Iconografías de Ade Bethune: San Martín de Porres

Adelaide de Bethune

Yo hablo en nombre de las familias necesitadas, de los niños y sus madres, de los ancianos, de los pobres…de las personas que no tienen abogados para defender sus causas y derechos.

Adelaide de Bethune (12 enero 1914, Schaerbeek, Bélgica – 1 mayo 2002, Portsmouth, EE.UU), más conocida por Ade Behune, fue una escritora y artista católica belga-americana, fiel defensora de la tradicional iconografía cristiana. Nacida en el seno de una influyente familia de la nobleza belga, pronto se interesó por el arte litúrgico y por los movimientos progresistas vinculados al catolicismo y a la justicia social. De hecho, Ade Bethune se convirtió en discípula de Dorothy Day y Peter Maurin, fundadores del Movimiento Trabajador Católico en Estados Unidos.

Ade Bethune 3

Seguidora de la obra de San Francisco de Asís, los grandes protagonistas de sus obras son personajes que realizan obras de misericordia: como alimentar a los hambrientos, cuidar a los enfermos o consolar a los más necesitados. Además de sus trabajos iconográficos también se interesó por la arquitectura religiosa y la liturgia. En los últimos años de su vida se involucró en proyectos de construcción de viviendas para personas de ingresos bajos. Asimismo, tuvo presente la necesidad de crear mejores residencias para las personas ancianas, con la esperanza de contribuir a un mundo mejor y más humano. Murió el 1 de Mayo de 2002, poco después de que uno de sus grandes sueños, la residencia Star of the Sea-Harbor House (Estrella del Mar), abriera sus puertas convirtiéndose en una bella realidad. Ade Bethune sería enterrada en el cementerio de la abadía de Porthsmouth donde era religiosa oblata.

A continuación, algunas iconografías sobre la figura de Martín de Porres realizadas por Ade Bethune a mediados de la década de 1930:

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Ade Bethune 5ade bethune (1936) 1

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Ade Bethune – Digital Collections

Este artículo pretende dar a conocer —como humilde homenaje— la vida y obra de Ada Bethune. Este es su único fin. Por ello, mostramos algunas imágenes a título ilustrativo, pero en ningún caso pueden ser reproducidas.

El Cristo del Hermano Pedro (La leyenda del Señor Sepultado de Santa Catarina)

El Cristo del Hermano Pedro

El Cristo del Hermano Pedro

Rafael del Llano estaba exhausto aquella noche. Luego de un día de intenso trabajo conducía al paso, por la calle del Teatro, el landó de alquiler del cual era cochero. Era viernes. La noche de un viernes santo ya bastante avanzada.

Después de trasladar a dos ancianas rezagadas hasta la calle del Seminario, regresaba a los establos de Schumann a rendir cuentas al patrón y guardar el landó. Como caminaba hacia el barrio de Santa Catarina, dobló en la esquina de la iglesia de la Merced y enfiló por la calle de la Esperanza.

Rafael, además de cansado, se sentía triste. Aquel ambiente impregnado de incienso y aroma a flor de corozo, pesaba sobre su espíritu, como el fanatismo místico sobre la ciudad. Silencio absoluto. Calles solitaria y oscura. Escuchaba tan sólo el ruido de herraduras del caballo que se estrellaban en el empedrado.

Atravesó la calle de La Concepción, y vio la hora en uno de los relojes de la Catedral.

─Hay razón para estar cansado ─musitó─ si son ya más de las once.

Y prosiguió su camino por la misma calle. En su mente bullía el recuerdo de los acontecimientos del día: había transportado a muchas personas a las distintas procesiones que recorrieron los barrios y las calles de la ciudad, sobre todo el Santo Entierro de Santo Domingo, a donde más gente se vio obligada a trasladar. En verdad estaba impresionado con esta última por su sobriedad, el silencio de los cargadores y la inmensa tristeza del cristo yacente. Además, era la procesión de su barrio. El vivía en el callejón del Carrocero.

Ese año ─seguía pensando─, por primera vez en mucho tiempo, el Señor Sepultado de la iglesia de Santa Catarina no había salido en procesión. Se decía que muchas habían sido las causas: falta de dinero, de organización… en fin… ¡Qué sabía él! Su desolación era mayor aún porque además de cargarlo, le profesaba una fe inmensa.

