Las florecillas del Hermano Rafael (a San Rafael Arnáiz)

Las florecillas del Hermano Rafael

Tú, que dijiste: Sólo Dios basta…
llevaba un designio de la Providencia
y de aquella voluntad tu presencia:
Hermano Rafael, tú también nos haces falta.

Te acogiste a la Orden cisterciense
donde la vida monástica,
primor de paz y mística,
late bajo el hábito trapense.

Y en la humilde celda, tu impronta presente;
suena la cristalina verdad
que mejor brota en soledad
y el Sagrario como hermosa fuente.

Fuiste, en el saber y la generosidad,
tocado por la gracia del Espíritu,
donde el logro es dicha si con el ímpetu
aflora –gozosa– la santidad.

Acariciaba una brisa, alejando mi temor;
era tu ejemplo, herencia viva,
que daba el aliento que cautiva,
pues de la congoja me rescató tu amor.

Tus pensamientos en Jesús y María
son susurros a la conciencia, fermento
que eleva las plegarias al firmamento
y enaltece con júbilo el Avemaría.

El ser bueno es camino de empeño;
de Burgos a Dueñas trayecto de vocación
en cuya distancia no hubo para ti dilación:
era el Señor quien cumplía tu sueño.

Aceptaste la enfermedad con entereza;
ese horizonte que oteabas vislumbra
que lo aquí sufrido en el cielo deslumbra:
habías convertido el dolor en pureza.

Y en el rigor del ascesis
tu rostro de la perenne sonrisa:
en los maitines fresca brisa
y en la Comunión puro éxtasis.

Sin apegos te despojaste de lo material
porque tu corazón buscaba, fiel peregrino,
el Todo que es Dios Uno y Trino
y María, nuestra Madre celestial.

Eres para la juventud ejemplo perfecto;
lejos del artificio en tu pecho va la cruz,
pilar en las dificultades y divina luz:
ayúdanos a marchar por el camino recto.

Alma de nobles anhelos, alma inmensa,
junto al Verbo tu silencio: la meditación.
Y en el santo abandono llegó tu perfección,
concedida la cogulla es justa recompensa…

Vino la Pascua y el culmen a mejor vida,
sería tu ofrenda ir al cielo lleno de Dios…
¡qué pronto al mundo dijiste adiós,
mas tu memoria ya no se olvida!

Florecillas son tus cuentas de oración,
dulce corona de espinas
que tú también culminas:
en tu Rosario llegó la exhalación.

  José J. Santana, La Orotava.

Homenaje por el décimo aniversario de la canonización de San Rafael Arnáiz Barón, Hermano Rafael, por SS. Benedicto XVI (Basílica de San Pedro, 11 de octubre de 2009).

El Hermano Rafael, un santo cercano en el tiempo y en el corazón

Hoy se cumplen diez años de la canonización del Hermano Rafael Arnáiz Barón.

«…El Hermano Rafael, aún cercano a nosotros, nos sigue ofreciendo con su ejemplo y sus obras un recorrido atractivo, especialmente para los jóvenes que no se conforman con poco, sino que aspiran a la plena verdad, a la más indecible alegría, que se alcanzan por el amor de Dios. «Vida de amor… He aquí la única razón de vivir», dice el nuevo santo. E insiste: ‘Del amor de Dios sale todo’. Que el Señor escuche benigno una de las últimas plegarias de San Rafael Arnaiz, cuando le entregaba toda su vida, suplicando: «Tómame a mí y date Tú al mundo». Que se dé para reanimar la vida interior de los cristianos de hoy. Que se dé para que sus hermanos de la Trapa y los centros monásticos sigan siendo ese faro que hace descubrir el íntimo anhelo de Dios que Él ha puesto en cada corazón humano…»

En la homilía de Benedicto XVI, el día de su canonización.
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* El Hermano Rafael, un santo cercano en el tiempo y en el corazón

El Hermano Rafael es un santo cercano en el tiempo y en el corazón. Murió joven a los veintisiete años en 1938. Su tiempo es todavía el nuestro. No es necesario tender puentes históricos demasiado largos para encontrarnos con su mundo.

