San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, dos héroes de la Caridad

San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac

San Vicente y Santa Luisa de Marillac, dos heróes de la Caridad

Alguien se atrevió a decir que la caridad tiene un nombre divino con dos apellidos humanos. El nombre divino es Dios, porque Dios es caridad. Los dos apellidos humanos son: San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac. La frase, aunque a primera vista parezca atrevida, tiene, sin embargo, un fondo de realidad. El nombre y los apellidos de una determinada persona, aunque entre sí sean diferentes, son, sin embargo, dos signos de equivalencia, son como dos símbolos de una misma realidad, y aunque el nombre sea primero y los apellidos después, uno y otros nos conducen al recuerdo de la misma idea por que son dos caminos que se dirigen al mismo fin. Dios es caridad, dice San Juan, y quien permanece en caridad se identifica con Dios. Y con Dios se identificaron estos dos gloriosos santos cuyo lema fue siempre la práctica de la caridad. San Vicente y Santa Luisa fueron dos vidas paralelas que persiguieron siempre el mismo ideal. Por eso parecen dos flores que exhalan las mismas fragancias. Por eso sus propios nombres personifican y simbolizan la misma virtud de la caridad y son dos apellidos sinónimos que reclaman para sí aquella virtud real que es sinónimo de Dios.

San Vicente y Santa Luisa fueron como las dos manos de una misma persona, que a impulso de un mismo amor, acometen y realizan una misma empresa. Esa empresa fue la empresa de la caridad y el amor que la inspiró fue un amor del todo divino, es decir, aquel amor que en lenguaje teológico se llama Espíritu Santo. Existe un amor pagano, que obra sólo por motivos humano-naturales. Ese amor ni es divino ni es cristiano, porque prescinde de Dios, porque no obra por Dios. Ese amor no es caridad. Pecado sería colgárselo a Dios como apellido, pues tal apellido sólo tendría el injurioso sentido de un apodo. Ese no fue el amor con que amaron estos nuestros dos santos. Ellos bebieron la caridad en Dios mismo. Por Dios hicieron todo cuanto hicieron y en Dios se inspiraron para todas sus empresas, y Dios les dio su propio amor y su propia inspiración y por eso ellos fueron dos genios y todas sus obras fueron geniales y aun nos atrevemos a decir que fueron auténticas obras de Dios.

Ellos fueron, pues, digámoslo sin rodeos, las dos llamas divinas con que Dios reavivó el amor entre los hombres; ellos las dos manos de la Providencia que fajaron al mundo y lo envolvieron y arroparon con el manto de seda de la caridad. Por eso, el mundo entero, consciente de estos beneficios, los ha mirado siempre como la silueta de Dios y los ha aclamado, alabado y bendecido como aclama y alaba y bendice al mismo Dios.

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San Vicente y Santa Luisa (una misma pasión por los pobres)

El Carisma Vicenciano

“Fui forastero y me recibiste…”

La Familia Vicenciana celebra, a lo largo de este año 2017, el 400 aniversario del nacimiento del Carisma Vicenciano. A modo de pequeño homenaje, reproducimos el siguiente artículo¹ escrito con motivo de la otrora conmemoración del cuarto centenario del nacimiento² de San Vicente de Paúl (1581–1981). Ambas efemérides se encuentran estrechamente relacionadas, en espíritu y dinámica, incluyendo un mensaje social plenamente vigente:

IV Centenario de San Vicente de Paúl

Sin ruidos, sin aparatosidad ni espectacularidad, se nos ha metido por los pobres para adentro el IV Centenario del nacimiento de San Vicente de Paúl. Calladamente, sigilosamente, como una vida, como un servicio de amor sencillo y humilde. —Dicen que el bien no hace ruido, ni el ruido hace bien—. Por eso, quizá no lo entiendan más que los humildes y sencillos, los de corazón pobre; aunque no sepan definirlo: pero, ¿cómo definir el amor, una amistad, la fe?

Celebra el IV Centenario da San Vicente de Paúl toda la ingente familia vicenciana: su familia de misioneros paúles, Hijas de la Caridad, Voluntarias de la Caridad, las Conferencias de San Vicente de Paúl, todas las obras de inspiración vicenciana: su familia de todos los amigos de los pobres: y sobre todo, su familia que son todos los pobres, los hambrientos de pan y de verdad, los necesitados da cuidados corporales y espirituales, de salud y de amor. Los pobres de viejas y modernas pobrezas, a los que llega la acción vicenciana y a los que no llega todavía la acción vicenciana, porque aún siguen siendo insuficientes los obreros para tanta mies.

