La Virgen del Pino, como es

Virgen del Pino

Nuestra Señora del Pino, patrona de Gran Canaria

En el año 1974, una profunda restauración de la imagen de Nuestra Señora del Pino de la Basílica de Teror (Gran Canaria) dejó al descubierto una hermosa talla al natural, tal como la concibió el imaginero sevillano Jorge Fernández. Desde aquel entonces, unos días al año, es despojada de su manto habitual (casi permanente) para que la madera policromada se airee y no se estropee. Ofrecemos unas palabras -siempre sabias- del Padre Heraclio Quintana al respecto, que invitan a la reflexión y la humildad. No nos quedemos únicamente en los vestidos y en las joyas con que cubrimos a nuestras imágenes. Y en este caso concreto, acerquémonos a la Virgen del Pino tal como es ella con nosotros: sencilla y buena, humilde y pura de corazón.

*La Virgen del Pino, como es 

La imagen venerada de la Virgen del Pino fue despojada hace poco de sus vestiduras para ser sometida a una delicada obra de reparación. Y lo que vieron nuestros ojos, bajo esas ropas intocables, fue una maravilla auténtica de arte. Habría que empezar de nuevo una historia de la Virgen: «Capítulo 1: De cuando en el año 1974 Nuestra Señora la Virgen del Pino se mostró a sus hijos los canarios sicut erat in principio…».

Cuando uno considera lo que el gusto popular fue haciendo a lo largo de los siglos con la imagen de la Virgen, se confirma una vez más en el dicho aquel de que «hay amores que matan». El amor, o los amores, de todos los canarios han matado, sin querer, la bella imagen que providencialmente vino a nuestra tierra, sepultándola bajo un quintal de ropas que jamás tendrán la gracia de los pliegues de su manto tallado en la madera. Han matado el elegante escorzo de su cintura, y nos han ocultado la vista de su pelo rubio, que le cae por la espalda como un chorro de miel. ¿Y el niño? Pobre niño, obligado a mirar con ojos de cristal, como si los ojos de un recién nacido, aún sin ver, medio cerrados, y su carita regañada a punto de llorar no tuvieran toda la ternura capaz de enternecer el corazón.

Acostumbrados desde siglos a la imagen de la Virgen que asoma el rostro, sólo el rostro, entre ropajes que la cierran y la ahogan ocultándonos la gracia de su cuerpo y su auténtica estatura, el verla como el artista la esculpió ha sido para los que tuvimos esa suerte como una nueva aparición. «Nuestros padres nos han dicho -dirán dentro de un siglo los canarios- que guiados por un resplandor maravilloso (el sentido común y la polilla) la despojaron de sus ropas». Y los dragos y la lápida muy tersa que le servía de peana y la fuente milagrosa que, según la historia forman parte de aquella aparición primera en el bosque de Teror, perderán importancia ante lo que encontramos hoy, ahogado bajo el peso de una devoción que no ha sabido meramente contemplar la belleza de una imagen, sino que ha querido vestirla -como hacen las niñas con sus muñecas- para dejar en ella una prueba sensible de su amor.

¿Qué sucederá de ahora en adelante? Si la devoción sigue el ritmo que marca el propio corazón ¿quién es capaz de adivinar los gustos y los sentimientos que en lo sucesivo y por los siglos dominarán en el corazón de los canarios ante la imagen de su Virgen? (Julio, 1974).

*Padre Heraclio Quintana, “Los comentarios del Padre Heraclio”

Foto: José J. Santana

Los comentarios del Padre Heraclio

Santa María Micaela del Santísimo Sacramento, 150 aniversario de su fallecimiento

Santa María Micaela del Santísimo Sacramento

Retrato de Santa María Micaela por Luis Madrazo, poco antes del fallecimiento de la «santa de la eucaristía». El cuadro se conserva en la casa de la Congregación por ella fundada de Madrid.

Micaela Desmaisières y López de Dicastillo, Vizcondesa de Jorbalán, e hija de los Condes de la Vega del Pozo y marqueses de los Llanos de Alguazas, nació en Madrid el 1 de enero de 1809. De sus padres hereda un carácter noble y solícito con los necesitados, fruto todo ello de una educación exquisita y piadosa. La muerte de su madre (año 1841) supuso un duro golpe para Micaela; entregándose a sí misma —de manera incondicional— al amor filial de Nuestra Señora: “escogí a la Santísima Virgen el mismo día, para que la remplazara y la hice una entrega formal de todo mi ser”.