Le entendemos enseguida cuando nos habla del “progreso”, como extendido valor supremo; y del “ruido” que hacen las fábricas; y de las carreteras transitadas a toda velocidad por automovilistas que no saben muy bien a dónde van; de un mundo en definitiva, que vive olvidado de su sentido y de su meta: de espaldas a Dios. Y le entendemos también cuando confiesa que, a veces, le asalta la duda y se pregunta: “¿tendrán ellos razón? ¿Será mejor seguir la corriente?”.

Sin embargo, es imposible leer los cuadernos y las cartas de Rafael y no sentirse arrastrado hacia lo hondo del alma, hacia aquel lugar donde no podemos evitar el encuentro con Dios. Porque la suya es una prosa del corazón. No escribió para ser leído por el público, pero sus escritos se agotan año tras año, porque destilan y comunican vida, vida divina. Y el hombre de hoy, está también sediento de Dios.

Los escritos del Hermano Rafael cayeron en mis manos cuando yo tenía catorce años allá por el año 1966. Los leí con fruición. Luego, aparentemente los olvidé, pero retornaron a la memoria y a la mesa cuando fue necesario volver al fondo del alma. No sé bien cuál será la causa de esa persistencia.

Por razón de mi profesión religiosa; como jesuita, y académica como profesor de teología, he tenido la ocasión y la obligación de hacer muchas y diversas lecturas, tanto espirituales como teológicas. Pero leer a Rafael ha sido para mí insustituible a la hora del encuentro personal con Dios. ¿Por qué?

Es posible que la razón del influjo benéfico de Rafael en mí se hallé en que él es un excelente traductor de la mejor mística española del siglo veinte. Leer a Rafael es como leer a san Ignacio de Loyola, a san Juan de la Cruz o a santa Teresa de Ávila en la prosa y en los sentimientos de un joven de nuestro tiempo, matizados por su hoy; cristalinos, nada complicados y hasta poéticos. Con la naturalidad misma del correo que nos llega de un amigo. Rafael nos transmite la incomparable ciencia de aquella esperanza que se cifra en Jesucristo crucificado y resucitado.

Recuerdo perfectamente aquel no lejano 27 de septiembre de 1992, cuando Juan Pablo II lo proclamó beato. Seguí la ceremonia por televisión. Su recién anunciada canonización para el próximo 11 de octubre me llena de asombro y alegría. Los hechos se han sucedido veloces.

Hace sólo seis años, en 2003, empezamos a contactar con las personas y a buscar la documentación necesaria para el estudio del segundo milagro realizado por su intercesión. Me pidieron ayuda los monjes de San Isidro de Dueñas, monasterio donde vivió el hermano Rafael y donde hoy se venera su sepulcro.

Me entrevisté con una joven madre madrileña, Begoña León, que había sido curada inexplicablemente, en enero de 2001, de una rara enfermedad que se presenta en los últimos meses del embarazo. En junio de 2004 habíamos conseguido que el hospital madrileño nos facilitara el diario de la UVI donde había sido atendida Begoña.

El 9 de abril de 2005 se constituyó en San Isidro de Dueñas el tribunal diocesano que, bajo la presidencia del obispo Rafael Palmero concluyó su trabajo en mayo de 2006, trasladando a Roma el expediente. En poco más de 2 años, la Congregación de las Causas de los Santos dio su voto favorable y el Papa ordenó la publicación del decreto de canonización el 6 de diciembre del 2008.

Ha sido un camino asombrosamente corto. “Rafael hace las cosas rápido; se lo he dicho muchas veces a la hermana María Asunción Fernández, una entusiasta amiga del alma del hermano Rafael, a quien debemos, entre otras muchas cosas, la transcripción de los manuscritos del hermano y la preparación de las sucesivas ediciones. La verdad es que no se lo había creído del todo, hasta que ahora la feliz noticia de la canonización nos pilla de sorpresa.

