Rafael, no te fuiste (al Hermano Rafael Arnáiz)

*Homilía

Queridos hermanos, Compañeros, representación del Ayuntamiento de la ciudad, asociación del barrio, comunidad parroquial: a todos nos acoge y nos saluda el Señor Jesucristo. Él es el que nos acoge y él es el que nos saluda. Bienvenidos.

También en este día celebramos como parroquia la fiesta del Hermano Rafael, el Señor nos llena de esperanza. A lo largo de toda la Sagrada Escritura, en un relato precioso, los momentos más gozosos que el pueblo experimenta, son los encuentros de Dios con su pueblo. Hoy también en honor de Cristo Resucitado, y en honor del Hermano San Rafael sentimos la alegría que Dios da al corazón humano, no solamente como un hecho psicológico, sino como un hecho profundo de la realidad de nuestra propia vida.

Estamos en unos días preciosos de la celebración en este tiempo solemne de Pascua, y el Señor Jesucristo resucitado y glorioso nos acompaña con su cercanía y la certeza de su amor. Vemos en estos textos los primeros testimonios de Cristo resucitado que realmente llenan nuestros sentimientos y nuestra mente. Es tan intensa la realidad de la fiesta pascual que ilumina nuestra vida, la belleza de Cristo resucitado se hace luz, se hace esperanza en el corazón, es la verdadera alegría. Dice la Escritura, que sólo Dios puede alegrar el corazón humano.

Estamos celebrando también la fiesta del Hermano San Rafael; sin duda vosotros mismos conocéis tantas cosas de él y de su vida, realmente entrañable por muchos motivos, también por su proximidad histórica, ya que casi pisamos sus huellas. Simplemente en este rato quisiera recordar, a la luz de la fe pascual, la humanidad profunda del Hermano San Rafael, la experiencia impresionante del hombre que se acerca a Dios en una actitud de adoración, en una actitud de fe profunda que encierra toda su vida.

Rafael encontró en la fe, la luz y la alegría de concebir a Dios, y por eso concibió el ser humano, la realidad y la existencia de su vida… También nosotros estamos llamados desde la realidad de nuestra propia vida, nuestra propia tierra, nuestras propias gentes; estamos llamados a buscar el bien de los bienes, el mayor bien, aquel que sostiene la creación, aquel que sostiene y da la vida al ser humano.

Queridos hermanos: Rafael tenía la actitud de reflexionar los hechos, de pensar la vida.

Rafael amaba la vida y amaba a Dios por encima del corazón, los sentimientos; la calidad humana del corazón nos hace nobles, le hizo noble a Rafael ante los demás y ante Dios mismo. Rafael llevó el amor a la vida, el amor a Dios y el amor a la creación entera, con un amor entrañable.

Dice la Escritura, que estamos llamados a amar, desde la inteligencia, desde el corazón y también desde las entrañas; la Escritura hace también referencia hacia las entrañas, a las partes nobles de la vida que quedan en nuestra propia existencia; normalmente en nuestro lenguaje todavía usamos esa expresión: esa persona, ese hombre, esa mujer tiene buenas entrañas. Rafael quería a Dios con un amor realmente entrañable.

En definitiva, nos encontramos con un hombre creyente en Dios. Él vivió la fe cristiana que recibió signado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Del mismo modo, todos los que estamos aquí hemos sido bautizados y llevamos en nuestro cuerpo las señales de Jesucristo porque fuimos ungidos y bautizados en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,  llevamos en nuestro cuerpo la muerte y la resurrección de Jesucristo. Este misterio tan sencillo de fe, lo vivió Rafael con una intensidad profunda en el aspecto de acoger en su vida de Dios Padre, el amor a Cristo y la presencia constante del Espíritu.

