Súplica

Súplica

Señor, qué triste y solo
me encuentro confundido.
En mi secreta soledad me inmolo
sin el ritmo interior de tu latido.
Yo soy un pecador,
nada del hombre espero.
Tú que sabes, Jesús, de mi dolor,
acerca más mis labios al Madero.
Ven y cubre mi herida;
desecha los matojos…
tengan más luz para mirar mis ojos.
Retorna, ven, ya toca.
Haz que como Magdala arrepentida,
mi corazón tu frente.
¡Hoy una estrella se posó en mi boca;
hoy el cansado corazón te siente!

      Gregorio Rodríguez Martín
  (Los Llanos de Aridane, 1951)

Calvario y Cruz

Calvario y Cruz

Todos quedaron llorando,
con sus deseos profundos
de ver a Cristo en el mundo,
en el teatro actuando.

Obras son para ir buscando
dinero como es preciso,
un drama que el arte hizo
con su labor y sus celos.
Jesucristo está en el cielo
y volverá el día del juicio.

Paciencia y conformidad.
Yo tampoco he visto nada,
que con mi vida aislada
no siento curiosidad.

Si quieren ver la verdad
todos los que allá no fueron,
sin que les cueste dinero,
con levantar la cabeza
verán la cruz en la iglesia
y el Calvario en el Sequero.

Juan de la Nuez Vega

La soledad de María y la soledad del pecador

La soledad de María y la soledad del pecador

Cuando una persona amiga siente en su alma el vacío de una pérdida irreparable, vamos a acompañarla para llenar su soledad con nuestro cariño. Eso hacemos con María, después de las horas desoladas del Jueves y del Viernes Santo. Y María nos agradece vivamente ese gesto, y se alegra de ser nuestra madre.

El sólo pensar en la soledad de una madre nos conmueve. Es que en esa expresión entran en juego dos palabras conmovedoras, que cuando se conjuntan alumbran en nosotros el relámpago de la emoción. La madre se queda sola. Esto es: el ser cuya vida no significa sino inmolación, sacrificio, entrega a otros seres, se queda sin esos seres que constituyen el sentido de su vida. Pero pudiera ocurrírsenos una pregunta: ¿Por qué está sola María? ¿Perdió María de veras a Jesús? ¿Ya no está María unida a Jesús? Aquí debemos precisar los términos:

A Jesús se le puede perder de dos maneras: físicamente y espiritualmente. Físicamente, María perdió muchas veces a Jesús. La verdad es que María debió de sentirse siempre un poco sola y un poco desconcertada al lado de Jesús. Sin duda, el ser madre de un Dios es algo muy grave. A través del episodio de la pérdida del Niño Jesús a los doce años, se deja entrever que María no comprendía del todo la actitud de Jesús. Sin embargo, María fue fiel a Jesús en el fondo de su alma, incondicionalmente.

Por eso, en las horas de delirio y de duda de la Pasión, María siguió muy unida espiritualmente a su Hijo. Es que María vivió siempre de la fe. Esta es su singular grandeza. Toda la vida de María se desarrolló en el plano del misterio. María vivió de Jesús y para Jesús. Esto es: María no tuvo otro fin en la vida que el ser la madre de Jesús. Ahora bien, el ser de María, y todo su ser, con sus cualidades y prerrogativas, estaba encaminado a ese fin. María no fue una mujer como las demás, que un día, ante la invitación de un ángel, aceptó ser madre de Dios, e inició su vida de misterio. María fue un ser singular desde su concepción. Por eso, María debió, sin duda, de sufrir mucho en su vida, porque todo privilegio implica un tributo de dolor.

Propendemos a pensar que la Virgen era madre de Jesús como las otras madres lo son de sus hijos, y entendemos su soledad al modo humano. Pero es algo distinto. Porque Jesús es Dios, que habita en el alma por la gracia, y hace sentir su presencia de una manera vivísima en las almas santas.

Podemos por ello decir que, en realidad, los que estamos solos somos nosotros, cuando, por el pecado, expulsamos a Dios de nuestro corazón. Bien vistas las cosas, quizá no debiéramos compadecer a la Virgen, sino compadecemos a nosotros mismos. Bien entendido que éste es el único medio de consolar eficazmente su soledad. Mereciendo esto una meditación especial.

Fr. Alfonso Pérez
(Revista La Merced, mayo de 1955)

Imagen ilustrativa: Virgen de los Dolores de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, La Orotava (Foto: Parroquia).

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La soledad de la Virgen

La Cruz

La Cruz

Aunque entre sangre se presente adusta,
La paz sustenta y al amor anida:
Instrumento de muerte engendra vida,
Y es luz su sombra augusta!
Dique opone al poder y lo afianza;
El débil se hace fuerte de ella armado;
Por ella sola la igualdad se alcanza,
Que de sus brazos la eternal balanza.
Pesa a la par el cetro y el cayado.

Allí también la soberana diestra
Pesó el valor del mundo… ¡oh maravilla,
Que si del hombre la razón humilla
Su dignidad demuestra!
Sí, pesó al mundo la Eternal Justicia:
Pesóle por romper el que lo abate
Yugo cruel de la infernal malicia,
Y tanto amor en él cargó propicia,
Que una vida inmortal fue su rescate!

Por eso en los ásperos brazos
Del leño sagrado se ostentan
Las manos que al orbe sustentan,
Las manos que rigen al sol.
Por eso en gemidos se aboga
La voz que ala nada fecunda,
Velada por sombra profunda
La Luz de la gloria de Dios.

¡Tú espiras, oh Autor de la vida!
¡La muerte contigo se ensaña!..
¡Mas rota quedó la guadaña
Al darte su golpe cruel!
Subiendo a tu trono sangriento
Su trono funesto derrumbas…
¡Los muertos dejando sus tumbas
Recogen tu aliento postrer!

El rey de la tierra probando
Del fruto del árbol de ciencia,
La muerte nos dio por herencia
Y esclavos nos hizo del mal.
El rey de los cielos, cual fruto
Del árbol de amor nos convida,
La patria nos vuelve y la vida,
Por padre al Eterno nos da.

¡Florece, árbol santo, que el astro
De eterna verdad te ilumina.
Y el riego de gracia divina
Fomenta tu inmensa raiz!
Florece, tus ramas extiende,
La estirpe de Adán fatigada
Repose a tu sombra sagrada
Del uno al opuesto confín!

¡Te acaten pasados los siglos,
Y tu los presidas inmoble,
Y toda rodilla se doble
en faz de tu eterno vigor!
¡El cielo, la tierra, el abismo,
Se inclinan si suena tu nombre!…
¡Tú ostentas a Dios hecho hombre!
¡Tú elevas al hombre hasta Dios!

     Gertudris Goméz Avellaneda (1909)

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Cruz, Corona y Lanzada

Soneto en la dulzura innumerable de María

Soneto en la dulzura innumerable de María
(Al paso de Nuestra Señora de los Dolores, escultura de Lujan Pérez).

Es dulce tu puñal, dulce María,
y su punta me hirió tan dulcemente,
que la quiero clavada eternamente;
déme Dolor la dulce Poesía.

Hiéreme más —oh, dulce Madre mía—
hiéreme el pecho, hiéreme en la frente,
que a más puñal, tu mano inmensamente,
versos en luz eterna me daría.

—Oh, Madre dulce— el lírico secreto
del puñal que me hiere y me da vida
hácese ya dulzura del Soneto;

por el dulce milagro de la herida…
¡En tu panal —oh Madre— graves, tersos,
mi Vía Crucis de catorce versos…!

                      Luis Doreste Silva