Valgan estas líneas escritas también con rapidez, para felicitar a los monjes cistercienses trapenses por la primera canonización de un hermano suyo en la edad moderna. Una gracia de Dios, que sabrán sin duda acoger y hacer fructificar con nuevas historias de santidad. Necesitamos monasterios poblados de monjes santos, que no dejen de enseñarnos, desde su silencio orante, la ciencia de la verdadera esperanza.

Valga igualmente este escrito a vuela pluma, para felicitar a toda la Iglesia peregrina en España por este nuevo santo: san Rafael Arnáiz Barón; un hijo más de la Santa Madre Iglesia, que como santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz o san Ignacio de Loyola, dará alas al espíritu para volar hacia Dios, a todos aquellos que se acerquen al testimonio que nos ha dejado en sus cartas y escritos.

Mons. Juan Antonio Martínez Camino (con motivo de la canonización del Hermano Rafael el 11 de octubre de 2009)

*Boletín informativo San Rafael Arnáiz Barón, nº 189, Julio-Diciembre 2018.

Festividad de San Rafael Arnáiz

Homilía en San Tirso el Real

En el clima festivo de la Pascua de Resurrección hacemos memoria de San Rafael, y lo hacemos en esta iglesia de San Tirso en la que, durante el tiempo de su pertenencia a la Adoración Nocturna de Oviedo contempló y adoró el misterio que se revela en el Sacramento del Altar, y que nosotros celebramos en este atardecer.

Sin duda ninguna que esta adoración silenciosa, llevada a cabo en la quietud de la noche, le ayudó a profundizar en su vocación, oyendo con claridad cada vez mayor, la voz que le movía a la búsqueda de Dios a través del camino de la Cruz, haciéndose obediente al estilo de Jesús, (Filp.2,8).

Una de las primeras cosas que las madres cristianas hacen en relación con sus hijos pequeños, es enseñarles a hacer la señal de la Cruz; así lo hizo su madre Mercedes. La cruz es muy importante en la vida cristiana. Muestra, en el momento del dolor, el silencio de Jesús como palabra de amor dirigida al buen Dios. A Él se confía en el momento del pasar, a través de la muerte, a la vida eterna y le dice: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Luc. 23,46).

Pero de igual modo, revela que Dios habla a través del silencio y lo hace acogiendo a su Hijo en el regazo de su ternura, que es una manera de hablar del reino de los cielos. Un corazón atento, abierto, silencioso es más elocuente que muchas palabras. Dios nos conoce por dentro más que nosotros mismos, y nos ama: saber esto debería ser suficiente. Sería para nosotros fuente de una gran paz incluso en los momentos de gran desasosiego.

Un hombre y una mujer de fe, en el hondón de su corazón tiene esta certeza “ni la muerte ni la vida, ni ninguna otra criatura podrá separarme jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom. 8,38-39).

El sacerdote cuando comulga, hace siempre una oración silenciosa. La hace inclinado ante el altar sobre el que se encuentra el Pan de la Vida que va a recibir en alimento, y dice: “no permitas, Señor, que nada me aparte de ti” (cfr. MR); fue este ideal el que guió la vida de San Rafael tal como lo expresa San Benito: “No anteponer nada al amor de Cristo” (R.B.4,21).

La Iglesia nació en la cruz del Corazón traspasado del Salvador. La cruz dio sentido a la vida de San Rafael. En su bautismo fue marcado por este signo precioso, y su sombra le acompañó en su diario vivir, particularmente cuando ingresó en el monasterio de San Isidro de Dueñas.

La cruz nos revela un Dios cercano y humano, que por amor a los hombres, es capaz de sufrir y compartir el sufrimiento del mundo. La cruz ha de iluminar nuestra vida para no caer en las redes de la sociedad de consumo, y de los ídolos que nos proponen: el despilfarro, el hedonismo, el egoísmo. La cruz relativiza el tener y nos ayuda a ser cada vez más nosotros mismos, es decir: espejos de Dios cercano.

En la Eucaristía se celebra el misterio de la cruz. Ella es memorial de su muerte y de su gloriosa resurrección. En este misterio de fe, Cristo se sigue haciendo presente ofreciéndose al Padre como víctima de su suave olor.