Hoy es un gran día de fiesta y ojalá la sepamos vivir con intensidad, con amor, con frescura, con la fuerza misma que da la fiesta; pero a la vez quisiéramos recordar la realidad de nuestro mundo para acoger el misterio de Dios en nuestra vida, en nuestras personas, en la realidad incluso de la Iglesia, por eso, en este tiempo pascual e imagen del Hermano San Rafael, verdadero injerto del cuerpo del Señor, vamos a hacer también ese recorrido, ese itinerario que de alguna manera es el camino de Dios en el silencio del amor, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Cristo nos ha permitido en su cuerpo humano y glorificado, ser de Él y para Él para siempre.

Hermanos es la actitud de vivir la fe cristiana con gratitud y con esperanza todo este tiempo de pascua, para que el Señor nos de la alegría de la vida, la fortaleza en la tribulación, para que el Señor limpie nuestro corazón con la túnica blanca del bautismo, una túnica blanca de la dignidad eclesial; los santos padres decían que representa la túnica del despojo de Cristo que se dejó en su desnudez y vistió el ser humano; a cada uno de nosotros el Señor nos ha vestido con su túnica de amor en el día de nuestro bautismo, de ahí la esperanza para que la fe vaya creciendo, no por lo que otros nos han dicho de Cristo, sino por lo que cada uno de nosotros podemos experimentar y ser testigo de Él.

Y ya para terminar, Rafael nos habla de la ternura y cercanía de Dios. También a nosotros nos toca ser testigos de Dios, de la ternura y del cariño de Dios en medio de nuestro mundo, como sin duda alguna Rafael ha sido.

Ánimos hermanos, escogisteis en vuestra parroquia al Hermano San Rafael. Hay muchos espejos en la vida en los cuales podemos mirarnos, vosotros habéis escogido a Rafael para miraros en él. Cada día que amanece también aparece la vida entrañable de los hombres y mujeres buenos y santos de ayer y de hoy que son el viento y voz profética de todos nosotros.

Ánimo hermanos, el Señor por mediación de Rafael, ha tenido aquí su mano limpia, profundamente limpia y generosa para poder escuchar su Palabra. Que en este escuchar su Palabra se pueda también encender el ardor en nuestros corazones, como en el camino de Emaús.

*Homilía de D. Miguel Ángel Delgado. Burgos, 27 de abril de 2017.

* * *

Rafael, no te fuiste
tú siempre vivirás entre nosotros.
Volverá tu alegría trascendente
a darnos el sonrís de tu mirada,
más pasos en tu ruta de desierto,
más sed con el torrente de tus aguas,
más luz que rasgue tules de inconsciencia,
más fuego con el fuego de tu brasa.

Tú siempre vivirás entre nosotros
sencillo: sin palabras.

¿Volverás, Rafael? No te fuiste,
permanece tu luz serena y blanca
tus escritos en alas del misterio,
son dardos, son hoguera, son espada.

Tu espíritu que arranca decisiones
tu fuego que enardece y arrebata
tu fe en incesante forcejeo
se clava en los rincones de las almas.

Hoy el mundo comprende tu alegría,
tu dolor, tus renuncias, tus llamadas.

¡Rafael, no te fuiste,
hoy el mundo… ¡es tu Trapa!

           M. Gemma Abia, Filipense

Boletín Informativo San Rafael Arnáiz Barón (Enero-Junio 2017, nº 186)

Homilía en el día de San Rafael Arnáiz Barón

Hermano Rafael, así era

Homilía en el día de San Rafael

El Papa Francisco, sin duda bajo la inspiración del Espíritu Santo, ha convocado el año de la misericordia. En la bula Misericordiae vultus de convocatoria al año jubilar nos da las claves del misterio de la misericordia en la revelación, Antiguo y Nuevo Testamento. Así nos afirma que “es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia”. “’Paciente y misericordioso’ es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para descubrir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de su salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción”. “Eterna es su misericordia” es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 135 mientras se narra la historia de la revelación de Dios.