Por eso el IV Centenario de San Vicente de Paúl, no es una meta final, sino una llamada a zambullirse en ese impulso evangélico y a dejarse empapar en esa oleada de caridad suya, que se ha extendido por todo el mundo y llegar hasta las arenas de nuestra existencia concreta. No queremos celebrarlo como un homenaje, ni como un recontar avaramente una herencia familiar, sino como una experiencia de fe, tremendamente actual: como una participación en la experiencia de Dios y de los pobres que tuvo Vicenta da Paúl. Juan Pablo II, en carta al Superior General de la Congregación de Misión y da las Hijas de la Caridad, con motivo de este Centenario, lo recuerda: «La vocación de este iniciador genial de la acción caritativa y social ilumina todavía hoy el camino de sus hijos e hijas, de los laicos que viven de su espíritu, de los jóvenes que buscan el secreto de una existencia útil y radicalmente empleada en el don de si mismo. El itinerario espiritual de Vicente de Paúl es fascinante».

Quizá muchos se pregunten si todavía quedan pobres en nuestras ciudades de consumo y en nuestros campos semiabandonados. Quizá muchos seamos pobres-ricos, que no vemos las nuevas miserias que pululan debajo de nuestra mesa, como el Epulón no vela a Lázaro. Es cuestión de leer el Evangelio y el mundo como Vicente de Paúl, para percibir el latido de la pobreza, de las múltiples pobrezas de nuestro tiempo, porque al pobre no se le conoce más que en la cercanía, en el compartir el pan y el corazón con él. También a Vicente de Paúl le reprocharon que parecía que se inventaba a los pobres, cuando acercaba a los pobres a la conciencia de los poderosos.

UN SANTO MODERNO

Cuatro siglos son muchos años de pervivencia de una actualidad. Juan Pablo II sigue asegurando que «la mirada de contemplación a la epopeya vicenciana nos lleva a decir sin titubeos que San Vicente es un santo moderno». Y el mismo Santo Padre formula el reto: «¿Podemos imaginar siquiera lo que este heraldo de la misericordia y de la ternura de Dios sería capaz de emprender hoy, utilizando con acierto todos los medios modernos que tenemos a nuestra disposición? Su vida sería semejante a lo que fue: un Evangelio ampliamente abierto, con el mismo cortejo de pobres, de enfermos, de pecadores, de niños desgraciados, de hombres y mujeres que se pondrían ellos también a amar y servir a los pobres».

¡Un reto y una esperanza en medio de nuestro tiempo!: si acertamos a situarnos en su luz, descubriendo vitalmente el sacramento del pobre y a consentir en su fuerza de compromiso humano y cristiano.

Asusta su asombrosa actividad personal y su increíble capacidad de organización. Asusta, sobre todo, la fuerza expansiva de su espíritu a lo largo de estos cuatro siglos. Pero San Vicente tranquiliza: todo lo reduce al servicio humilde y sencillo, con la profunda intencionalidad e intensidad que da a estas actitudes. Todo lo demás lo harán los pobres, ellos mismos. Cabría pensar si los pobres lo llevaron a Dios, o Dios lo entregó a los pobres. Pero lo cierto es que Vicente de Paúl aceptó a los pobres como sus maestros y señores. Los pobres le cerraron todos los otros caminos, lo acosaron y lo empujaron, le hicieron amoldarse y crecer, superarse y renunciar, vivir en hondura y plenitud su propia existencia. San Vicente debe mucho más a los pobres, que los pobres a San Vicente. Y este es el reto que nos deja, —siempre es un riesgo encontrarse verdaderamente con los pobres—, pero es al mismo tiempo la esperanza que les queda a los pobres de que la ternura de Dios llegue hasta ellos.

UN HUMANISMO CRISTIANO

Los términos pueden estar gastados por el uso, pero entrañan una profunda realidad. A San Vicente se le ha estudiado mucho: su psicología, sus concepciones sociales, hasta su visión política. Incluso se ha estudiado su humanismo, separado de su cristianismo y su cristianismo, separado de su humanismo.

