Convento Santa Catalina de Siena (San Cristóbal de La Laguna, Tenerife)

Convento de Santa Catalina

Convento de las dominicas de Santa Catalina de Siena de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna (Tenerife)

Convento de Santa Catalina (La Laguna - Tenerife)

Imagen de San Martín de Porres. La pequeña talla, que se encuentra situada en el interior del coro bajo, se expone a los feligreses en el día de su festividad. Foto: Juan L. Bardón G.

Este convento, situado junto a la Plaza del Adelantado de la ciudad lagunera, fue fundado por la Orden de predicadores en el año 1611, tras la entrada en clausura de cuatro monjas dominicas procedentes de Sevilla. En su construcción se aprecia influencias mudéjares, destacando los miradores cerrados mediante ajimeces construidos en la segunda mitad del siglo XVII. Destacan también las dos puertas de acceso de madera tallada flanqueadas por arcos de cantería. En su interior, el altar Mayor presidido por la Virgen del Rosario en la hornacina central es lo más relevante; a la izquierda, se halla la imagen de Santo Domingo de Guzmán vestido con la túnica de la Orden y portando en su mano derecha el estandarte de la misma; y al lado derecho, se encuentra la imagen de Santa Catalina vestida con el hábito dominico, titular del convento. Notable es también la imagen de Santa Rosa de Lima, obra de Rodríguez de la Oliva, que se encuentra en uno de los retablos laterales. El conjunto que abarca el edificio del Convento de Santa Catalina de Siena fue declarado Bien de Interés Cultural, con la categoría de monumento, en 2013.

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En el convento se venera el cuerpo incorrupto de «La Siervita» (Sierva de Dios Sor María Jesús de León Delgado, O.P.), cuyo sepulcro se muestra a los fieles el 15 de febrero de cada año.

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Página web: Monasterio Santa Catalina de Siena

Iconografías por Fernando Cabedo Torrents (Misal diario dominicano, 1958)

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Fernando Cabedo Torrents (1907 – 1984). Dibujante y guionista valenciano que por su contribución como cartelista para la causa republicana durante la Guerra Civil (1936-1939), se vio obligado a alejarse de su actividad como dibujante durante la posguerra.

Poseedor de un estilo limpio y colorista, ilustra historietas de humoren los años 30. Creó el personaje «Meñique el aventurero» que alcanzó gran éxito en la época, hasta el punto que la revista tomaría su nombre a partir del número 42 en 1937. En el año 1958 dibujó, adoptando un esquema monocromático, las iconografías del misal diario dominicano con gran acierto, destacando la expresividad y la profundidad de las mismas. También fue el autor de las historias del «Capitán Látigo» y de la colección «Fredy Barton, el audaz» que también gozaron de una buena acogida.

El señor Jesús Cuadrado nos facilita gentilmente más información sobre Fernando Cabedo, la cual agradecemos sobremanera:

Cabedo (Fernando Cabedo Torrents). Valencia (Comunitat Valenciana), 1907 – 1988. Dibujante/Guionista. Grabador, ilustrador y muralista (Collège de La Salle; Paterna) que se aproximó a la Historieta, barroco y eficaz, con el personaje Meñique (1935) y antes de la Guerra Civil, durante la cual se sumó a la defensa de la República con el ejercicio de un cartelismo consciente y radical. Tras dos décadas de obligado silencio, y camuflado bajo una apariencia de rutinario y oscuro funcionario (como delineante urbanista para el Ajuntament de València), regresó a la Historieta con una soberbia y puntillosa visión de los mundos del novelista Pascual Enguídanos Usach (Fredy Barton, El Audaz, 1961).
SERIES:
1935 Meñique, el Aventurero (en Niños)
SERIALES:
1961 Fredy Barton, El Audaz (Editora Valencia-na, 16 núms.), sobre guiones de Pascual En-guídanos Usach
1962 El Capitán Látigo (Editora Valenciana: Selección Aventurera, época II, 24 núms. ordi-narios, más 1 almanaque), sobre guiones de Arizmendi
PUBLICACIONES:
Audacia || KKO / Perragorda (sello Guerri) || Jaimito || Niños / Meñique || muralismo y otra miscelánea gráfica
ILUSTRACIÓN:
edi.Castalia || edi.Editora Valenciana (col.Luchadores del Espacio) || Misal Diario Dominicano (1958)
ALIAS, FIRMAS, SEUDÓNIMOS:
FCT

*Ilustraciones tomadas de dominicos.net

Parroquia de San José (Santa Cruz de Tenerife, Tenerife)

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Imagen de San Martín de Porres en la Iglesia parroquial de San José, situada en la céntrica calle Méndez Núñez de la capital tinerfeña, Santa Cruz de Tenerife. La iglesia es obra del arquitecto tinerfeño José Enrique Marrero Regalado, de bonita fachada —con dos torres de campanario— y estilo neoclásico. A destacar el importante patrimonio bibliográfico que guarda en su interior. Así, se pueden encontrar varios volúmenes de finales del siglo XVIII y comienzo del XIX, editados en latín, como varios papiros y misales en esta misma lengua, puesto que fue la oficial para las celebraciones litúrgicas hasta el Concilio Vaticano II de 1967.

Una vez en el interior nos encontramos entre otras imágenes religiosas: el Cristo del Perdón y la Virgen de los Dolores, que salen en la procesión penitencial del Silencio el Viernes Santo; San José (titular del templo) y San Francisco Javier, en el Altar Mayor; el Cristo de Medinacelli, cuyo altar se adorna con claveles rojos el primer viernes de marzo según la costumbre y que cuenta con una cofradía propia; el Señor de la Columna, obra del reconocido tallista Mariano Benlliure; el Sagrado Corazón de Jesús, San Antonio de Padua junto a San Martín de Porres, la Virgen de Fátima o un bonito óleo de la Virgen de la Paloma. Además, podemos apreciar en la iglesia algunos iconos de estilo ortodoxo.