Este es el mensaje que San Rafael nos ofrece con el testimonio de su vida. Quiso ser discípulo de la cruz para poder participar de la gloria de Cristo resucitado. Esta gloria se manifiesta en Rafael y nosotros lo celebramos con profundo gozo a la vez que nos acogemos a su intercesión. San Rafael, ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Don José Sanz González Vázquez. Oviedo, 27 de abril de 2018.

Homilía en San Isidro de Dueñas

Queridos hermanos: Hoy nos reúne en esta iglesia la memoria de un monje de nuestra comunidad. Un hermano que supo vivir su vocación. Un hermano que habiendo escuchado una voz que le llamaba en su interior, dejó a un lado todas las voces exteriores para centrarse el solo Dios. Un hermano cuya muerte refleja la vida que llevó. Una muerte que tocó a su puerta en plena juventud, pidiendo de él lo mejor de su vida. Al final después de luchar con su enfermedad, Dios le coronó de gloria, pero no de una gloria cualquiera.

Nadie sabe hasta qué punto alguien está preparado para un gran combate, ni cómo éste gran combate se desarrolla en el corazón del hombre:

  • Una primera llamada, dejar su familia, estudio y futuro para ingresar en la Trapa;
  • una segunda llamada, dejar su salud y cuidados, para volver a ingresar en la Trapa;
  • una tercera llamada, dejar su país en guerra para ingresar en la Trapa;
  • y una cuarta y última entrada, no ya a la Trapa sino a la casa del Padre, un Padre que le había convocado a su mesa en estas cuatro llamadas.

Como él mismo nos dice: “Solo Dios, Solo Dios. No busques otra cosa y ya verás cómo al verte en el séquito de Jesús en los campos de Galilea, tu alma se inunda de algo que yo no te sé explicar”. Algo que no sabe explicar porque supo vivir más allá de sí mismo, más allá de su propio tiempo, y más allá de todos los cálculos humanos.

“No importa que el camino sea duro, ni áspero, ni largo…, va Jesús delante; no miremos donde ponemos los pies…, es Jesús el que guía”.

Este Jesús que le guía, es el mismo con quien nos encontramos en la Eucaristía, y en cada Eucaristía le damos gracias a Dios cada uno de nosotros, por la vocación recibida, sea en nuestra vida monástica, o en medios de nuestras familias o trabajos. Nadie es ajeno a esta llamada que un día sintió nuestro hermano Rafael.

Ojalá cada uno de nosotros viva lo que un día escribió, nos enseñó y vivió nuestro hermano Rafael: “Sigamos adelante, cada uno en el lugar que Dios, en su infinita bondad, nos señaló. Amemos la lucha, sin temor a dejar en ella la vida. Amemos nuestro frente de batalla, de que algunas veces haya derrotas. Busquemos la ayuda de María y nada temamos… Sigamos a Dios, a pesar de todo y contra todo”.

Que sea así para cada uno de nosotros.

P. José Antonio Gimeno, ocso. Palencia, 27 de abril de 2018.

Del Boletín Informativo San Rafael Arnáiz Barón (Enero – Junio 2018, nº 188)

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Festividad de San Rafael Arnáiz Barón, monje trapense

Rafael, no te fuiste (al Hermano Rafael Arnáiz)

*Homilía

Queridos hermanos, Compañeros, representación del Ayuntamiento de la ciudad, asociación del barrio, comunidad parroquial: a todos nos acoge y nos saluda el Señor Jesucristo. Él es el que nos acoge y él es el que nos saluda. Bienvenidos.

También en este día celebramos como parroquia la fiesta del Hermano Rafael, el Señor nos llena de esperanza. A lo largo de toda la Sagrada Escritura, en un relato precioso, los momentos más gozosos que el pueblo experimenta, son los encuentros de Dios con su pueblo. Hoy también en honor de Cristo Resucitado, y en honor del Hermano San Rafael sentimos la alegría que Dios da al corazón humano, no solamente como un hecho psicológico, sino como un hecho profundo de la realidad de nuestra propia vida.