Pero si queremos descubrir los resortes íntimos, los dinamismos profundos de su acción caritativa y social, la fuerza superior que hoy nos puede comprometer auténticamente en el sacramento del pobre, tenemos que recurrir a sus inseparables coordenadas de vida y acción: primera, «hay que ver y servir a Dios en los pobres y a los pobres en Dios». El lugar de su contemplación y de su acción hacia el pobre es Dios y hacia Dios es el pobre. «No me basta amar a Dios, si mi prójimo no le ama», se repite en su trabajo incansable. Al hombre lo ve en sí mismo, pero a la luz y a la sombra de Dios: a Dios lo ve y le sirve en sí mismo, pero a la luz y a la sombra que el pobre proyecta en Dios… Y la segunda coordenada: el paso del amor afectivo al amor efectivo. No se fía de los buenos pensamientos y bellos sentimientos: le urge siempre la acción: «Amemos a Dios, pero que sea con el sudor de nuestra frente y el esfuerzo de nuestros brazos».

No parte, por tanto, de una ideología, de una teoría del hombre. No parte de una ciencia del hombre, sino de una «conciencia». Es fundamental la percepción y observación del hombre, del pobre, para comprender al qué, el por qué y el cómo del servicio. Y quizá lo primero en la antropología vicenciana es desteorizar al hombre: el pobre no es una idea, una teoría, sino un yo viviente en necesidad. El pobre no es una ausencia, ni siquiera la distancia despersonalizada de una masa, sino una presencia interpelante, desgarrada, con sus heridas en carne viva. El pobre no es una situación que puede interpretarse desde la visión pesimista del pasado o desde la utopía de un futuro optimista: es simplemente una actualidad que clama en un ahora y una realidad que espera inmediatamente. El pobre no es un abstracto, sino un concreto. No es una definición, sino una vida, con sus sentimientos, sus humillaciones, sus derechos y sus carencias, su dolor y su alegría…

Y cuando ese hombre se percibe integral en el misterio de Cristo, cuando se comprende internamente que está asumido por Cristo, —«tuve hambre y me disteis o no me disteis de comer, tuve sed, estaba desnudo, enfermo, en la cárcel…—, entonces comprendemos la vida y la acción de Vicente de Paúl, su mística y su entrega total al servicio del pobre.

EN EL AOUÍ Y AHORA

San Vicente, su carisma, entronca en raíces tan profundamente humanas del hombre, que en cualquier lugar, aquí, y en cualquier momento histórico, ahora, encuentra el camino de los pobres, de los nuevos pobres, y actúan. Y en medio de nuestra sociedad consumista, materializada, hedonista, está presente, descubriendo las nuevas víctimas de esa misma sociedad. Evidentemente, con una escala distinta de valores, Vicente de Paúl es hoy y ahora quien opta por servir a Cristo en el hermano, quien se solidariza con los más desfavorecidos, quien se entrega a la promoción integral de los abandonados. Con sus limitaciones, con su propia pobreza de recursos, humildemente: por eso se nos puede pasar desapercibido, porque el pobre casi nunca es noticia y tiene hasta la pobreza da no poder expresarse, de no podar gritar sus derechos.

Vicente de Paúl, su espíritu, es ya secular en nuestras islas. Las dos primeras oleadas del espíritu vicenciano llegaron, en 1829 con las Hijas de la Caridad del Viejo Hospital de San Martin, y en 1847 en la persona del obispo Codina, el gran misionero de nuestros pueblos. Desde entonces esa semilla no ha hecho más que constituirse en árbol y crecer y extender sus ramas de acción: orfelinatos, hospitales, colegios, parroquias, sanatorios psiquiátricos, leprosería regional… hasta la reciente expansión a todas las islas periféricas.

Tal vez, pocos entre nosotros puedan asegurar que no han sentido el calor de ese espíritu vicenciano, en algún momento de dolor o necesidad del cuerpo o del espíritu: directa o indirectamente, personalmente o en algún ser querido. Muchos, en el campo docente cuando la vida aún es casi un juguete. Pero, ¿quién podrá contar la multitud de los que han recibido alivio corporal o espiritual, a través del contacto personal o en el ámbito sanitario, cuando la vida se resiente o comienza a resquebrajarse y se busca una palabra para nuestros miedos, nuestras soledades, nuestros interrogantes en el dolor?

