Dolorosas de Luján Pérez

Dolorosas de Luján
(Al Maestro de las Dolorosas)

Dolorosas de Luján.
Vírgenes llenas de vida.
De madera almas que lloran.
Ojos que perlas destilan.
Perlas que sólo se engarzan
en tan bella faz divina.
Rostros de expresión llorosa.
Rostros de almas doloridas.
Tristes quejidos que mueren.
Solo el dolor los motiva.
Hermosos ojos que lloran
ante el hijo que agoniza.
Dolorosas de Luján.
Joyas de la tierra mía.
Reinas que guarda Las Palmas.
Que a las almas fervoriza
ver tras las nubes de incienso,
faces tan bien esculpidas.
Copiosos ramos de madres
que doloridas nos miran.
¡Qué tristeza cuando pienso,
que tu imagen preferida,
la están mirando los fieles
que están cercanos a esta isla!
Dolorosas de Luján.
Imágenes nunca vistas.
Corazones traspasados
por un puñal homicida.
Imágenes de Luján,
que solo fe nos inspiran.
¡Tu mente también forjó
la que el ser me dio y me cuida!

        José La Clave Guedes
Las Palmas de G.C. (1946)

* * *

Homenaje lírico a las manos de Luján Pérez

«Gran Canaria», poema de Stella Corvalán

Gran Canaria

Se rompe el horizonte en una isla
que alarga sus verdores …
Ya se acerca en las olas su perfume:
es la tierra, la Circe que ha de atarme
de nuevo a su cintura.
Mi libertad marina la enardece,
este connubio astral en que yo araño
la sumisión del mar con mi impaciencia
acaso estremeciera sus orígenes.
¡Quiere recuperarme, y ya me ordena
con una voz de potestad y hechizo!

Un volcánico mundo me sorprende:
estáticos granitos se levantan
con su entraña extinguida.
La Atalaya está en pie.
¿Es que saluda su arrogancia estéril
mi descenso a lo humano?
¿Es que comprende mi áspero dilema?
llego de un reino de tormenta e himnos,
de un oasis de espuma
y tengo miedo que la tierra oprima
mi contorno de músicas.

Cada vez más lejano el eco sordo
del amo transparente.
Ya me cercó la tierra. Está su clave,
recuperada, ardiendo entre mis dedos.
La isla me envía su emisario vivo:
Pinar del Tamadaba me enajena
con su profundo, extraño, penetrante
olor de jungla y raza entremezclados.
Hundí en esta montaña deleitosa
mis manos, que tornáronse sarmientos
en vegetal transformación violenta.
Fui a divisar en la mañana clara
cómo Fuerteventura a la distancia
entre confusos tules emergía,
y tras de Arucas, capitel vetusto,
miré del Teide la silueta núbil.
Euforia de las cimas, del peñasco,
de Tenerife y su pendón llameante.
De aquella carretera de Tafira
serpenteada por dulces eucaliptos,
que una noche negrísima me dieron
una luna irreal para que atara
mi corazón a este paisaje extraño,
donde la sombra tiende rojos velos
y deja que se cuelen por la umbría
brazos del cielo que suplican tregua.

Voy huyendo del mar porque ha tornado
su acento a perseguirme.
Ya resuena, iracundo, en las paredes
de mi ser su alarido.
Crucé por las Canteras.
la arena desgranó sutil y helada
su carcajada rubia …
Enraizada en esta isla pródiga:
jungla pequeña crepitando verdes,
yo el requiebro salado rehuía.

Me interné más y más. No parecía
sino que al recobrarme dio la tierra
a mi libre inquietud sus bebedizos.
A tientas con bejucos que enroscaron
sobre mí sus verdores,
yo, que cifré en el mar mi honda victoria,
huía de su elástico mandato.

Dilema lacerante en que lucharon
mi oceánico amor y esta molicie
entorpeciendo vegetal y ciega
mi potente albedrío.
Cual campanadas lentas
rebotaban las horas sobre el alma.
Y a lo lejos el faro en Maspalomas
guiñó en la noche un resplandor agudo.

Busqué refugio. El Parque de San Telmo
resplandecía paz, y entre palmeras
fui enhebrando mi fuga…
Rostros exuberantes, perfumados, eran los girasoles;
mirada roja en abisal pupila
desprendió su fulgor de entre unos árboles.
Y fue el ilán-ilán el que cercara
con lechosa imprudencia mi congoja.