¡Ah sí! ─se decía─, Qué milagroso es el sepultado de Santa Catarina. Recordaba que cuando niño, su abuela le había contado la historia del Señor que remontaba a Santiago de Guatemala, mucho tiempo antes del terremoto de Santa Marta.

Le había relatado que una noche el Hermano Pedro se encontraba rezando a los pies del crucifijo, en una iglesia cuyo nombre había olvidado.¹

Era ya muy tarde –había dicho su abuela-, pasaba la media noche… y cuando más arrobado se hallaba en su oración el Santo Hermano, escuchó la voz del crucificado que le decía:

─Pedro, hijo mío, quiero ser sepultado en el coro bajo de las Catarinas.

El Hermano, sin titubear, se dio vuelta y recibió la imagen sobre sus hombros y salió muy despacio a la oscuridad de la noche. El peso del crucificado doblegaba su espalda. Por ser la imagen más alta que él, se vio obligado a arrastrarle los pies por el empedrado de las solitarias calles de la urbe. Así después de largo y penoso recorrido, llegó al Convento e iglesia de las Catarinas. Las monjas lo esperaban con cirios encendidos a lo largo del templo. En el coro tenía ya preparada una urna que acogería al Señor. Allí lo depositó el Hermano Pedro, con sumo respeto. (Testimonio de ese milagro eran las raspaduras hechas cuando lo llevaba en hombros y que la imagen todavía presentaba después de tantos y tantos años. Rafael las había visto y aún palpado).

Según su abuela, aquel suceso había estimulado a miles de fieles a acercarse a adorar al crucificado que había querido ser sepultado en aquel lugar.

Después de los terremotos de Santa Marta –concluían sus recuerdos- el Señor fue trasladado a la Nueva Guatemala y colocado en una capilla de la iglesia del Convento, que las monjas Catarinas habían mandado levantar, y donde hoy se encontraba.

Abstraído en estos pensamientos, después de pasar junto al callejón del Manchén, llegó a la calle Real y la atravesó. Poco faltaba para llegar a su destino.

De golpe, las notas fúnebres de una marcha le hicieron volver en sí y buscar el lugar de donde provenía.

─¡No es posible!  ─exclamó─ la procesión de Santa Catarina… ¡Y tan tarde! ¡Pero si me dijeron que no saldría este año!

En efecto, a lo lejos veía Rafael, viniendo de la calle del Olvido y doblando la esquina del convento de las Catarinas, rumbo al templo, el anda en que descansaba la urna de oro y mármol del Señor Sepultado. Una banda de músicos marchaba tras ella. Abriendo la procesión, los ciriales llegaban ya casi hasta la puerta del templo, y luego dos columnas de cucuruchos con túnica negra y velas encendidas en las manos caminaban silenciosos y con lentitud a la vera de la calle…

¡Si camino rápido ─se dijo el cochero- alcanzaré la bendición! El anda ya está llegando a la iglesia, pues oigo ya el arrastrar de las horquillas de los cargadores y las notas de la banda… el Señor ya está en el atrio… ¡tocan la granadera…!

Y apresurando el paso de su caballo, salvó veloz las dos cuadras que aún le faltaban. Al llegar al atrio del templo su espanto fue tremendo… ¡no había nada! ¡la procesión había  desaparecido!

Un viento fuerte se levantó y en su furia hizo tronar las campanas de la torre. El tañido se fue rebotando en el silencio de la noche.

Rafael, clavado en el coche, como una estatua, no acababa de comprender. Un sudor frío bañaba su rostro y un compulsivo temblor sacudía su cuerpo, hasta que cayó desfallecido en el pescante del landó.

El caballo, ya sin dirección y siguiendo su instinto, se encaminó a los establos de Schumann, ubicados en la calle posterior del templo.

A la mañana siguiente encontraron el landó en el patio central con el cadáver de Rafael del Llano en su interior, horriblemente crispado.

