor Topete, como asimismo en el interior está la capilla de la Media Naranja por don Felipe de Lezcano y Gordejuela.

La Iglesia fue hecha con amplitud elegante y ricos altares fundados por los Santa Cruz, la Hermandad del Rosario en Van de Walle. Existen en ella espléndidas pinturas flamencas haciendo de esta iglesia un verdadero museo de arte; aunque hoy en general, salvo las pinturas que han sido restauradas, la Iglesia no tiene el cuidado que requieren las obras antiguas tan propicias al deterioro. Del origen de las pinturas no existen documentos fehacientes, desgraciadamente.

El año de 1640 los dominicos se apoderaron del santuario de las Nieves, sin ninguna clase de licencia, con objeto de fundar en aquel maravilloso y recoleto lugar un convento, pero el clero superior y el pueblo les hicieron abandonar la idea. Quizás hubiese sido un bien pero por el camino que tenía que llevar o habiendo llegado a una razonable inteligencia.

El convento poseía gran cantidad de tributos y mandas pías siendo muy importante la dejada por don Cristóbal Pérez Volcán de «seis mil duros». Las principales disciplinas que se explicaban eran Latín, Arte, Filosofía y Gramática castellana.

Por escritura otorgada ante don Francisco Mariano López a 1 de agosto de 1738 el Cabildo cedió al convento 75 fanegadas de tierra en Garafía para sostener los estudios primarlos, al parecer estos estudios fueron un tanto abandonados por parte de los religiosos que el año 1802 siendo síndico personero don Luis Van de Walle y Llarena hizo reclamación al padre provincial.

Por la Ley de Mendizábal de 1836 fue suprimido el histórico convento siendo prior Fray Antonio del Castillo. En 1869 lo remató al Estado don Blas Carrillo Batista. En 1932 lo compró el Cabildo de La Palma con el fin que tiene hoy, la edificación del Instituto de Segunda Enseñanza.

Convento de las Catalinas

Fue fundado por don Alonso de Castro Vinatea y su esposa doña Isabel de Abreu, previa licencia Legado apostólico y del ministro provincial de la orden cediendo para ello su casa cercana al convento de la orden de Predicadores por escritura otorgada a 13 de enero de 1624 ante don Tomás González reservándose para sí y sus descendientes el Patronato, y que no se pudieran admitir monjas en este convento sino de acuerdo con los fundadores, reservándose una plaza para una religiosa pobre que elegiría el patrono.

El convento y su iglesia costaron veintidós mil ducados. El reverendo Fray Bernardo de Herrera, provincial de la orden dominicana, dio licencia a petición de los fundadores para que algunas religiosas del monasterio de Santa Catalina de La Laguna pasaran a hacer la fundación en esta nueva casa. Fueron: Sor María de San Diego, del convento de Santa María de la Pasión de Sevilla, priora; Sor Leonor de la Concepción, sub-priora; Sor Ana de San Pedro Estrada, maestra de novicias y Sor María de San Jacinto y Portera entraron en clausura con algunas .jóvenes de esta Ciudad el 22 de julio de 1626.

A la muerte del fundador, su esposa doña Isabel de Abreu profesó con el nombre de Sor Isabel del Espíritu Santo Abreu y contando ya en 1.669 con treinta y ocho religiosas. Haciéndose por tanto insuficiente solicitó la priora extenderse hacia el poniente hasta la calle de San Miguel, a la cual accedió el Cabildo, costeando la comunidad los gastos del ensanche y desmonte de la calle de las Zarzas a todo lo cual accedió el Cabildo en acuerdo de 25 de enero de 1669 y fue aprobada por el Iltre. corregidor don Juan García Sánchez.

La iglesia se aumentó hacia el norte, y el naciente restándole anchura a la calle de la Luz por acuerdo del Cabildo a 20 de noviembre de 1705 designando a don Juan de Guisla y a don Juan Agustín de Sotomayor para señalar la parte a ocupar de la calle.

Sobre el Patronato de este Convento hubo litigios entre los hermanos Vinatea, don Juan y Fray Cristóbal y don Juan Domingo de Guisla Bot.

Este monasterio fue suprimido el 20 de abril de 1837 siendo abadesa Sor Juana Méndez. Por R. O. de 15 de febrero de 1843 lo cedió el Gobierno al Ayuntamiento para cárcel de partido y actualmente en nueva edificaciones a colegios de enseñanza primaria.

Sin hijos, don Tomás de Sotomayor Fernández de la Peña vendió por escritura otorgada ante don Melchor Torres Luján el 1 de noviembre de 1886 a don Domingo Cáceres Kábana, por valor de quince mil pesetas.

El filántropo don Domingo Cáceres Kábana al no llegar a un acuerdo con el obispo de Tenerife monseñor don Nicolás Rey Redondo para hacer una fundación, se dirigió al obispo de Canarias don José Cueto y Díez de la Maza, tomó con gran satisfacción la idea del señor Cáceres, pues acababa de fundarse la Comunidad de las Dominicas de la Sagrada Familia y siendo también el obispo dominico llegaron a un acuerdo con la madre fundadora Sor Pilar de la Anunciación.

Don Domingo Cáceres Kábana por su testamento otorgado en esta ciudad ante el notario don Aurelio Govea Rodríguez a 26 de junio de 1907 instituye heredera a su finca “La Palmita”, a dicha orden dominicana.

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El 20 de febrero de 1908 llega a La Palma la fundadora madre Sor Pilar de la Anunciación, Sor Jesusa del Niño Perdido, Sor Margarita de la Coronación y Sor María Luisa para organizar la fundación que se hizo efectiva el 19 de abril del mismo año con las religiosas Sor Mercedes del Nacimiento, superiora, Sor Ceferina de Santo Domingo, Sor Rosa del Nino Jesús, Sor Amada de la Cruz, Sor Imelda Sambertini y Sor Clemencia de la Oración en el Huerto. Comenzando las clases el 1 de mayo de 1908 con once niñas.

Al hacerse la fundación la casa era completamente distinta a la primitiva que sólo tenía una planta que corresponde a la altura en que hoy esta el segundo piso, era un edificio con seis ventanas en estilo canario y en el extremo norte un pequeño balcón con columnas de madera y tejado, delante de esta casa hizo el señor Cáceres las alegres galerías en dos cuerpos y al centro y a los extremos los tres pabellones salientes.

Los que hemos conocido «La Palmita», hace más de treinta años tenemos de ella el recuerdo de un rincón paradisíaco, la finca de verdes plataneras, cuajada de elegantes palmeras reales, frondosos naranjos y perfumados jardines de rosas, con el embelesador sonido de la cascada de agua bajo la masa sombría de las pomarrosas centenarias.

Hoy todo es distinto, como un proceso biológico la ciudad ha crecido y como consecuencia, la finca, está urbanizada por amplias calles y edificios. El arquitecto padre Coello de Portugal, honra de la orden en España, está terminando un soberbio edificio con magnífica capilla en la que está el sepulcro del fundador, amplias naves para la segunda enseñanza e internado.

Al ver la parte que queda del antiguo colegio nos evoca al recuerdo y al cariño de la madre Agustina, madre Magdalena ya en el cielo y la anciana y siempre afable madre Adela del Salvador.

Manuel Poggio y Sánchez. El Eco de Canarias, mayo de 1970.

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Colegio dominicas La Palmita

Enlace recomendados:

Historia Colegio de Santo Domingo de Guzmán, «La Palmita». Santa Cruz de La Palma (I)

Historia Colegio de Santo Domingo de Guzmán, «La Palmita». Santa Cruz de La Palma (II)