Retrocedí cuando el fragor marino
irrumpió con violencia en los jardines.
Y desperté de este sopor que, aleve,
encarcelara mi contorno errante.
El mar me poseyó con su ancho ruego
y fui en el Muelle Viejo desgarrando
mis vegetales túnicas . .

¡Ya fue la tierra un sueño en este súbito
reencuentro con la espuma!

          Stella Corvalán

Homenaje lírico a las manos de Luján Pérez

Homenaje lírico a las manos de Luján Pérez

He aquí la huella luminosa
que han dejado tus manos sobre el tiempo
macerado de sombra y de ceniza,
cuyos lebreles fuiste acariciando
allá en la almena azul, sobre el adarve
de tu puro equilibrio incompartido.

Si otras manos, del agua, de la luz o la flor,
del fulgor de unos ojos, de la nieve o la bruma;
si otras se enamoraron de la tierra o la brisa
y fueron gubia o rosa, estrella o río,
las tuyas congregaron en un solo
haz de temblor de cada cosa viva,
el redondo racimo en que florecen
todas las savias juntas, el acorde
final donde convergen y se funden
y se hacen una sola las espumas
de todas las más altas sinfonías…
Luján: tus manos fueron río y rosa,
buril y estrella, corazón y llama.
Y sobre todo, mar; mar anchuroso,
pleamar de ambiciones infinitas,
pleamar sin orilla, como tu mismo sueño;
supremo altar de todas las ofrendas
y de todos los salmos con que el hombre
enaltece el amor.

Y ama la vida.
Y canta al hombre. Y le habla. Y allá en lo más recóndito
de su carne descubre fibras que aún no han vibrado,
porque la sangre tiene secretos que él ignora.

He aquí esta noble huella irrepetible
de tus dos anchas manos, barrocas manos tuyas,
cinceladoras de águilas y nubes,
alfareras de lágrimas de Vírgenes dolientes
y de Cristos exánimes, clavados
en el recio estertor de la madera;
hilanderas del íntimo silencio
que traspasa tus pulsos
como un viejo hontanar latiendo en tu nostalgia,
mitigando la sed
de tanta incertidumbre alucinante
que danza en tomo a tu verdad desnuda.
Tus manos ahí están, como dos frescas pomas
tentándonos los labios con su roja tersura;
como palomas trémulas soñando
Inéditos paisajes sin frontera;
mostrándonos. Luján, la sutil geometría
—no viene en nuestros textos anticuados—
de tu vuelo invisible que, de pronto,
se vuelve asombro de universos nuevos.
Tus manos ahí están,
atezadas de soles que no caben
más que en ellas, de soles que se han hecho
cárdeno contraluz en tus caminos
sembrados de divinas amarguras,
de soles que hoy son pátina encendida
sobre el viejo relumbre de tus tallas:
el mejor patrimonio de esas manos
avezadas de siempre al sortilegio
de todo lo imposible, que es lo tuyo.
Taumatúrgicas manos
que, por costumbre, sin querer, volvían
las piedras, pan; la soledad, belleza.
Manos, Luján, las tuyas,
enamoradas de la vida, blondas
colmenas de su miel
que, al ser tanta, la fueron derramando
a recios borbotones porque todos
supieran a qué sabe, qué esmeraldas
guardabas en el cofre de tus huesos.

Manos de nardo y luz: oh, manos olorosas
y ardientes como el sol de esta tierra fecunda,
de esta Santa María de Guía, en cuyo seno
abrió el ventalle de su luz la rosa
de tu sueño en escorzo de altos soles,
a la sombra amical de las tres Palmas,
Manos de honda pasión, de insomne brega,
como cuarzos de angustia esperanzada
entre las rocas lentas de un destino
que ellas mismas domaron,
como tu gubia el corazón
de esas tallas heridas
por las trémulas alas de tu milagro puro.
Manos de soledad madrugadora,
de afán irrepresable, de pertinaz abrazo,
de torrencial tesón sobre la artesa
donde fuiste amasando, instante a instante,
sin posible reposo, esa armonía
de tus rebeldes trigos interiores,
hechos pan mucho antes de que tú los pensaras,
para ofrecemos sobre tus cordiales manteles
con su gozo el perfume de tu vino jocundo.
Manos de paz, acariciando el hombro
de este barro que envuelve nuestra prisa;
manos de paz sembrando paz en nuestra besana
con tanta sed de mieses y amapolas,
con tanto insomnio de sentirse lumbre
para sentirse llama entre el rescoldo
donde aún vibra el fulgor de nuestra sangre.
¿Quién te las dio, Luján? Di: ¿quién te puso
tanta luz en las manos, tanto vértigo
de la luz entre ellas, que aún parece
como si camináramos a tientas,
porque sigues teniendo acaparada
toda la luz del mundo y nos deslumhras
y estremeces, de tanto poderío,
nuestra vieja retina bordadora
de tus encajes únicos?

