A Nuestra Señora del Silencio

Nuestra Señora del Silencio, Patrona de los sordos. Esta imagen se encuentra en la Parroquia de Santa María del Silencio (Madrid).

Tú, que oyes nuestras voces, aunque no hablemos, pues comprendes en el movimiento de nuestras manos el lenguaje de nuestros corazones. No te pedimos, Señora, que nos des la voz y el oído para nuestros cuerpos, sino que nos concedas entender la Palabra de tu Hijo, y llegar a Él con amor, para la salvación de nuestras almas. Queremos amar nuestro silencio para evitar la calumnia, el odio y el pecado y, callando, dar testimonio de nuestra Fe. Queremos ofrecerte el silencio en que vivimos para que todos te llamemos Madre y seamos verdaderos hermanos, sin odios, ni rencores, como hijos tuyos. Te rogamos traduzcas nuestro arrepentimiento ante tu divino Hijo, en la hora de la muerte, para que en la otra vida podamos oír y hablar cantando tu alabanza por toda la eternidad.

(Oración compuesta por dos personas sordomudas en 1972).

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Enlace recomendado: Santa María del Silencio (Parroquia de personas sordas y sordociegas)

Al Santísimo Cristo de Tacoronte (Plegaria)

Plegaria

¿Te vas, señor?
Parece que caminas
levantando tu cruz como bandera.
Caudillo, adelantado, que nos hablas
de luchas y de guerras.

Espera que te hable…
Que he venido
a contarte mis penas…
A pedir por aquellos que no piden…
Que de tí no se acuerdan,
hasta que ven muy cerca la desgracia,
o la sombra fatal, tétrica y negra
del infortunio roza sus mejillas;
o en sus tapias acecha
la segadora del caballo ciego
y la guadaña intrépida…
La que corta las flores más altivas
y las flores modestas.

Por los que alguna vez vienen a verte
y te saben rezar a su manera,
yo te pido, Señor,
el de la cruz en forma de bandera.

Por los que un sol de invierno ha calcinado
y fascina la voz de la sirena.
Los que no ven la luz de un cielo claro
por no elevar sus ojos de la tierra.

Por los que ignoran que esta vida es paso
y ruta a las estrellas.
Los que no ven la espina entre la rosa
ni la marcada huella
del reptil por el polvo menudito
de la vereda estrecha.
Los que no oyeron en su blanca cuna
una canción de nardos y azucenas.
Por los que llevan el amor oculto
en un mar de tristezas.
Por los que llegan sólo para verte
y no pasan tus puertas,
porque les da pavor esa mirada
que a mí me infunde amores y clemencia…
Por todos, que son hijos de tu sangre.
Por todos mi plegaria.
Tu bandera.
Capitán de un ejército ecuménico,
en marcha está.

¡Alerta!
Y ya sabemos que el vivir es eso:
¡Vivir es dura guerra!

                 A. Ureña, Salesiano.

Festividad de San José de Cupertino, fraile franciscano conventual

San José de Cupertino, fraile franciscano conventual

La familia religiosa del Seráfico padre San Francisca de Asís, en la rama más antigua de su primera Orden, llamada de Menores franciscanos conventuales, celebra la fiesta de este santo, singular premio por sus virtudes —humildad y paciencia ante las humillaciones y los fracasos— y por los dones que recibió del Señor. Nació José María Desa el año 1.603, en la localidad italiana de Cupertino, de la provincia de Lecce, de padres pobres y religiosos que educaron a su hijo en el santo amor a Dios. En su deseo de ofrecerse al Señor, intentó ingresar en la religión capuchina, más hubieron de despedirlo por su ineptitud para los oficios; no desistió el joven y solicitó su ingreso entre los padres conventuales, quienes movidos de la bondad del postulante, le admitieron como hermano lego. Más tarde, a causa de su excelente comportamiento y por especial disposición del Señor, le hicieron estudiar y a los 25 años se ordena sacerdote. Sus virtudes, los favores que recibía del cielo y otros prodigios  —arrobado de éxtasis, levitaba a grandes alturas— hacían que la gente acudiera, a su pesar, en tropel a venerarlo. Más de sesenta fueron los éxtasis públicos, con la particularidad de que cesaban a la voz de la obediencia. Su paciencia era inagotable, ya que muchos le atacaban por su sencillez, por su humildad y por su extremada pobreza; y vivió muchos años con grandes tribulaciones, de las que le libró después el Señor, llevándolo al descanso eterno desde Osimo el 18 de septiembre de 1663, cuando contaba sesenta años. Sus últimas palabras fueron para la Virgen: Monstra te esse Matrem: Muestra que eres mi Madre. Contaban los frailes que aquel perfume milagroso que indicaba su presencia en los conventos se difundió en ese momento y duró muchos años. Conocido como «el santo volador» es, además, considerado patrono de los estudiantes, pues sus oportunas invocaciones a la Virgen le bastaban para lograr prodigios de sabiduría en los exámenes.