El Papa afirmará que la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Toda su acción pastoral debería estar revestida por la ternura con la que Dios se dirige a los creyentes. Por eso con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad.

¿Y cómo ha percibido Rafael, la misericordia de Dios? No es mucho lo que ha escrito de la misericordia si lo comparamos con otros aspectos de su espiritualidad, como el amor a Jesucristo, a su Madre Santísima (la Señora, como él la llama), a la eucaristía y en especial de su aceptación de la cruz de Cristo a través de la enfermedad. Pero son lo suficientes para comprender que ha percibido los aspectos fundamentales de este atributo de Dios.

Rafael nos hablará de este Dios paciente y misericordioso, y como todos los atributos divinos son infinitos, también lo es su misericordia; y lo va a reflejar en distintas ocasiones. A su tío Leopoldo le hablará de la gran misericordia de Dios. A su padre, ante los acontecimientos políticos de España en ese tiempo, le escribirá animándole Todo es una gran misericordia de Él, y los hombres no llegan más allá de donde él permite. En distintos escritos a su padre, a su madre, a su tío Polín, al Hermano Tescelino… en su cuaderno “Dios y mi alma” hablará de la gran misericordia de Dios, su infinita misericordia, su infinita bondad y su gran misericordia, las grandezas de Dios y de su infinita misericordia.

Y Rafael sabe bien que en donde se pone de manifiesto de modo especial el tributo de la misericordia de Dios, es en su relación con el hombre, y con el hombre caído por el pecado. Si San Bernardo jugando con las expresiones latinas nos dice que la miseria y la misericordia se encuentra; la miseria (del hombre) y la misericordia (de Dios), en San Rafael será una constante que la misericordia de Dios está siempre actuando para perdonar y sanar la miseria de su criatura. Después de una fuerte experiencia de Dios en el Coro, escribe a su madre:

A pesar de no entender latín, mi alma se llenaba de las palabras de David, de tal manera, que me acercaba a Dios, para pedirle misericordia y pedirle que detuviese su ira en el día grande y sublime de la resurrección.

A su tío Leopoldo:

Si te miras a ti mismo, más vale no hablar. ¿Qué queda, pues?… Dios y sólo Dios. Él suple lo que el mundo y sus criaturas no pueden dar. En su infinita Misericordia quedan ocultas nuestras miserias, olvidos e ingratitudes.

En la Apología del trapense:

Es alegre y dichoso de ver la bondad de Dios reflejada en las criaturas, de palpar su misericordia y el amor de Jesús… Le da gracias de haberle sacado del mundo lleno de peligros y pecados.

Pero la experiencia personal de la misericordia de Dios la hará Rafael en carne propia, y sabrá interpretar los avatares y sufrimientos de su vida, no como algo negativo, sino como la manifestación de Dios en su misericordia que le va a transformar poco a poco hasta llevarle a la aceptación plena de su enfermedad, e incluso de la muerte. Algunos textos del santo para confirmarlo.

En la Apología del trapense:

Si el monje se retira del claustro, es para alabar a Dios con más facilidad y sin distracciones… La salmodia, el silencio, le ayudan a ello; piensa en los pecados de los hombres para pedir por ellos y desagraviar al Señor; piensa en los que son desgraciados en la tierra, y en los que son felices, pidiendo para todos misericordia.

En mi cuaderno:

Soy feliz con lo que tengo; a nada aspiro, que no sea a Dios, y a Dios le tengo en la pequeña cruz de mi enfermedad. ¿De qué me puedo quejar?… ¡Si en mi vida no veo más que misericordias divinas!… ¡Cómo se ensancha el alma al ver la misericordia de Dios! «En la tribulación me ensanchasteis», dice el profeta David.

Y el hermano Tescelino, le escribe:

Cuando serenamente, contemplo todas las maravillas que Él hace conmigo, a pesar de mi obstinación a la gracia, a pesar de no encontrar en mi más que egoísmo, olvidos y pecados de todo género…, entonces el aturdimiento se convierte en una maravillosa luz, que me habla de las grandezas de Dios, de su infinita misericordia.