Y, desde entonces, el señor sepultado de Santa Catarina jamás volvió a salir en procesión.²

Notas:

¹ De acuerdo con la tradición oral de la ciudad de Antigua Guatemala y con las leyendas piadosas atribuidas al Hermano Pedro de San José de Betancourt, el hecho aquí narrado sucedió en la iglesia de El Calvario en La Antigua Guatemala, frente al Cristo Crucificado que se encuentra bajo el coro.

Recuérdese que el Hermano Pedro, por ser terciario franciscano, vivió largos años en ese lugar.

² Conmemorando los 200 años del traslado de la imagen a la Nueva Ciudad de Guatemala en el Valle de la Ermita ocurrido en el año 1809, Un viernes santo 3 de abril del año 2009, El Señor Sepultado de Santa Catarina sale de nuevo a recorrer la calles y avenidas del Centro Histórico de nuestra hermosa ciudad.

Viejas Consejas:
Sobre Santos Milagrosos y Señores de los Cerros
Celso A. Lara Figueroa
Litografías Modernas 1995

Fuente: orgulloguatemalteco.blogspot.com.es

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Festividad del Santo Hermano Pedro, primer santo de Canarias

Hombres golpeados

hombres golpeados

Frente a la talla policromada y agrietada que veneramos en el retablo de las Iglesias, a nadie se le ocurre pensar en el hacha que segó el tronco del árbol o en las hirientes incisiones del escoplo del carpintero. Queda tan sólo la presencia definitiva de una obra de arte y devoción.

De los santos pensamos con igual simplicidad. Nos deslumbra su actual resplandor, la luz de sus heroísmos, la grandiosidad de sus virtudes. Sin embargo, para que haya podido quedar  plantada su imagen en la hornacina dorada de una iglesia, mirado y admirado reverencialmente por hombres de siglos posteriores, han sido necesarias las más duras y sangrantes operaciones. La imagen de un santo, para llegar a serlo de verdad, ha de pasar por trances análogos a los de la propia vida real. Por eso no gustan, y valen menos, las imágenes «vestidas», consistentes tan sólo en un rostro sostenidos por cuatro listones de armazón. Una imagen de auténtica aproximación al santo que representa, ha de nacer a golpe de gubia y lija. Cada rasgo de su rostro, cada pliegue de su piel debe surgir perfectamente perfilada de las manos vivas del artista. Como los santos de Dios.

Fray Martín tiene una vida de llena de pequeños y magnos acontecimientos, presididos todos por la bondad y la ternura. Todas las anécdotas de sus años han llegado hasta nosotros en narraciones amables que nos lo hacen más atractivo y cercano. Al final de sus actuaciones queda siempre una impresión de alabanza, gratitud y admiración.

Ello hace que nos resulte apasionante su imitación. Pero trae también sus riesgos. Desconocer las áreas ásperas y dolorosas de su vida puede confundir la santidad de un mito rosado.

Nosotros, hambrientos de placidez y fortuna, preferimos el lado carismático y gozoso de la vida de los santos. Olvidamos fácilmente la extensa superficie astillada y punzante de la cruz que, sin embargo, constituye la columna vertebral de todos los santos. La sonrisa en que envuelven todos sus actos puede hacernos pensar ingenuamente que ellos sobrellevan sin sentir el dolor y la humillación.

Estamos tan acostumbrados a ver a Jesús caído en tierra, atado a la columna y flagelado, crucificado finalmente, que juzgamos «normal» y estereotipado este modo de pasar por la tierra hacia el cielo.

De Fray Martín conocemos tantos detalles de veneración y ternura que lo imaginamos siempre aclamado por los humildes, admirado por los poderosos, reverenciado por sus hermanos, alabado en todas partes.

Conocemos sus palabras de caridad y comprensión, sus reacciones serenas y magnánimas, su actitud de humildad y servicio. Pasamos por alto, sin embargo todo el proceso de dureza, rigidez y disciplina que hiciera posible ese estilo. La santidad no es un regalo unilateral de Dios al hombre; es también un obsequio esforzado y de violencia del hombre a Dios.