Protector de los examinandos 

Vivió San José de Cupertino en el siglo XVII (1603-1663). Joven todavía, y vencidas ya no pequeñas dificultades motivadas por su escasísima aptitud para las letras, fue admitido en calidad de lego en la Orden de Franciscanos Conventuales y destinado inmediatamente al convento de Santa María della Grotella, cuyos religiosos diéronse muy pronto cuenta del gran tesoro que Dios les había confiado, que a las reiteradas y a las justas instancias de ellos debió el Santo la singular merced de ser admitido entre los religiosos del coro, a pesar, según hemos dicho, de su poca disposición para el estudio.

Por su parte, haciéndose cargo el joven Religioso de sus nuevos deberes de estudiante, dióse con ánimo esforzado a observarlos, y después de mucho trabajo y diligencia pudo penetrar algo en el conocimiento del latín y aun a traducir con seguridad aquel fragmento del Evangelio, donde, entre otras cosas, se leen aquellas tan conocidas palabras: Beatus venter qui te portavit.

Preparado de esta suerte y puesta toda su confianza en la Santísima Virgen presentóse para recibir el Diaconado, siendo de advertir que la primera clerical tonsura, las cuatro Órdenes menores y el subdiaconado los recibió sin previo examen, atendida su pura santidad. Era el señor Obispo de Nardó, D. Jerónimo de Franchi, quien debía conferirle tal Orden, y lo hubiera realizado pasando por alto el requisito del previo examen, a no habérselo recordado uno de los que le acompañaban. Por este motivo se dispuso aquel Prelado a cumplir los sagrados Cánones, y a tal fin abrió al azar el libro de los santos Evangelios, señalando como materia para el examen el pasaje que tan providencialmente se había ofrecido, esto es, el único ya citado, que el Santo conocía con perfección. Tradújolo el humilde religioso y lo comentó luego con tan santa maestría, ponderando las excelencias de la Virgen, que dejó al Obispo sumamente satisfecho y admirados a los demás presentes.

Pero mayores y hasta humanamente insuperables eran las dificultades con que parecía haber de tropezar para recibir el Presbiterado, pues, dada la fama de riguroso que tenía el señor Obispo de Castro, Don Juan Deti, era de temer que por esta vez saliese mal parado el Santo, y esto le habría sucedido a no contar con la protección y amparo de la Santísima Virgen, la cual le infundió tal ánimo que se presentó con toda confianza a exámenes en compañía de otros ordenandos de su Instituto muy aprovechados en ciencias divinas y humanas. Preguntó el señor Obispo a varios de los mismos con el rigor que acostumbraba, y deduciendo, luego, de la notoria aptitud de los ya examinados la de los que quedaban todavía por examinar, entre los cuales estaba San José de Cupertino, dejó de preguntar a estos últimos, dándose por satisfecho de todos.

Pedro Mártir Bordoy i Torrents

Oración

Querido Santo, purifica mi corazón, transfórmalo y hazlo semejante al tuyo, infunde en mí tu fervor, tu sabiduría y tu fe. Muestra tu bondad ayudándome y yo me esforzaré en imitar tus virtudes. Gloria…

Amable protector mío, el estudio frecuentemente me resulta difícil, duro y aburrido. Tú puedes hacérmelo fácil y agradable. Esperas solamente mi llamada. Yo te prometo un mayor esfuerzo en mis estudios y una vida más digna de tu santidad. Gloria…

Oh Dios, que dispusiste atraerlo todo a tu unigénito Hijo, elevado sobre la tierra en la Cruz, concédenos qué, por los méritos y ejemplos de tu Seráfico Confesor José, sobreponiéndonos a todas las terrenas concupiscencias, merezcamos llegar a El, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

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San José de Cupertino, por José María Feraud

La Virgen de las Angustias (Recuerdo de Granada)

La Virgen de las Angustias

(Recuerdo de Granada)

Allí donde cerrada
De perlas y de aromas
Yació vilipendiada
Y esclava la mujer;
Allí donde los moros
Gozaron sus amores
Y alzaron entre flores
El Templo del Placer;

Al pie de la colina
Que aún muestra por corona
La Alhambra granadina,
Palacio del Amor,
Alzaron los cristianos
Morada más divina:
La casa de la Virgen,
El Templo del Dolor.