Al celebrar este IV Centenario de San Vicente de Paúl no se pretende hacer estadísticas da personas asistidas, ni números de vidas desgranadas día a día en la entrega anónima del servicio al prójimo, ni fechas que encasillen un espíritu. Todo queda abierto, porque queda aún mucho que hacer, y que profundizar, y que renovarse, y que alcanzar: este es el intento. Una vez más acudimos a la carta del Santo Padre el Papa, para expresar nuestro deseo convertido en oración: «Que el cuarto centenario del nacimiento de Vicente de Paúl llegue a iluminar abundantemente al pueblo de Dios, a reanimar el fervor de todos sus discípulos y a hacer resonar en los corazones de muchos jóvenes la llamada al servicio exclusivo de la caridad evangélica».

J. VEGA HERRERA

Oración para el IV Centenario del Carisma Vicenciano

Señor, Padre Misericordioso,
que suscitaste en San Vicente de Paúl
una gran inquietud
por la evangelización de los pobres,
infunde tu Espíritu
en los corazones de sus seguidores.

Que, al escuchar hoy
el clamor de tus hijos abandonados,
acudamos diligentes en su ayuda
“como quien corre a apagar un fuego”.

Aviva en nosotros la llama del carisma
que desde hace 400 años
anima nuestra vida misionera.

Te lo pedimos por tu Hijo,
“el Evangelizador de los pobres”,
Jesucristo nuestro Señor. Amén.

* * *

* ¹El Eco de Canarias, 25 de septiembre de 1981.

* ²San Vicente de Paúl nació el 24 de abril de 1581 en la localidad de Pouy, Francia. Hoy se cumplen, por tanto, 536 años de su nacimiento.

Vi a la Santísima Virgen

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Vi a la Santísima Virgen

Noviembre de 1830. Sor Catalina Labouré, la humilde aldeanita de las landas francesas, sigue en el Seminario de las Hijas de la Caridad, en París. Sus ojos han visto ya a la Reina de los Cielos. Pero aún no ha llegado la misión anunciada por la Virgen. La hermanita espera siempre; y llega el 27 de noviembre, un sábado, víspera del primer domingo de Adviento.

Las cinco y media. La Comunidad en pleno, a los pies de la Virgen Inmaculada, hace la oración de la tarde.

Y de pronto…

“Creí oír un roce de un vestido de seda, y vi a la Santísima Virgen. De mediana estatura, su rostro era tan bello, que no podría describirlo. Estaba de pie y llevaba un vestido blanco”.

La Santa describe la figura bellísima de la Virgen; y luego…

“Sus pies descansaban sobre un globo, del que yo veía sólo la mitad. Sus manos, elevadas a la altura del pecho, sostenían otro globo más pequeño figura del universo. Tenía los ojos elevados al cielo, y su figura se iluminó cuando lo ofrecía a Nuestro Señor”.

Los rayos de luz la envuelven en una claridad tal, que ya no se ven ni sus pies ni su vestido.

“Mientras la contemplaba, la Virgen bajó los ojos y me miró; y una voz me decía en el fondo del corazón:

—Este globo representa el mundo entero, particularmente Francia y cada persona en particular.

Y luego añadió:

—He aquí el símbolo de las gracias que doy a aquellos que me las piden”.

Así comprendió la Santa qué generosa es la Virgen con los que acuden a Ella.

Después se formó en torno a la figura de la Virgen un óvalo sobre el que puede leerse, en letras de oro:

“¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos!”.

Las manos de María, cargadas de gracias, se bajan y se extienden en una actitud de entrega, la misma actitud que vemos en la medalla.

Medalla MilagrosaY oye decir:

“Haz acuñar una medalla según este modelo; los que la lleven con piedad recibirán grandes gracias, sobre todo llevándola del cuello; las gracias correrán abundantes de mis manos para aquellos que confíen en mí”.

Luego el óvalo parece dar la vuelta: Aparece entonces una gran “M” coronada por una cruz; y a su pie los corazones de Jesús y de María —juntos siempre—. Una corona de espinas rodea al primero; una espada atraviesa el corazón de María.

Sor Paz Cortés. Madrid.

(Del manuscrito de Santa Catalina Labouré)

* * *

ORACIÓN DE JUAN PABLO II

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte Amén.

Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos. Ésta es la oración que tú inspiraste, oh María, a santa Catalina Labouré, y esta invocación, grabada en la medalla la llevan y pronuncian ahora muchos fieles por el mundo entero. ¡Bendita tú entre todas las mujeres! ¡Bienaventurada tú que has creído! ¡El Poderoso ha hecho maravillas en ti! ¡La maravilla de tu maternidad divina! Y con vistas a ésta, ¡la maravilla de tu Inmaculada Concepción! ¡La maravilla de tu fiat! ¡Has sido asociada tan íntimamente a toda la obra de nuestra redención, has sido asociada a la cruz de nuestro Salvador!

Tu corazón fue traspasado junto con su Corazón. Y ahora, en la gloria de tu Hijo, no cesas de interceder por nosotros, pobres pecadores. Velas sobre la Iglesia de la que eres Madre. Velas sobre cada uno de tus hijos. Obtienes de Dios para nosotros todas esas gracias que simbolizan los rayos de luz que irradian de tus manos abiertas. Con la única condición de que nos atrevemos a pedírtelas, de que nos acerquemos a ti con la confianza, osadía y sencillez de un niño. Y precisamente así nos encaminas sin cesar a tu Divino Hijo.

Te consagramos nuestras fuerzas y disponibilidad para estar al servicio del designio de salvación actuado por tu Hijo. Te pedimos que por medio del Espíritu Santo la fe se arraigue y consolide en todo el pueblo cristiano, que la comunión supere todos los gérmenes de división que la esperanza cobre nueva vida en los que están desalentados. Te pedimos por los que padecen pruebas particulares, físicas o morales, por los que están tentados de infidelidad, por los que son zarandeados por la duda de un clima de incredulidad, y también por los que padecen persecución a causa de su fe.

Te confiamos el apostolado de los laicos, el ministerio de los sacerdotes, el testimonio de las religiosas.

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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San Francisco de Asís y San Vicente de Paúl, un hermoso paralelismo

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En días pasados la Iglesia ha celebrado la festividad de San Vicente Paúl y transcurridos unos pocos días —justo una semana después— llega la fiesta de San Francisco de Asís. Dos grandes santos que, aunque no contemporáneos en el sentido propio de la cronología, son «hermanos» en el reino de la caridad y la misericordia. He aquí un hermoso paralelismo entre San Francisco de Asís y San Vicente de Paúl, escrito por el filósofo, político y escritor francés Jules F. Simon:

«Existe en el cristianismo tal fecundidad de misericordia social, que hasta ahora los más audaces innovadores no han podido sino inventar lo que ya había sido enseñado y practicado hacia mucho tiempo por esa Religión; pero ninguno de esos innovadores ha intentado imitar, ni aún de lejos, a los dos hombres admirables, que a pesar de los siglos que mediaron entre uno y otro, se completan tan admirablemente: Francisco de Asís y Vicente de Paúl.

El primero se sintió conmovido, sobre todo ante el sufrimiento moral del pobre: la humillación; y para consolarle, sabiendo que es imposible destruir la desigualdad, se desposó con la pobreza y con ella vivió mendigando.

El segundo se conmovió ante el sufrimiento físico del indigente, la miseria; y no sabiendo como proporcionarle una parte de los bienes terrenales, se convirtió en predicador de la compasión, y le facilitó una sirviente gratuita; la Hermanas de la Caridad.

Hombres del pueblo, cuando se trate de atacar la Religión del Evangelio, acordaos que a ella le debéis Francisco de Asís y Vicente de Paul; los dos amigos más tiernos y mas desinteresados que habéis tenido sobre la tierra.

Y vosotros, jefes de Estado, cuando penséis destruir la fe en los corazones de los desgraciados, tened presente que aquellos a quienes queréis quitar la esperanza del cielo en la vida futura, tarde o temprano os pedirán de ello estrecha cuenta en la presente: y ¡no permita Dios que sea con el hierro y por la fuerza!».

San Vicente de Paúl, insigne ejemplo de la Caridad

San Vicente de Paúl

San Vicente abrazó la Caridad en todos sus aspectos, y acudió a remediar todas las necesidades. Su caridad fue universal; asombro del mundo; honor de la Humanidad; gloria de la Iglesia. San Vicente personificó esta gran Virtud de tal forma que León XIII le proclamó Patrono de las Instituciones de Caridad.

