Todo un ejemplo de abnegación y de amor de madre: Silveria Bordón y su hijo Félix

Silveria Bordón y su hijo Félix

Él era toda mi vida, no me hago a la idea de vivir sin cuidarlo. He sido la mujer más feliz del mundo estos años y ha sido un privilegio muy grande poder cuidarlo hasta el final.

Silveria Bordón

Doña Silveria Bordón, esposa y madre ejemplar, vivía en un bonito lugar llamado Aguatona (Villa de Ingenio), en la isla de Gran Canaria. Su vida transcurría tranquilamente atendiendo a su familia y los quehaceres domésticos. Pero un fatídico 15 de marzo de 1966 un desgraciado suceso alteraría su vida y la de los suyos para siempre. Su hijo primogénito, Félix Juan, sufre un terrible accidente de moto de regreso de su trabajo a casa. Los informes médicos presagiaban lo peor, y era cuestión de horas o pocos días su fallecimiento. Félix se encontraba clínicamente muerto. Sin embargo, en este caso, el diagnóstico médico no coincidió con los inescrutables caminos del Señor. Tras permanecer diez meses ingresado en la Clínica de Nuestra Señora del Pino, y tras su estabilización clínica pero sin recuperación cognitiva, es trasladado en situación irreversible al hogar familiar para seguir con los cuidados. Allí permanecerá 43 años postrados en una cama; 43 años de lucha y de entrega de toda una familia y especialmente de una madre.

Félix, ajeno a todo, nunca regresó de su mundo silencioso; pero si estaba presente en la vida de los demás, logrando ser un nexo familiar y el punto de unión entre los que se reunían a su alrededor. En su humilde y aseada casa, una casa terrera típica de la zona, se encuentra el dormitorio donde descansa. Una mesilla de noche donde hay colocada una imagen de Fray Martín de Porres –que a buen seguro también protegía al pobre muchacho en su sempiterno sueño-, un crucifijo y un rosario constituyen el sencillo mobiliario. Al lado de su cama, otra pequeña cama en la que duerme la madre.

Doña Silveria, en los primeros años, no pierde la esperanza de ver la recuperación de su querido hijo (“Dios puede ser el gran Doctor de mi hijo, y a él lo encomiendo”). También en los primeros años pasan por dificultades económicas, pues el sueldo del marido era escaso y la familia numerosa; pero con la solidaridad de los vecinos y de la buena gente de otros lugares consiguen aliviar la economía de la casa (también afirmaba agradecida ese proverbio tan cierto “de que quien da a los pobres, presta a Dios”). Además, Silveria y su marido Don Antonio deben atender al resto de sus seis hijos -habían sido padres del último de sus vástagos sólo 6 meses antes del accidente de Félix y, por lo tanto, es necesario redoblar los esfuerzos en la casa-. Gracias a Dios todos consiguieron labrarse un porvenir, e incluso dos de ellos llegarían a ser médicos.

Durante toda una vida, Silveria, mujer de profundas convicciones cristianas -imprescindibles para agrandar la fortaleza interior- y devota de la Virgen del Rosario y de la Candelaria (patronas de Agüimes e Ingenio, respectivamente), había cuidado de su hijo sin sufrimiento ni con sentimiento de carga, sino con una gran alegría cristiana que consigue irradiar al resto de la familia. Su marido, sus hijos, y familiares y amigos que la quieren son su otro gran apoyo. Posteriormente, con el paso de los años y la fuerza física menguando, los nietos también colaboran en el cuidado del tío Félix.

El ejemplo de amor y sacrificio de esta madre hacia su hijo lo manifiesta diariamente: enfermera permanente y paciente, alimenta (con una jeringuilla en la que introduce el alimento triturado por la boca), baña, afeita o le prepara las medicinas necesarias. Días de constante sacrificio y noches de vela. Su hijo sólo da muestras de vida a través de una fuerte respiración y los latidos de su corazón (que late todavía milagrosamente), algún movimiento en una de sus manos, alguna mueca ocasional…No hay acritud, sino firmeza y ganas de seguir luchando hasta ver dónde el destino quiere llevarles. En las días de excesivo calor, muy propios en la vega de Aguatona durante la época estival, traslada a su hijo a una casa de Playa del Hombre para que respire la brisa marina.

El extraordinario cariño que doña Silveria profesa a su hijo, en estado vegetativo, transmite unas enormes ganas de vivir y optimismo. Él es una bendición y no una carga. Y simplemente hace lo que entiende es el deber de una madre. Habla de Félix de una forma especial; aquella que expresan las madres que ven a sus hijos en un trance desgraciado: “mucha gente me dice que le pida a Dios que se lo lleve pero yo pido salud para seguir atendiéndolo»

En los últimos años de su vida se resigna cristianamente, pero sigue creyendo en la esperanza de la otra vida. Al serle preguntada por la eutanasia responde claramente: «Por nada del mundo. Hay un Juez Supremo que es el que dicta sentencia. Lo cuidamos hasta que Dios nos lo quiera tener con nosotros. La vida la da Dios y a Él le pertenece».

Premonitoriamente algunas semanas antes declaraba doña Silveria: «Sé que no tiene remedio, pero no sabría decir lo que sería de mí, si faltara», continuaba diciendo “para mí, lo mejor sería irme yo por la mañana y que él se fuera por la tarde». Y así fue. Félix Alonso Bordón fallecía el 10 de  noviembre de 2009. Y tan sólo 18 días después, el 28 de noviembre –la víspera de la Festividad de Cristo Rey-, lo hacía Silverita sumida en la pena, para reunirse con su hijo en la Eterna Gloria del Señor. Una conmovedora vivencia que permanecerá en la memoria y en el corazón de los canarios. Su sepelio fue emotivo y multitudinario; una verdadera manifestación de condolencia y reconocimiento a la que fue una gran madre, Doña Silveria Bordón.

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