Desde joven destacó por su fuerte compromiso con los más pobres y su gran amor a la eucaristía, una especial devoción personal ante la que pasaba largas horas de adoración. Algunos años más tarde conoce de manera providencial al que será su director espiritual, el jesuita P. Carasa, quien le da el impulso definitivo a los anhelos de su corazón. Fallecido éste, sería el Padre Antonio María Claret —declarado posteriormente santo— quien se hace cargo de la dirección espiritual de Santa Micaela.

Conocida y reveladora es una visita que realizó María Micalea al hospital San Juan de Dios de Madrid, donde se encontraban mujeres marginadas que caían enfermas. La santa afirmó que aquella visita le abrió definitivamente los ojos ante un mundo hasta ese momento desconocido: “allí sufren el olfato, la vista, el tacto, los oídos… todos los sentidos tienen ocasión de padecer”. Es aquí cuando pensó que era necesario ayudar a esas pobres gentes. Pero a pesar de sus nobles intenciones no encontró el apoyo que esperaba. Todo lo contrario. El camino no resultó fácil, pues la sociedad de aquella época estaba llena de estereotipos y prejuicios; llegando a vivir episodios muy amargos, de incomprensión verdadera, de calumnias e ingratitudes. Posteriormente, en algún momento crucial, la deslealtad por parte de algunas de sus compañeras de la congregación que ella misma fundara le causaría un enorme dolor en el alma.

Pero a pesar de las adversidades, Micaela supo luchar y supo vencer por su amor —siempre desbordante— a Jesús Sacramentado («Poco me interesa lo que las gentes están diciendo de mí. Mi juez es Dios»). El 15 de junio de 1860 emitió sus votos perpetuos.

“El día de Pentecostés sentí una luz interior y comprendí que era Dios tan grande, tan poderoso, tan bueno, tan amante, tan misericordioso, que resolví no servir más que a un Señor que todo lo reúne para llenar mi corazón. Yo no puedo querer más que lo que quieras de mí, Dios mío, para tu mayor gloria.

No deseo nada, ni me siento apegada más que a Jesús sacramentado. Pensar que el Señor se quedó con nosotros me infunde un deseo de no separarme de él en la vida, si ser pudiera, y que todos le viesen y amen. Seamos locos de amor divino, y no hay qué temer.

Yo no sé que haya en el mundo mayor dicha que servir a Dios y ser su esclava, pero servirle amando las cruces como él hizo, y lo demás es nada, llevado por su amor.

Dichosos nuestros pecados, que dan a un Dios motivo para que ejerza tanta virtud, como resalta en Dios con el pecador. Éste es tanto más desgraciado cuanto no conoce el valor tan grande de esta alma suya por la que el Señor derramó toda su sangre. ¿Y dudaremos nosotros arrostrar todos los trabajos del mundo por imitar en esto a Jesucristo? ¿Y se nos hará penoso y cuesta arriba dar la vida, crédito, fortuna y cuanto poseemos sobre la tierra, por salvar una que tanto le costó al Señor, toda su sangre sacratísima y divina?

Yo sé que ni el viaje, ni el frío, ni el mal camino, lluvias, jaquecas, gastos, todo, me parece nada si se salva una, sí, una. Por un pecado que lleguemos a evitar, somos felices y le amaremos en pago”.

De los Pensamientos de Santa María Micaela del Santísimo Sacramento

Santa María Micaela fue fundadora del Instituto de las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, una congregación entregada a la ayuda de mujeres abandonadas a su suerte (por lo general ligadas a la prostitución), a promover el respeto por la persona y su dignidad, al amor fraterno y a la adoración al Santísimo Sacramento. Las constituciones de la misma fueron aprobadas por la Santa Sede en septiembre de 1861. Asimismo, la «Madre Sacramento» nos ha dejado algunas epístolas que nos permiten conocer su espiritualidad y obra. Estas cartas fueron felizmente recopiladas y posteriormente seleccionadas por el P. Constancio Eguía bajo el título «Cartas Espirituales» (Editorial Apostolado de la Prensa, 1945).

Ejemplo de amor a la Eucaristía y de entrega a los necesitados y enfermos, la caridad y ternura de su corazón procuraba remediar las situaciones de miseria social más apremiantes con las que se iba encontrando. También era devotísima de la Virgen (en especial a la advocación de Nuestra Señora del Pilar), a quien acudía para prepararse a comulgar y a la que se encomendaba en momentos difíciles. Confesora espiritual de Isabel II, de quien era amiga, la ayudó a preservar su fe en una vida de cierto desorden.

