Oración a Santa María

Oración a Santa María
Oh Virgen, tu gloria supera las cosas creadas.
¿Qué hay que se pueda semejar a tu nobleza,
Madre del Verbo de Dios?
¿A quién te compararé, oh Virgen,
de entre toda la creación?
Excelsos son los ángeles de Dios y los arcángeles,
Pero, ¡cuánto los superas tú, María!
Los ángeles y los arcángeles sirven con temor
a Aquel que habita en tu seno,
y no se atreven a hablarle;
tú, sin embargo, hablas con Él libremente.
Decimos que los querubines son excelsos,
Pero tú eres mucho más excelsa que ellos.
Los querubines sostienen el trono de Dios,
tú, sin embargo, sostienes a Dios mismo entre tus brazos.

     San ATANASIO, siglo III

Sagrada Familia

Sagrada Familia

José, María y Jesús,
un padre, una madre, un hijo.
Una Sagrada Familia,
un triple “amor” florecido.
La felicidad dormía
en aquel precioso “nido”.
Los tres vivían alegres
por el “amor” seducidos.
En aquel hogar bendito
Dios puso su domicilio.
Dios siempre se hace presente
donde hay “amor” y cariño
Su casa estaba asentada
sobre “roca” de granito.
No pueden con el “amor”
ni los vientos ni los ríos.
Su puerta quedaba abierta
al paso de los vecinos.
Donde hay “amor”, no hay extraños;
todos se sienten amigos.
Toda su vida giraba
alrededor del servicio.
Sin flores no hay primavera.
No hay “amor” sin sacrificio.
Señor, en nuestras familias,
Falta “amor” y hace frío.
Que en Jesús, José y María
encontremos nuestro abrigo.

  José Javier Pérez Banedí

Sonetos de esperanza

SONETOS DE ESPERANZA

A

Cuando a tu mesa voy y de rodillas
recibo el mismo pan que Tú partiste
tan luminosamente, un algo triste
suena en mi corazón mientras Tú brillas.

Y me doy a pensar en las orillas
del lago y en las cosas que dijiste…
¡Cómo el alma es tan dura que resiste
tu invitación al mar que andando humillas!

Y me retiro de tu mesa ciego
de verme junto a Ti. Raro sosiego
con la inquietud de regresar rodea

la gran ruina de sombras en que vivo.
¿Por qué estoy miserable y fugitivo
y una piedra al rodar me pisotea?

B

Y salgo a caminar entre dos cielos
y ya al anochecer vuelvo a mis ruinas.
Ultimas nubes, ángeles divinas,
se bañan en desnudos arroyuelos.

La oscura sangre siente los flagelos
de un murciélago en ráfaga de espinas,
y aun en las limpias aguas campesinas
se pudren luminosos terciopelos.

La poderosa soledad se alegra
de ver las luces que su noche integra.
¡Un cielo enorme que alojarla puede!

Y un goce primitivo, una alegría
de Paraíso abierto se sucede.
Algo de Dios al mundo escalofría.

Carlos Pellicer

Dios te salve María

Dios te salve María

Dios te salve María Sagrada,
María Señora de nuestro camino.
Llena eres de gracia, llamada entre todas
para ser la Madre de Dios.

El Señor es contigo y tu eres la sierva
dispuesta a cumplir su misión.
Y bendita tú eres, dichosa te llaman
a ti, la escogida de Dios.

Y bendito es el fruto que crece en tu vientre
el Mesías del Pueblo de Dios
al que tanto esperamos que nazca
y que sea nuestro Rey.

María, he mirado hacia el cielo
pensando entre nubes tu rostro encontrar
y al fin te encontré en un establo
entregando la vida a Jesús Salvador.

María he querido sentirte
entre tantos milagros que cuentan de ti
y al fin te encontré en mi camino
en la misma vereda que yo.
Tenías tu cuerpo cansado
un niño en los brazos durmiendo en tu paz.
María, mujer que regalas la vida sin fin.

Tú eres Santa María, eres nuestra Señora
porque haces tan nuestro al Señor.
Eres Madre de Dios, eres mi tierna madre
y madre de la humanidad.

Te pedimos que ruegues por todos nosotros
heridos de tanto pecar
desde hoy y hasta el día final
de este peregrinar.

María, he buscado tu imagen serena
vestida entre mantos de luz,
y al fin te encontré dolorosa
llorando de pena a los pies de una cruz.

María he querido sentirte
entre tantos milagros que cuentan de ti
y al fin te encontré en mi camino
en la misma vereda que yo.
Tenías tu cuerpo cansado
un niño en los brazos durmiendo en tu paz.
María, mujer que regalas la vida sin fin.

Dios te salve, María Sagrada,
María, Señora de nuestro camino.

María José Bravo

Foto: Virgen de los Dolores de la iglesia de Santo Domingo, La Orotava.

A la Virgen de la Soledad

A la Virgen de la Soledad

Señora:
como una primavera de puñales
miro tu corazón que parpadea
al pie del árbol sangre.
Tu soledad sin horizonte alcanza
la original potencia elemental,
y el pálido perfil que perece en tu manto
me seca la garganta con el llanto olvidado
en la mitad del desierto.
Sin una lágrima, sin un sollozo, sin una sombra
tu rostro hecho de espinas y de clavos
me mira al pie de tus pies apagados.
Soy un poco de tierra amoratada
que azotó el huracán de caballos desnudos.
Soy un poco de nada puesto al servicio de la noche
para que se consuman los jaguares
de mis fuegos antiguos.
Soy lo que pudo ser un mediodía nublado
lleno de pájaros muertos.
Soy el eco de tu soledad, Señora,
Reina de reinas de las soledades.
Yo te acompaño en este no decir nada.
Yo te acompaño en esta sangre santa.
Yo te acompaño en este fruto quieto.
Yo te acompaño allá muy hondo
en tu virginal sabiduría.
El cielo tiene la hora de un reloj descompuesto.
Las piedras son como sílabas dispersas.
La soledad sin fin es como un cuello
lleno de collares estrangulados.
Yo no tengo en las manos nada,
ni siquiera tengo mis manos en las manos,
ésas, todas manzanas y peras,
esas pequeñas bestias del tacto.
Estamos solos en medio del mundo,
divinamente misterioso y terrible,
Reina de reinas de las soledades.
Yo soy el perro hambriento que agusanó la noche,
huérfano y prodigioso, todo nadie y estrellas,
seco de sed y harapo oculto de ladridos
en el hueco de algo que no sabré decirte
si está en mí, en los demás o en algo
que, si existe, no existe sino en tus ojos vírgenes.

Carlos Pellicer