Estamos en unos días preciosos de la celebración en este tiempo solemne de Pascua, y el Señor Jesucristo resucitado y glorioso nos acompaña con su cercanía y la certeza de su amor. Vemos en estos textos los primeros testimonios de Cristo resucitado que realmente llenan nuestros sentimientos y nuestra mente. Es tan intensa la realidad de la fiesta pascual que ilumina nuestra vida, la belleza de Cristo resucitado se hace luz, se hace esperanza en el corazón, es la verdadera alegría. Dice la Escritura, que sólo Dios puede alegrar el corazón humano.

Estamos celebrando también la fiesta del Hermano San Rafael; sin duda vosotros mismos conocéis tantas cosas de él y de su vida, realmente entrañable por muchos motivos, también por su proximidad histórica, ya que casi pisamos sus huellas. Simplemente en este rato quisiera recordar, a la luz de la fe pascual, la humanidad profunda del Hermano San Rafael, la experiencia impresionante del hombre que se acerca a Dios en una actitud de adoración, en una actitud de fe profunda que encierra toda su vida.

Rafael encontró en la fe, la luz y la alegría de concebir a Dios, y por eso concibió el ser humano, la realidad y la existencia de su vida… También nosotros estamos llamados desde la realidad de nuestra propia vida, nuestra propia tierra, nuestras propias gentes; estamos llamados a buscar el bien de los bienes, el mayor bien, aquel que sostiene la creación, aquel que sostiene y da la vida al ser humano.

Queridos hermanos: Rafael tenía la actitud de reflexionar los hechos, de pensar la vida.

Rafael amaba la vida y amaba a Dios por encima del corazón, los sentimientos; la calidad humana del corazón nos hace nobles, le hizo noble a Rafael ante los demás y ante Dios mismo. Rafael llevó el amor a la vida, el amor a Dios y el amor a la creación entera, con un amor entrañable.

Dice la Escritura, que estamos llamados a amar, desde la inteligencia, desde el corazón y también desde las entrañas; la Escritura hace también referencia hacia las entrañas, a las partes nobles de la vida que quedan en nuestra propia existencia; normalmente en nuestro lenguaje todavía usamos esa expresión: esa persona, ese hombre, esa mujer tiene buenas entrañas. Rafael quería a Dios con un amor realmente entrañable.

En definitiva, nos encontramos con un hombre creyente en Dios. Él vivió la fe cristiana que recibió signado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Del mismo modo, todos los que estamos aquí hemos sido bautizados y llevamos en nuestro cuerpo las señales de Jesucristo porque fuimos ungidos y bautizados en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,  llevamos en nuestro cuerpo la muerte y la resurrección de Jesucristo. Este misterio tan sencillo de fe, lo vivió Rafael con una intensidad profunda en el aspecto de acoger en su vida de Dios Padre, el amor a Cristo y la presencia constante del Espíritu.

Hoy es un gran día de fiesta y ojalá la sepamos vivir con intensidad, con amor, con frescura, con la fuerza misma que da la fiesta; pero a la vez quisiéramos recordar la realidad de nuestro mundo para acoger el misterio de Dios en nuestra vida, en nuestras personas, en la realidad incluso de la Iglesia, por eso, en este tiempo pascual e imagen del Hermano San Rafael, verdadero injerto del cuerpo del Señor, vamos a hacer también ese recorrido, ese itinerario que de alguna manera es el camino de Dios en el silencio del amor, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Cristo nos ha permitido en su cuerpo humano y glorificado, ser de Él y para Él para siempre.

Hermanos es la actitud de vivir la fe cristiana con gratitud y con esperanza todo este tiempo de pascua, para que el Señor nos de la alegría de la vida, la fortaleza en la tribulación, para que el Señor limpie nuestro corazón con la túnica blanca del bautismo, una túnica blanca de la dignidad eclesial; los santos padres decían que representa la túnica del despojo de Cristo que se dejó en su desnudez y vistió el ser humano; a cada uno de nosotros el Señor nos ha vestido con su túnica de amor en el día de nuestro bautismo, de ahí la esperanza para que la fe vaya creciendo, no por lo que otros nos han dicho de Cristo, sino por lo que cada uno de nosotros podemos experimentar y ser testigo de Él.