Profundizar en la misericordia de Dios le ha llevado a comprender, a interiorizar los misterios de la acción de Dios en el hombre, y por ello llegará a aceptar su enfermedad y su muerte como el misterio de Dios en su vida. A su tío Leopoldo le llega a afirmar: la gran misericordia de Dios es una buena muerte; ahí se acaba todo…toda esa serie de cosas que nos rodean…, y entonces no hay más que una cosa… Dios.

Para Rafael una de las manifestaciones más hermosas de la misericordia de Dios ha sido el entregarnos a su Madre la Virgen María. Lo afirmará en distintas ocasiones, pero creo que hay dos momentos en los que lo expresa con una fuerza y un lirismo insuperable:

A su tío Polín: ¿Cómo no amar a Dios, viendo su infinita bondad que llega a poner como intercesora entre Él y los hombres, a una criatura como María, que todo es dulzura, que todo es paz, que suaviza las amarguras del hombre sobre la tierra, poniendo una nota tan dulce de esperanza en el pecador, en el afligido…, que es Madre de los que lloran, que es estrella en la noche del navegante, que es…, no sé…, es la Virgen María? ¿Cómo no bendecir, pues, a Dios, con todas nuestras fuerzas al ver su gran misericordia para con el hombre, poniendo entre el cielo y la tierra, a la Santísima Virgen?

Y en sus meditaciones del cuaderno Dios y mi alma:

¡Ah!, Virgen María…, he aquí la gran misericordia de Dios… He aquí cómo Dios va obrando en mi alma, a veces en la desolación, a veces en el consuelo, pero siempre para enseñarme que sólo en Él tengo que poner mi corazón, que sólo en Él he de vivir, que sólo a Él he de amar, de querer, esperar…, en pura fe, sin consuelo ni ayuda de humana criatura.

Para terminar, afirmando:

¡Qué grande es la misericordia de Dios!

San Rafael sigue siendo para todos un modelo de virtudes cristianas, y entre ellas la misericordia es también fuente de experiencia de Dios que le ha enseñado a aceptar su enfermedad e incluso la muerte, y comprender que en las entrañas de misericordia de nuestro Dios encontramos nuestro refugio y nuestro consuelo. Ojalá que todos hagamos la experiencia de la misericordia de Dios en nuestra vida como lo hizo San Rafael Arnáiz.

P. Enrique Trigueros.

San Rafael Arnáiz Barón (Boletín informativo, Enero – Junio 2016, nº 184)

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Festividad de San Rafael Arnáiz Barón

Homilía en la fiesta de San Rafael Arnáiz

Hermano Rafael

Homilía en la Fiesta del Hermano Rafael

P. Alberico Feliz, 27 de Abril de 2014

En esta misma fecha, -hace 77 años-, nuestro Hermano Rafael, acababa de desaparecer, después de estar de cuerpo presente en nuestra iglesia, mientras la Comunidad le dedicaba las últimas oraciones de recomendación.

Hoy día, le percibimos invisible y glorioso, pues ya está inscrito en el catálogo de los santos, con una capilla dedicada a su veneración, para que sea él, quien interceda por nosotros.

Son los Santos:

  • los que en su interior, llevan la pequeñez de los grandes;
  • los inconfundibles, por que si deslumbrar, alumbran con su testimonio callado y con su forma de situarse;
  • los que llevan hasta el extremo de dar y darse;
  • los que contagian la fe que llevan a flor de piel;
  • los que aciertan a ver el valor de lo sencillo y la grandeza de lo pequeño;
  • los que llevan un exterior común, siendo singularísimos por dentro;
  • los testigos limpios de una fe transparente en Cristo;
  • los héroes silenciosos del cumplimiento del deber de la vida diaria…

Así nos lo ha dicho él, en lectura del segundo nocturno, cuando nos hablaba de la «sencillez»: «Sólo pretendo vivir una vida muy sencilla, sin cosas extraordinarias». Y también: «No hace falta, para ser grandes santos, grandes cosas; basta hacer grandes, las cosas pequeñas».