En él está la madre
De todos los que lloran…
Rendidos a sus plantas
Estáticos le adoran…
La tímida doncella
La busca por dechado:
Perdón aguarda de ella
La triste que ha pecado.

La lluvia providente
Le pide el campesino;
La vuelta del ausente
La esposa del marino;
Salud el pobre enfermo,
Victoria el campeón:
El huérfano infelice,
Fiado en su amor santo,
«¡Ampárame (le dice)
Debajo de tu manto!»

Demándale el pechero
Que postre a su enemigo;
Justicia el caballero….
Consuelos el mendigo,
Puerto seguro el náufrago.
El vate inspiración.

Y al ver aquellas lágrimas
Que en las mejillas mustias
De la celeste Madre
Revelan sus Angustias,
Todos los tristes hallan
Alivio a su penar.

Que es el dolor la fuente
Del bien y la alegría,
Y de la cruz pendiente
El Hijo de María
Trocó en mérito y gloria
La dicha de llorar.

                         Pedro Antonio de Alarcón (S. XIX)

Nuestra Señora de la Soledad de la Portería, leyenda dorada

Mas, entre tantas Imágenes de Soledad existentes en las Islas, resalta y tiene encanto especial la del Convento de San Francisco de Las Palmas, conocida con el nombre de Virgen de la Portería.

El origen de esta Imagen lo encontramos también arropado con una leyenda delicada, que, de padres a hijos y de boca en boca, ha llegado hasta nosotros.

Cuentan, que, allá por los años de la conquista de Gran Canaria, se paseaba, por el puerto de la ciudad de Cádiz, una señora enlutada, con una pena profunda en su alma resignada. Buscaba embarcación para la isla recién conquistada, porque quería hacer llegar a los Padres Franciscanos de la misma un encargo misterioso.

Ella, con rostro suplicante, se dirige al capitán de unas de las naves, que estaban prontas a zarpar. Mas el patrón, lleno de altivez y sin hacer caso a la petición de la señora, suelta las amarras de su barco y se hace a la mar. Y comienza a navegar rumbo hacia el sur. Pero de pronto, Y de un modo inesperado, le sorprende una tormenta y se ve obligado a volver al puerto, de donde había salido.

Por segunda y muchas veces más vuelve a hacerse a la mar, y otras tantas tiene que refugiarse, porque nuevas tormentas le obligan a ello.

La señora enlutada insiste en su petición; y el marino, ya sin la altivez de antes, acepta en su nave el embalaje. Recibirlo y cesar los obstáculos a la navegación, todo fue uno.

A los pocos días el marino, – tranquilo, como el mar, arriba al puerto de las Isletas con toda felicidad. A toda prisa se encamina al Real de Las Palmas y entrega su encargo al Convento de San Francisco.

En presencia del Guardián, Discretos del Convento y de los hombres de la mar, se abre el baúl del misterio. Y ¡oh sorpresa!, aparece, ante las miradas de todos, una Imagen de María; y comprueban con sus propios ojos, como ella tiene la misma cara, los mismos vestidos de luto, y hasta la misma pena de aquella señora enlutada, que días atrás se paseara por el puerto de Cádiz.

¡Era la Virgen de la Soledad, o de la Portería, del Convento de San Francisco de las Palmas!

Veracazorla. B.O. Diócesis de Canarias, 1981

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Soneto a la Virgen de la Soledad

Pasas muda, florosa y enlutada;
y al ver esa piedad con que me miras
sé que ruegas por mí y por mí suspiras;
por mí, que soy ceniza, polvo, nada.

Dame tu llanto lágrima sagrada,
para salvarme del mundo y sus mentiras.
Yo, pecador, hallo en la fe que inspiras
un consuelo a mi alma atormentada.

El Dolor es contigo, y me arrepiento
de ser causa de él, por tener parte,
pues soy hombre y culpable en el delito
de alzar la cruz, y en mi interior la siento.
Mas su signo se trueca en mí baluarte
y tu dolor está en mi cruz inscrito.

                          Luis Benítez Inglott