¿Qué nuevo Prometeo,
desde tu origen ya, supo fijarse
en ti, signando tu señera frente,
dejando en el icrisol egregio de tus manos
ese fuego sagrado de la inmortal Belleza
que arrebató del cielo y que no a todos
es dado recibir?

Fuiste elegido
como lo fue Rodín o Miguel Ángel,
Salzillo o Montañés: manos orfebres,
anchas manos perfectas las de ellos y las tuyas,
dueñas de todos los arcanos
del tacto y de la forma,
de la honda vibración, del sonoro latido
de la luz, de esa luz que no envejece
ni os deja envejecer.

Con ellos diste
vida inmarchita al claro santoral
de tu imaginería innumerable
que ha de entonar, ya siempre,
con ardor renovado,
himnos de júbilo y amor
a esas dos manos creadoras
que le insuflaron el rotundo aliento
de las criaturas vivas y perennes.

Todo —no sólo el Arte— sin usura
te lo brindó la copa de los dioses:
la poderosa inspiración del genio
que habita sólo las más altas cumbres,
la inmensurable gloria que tuviste
sometida a tus pies, todo el prestigio
de tus dos manos, cráteras de tu insigne vendimia.
Y el generoso don de tu vida fecunda,
estrella impar con muchos años-luz,
más que muchas estrellas.
Por eso vivirás, mientras palpite
la euritmia de tus manos; mientras perdure, intacta
como una impronta de tu sombra inquieta,
la huella que dejaste sobre el tiempo…

           Cipriano Acosta Navarro

* * *

Enlace de interés

Un puente entre dos siglos: José Luján Pérez (Graciela García Santana. Memoria digital de Canarias)

Natividad de María

En Nazaret de Judea vivían dos santos esposos, entrados en años, llamados Joaquín y Ana. Rogaban ambos al Señor que les concediesen sucesión, y Dios escuchó sus súplicas, haciendo que, contra la posibilidad de la naturaleza, una madre anciana concibiese y pariese a la criatura humana más perfecta: nació una niña, a la que llamaron, por disposición del cielo, María; que fue después la Madre de Dios, quedando siempre Virgen santísima Nuestra Señora. Al nacer a este mundo la Virgen María, apareció ya santa y adelantada en perfecciones, pues ya desde su Concepción Inmaculada, o sea desde nueve meses antes de nacer, estaba adornada de méritos con entendimiento y voluntad y gran correspondencia a la gracia.

Es hoy la fiesta por antonomasia de Gran Canaria, nuestra tierra. Todas las rutas se abren —con alborozo— en este día hacia la villa mariana de Teror. Es un tributo de amor y de sentimientos admirativos hacia la madre celestial de los grancanarios, que eso es la Virgen del Pino. Todos los corazones tienen en la Patrona su cita amorosa, porque en este día se la honra bajo el título litúrgico de su Natividad.

Natividad de María

I
Virgen del Pino Amorosa,
Hoy en tu honor celebramos
La fiesta de los Canarios,
Es la mayor del año.

II
En desfiles y Promesas
Vamos todos a Teror,
A contemplar tu Hermosura
Y a pedirte con amor.

III
Toda hermosa eres María,
Desde tu Sitial Luciente
Los ángeles te cortejan
Al verte tan sonriente.

IV
Todos te aclaman Patrona,
Desde tu bello Vergel
De tu santuario: Preciosa,
Diamante de oropel.

V
Desde el Pino donde moras
Te has erigido en Patrona
De la Gran Canaria entera,
Que satura hasta la Aurora.