Pero está bien claro, que para llegar a un convencimiento tan sublime, como excelso, se necesita un punto de apoyo inconmovible, que a su amparo, puedan superarse todas las turbulencias y dubitaciones de mente y de espíritu que puedan sobrevenir con el tiempo o por sorpresa.

Este apoyo, que también es «fondo» y «centro», tal como lo interpreta el mayor de los místicos, San Juan de la Cruz, no es otro que Dios, el «¡sólo Dios!» de nuestro Hermano Rafael, y que no siempre es bien entendido, pues no se refiere a «exclusividad», sino a  «prioridad» en el amor.

Esta «primacía en el amor», es aquella profesión israelítica, que nos ha recordado la primera lectura: «Escucha Israel»…; la oración de todos los días, y que había que recitarla más señalados: «estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado».

Y para evitar todo peligro de inadvertencia, «había que atarla a la muñeca, o ponerla como broche en el turbante, para no perderla nunca de vista: «Amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas sus fuerzas».

El amor debe apoderarse de toda la persona, para que no quede como mero afecto sentimental; de tal manera, que en la entrega total del amante, suene el lenguaje del amor más profundo: «Mi Amado es para mi, y yo para mi Amado».

De ahí la inquietud bendita de que Rafael «buscara a Dios» por todos los medios, modos y maneras que se le ofrecían hasta dar con El. Y por eso nos dice que, «por más que nos sorprenda lo que veamos a los lados, lo que interesa es no detenerse y seguir, pensando que al fin del camino está el que se busca, esperando con los brazos abiertos».

Y esto lo decía, cuando se hallaba estudiando, aunque ya había conectado con nuestro monasterio en sucesivas visitas.

En su primera carta, ya desde el convento, escribe a sus padres, y les dice: «Quisiera comunicaros mi alma, mi amor a Dios, para que vierais que vuestro hijo ha encontrado el verdadero camino… y como dice el evangelio, «un tesoro», y sin pérdida de tiempo, se dedica a desenterrarlo».

Es fácil decir esto, cuando en los primeros meses del noviciado se viven de luna de miel del todo enamorado; pero tendremos que escucharlo a lo largo de toda la trayectoria, para ver si ése «buscar a Dios por Dios, para quedarse con el «¡sólo Dios!» como único lema, lo lleva clavado en el alma, pase lo que pase y ocurra lo que ocurra.

Y parece ser que sí…, pues va a resultar clave de fondo y la tensión fundamental del alma absorbida por la «pasión» de Dios, que como ciervo herido gime: «Ansias de vida eterna… Ansias del alma que sujeta al cuerpo, gime por ver a Dios…; ¡Ansias de Cristo!».

Y cuando nuestro Hermano se expresa así, nos parece estar escuchando a San Pablo: «Todo lo estimo pérdida comparando con la excelencia del conocimiento de Cristo mi Señor». Jesucristo es para él, su «todo», el modelo que hay que reproducir, y el guía que hay que seguir.

Y en sus escritos, chorrea constantemente esta obsesión bendita por Cristo, que es el que le da luz, la fuerza y el ánimo entusiastas para buscarle, seguir, proseguir hasta conseguir lo que anhelaba.