Recordamos la pobreza de Fray Martín: permanente y real. Pobreza de nacimiento, de infancia, de vida religiosa. Sin un capricho satisfecho ni una concesión a sus sentidos. Tengamos presente la condición social de su ambiente, más propicia para la burla y el desprecio que para el halago y la amistad. No olvidemos su ininterrumpida laboriosidad, su dedicación total a los apestados y pobres; su austeridad en la comida, en el sueño, en el vestido; la insobornable disciplina con que trató siempre a su cuerpo: cilicios y flagelos para su carne, modestia en sus sentidos, silencio para su imaginación y para su pasión.

Toda esta negación y violencia con que se trató a si mismo provocaron una floración de virtudes sobrenaturales que Dios alentaba porque Él era quien dirigía su ascetismo y quien daba sentido a su mortificación. Fray Martín era bueno, servicial, fiel, laborioso, caritativo porque había ido arrancando las retorcidas raíces del egoísmo y de la sensualidad, de la soberbia y de la envidia. No nació terminado ni luminoso. Se fue puliendo él mismo, mirando sin pestañear al Evangelio de Cristo en relieve.

Fray Martín fue un hombre golpeado, zaherido, punzado, sajado, cortado, mutilado…todo voluntariamente y, con plena conciencia de que esa labor de tronzar y poda, iría brotando vigoroso el injerto de Cristo.

No nos engañemos. La actual imagen de Fray Martín, pulida, brillante y aureolada, es fruto de golpes y golpes: de pobreza y soledad, de humillación y contratiempos, de desprecio y disciplinas.

No es fácil subir al retablo tallado de las iglesias.

Calendario 2015. Secretariado San Martín de Porres (Palencia)

Los ratones de Fray Martín (cuento y vídeo)

los ratones de fray martín 1

Los ratones de fray Martín

Y comieron en un plato
perro, pericote y gato.

Con este pareado termina una relación de virtudes y milagros que en hoja impresa circuló en Lima, allá por los años de 1840, con motivo de celebrarse en nuestra culta y religiosa capital las solemnes fiestas de beatificación de fray Martín de Porres.

Nació este santo varón en lima el 9 de diciembre de 1579, y fue hijo natural del español don Juan de Porres, caballero de Alcántara, en una esclava panameña. Muy niño Martincito, llevolo su padre a Guayaquil, donde en una escuela, cuyo dómine hacía mucho uso de la cáscara de novillo, aprendió a leer y escribir. Dos o tres años más tarde, su padre regresó con él a Lima y púsolo a aprender el socorrido oficio de barbero y sangrador, en la tienda de un rapista de la calle de Malambo.

Mal se avino Martín con la navaja y la lanceta, si bien salió diestro en su manejo, y optando por la carrera de santo, que en esos tiempos era una profesión como otra cualquiera, vistió a los veintiún años de edad el hábito de lego o donado en el convento de Santo Domingo, donde murió el 3 de noviembre de 1639 en olor de santidad.

Nuestro paisano Martín de Porres, en vida y después de muerto, hizo milagros por mayor. Hacía milagros con la facilidad con que otros hacen versos. Uno de sus biógrafos (no recuerdo si es el padre Manrique o el médico Valdez) dice que el prior de los dominicos tuvo que prohibirle que siguiera milagreando (dispénsenme el verbo).Y para probar cuán arraigado estaba en el siervo de Dios el espíritu de obediencia, refiere que en momentos de pasar fray Martín frente a un andamio, cayose un albañil desde ocho o diez varas de altura, y que nuestro lego lo detuvo a medio camino gritando: «Espere un rato, hermanito» Y el albañil se mantuvo en el aire, hasta que regresó fray Martín con la superior licencia.

¿Buenazo el milagrito, eh? Pues donde hay bueno hay mejor.

Ordenó el prior al portentoso donado que comprase para consumo de la enfermería un pan de azúcar. Quizá no lo dio el dinero preciso para proveerse de la blanca y refinada, y presentósele fray Martín trayendo un pan de azúcar moscabada.

-¿No tiene ojos, hermano? -díjole el superior.- ¿No ha visto que por lo prieta, más parece chancaca que azúcar?

-No se incomode su paternidad -contestó con cachaza el enfermero.- Con lavar ahora mismo el pan de azúcar se remedia todo.