En aquel tiempo, como en este, como en todos, hacia falta poner en práctica las enseñanzas de Cristo: evangelizar… dar de comer al hambriento… vestir al desnudo… La bondad que Dios infundió en el corazón de Vicente, cultivada por sus padres, fomentada con abnegación y sacrificios propios, crecía y dilataba y llenaba su alma de todas las Virtudes para llegar a la cumbre de la santidad.

Fue este gran Apóstol de la Caridad, Sacerdote y Párroco. Pocos días después de llegar a su Parroquia se dio cuenta de la miseria en que vivía una parte de sus feligreses, y de la abundancia en que vivía la otra parte. Este pensamiento le inspiró un sermón a favor de una familia pobre, enferma, y abandonada, que sufría en lugar próximo.

Terminado el sermón muchos oyentes acudieron solícitos y llenaron de provisiones aquella casita que carecía de todo. Esta pronta reacción llenó el santo corazón del Párroco de grandes esperanzas pero le preocupó el «mañana» de aquella pobre gente tan socorrida «un día». Su espíritu de orden y método, que caracterizó siempre todas sus Obras, trazó un reglamento para que las señoras caritativas de su Parroquia ejercieran el bien constante y eficaz. De aquí nacieron las Cofradías y las Asociaciones de Caridad que, más tarde, se transformarían en las famosas y beneméritas «Conferencias de San Vicente de Paúl».

La Caridad entre Patronos y obreros preocupó también su espíritu de justicia y, escrito de su puño y letra, se conserva un reglamento de organización cristiana de una Fábrica, para el mejor modo de socorrer a sus Obreros y darles medios de vida. Trata también, dicho manuscrito, de los deberes del Patrono, del Maestro obrero, y del Aprendiz; y un método para el empleo cristiano del trabajo. ¡Mutualidad entre Patronos y obreros en el amplio sentido católico!

Su caridad era universal: las Misiones en el campo le llevaron a evangelizar los pueblos de la comarca, ardiente deseo que hizo realidad porque, llevados por el ejemplo del santo Párroco, otros Sacerdotes celosos se agruparon a su alrededor comprometiéndose, con voto, bajo la dirección de San Vicente, a trabajar en la salvación de los campesinos. Así empezó la «Congregación de la Misión» una de las obras apostólicas más importantes de Vicente que, aún hoy día produce frutos abundantísimos en el campo y en la ciudad.

Todas las almas encontraron asilo en aquella gran alma, desde los recién nacidos expósitos hasta los ancianos próximos a comparecer ante el Supremo Juez; sacerdotes y seglares; hombres de Ciencia o pobres ignorantes; cautivos y esclavos; virtuosos, pecadores, y renegados. A todos llegaba la caridad, que no conoció barreras, de Vicente de Paúl. Supo este gran Apóstol de la Caridad aunar valores; organizar fuerzas; ordenar voluntades, para su universal apostolado.

Buscó en una señora de eminente fe y caridad, de gran talento y celo, colaboradora para su magna obra. Con Luisa de Marillac ideó y estableció la Congregación de «Las Hijas de la Caridad». En audaz vuelo, que sólo el amor a Dios y al prójimo pudo inspirar, lanzó a sus Hijas por el mundo, diciéndoles: “Tendréis por Monasterios las casas de los pobres, y viviréis en la calle y en los Hospitales; vuestra clausura será la obediencia y vuestro velo la santa modestia”.

Desde entonces las Hijas de San Vicente se desviven junto a las cunas de los niños expósitos, o sobre el lecho de los moribundos. Su grandeza de alma provocó un grito de admiración que no ha cesado de resonar en todo el mundo católico.

Para conocer el espíritu que anima a estas almas heroicas, relataremos el siguiente hecho: Una de ellas moría asistida por el Santo Fundador. “¿No tienes nada que te inquiete?”, preguntó éste. “Sólo una cosa. Padre mío, —replicó la moribunda—he experimentado demasiado placer en el cuidado de los pobres. ¡Me sentía tan feliz a su servicio!” “Muere en paz. Hija mía”, dijo San Vicente emocionado por tan sublime caridad. El secreto de tantas maravillas estaba en el mandato evangélico del «Amor» puesto en práctica por Vicente.