Nos lo dirá en sendas expresiones:

  • «No vivamos en lo exterior, hermano, que todo es vanidad y luego pasa. Animémonos a vivir en Cristo y sólo para El»…
  • «Todo lo que vibra, todo lo que al alma en la vida rodea, todo es flor de un día, que ahora viene y luego se va. Nada la interesa que no sea Cristo…
  • Y nos expone su propia experiencia: «Bien sabe el Señor, que cuanto más débil me siento, cuanto más lucho con la materia que tira hacia abajo, cuando mi alma sufre un dolor más humano que divino, es entonces cuando veo que sólo en Cristo se halla descanso».
  • «Para el alma enamorada de Dios, para el alma que ya no ve más arte ni más ciencia que la vida de Jesús…, le es necesario ocultarse en Cristo, y allí estarse a solas con Dios» «Nada tengo y tengo a Cristo; nada deseo y poseo, pero poseo y deseo a Cristo».

Pero él sabe muy bien, que a pesar de su anhelo ardiente, -«no ha conseguido el premio»- y por eso, se ha propuesto como San Pablo, mediante un típico vocabulario deportivo, un esforzado y continuado camino hasta la meta, que exige un duro combate espiritual.

  • La meta que para él es la santidad, y lo repite muchas veces: «Lo único que hay que hacer, por mucho que nos sorprenda lo que vemos a los lados del camino, es no detenerse, seguir»…
  • El esfuerzo, es no volver la mirada atrás; por eso repite varias veces la frase evangélica: «He puesto la mano en el arado… y no quiero mirar atrás».
  • Y su persistencia consistió en ofrecerse a Dios, no una, ni dos o tres, sino cuatro veces, afirmando con toda el alma que lo haría mil veces si fuera necesario…

Y en esto consiste la «sencillez y sabiduría que Dios revela a la gente sencilla«. Escuchemos esta expansión de Rafael: «Ni el mundo comprende, ni es necesario, la locura del alma que ama a Cristo; la locura, sí, que hace que el alma desbarre, que las palabras se hagan torpes de tanto querer decir y no poder decir nada».

La locura sostenida únicamente por estar unida a la voluntad de Dios, y que nos hace callar, cuando quisiéramos gritar; que nos hace prudentes y el alma se desata, y el ansia palpita impaciente dentro del corazón…

La locura de Cristo…, no se comprende, es natural, y hay que ocultarla…, ocultarla muy dentro, muy dentro; que sólo El la vea, y que nadie, si es posible, ni aún uno mismo, se entere de que está dominado por ella».

Este es amor y la locura de nuestro Hermano Rafael por la persona de Cristo; aprendamos la lección que él nos regala, y sepamos perseverar hasta conseguir la meta, aunque ello suponga una oblación de vida, como la que él ofrendó al Señor. Por eso consiguió lo que se propuso, y hoy le venera la Iglesia entera con singular devoción.

Sólo Dios basta…

Del boletín informativo San Rafael Arnáiz Barón (Enero-Junio 2015 – nº182)

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El Hermano Rafael Arnáiz

Eucaristía por el inicio del Jubileo de la Orden de Predicadores

Mensaje del Maestro de la Orden de Predicadores para el Jubileo

El día del Señor Parroquia de San Pedro Mártir

Eucaristía por el inicio del año jubilar de la Orden de Predicadores en su 800 aniversario

Vídeo: El Día del Señor – Parroquia de San Pedro Mártir

Homilía completa de Fray Javier Carballo, O.P (pdf)

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Jubileo Logo

Jubileo 1216-2016 Orden de Predicadores

San Martín de Porres, concédenos la virtud de la humildad

fray martín de porres

Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani

San Martín de Porres, concédenos la virtud de la humildad

Muy queridos hermanos todos en Cristo Jesús:

Acabamos de terminar el mes del Señor de los Milagros, el Mes Morado. Por ello, lo primero que quiero hacer es darle gracias a Dios por tantas bendiciones que derramó en millones de corazones, en miles de hogares, en todos los rincones del Perú y del mundo, a través del Señor de los Milagros.