Y sin dar tiempo a que el prior le arguyese, metió en el agua de la pila el pan de azúcar, sacándolo blanco y seco.

¡Ea!, no me hagan reír, que tengo partido un labio.

Creer o reventar. Pero conste que yo no le pongo al lector puñal al pecho para que crea. La libertad ha de ser libre, como dijo un periodista de mi tierra. Y aquí noto que habiéndome propuesto sólo hablar de los ratones sujetos a la jurisdicción de fray Martín, el santo se me estaba yendo al cielo. Punto con el introito y al grano, digo, a los ratones.

Fray Martín de Porres tuvo especial predilección por los pericotes, incómodos huéspedes que nos vinieron casi junto con la conquista, pues hasta el año de 1552 no fueron esos animalejos conocidos en el Perú. Llegaron de España en uno de los buques que con cargamento de bacalao envió a nuestros puertos un don Gutierre, obispo de Palencia. Nuestros indios bautizaron a los ratones con el nombre de hucuchas, esto es, salidos del mar.

En los tiempos barberiles de Martín, un pericote era todavía casi una curiosidad; pues relativamente la familia ratonesca principiaba a multiplicar. Quizá desde entonces encariñose por los roedores; y viendo en ellos una obra del Señor, es de presumir que diría, estableciendo comparación entre su persona y la de esos chiquitines seres, lo que dijo un poeta:

El mismo tiempo malgastó en mí Dios,
que en hacer un ratón, o a lo más dos.

Cuando ya nuestro lego desempeñaba en el convento las funciones de enfermero, los ratones campaban, como moros sin señor, en celdas, cocina y refectorio. Los gatos, que se conocieron en el Perú desde 1537, andaban escasos en la ciudad. Comprobada noticia histórica es la de que los primeros gatos fueron traídos por Montenegro, soldado español, quien vendió uno, en el Cuzco y en seiscientos pesos, a don Diego de Almagro el Viejo.

Aburridos los frailes con la invasión de roedores, inventaron diversas trampas para cazarlos, lo que rarísima vez lograban. Fray Martín puso también en la enfermería una ratonera, y un ratonzuelo bisoño, atraído por el tufillo del queso, se dejó atrapar en ella. Libertolo el lego y colocándolo en la palma de la mano, le dijo:

-Váyase, hermanito, y diga a sus compañeros que no sean molestos ni nocivos en las celdas; que se vayan a vivir en la huerta, y que yo cuidaré de llevarles alimento cada día.

El embajador cumplió con la embajada, y desde ese momento la ratonil muchitanga abandonó claustros y se trasladó a la huerta. Por supuesto que fray Martín los visitó todas las mañanas, llevando un cesto de desperdicios o provisiones, y que los pericotes acudían como llamados con campanilla.
Mantenía en su celda nuestro buen lego un perro y un gato, y había logrado que ambos animales viviesen en fraternal concordia. Y tanto que comían juntos en la misma escudilla o plato.

Mirábalos una tarde comer en sana paz, cuando de pronto el perro gruñó y encrespose el gato. Era que un ratón, atraído por el olorcillo de la vianda, había osado asomar el hocico fuera de su agujero. Descubriolo fray Martín, y volviéndose hacia perro y gato, les dijo:

-Cálmense, criaturas del Señor, cálmense.

Acercose en seguida al agujero del mur, y dijo:

-Salga sin cuidado, hermano pericote. Paréceme que tiene necesidad de comer; apropíncuese, que no le harán daño.

Y dirigiéndose a los otros dos animales, añadió:

-Vaya, hijos, denle siempre un lugarcito al convidado, que Dios da para los tres.

Y el ratón, sin hacerse de rogar, aceptó el convite, y desde ese día comió en amor y compaña con perro y gato.

Y… y… y… ¿Pajarito sin cola? ¡Mamola!

Tradiciones peruanas. Octava y última serie / Ricardo Palma

Fuente y enlace recomendado: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (cervantesvirtual.com)

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Cuento: Los ratones de Fray Martín (vídeo)

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San Rafael Arnáiz: Sólo Dios basta

San Rafael Arnaiz Barón

Sólo Dios basta

La historia de Rafael Arnáiz, del Hermano Rafael, es de esas que tocan el corazón y dan a las cosas su auténtico valor, más allá de la frivolidad de las personas.