Y ya para terminar, Rafael nos habla de la ternura y cercanía de Dios. También a nosotros nos toca ser testigos de Dios, de la ternura y del cariño de Dios en medio de nuestro mundo, como sin duda alguna Rafael ha sido.

Ánimos hermanos, escogisteis en vuestra parroquia al Hermano San Rafael. Hay muchos espejos en la vida en los cuales podemos mirarnos, vosotros habéis escogido a Rafael para miraros en él. Cada día que amanece también aparece la vida entrañable de los hombres y mujeres buenos y santos de ayer y de hoy que son el viento y voz profética de todos nosotros.

Ánimo hermanos, el Señor por mediación de Rafael, ha tenido aquí su mano limpia, profundamente limpia y generosa para poder escuchar su Palabra. Que en este escuchar su Palabra se pueda también encender el ardor en nuestros corazones, como en el camino de Emaús.

*Homilía de D. Miguel Ángel Delgado. Burgos, 27 de abril de 2017.

* * *

Rafael, no te fuiste
tú siempre vivirás entre nosotros.
Volverá tu alegría trascendente
a darnos el sonrís de tu mirada,
más pasos en tu ruta de desierto,
más sed con el torrente de tus aguas,
más luz que rasgue tules de inconsciencia,
más fuego con el fuego de tu brasa.

Tú siempre vivirás entre nosotros
sencillo: sin palabras.

¿Volverás, Rafael? No te fuiste,
permanece tu luz serena y blanca
tus escritos en alas del misterio,
son dardos, son hoguera, son espada.

Tu espíritu que arranca decisiones
tu fuego que enardece y arrebata
tu fe en incesante forcejeo
se clava en los rincones de las almas.

Hoy el mundo comprende tu alegría,
tu dolor, tus renuncias, tus llamadas.

¡Rafael, no te fuiste,
hoy el mundo… ¡es tu Trapa!

           M. Gemma Abia, Filipense

Boletín Informativo San Rafael Arnáiz Barón (Enero-Junio 2017, nº 186)

San Rafael Arnáiz Barón (Memoria)

SAN RAFAEL ARNÁIZ BARÓN
Memoria

Antífona de entrada (Sal 91, 13-14)

El justo crecerá como palmera, se alzará como cedro del Líbano; plantado en la casa del Señor, en los atrios de nuestro Dios.

Oración colecta
Oh Dios, que hiciste de San Rafael Arnáiz un discípulo preclaro en la ciencia de la Cruz de Cristo, concédenos que, por su ejemplo e intercesión, te amemos sobre todas las cosas, y siguiendo el camino de la Cruz con el corazón dilatado, consigamos participar del gozo pascual.
Por nuestro Señor Jesucristo.
R/. Amén.

Oración sobre las ofrendas
Dios de bondad, que en San Rafael Arnáiz has querido destruir el hombre viejo y crear en él un hombre nuevo, a tu imagen, concédenos, por sus méritos, ser renovados por ti, como él lo fue, para que podamos ofrecerte un sacrificio que te sea agradable.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R/. Amén.

Antífona de comunión (Cf. Mt 19, 27-29)
Creedme: Los que lo habéis dejado todo y me habéis seguido, recibiréis cien veces más y heredaréis la vida eterna.

Oración después de la comunión
Te rogamos, Señor, que nosotros tus siervos, fortalecidos por este sacramento, aprendamos a buscarte sobre todas las cosas a ejemplo de San Rafael Arnáiz, y a ser nosotros, mientras vivamos en este mundo, imagen del hombre nuevo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R/. Amén

* * *

Al Hermano Rafael

¡Que perfume el de las rosas
en tu atildado jardín!
¡Cuánto requiebro sin fin
en tus noches deliciosas!
¡Sinfonías cadenciosas
de un cántico divinal
que resuena por igual
en la tierra y en los cielos
ya sin cortinas ni velos
en honra al Dios eternal!

                         Porfirio

Festividad de San Rafael Arnáiz Barón