Es bueno ser agradecidos, por eso levantemos nuestro corazón para decirle al Señor así: «mantén vivo en nuestras vidas ese deseo de quererte, de acompañarte, ese deseo que hemos manifestado de manera impresionante con grandes multitudes, con millones de personas en el mundo entero ofreciendo su vida, sus hijos, y pidiendo a Dios».

Hoy domingo celebramos aquí en el Perú la solemnidad de nuestro San Martín de Porres: San Martín de Porres nació en Lima, de padre español y madre mulata, en el año 1579, y cuando alcanzó la juventud, ingresó en la Orden de los Dominicos. Llevó una vida de mortificación, de humildad, de gran devoción a la eucaristía, y murió a los 60 años, en 1639.

Fue canonizado por el ahora beato, Papa Juan XXIII, el 6 de mayo de 1962, cuando estaba de arzobispo de Lima el recordado y querido cardenal Juan Landázuri. Para nosotros, tener el ejemplo de San Martín de Porres en esta ciudad, es un motivo para meditar sobre todo lo que nos puede enseñar con su vida.

En primer lugar debemos recordar que fue un hombre humilde, sencillo, sin gran poder y sin gran cultura; por eso, el evangelio de hoy dice que el Señor ha querido revelar sus grandes misterios a gente sencilla, pero no olvidemos lo difícil que es ser humilde, porque la humildad es abrir la puerta a la verdad de tu vida.

Lo primero que te pide la humildad es: conócete cómo eres, reconoce tus limitaciones, tus virtudes, abre las puertas a esa humildad para que seamos sencillos. También te recomienda la humildad: deja que los demás te ayuden, todos lo necesitamos en algún momento, y piensa: ¿me dejo ayudar?, ¿se ayudar a los demás?, ¿dejo que Cristo sea el gran amigo, y me dejo ayudar por él?. Si haces un repaso de tu vida entonces, no te asustes, piensa que la humildad te llevará a aceptar la ayuda de Dios para cambiar.

Por eso, un rasgo tan importante de la vida de San Martín de Porres es su humildad, su sencillez, y la Iglesia nos ofrece a todos el poder ser como él. Por eso, ora así al Señor: ayúdame a tener esa sencillez, a no buscar el poder, el dinero, la autoridad, el llamar la atención. Mira más bien a aquel hombre sencillo, el santo de la escoba, San Martín; en su época no lo conocería casi nadie, pero ahora, conforme pasan los años, cada vez más reconocemos la grandeza del hombre que nos enseña el camino, el camino ordinario.

Aprende a hacer grande lo pequeño. Recuerden a ese hombre de Dios que tenía gran amor por la eucaristía y acompañaba a Cristo en el sagrario, recibía el cuerpo divino en su alma en gracia, y lo visitaba siempre. Recordémoslo para que también veamos que la Iglesia nos invita a ese camino de amor a la eucaristía, para recibir a Cristo en la hostia.

Ese amor por la eucaristía nos lleva a ser optimistas, alegres. ¿De donde sacamos ese optimismo?, pues de la amistad con Dios. Por eso, cuando estés triste, o cuando tengas ira, pregúntate así: ¿qué hay en común entre yo y tu, Señor?; y pregúntale entonces ¿qué ha interferido en nuestra relación?. Y entonces descubrirás la causa de una tristeza que está debilitando tu amistad con Cristo.

Pero la gran enseñanza de este hombre santo, San Martín de Porres, es el amor al prójimo. Nos dice el Papa Juan XXIII, en la homilía del día que lo hizo santo: «Martín nos demuestra con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo: amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente. Y en segundo lugar, amar a nuestro prójimo como nosotros mismos».

Luego, el Papa Juan XXIII nos dice: «Martín, obedeciendo ese mandato de Dios, ayudaba con su amor a sus hermanos, a esos hombres pobres, disculpaba los errores de los demás, y perdonaba las más graves injurias y ofensas; y cuando era posible, ayudaba a los agricultores, ayudaba a los negros y mulatos que por aquel tiempo eran tratados como esclavos. Por eso en el pueblo se le conocía como «Martín de la caridad».