Rafael, estudiante de Arquitectura, es el prototipo bueno del joven rico; es el modelo del intelectual que busca a Dios. Como un nuevo Agustín de Hipona, este muchacho dejó todo para seguir a Cristo; como otro Juan de la Cruz, abandonó la sabiduría de los hombres para abismarse en la contemplación de Dios, única y plena sabiduría; repitiendo los pasos del también trapense Thomas Merton, escribió desde la soledad de Dueñas su particular montaña de los siete círculos, montaña impregnada de dolor físico, de muerte prematura y a la vez de exaltación amorosa, de esa plenitud de felicidad que sólo conocen los que han hecho de la amistad de Dios su mayor tesoro.

Recuerdo al Hermano Rafael por dos motivos: porque me impresionó de adolescente, cuando supe que había dejado la Universidad para consagrarse a Dios, e incluso su ejemplo me sirvió a mi en cierto modo de orientación; y porque Martín Descalzo le quería una barbaridad. No puedo olvidar lo ilusionado que estaba José Luis con que el Hermano Rafael lo curara, con que fuera un milagro suyo el que le salvara de la diálisis y de la muerte que le acechaba, y que ese milagro hubiera podido servir para llevar a los altares a su admirado monje.

Pero de todos los sentimientos que me asaltan ahora, lo que deja un poso más fértil en mi alma, es recordarle como modelo de la elección de Dios. Me imagino a Rafael dejando los libros para entrar en clausura dejando futuros proyectos, y me lo imagino repitiendo gozoso, incluso en medio de la enfermedad, la oración de Santa Teresa: «Sólo Dios basta».

Dichoso tú, Rafael; dichosos contigo todos aquellos que han sabido descubrir en qué campo estaba escondido el verdadero tesoro y fueron capaces de vender todo lo demás para comprarlo.

Santiago Martín

Hermano Rafael

Tu «Sólo Dios» fue todo tu destino

y ése es el lema que llenó tu vida.

Tan solo a El estaba el alma asida

cubriendo de este modo tu camino.

Es cierto: Dios te diseñó ese sino,

la senda por ti luego recorrida.

En toda la existencia así vivida,

huiste de cualquier mal desatino.

Cruel enfermedad, que hasta la Cruz

de morir, si hacer tu profesión,

sufriste con paciencia y alegría.

Ayúdanos a coger cada día

la nuestra, que nos lleve hasta la luz

y allí tenga su fin nuestra pasión.

                    José A. Carbonell

San Rafael Arnáiz 1

Teresa y Rafael en comandita

acertaron a ver la trascendencia

de un Dios, que a cada hora, se evidencia

en el céfiro etéreo que musita…

Su empuje desde adentro se acredita,

y quien todo lo alcanza, la paciencia,

y cada instante es la mejor ciencia,

que da la hora y marca cada cita.

En la cocina y entre los pucheros

y con los libros en la estantería,

y en la labor del campo y de los aperos…

Y presidiendo siempre está María,

que marca las trochas y senderos,

y la velocidad en la autovía…

Cruces de algarabía,

se aclaran en silencio de clausura

¡con gracia singular y galanura!

                       Germán Lezcano, OCD.

Del boletín informativo San Rafael Arnáiz Barón, nº 181 (Julio – Diciembre 2014)

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San Rafael Arnáiz fue uno de los patrones de la Jornada Mundial de la Juventud 2011 (Madrid). Su testimonio de vida es todo un ejemplo para los jóvenes, tal y como señaló el Papa Juan Pablo II, en Santiago de Compostela (JMJ 1989). De familia acomodada, gozaba de una buena posición social y le aguardaba un futuro prometedor como arquitecto. Sin embargo, a los 23 años dejó sus estudios en la Universidad para ingresar como monje de clausura en el Monasterio Cisterciense de San Isidro de Dueñas, en Palencia. Pronto se dio a conocer por su hondura espiritual y sus milagros.

hermano rafael

San Rafael Arnáiz Barón, Hermano Rafael. Monje trapense (Orden Cisterciense)