María Micaela, apóstol de la caridad, murió el 24 de agosto de 1865 -hoy se cumplen 150 años- contagiada de cólera por los enfermos a los que ella misma amorosamente atendía. Fue beatificada el 7 de junio de 1927 por Pío XI, y canonizada por el mismo pontífice el 4 de marzo de 1934. Sus restos descansan en la Capilla de las Adoratrices de la ciudad de Valencia. Su fiesta religiosa se venía celebrando tradicionalmente el 24 de agosto, trasladándose al 15 de junio por ser el día en que hizo los votos perpetuos.

En la actualidad, las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad es una Congregación religiosa integrada por más de 1000 hermanas y extendida, a través de casas de acogida a mujeres, colegios y distintos proyectos sociales, en 23 países de Europa, América, Asia y África. Sin duda, una vida y obra sobresaliente, de fruto imperecedero, que inmortaliza a esta gran «Apasionada del Sacramento y de la Caridad».

Santa María Micaela

Oración

Madre Sacramento:
Tú fuiste la sonrisa del Sagrario;
Te pedimos
que se nos pegue la locura por la Eucaristía
que nos morimos de cuerdos.
Jesús en la Eucaristía era tu pasión dominante,
tu delirio y tu locura.
Tú supiste ver en el sagrario
como se derramaba la gracia del Señor sobre la tierra.

Toda tu vida y las de tus hermanas
Estuvo centrada en la mesa de la Palabra
Y el pan de la vida
En la Eucaristía encontraste
El anuncio más conmovedor de un Amor
que se da como alimento
y de una transformación del mundo
que puede realizarse verdaderamente.

Tú creíste firmemente en las palabras de Jesús,
compartiste plenamente su mandato
y te dejaste implicar
en el espléndido proyecto de salvación
que el Señor Jesús inauguró en la historia.

Tu vida nos vuelve a presentar
el testimonio de fe en la presencia del Hijo de Dios
en la vida de la Iglesia, centrada en la Eucaristía.
Fascinada por el misterio eucarístico,
consagraste toda tu vida transfigurándola
en un acto de adoración.

Concédenos mirar el rostro de Cristo,
para que, iluminados por la luz del Resucitado,
los bautizados podamos contemplar
el mundo y la historia de sus pueblos
con ojos pascuales,
reflejando el gozo de ser discípulos de Cristo,
camino, verdad y vida.

Es hora, por tanto, de volver a la escuela de Cristo,
para aprender de él la lección de una vida buena y feliz,
también en esta tierra.
Tú eres nuestro modelo.
Amen.

* * *

María Micaela del Santísimo Sacramento, por el P. Ángel Peña, O.A.R (pdf)

Todo un ejemplo de abnegación y de amor de madre: Silveria Bordón y su hijo Félix

Silveria Bordón y su hijo Félix

Él era toda mi vida, no me hago a la idea de vivir sin cuidarlo. He sido la mujer más feliz del mundo estos años y ha sido un privilegio muy grande poder cuidarlo hasta el final.

Silveria Bordón

Doña Silveria Bordón, esposa y madre ejemplar, vivía en un bonito lugar llamado Aguatona (Villa de Ingenio), en la isla de Gran Canaria. Su vida transcurría tranquilamente atendiendo a su familia y los quehaceres domésticos. Pero un fatídico 15 de marzo de 1966 un desgraciado suceso alteraría su vida y la de los suyos para siempre. Su hijo primogénito, Félix Juan, sufre un terrible accidente de moto de regreso de su trabajo a casa. Los informes médicos presagiaban lo peor, y era cuestión de horas o pocos días su fallecimiento. Félix se encontraba clínicamente muerto. Sin embargo, en este caso, el diagnóstico médico no coincidió con los inescrutables caminos del Señor. Tras permanecer diez meses ingresado en la Clínica de Nuestra Señora del Pino, y tras su estabilización clínica pero sin recuperación cognitiva, es trasladado en situación irreversible al hogar familiar para seguir con los cuidados. Allí permanecerá 43 años postrados en una cama; 43 años de lucha y de entrega de toda una familia y especialmente de una madre.