La fecundidad de su Obra fue fruto de su piedad, su oración y constante trabajo. Murió a los 84 años y toda su vida se levantó al amanecer, dedicó las primeras horas del día a la oración y la meditación, que hacia de rodillas. Cuando terminaba de celebrar la Santa Misa, dábase al trabajo sin tregua ni descanso. Solía decir: “Un Sacerdote debe tener siempre más trabajo que el que pueda realizar”. Se oyó en más de una ocasión, a este infatigable obrero del Evangelio, decirse con humildad, al entrar en el refectorio: “¿Has ganado el pan que vas a comer?” Las 55.000 «Hijas de la Caridad» y los 5.000 «Sacerdotes Misioneros» esparcidos hoy por todo el mundo perpetúan la ardiente caridad de San Vicente de Paúl. Honor y gloria al pastor que llegó a la cumbre de la Santidad, al pobre que repartió entre los pobres más de ¡veinticuatro millones de pesetas!; que envió obreros a evangelizar a fieles e infieles; que convirtió a pecadores y a herejes. Admiremos al Santo Fundador del apostolado de la Caridad y amemos y ayudemos a sus hijos.

Revista Betania (julio de 1957). Redacción.

* * *

San Vicente de Paúl

A San Vicente de Paúl

Tierno brote surgido bajo el cielo de Francia
con ímpetu ascendente de españolas encinas.
Breve grano de almizcle que en Las Landas integras
la copuda parábola del Reinado Celeste.

Alma fresca de estanque que atesora en su fondo
y diluye en sus ondas una augusta sonrisa.
Ancho pecho de roble por ti mismo excavado
para fiel hornacina de la Excelsa Señora.

En ti, la mansedumbre de los bueyes paternos,
los que un día sirvieron para pagar tu ciencia.
En ti, la humildad viva que te proclama indigno
de amasar el Misterio de la Artesa Divina.

Forjador esforzado de un ejército único
que libras las batallas que nunca se han perdido.
Capitán que te esfumas, te apartas, te obscureces
tras de la fortaleza pujante de tu gloria.

Manso, sí, pero fuerte; flexible, pero entero;
muralla de diamante junto al mar jansenista.
Tu soportas insidias, calumnias y vejámenes;
tú nunca te defiendes; te defiende Dios mismo.

Pero tú, sobre todo, volcán de caridades
que ablanda en llanto dulce los témpanos más duros.
Y a las siervas, de pronto, las transformas en reinas
y a las reinas, en siervas de la gleba de Cristo.

Tú, pastorcillo tierno, forjas grandes pastores
para agrandar los hondos rediles de la Iglesia.
Y en tu espíritu recto, como un mástil erguido,
ondea la religio manda et inmaculata.

Oh Casa de San Lázaro, foco de luz y vida,
manantial setentista de fecundas misiones;
que si exige cuidados la material miseria,
mucho más la desnuda ceguera del espíritu.

Un turbión de piratas te ahoga en sus hervores,
y ciñe a tu garganta, no cadenas, espumas:
golilla de la Gracia que hace amo al esclavo
y al amo lo hace esclavo de grilletes eternos.

…Bandoleros de Córcega, lobos de los caminos
que por tu azul presencia se tornan en corderos.
Ladrones de Bretaña, por la Gracia tocados.
Nada escapa a ese dulce resplandor de tu alma.

Oh campos de Champaña, Lorena y Picardía,
de Borgoña, de Anjou y Orleans, arrasados:
floreced en asombros; la Caridad se acerca
sobre el derrumbadero de la muerte y el hambre.

Sin temor a la lluvia de las armas que silban,
de los ríos, serpientes que le salen al paso;
de las fúnebres hienas, de los canes rabiosos,
de las hondas celadas, de las áulicas furias.

Avanzando en las sombras, tú no temes a nada,
ni a las sucias bodegas donde acecha la muerte.
Redentor de forzados, buceador del lodo,
que hasta en el limo, a veces, se ocultan las estrellas.

Nada más, ya te dejo; ya mi verso se aparta
que hoy como tú se siente más indigno que nunca.
Oh Pastor de luceros en los prados celestes,
hornacina de roble de la Virgen María.

                                            E. Gutiérrez Albelo

Canción a San Vicente de Paúl