VI
Las flores cubren tu Trono,
Que se torna en Celestial
En tornasol de Colores
Y volutas de Cristal.

VII
En plenitud de Alborada
Se nos presenta Teror,
Todo imbuido de flores
Con singular esplendor.

VIII
Por doquier su Fértil Valle
Con sus huertos y sus frutos,
Con sus Pomas escarlatas
Entre el Nogal y el Arbusto.

IX
Tus Barrancos y Laderas,
Con su Fuente de «Agua Agría»
Enhornado está de Verde
Hasta las mismas montañas.

X
Ante la Madre del Pino
Nos postramos con fervor,
Para rezarte y cantarte,
Y decirte: Te queremos con
Singular dilección.

XI
La más buena de las Madres
Es la Madre de Jesús,
La Virgencita del Pino
Es la Madre de los cielos
Y nuestra Madre en Jesús.

XII
Yo quisiera estar contigo
En amanecer Triunfante,
Rodeado de querubes
Y serafines Radiantes.

Adiós Madre de los Cielos;
Adiós Madre del amor,
Tu Bendición te pedimos:
Y a Dios hasta el Cielo
«ADIÓS».

     J. Suárez Guerra

Foto: Daniel Ramírez Gil

Nuestra Señora de la Soledad de la Portería, leyenda dorada

Mas, entre tantas Imágenes de Soledad existentes en las Islas, resalta y tiene encanto especial la del Convento de San Francisco de Las Palmas, conocida con el nombre de Virgen de la Portería.

El origen de esta Imagen lo encontramos también arropado con una leyenda delicada, que, de padres a hijos y de boca en boca, ha llegado hasta nosotros.

Cuentan, que, allá por los años de la conquista de Gran Canaria, se paseaba, por el puerto de la ciudad de Cádiz, una señora enlutada, con una pena profunda en su alma resignada. Buscaba embarcación para la isla recién conquistada, porque quería hacer llegar a los Padres Franciscanos de la misma un encargo misterioso.

Ella, con rostro suplicante, se dirige al capitán de unas de las naves, que estaban prontas a zarpar. Mas el patrón, lleno de altivez y sin hacer caso a la petición de la señora, suelta las amarras de su barco y se hace a la mar. Y comienza a navegar rumbo hacia el sur. Pero de pronto, Y de un modo inesperado, le sorprende una tormenta y se ve obligado a volver al puerto, de donde había salido.

Por segunda y muchas veces más vuelve a hacerse a la mar, y otras tantas tiene que refugiarse, porque nuevas tormentas le obligan a ello.

La señora enlutada insiste en su petición; y el marino, ya sin la altivez de antes, acepta en su nave el embalaje. Recibirlo y cesar los obstáculos a la navegación, todo fue uno.

A los pocos días el marino, – tranquilo, como el mar, arriba al puerto de las Isletas con toda felicidad. A toda prisa se encamina al Real de Las Palmas y entrega su encargo al Convento de San Francisco.

En presencia del Guardián, Discretos del Convento y de los hombres de la mar, se abre el baúl del misterio. Y ¡oh sorpresa!, aparece, ante las miradas de todos, una Imagen de María; y comprueban con sus propios ojos, como ella tiene la misma cara, los mismos vestidos de luto, y hasta la misma pena de aquella señora enlutada, que días atrás se paseara por el puerto de Cádiz.

¡Era la Virgen de la Soledad, o de la Portería, del Convento de San Francisco de las Palmas!

Veracazorla. B.O. Diócesis de Canarias, 1981

* * *

Soneto a la Virgen de la Soledad

Pasas muda, florosa y enlutada;
y al ver esa piedad con que me miras
sé que ruegas por mí y por mí suspiras;
por mí, que soy ceniza, polvo, nada.

Dame tu llanto lágrima sagrada,
para salvarme del mundo y sus mentiras.
Yo, pecador, hallo en la fe que inspiras
un consuelo a mi alma atormentada.

El Dolor es contigo, y me arrepiento
de ser causa de él, por tener parte,
pues soy hombre y culpable en el delito
de alzar la cruz, y en mi interior la siento.
Mas su signo se trueca en mí baluarte
y tu dolor está en mi cruz inscrito.

                          Luis Benítez Inglott