Félix, ajeno a todo, nunca regresó de su mundo silencioso; pero si estaba presente en la vida de los demás, logrando ser un nexo familiar y el punto de unión entre los que se reunían a su alrededor. En su humilde y aseada casa, una casa terrera típica de la zona, se encuentra el dormitorio donde descansa. Una mesilla de noche donde hay colocada una imagen de Fray Martín de Porres –que a buen seguro también protegía al pobre muchacho en su sempiterno sueño-, un crucifijo y un rosario constituyen el sencillo mobiliario. Al lado de su cama, otra pequeña cama en la que duerme la madre.

Doña Silveria, en los primeros años, no pierde la esperanza de ver la recuperación de su querido hijo (“Dios puede ser el gran Doctor de mi hijo, y a él lo encomiendo”). También en los primeros años pasan por dificultades económicas, pues el sueldo del marido era escaso y la familia numerosa; pero con la solidaridad de los vecinos y de la buena gente de otros lugares consiguen aliviar la economía de la casa (también afirmaba agradecida ese proverbio tan cierto “de que quien da a los pobres, presta a Dios”). Además, Silveria y su marido Don Antonio deben atender al resto de sus seis hijos -habían sido padres del último de sus vástagos sólo 6 meses antes del accidente de Félix y, por lo tanto, es necesario redoblar los esfuerzos en la casa-. Gracias a Dios todos consiguieron labrarse un porvenir, e incluso dos de ellos llegarían a ser médicos.

Durante toda una vida, Silveria, mujer de profundas convicciones cristianas -imprescindibles para agrandar la fortaleza interior- y devota de la Virgen del Rosario y de la Candelaria (patronas de Agüimes e Ingenio, respectivamente), había cuidado de su hijo sin sufrimiento ni con sentimiento de carga, sino con una gran alegría cristiana que consigue irradiar al resto de la familia. Su marido, sus hijos, y familiares y amigos que la quieren son su otro gran apoyo. Posteriormente, con el paso de los años y la fuerza física menguando, los nietos también colaboran en el cuidado del tío Félix.

El ejemplo de amor y sacrificio de esta madre hacia su hijo lo manifiesta diariamente: enfermera permanente y paciente, alimenta (con una jeringuilla en la que introduce el alimento triturado por la boca), baña, afeita o le prepara las medicinas necesarias. Días de constante sacrificio y noches de vela. Su hijo sólo da muestras de vida a través de una fuerte respiración y los latidos de su corazón (que late todavía milagrosamente), algún movimiento en una de sus manos, alguna mueca ocasional…No hay acritud, sino firmeza y ganas de seguir luchando hasta ver dónde el destino quiere llevarles. En las días de excesivo calor, muy propios en la vega de Aguatona durante la época estival, traslada a su hijo a una casa de Playa del Hombre para que respire la brisa marina.

El extraordinario cariño que doña Silveria profesa a su hijo, en estado vegetativo, transmite unas enormes ganas de vivir y optimismo. Él es una bendición y no una carga. Y simplemente hace lo que entiende es el deber de una madre. Habla de Félix de una forma especial; aquella que expresan las madres que ven a sus hijos en un trance desgraciado: “mucha gente me dice que le pida a Dios que se lo lleve pero yo pido salud para seguir atendiéndolo»

En los últimos años de su vida se resigna cristianamente, pero sigue creyendo en la esperanza de la otra vida. Al serle preguntada por la eutanasia responde claramente: «Por nada del mundo. Hay un Juez Supremo que es el que dicta sentencia. Lo cuidamos hasta que Dios nos lo quiera tener con nosotros. La vida la da Dios y a Él le pertenece».

Premonitoriamente algunas semanas antes declaraba doña Silveria: «Sé que no tiene remedio, pero no sabría decir lo que sería de mí, si faltara», continuaba diciendo “para mí, lo mejor sería irme yo por la mañana y que él se fuera por la tarde». Y así fue. Félix Alonso Bordón fallecía el 10 de  noviembre de 2009. Y tan sólo 18 días después, el 28 de noviembre –la víspera de la Festividad de Cristo Rey-, lo hacía Silverita sumida en la pena, para reunirse con su hijo en la Eterna Gloria del Señor. Una conmovedora vivencia que permanecerá en la memoria y en el corazón de los canarios. Su sepelio fue emotivo y multitudinario; una verdadera manifestación de condolencia y reconocimiento a la que fue una gran madre, Doña Silveria Bordón.