Hermanos, recordemos que el amor no se fabrica, y que dos personas se quieren sólo si hay algo que los une en sus vidas. Yo no puedo fabricar amor, porque ese amor viene de Dios, entra en mi alma y me dice: «ayuda a aquel hombre, a aquella mujer, aquel niño que está enfermo, discapacitado; ayuda al que está un poco solo, o acompaña a aquel enfermo que te espera».

¿Quién te hace ese mandato moral?, pues Dios. No es algo que tú puedas fabricar, y por ejemplo, cuando no hay amor en el matrimonio no debe imponerse ese sentimiento a la otra persona. Por eso en la epístola hemos escuchado esas palabras de San Pablo hablando del amor, y recordando que el verdadero amor siempre es paciente, no se irrita y no tiene envidia.

Por eso, cuando se quiere formar un matrimonio y un hogar, no se puede imponer el amor. O hay o no hay amor, surgido del fruto del entendimiento, del cariño, del sacrificio, del conocimiento mutuo. Recién luego puede surgir el amor conyugal, para toda la vida.

El amor no está en los libros, el amor no se fuerza, con el amor no se juega. Dice San Pablo que «el amor no presume, no se engríe, no es maleducado y egoísta, no se irrita. No se alegra en la injusticia, goza con la Verdad, el amor no pasa nunca». Hermanos, ¿saben qué amor es este que tenía San Martín de Porres?: pues un amor que viene de Dios, que pasa a través de nosotros y nos da esa fuerza, esa paciencia, esa alegría.

Ese es el amor cristiano. Y cuando queremos hacer del amor cristiano un hogar, tiene que haber un amor conyugal, un amor entre ese hombre y esa mujer para siempre. Y no lo puedo fabricar, no lo puedo imponer, está hecho de pequeños sacrificios, y si no es así te dirás: «esta mujer no es para mí», o «este hombre no es para mí».

No juguemos con el amor, y recordemos que cuando uno da su palabra y se casa, es para toda la vida; y Dios siempre estará allí para ayudarte y para que formes una familia.

San Martín nos enseña, a amar, a ser humildes, generosos, a cuidar a los niños y a los pobres. Porque San Martín se encargaba de la limpieza, se encargaba de atender en el convento, y era un hombre humilde, sencillo, pero dentro tenía una grandeza: amaba a Dios.

Señor, danos ese amor para volcarlo en los demás. Ayudemos a tanta gente pobre y humilde con esa honradez, no con palabras sino con obras. Sepamos hacer la caridad con aquel enfermo, con aquel niño, con aquel anciano, no como un gesto de grandeza, no, sino sabiendo que me hace mucho bien ayudar al prójimo.

Y es que al ayudar al prójimo, la primera ayuda es para mí, y eso me alegra, me entusiasma. La Virgen María nos enseñará en el Rosario a amar al prójimo, y San Martín nos abrirá las puertas a la humildad.

San Martín de Porres, concédenos la humildad, porque por allí conseguiremos la alegría, el optimismo en nuestras vidas. Y por allí conseguiremos el amor a Dios y al prójimo.

Así sea.

Cardenal Juan Luis Cipriani, en su homilía celebrada el Domingo, 3 de noviembre de 2002.

deprecaciones

Martín, en alguna ocasión todos necesitamos de ti; protégenos.

Deprecaciones a San Martín de Porres

Glorioso San Martín de Porres, que todo lo sufriste con alegría por amor a Dios. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres, por los trabajos, penalidades y desprecios que sufriste. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres, servidor de Cristo en la persona de los enfermos. Ruega por nosotros.

Piadoso San Martín de Porres, enamorado y confidente de Jesús en el Sagrario. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres, bienhechor complaciente con las oraciones de tus devotos. Ruega por nosotros. Padre Nuestro. Ave y Gloria.