Fotos: José J. Santana

Festividad de los Mártires de Tazacorte (Beato Ignacio de Azebedo y 39 compañeros jesuitas)

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Extracto de Reseña Bibliográfica de «Los Mártires de Tazacorte» (Padre Ignacio Azevedo y compañeros), preparada por el Padre Julián Escribano Garrido, S. J. y editada por la Parroquia de San Miguel Arcángel de Tazacorte. LA PALMA, AÑO 1992.

(…) Conocidas las necesidades espirituales de aquella dilatadísima región, San Francisco de Borja nombró al P. Azevedo provincial del Brasil, y le autorizó para reclutar en Portugal un gran grupo de misioneros y llevar, además, consigo a cinco sujetos de cada una de las Provincias de España por donde pasase camino de Portugal.

El Padre General quiso que el P. Ignacio se presentase por última vez al Papa e implorase su bendición para aquella floreciente misión. El Padre Azevedo solicitó del Papa una gracia muy singular: llevar consigo, como amparo y esfuerzo, una copia de la imagen de Nuestra Señora, que la tradición atribuía a San Lucas y se venera en Santa María la Mayor. Y aunque no se recordaba que se hubiese concedido semejante favor, el Santo Padre no supo negarlo al santo misionero. Se sacaron, pues, dos copias, una de regular tamaño para la Misión y otra pequeña para el P. Ignacio.

De regreso a España, en Zaragoza, le dieron por compañero al Hermano Coadjutor Juan de Mayorga, navarro, de treinta y ocho años de edad, hábil pintor, para que con su diestro pincel adornara con sagradas imágenes los nuevos templos de las reducciones.

En el noviciado de Medina del Campo se le agregó, entre otros novicios, el Hermano Francisco Pérez Godoy, pariente cercano de Santa Teresa de Jesús. También se le agregaron jóvenes jesuitas del Colegio de Plasencia.

La mayor parte la reclutó en Portugal hasta cumplir el número de setenta voluntarios. Unos meses antes de embarcarse, se retiró el P. Ignacio Azevedo con sus compañeros a una finca propiedad del Colegio de San Antonio, llamada Valle de Rosal, distante una legua del puerto de Cacilhas, entre Azeitao y Caparica, muy a propósito para los Ejercicios Espirituales. Allí se dedicaron muy particularmente a la oración, a los ejercicios de caridad y estudio, durante unos cinco meses.

El P. Azevedo había tratado con el armador de un barco mercante, llamado «Santiago», y había aceptado poner a su disposición una parte del navío para transportar a los misioneros. Como todos no cabían en él, aceptó el ofrecimiento de don Luis de Vasconcellos, nuevo gobernador del Brasil, que llevaría en su flota al resto de los jesuitas. El «Santiago» iría escoltado por seis barcos de guerra.

Así, pues, en el «Santiago» se acomodaron el P. Ignacio con cuarenta y cuatro misioneros; el P. Díaz, con otros veinte, en el navío almirante de la escuadra; y el P. Francisco Castro, con los restantes, en el navío «Os Orfaos».

Zarparon de Lisboa el 5 de junio de 1570. Ocho días después arribaron a la Isla de Madeira los siete barcos.

A primeros de junio de 1570 salía el jefe religioso Jacques de Sorés con sus navíos de la Rochela, por entonces, importante baluarte de los hugonotes, enemigos jurados de los jesuitas. Esta flota de Sorés pasa husmeando las costas españolas y portuguesas a la búsqueda de alguna importante presa. Al no dar con ella pone rumbo a la isla de Madeira. Intenta acercarse al puerto de Funchal, estando todavía en él la flota de don Luís Vasconcellos, quien trata de defenderse con la artillería de sus barcos y la de la fortaleza de San Lorenzo, que domina ampliamente el puerto. El pirata desiste de su empeño y procura alejarse de la costa. Este hecho inesperado retrasó la salida de la flota de Vasconcellos.

Como el tiempo apremiaba, los comerciantes de Oporto que iban en la nave «Santiago», contrariados por la demora, consiguieron del gobernador, a fuerza de ruegos, navegar a la isla de La Palma para desocupar buena parte de sus mercancías y tomar otras, ofreciendo regresar a tiempo para reintegrarse al grueso de la flota. Así se determinó la partida para el 30 de junio. Antes de hacerse a la mar, el P. Azevedo invitó a confesar a todos los marineros de la nave «Santiago» y les dio la Comunión, en la fiesta de San Pedro. Convocando también a todos sus compañeros, los exhortó a que se dispusiesen para sacrificar sus vidas en defensa de la fe, si Dios se lo pedía; pero si alguno no se consideraba con ánimos podía quedarse tranquilamente en Madeira. Cuatro novicios, en efecto, desistieron de aquel viaje, con lo que marcharon el Padre Ignacio Azevedo y treinta y nueve compañeros.

El día 7 de Julio de 1570 salía del puerto de Funchal el galeón «Santiago» aprovechando la desaparición del pirata francés. El viaje transcurrió felizmente; el mar estaba en calma hasta que, cuando ya se encontraban en las proximidades de La Palma, a una dos leguas y media de la ciudad, un fuerte viento, los lanzó lejos de la costa y les obligó a dar un rodeo a la isla hasta que encontraron refugio en el puerto de Tazacorte, en el poniente de la isla.

Los habitantes de Tazacorte les recibieron con generosa hospitalidad y les ofrecieron frutos de la tierra para reponer sus fuerzas.

Cuando bajaron a tierra el P. Ignacio y parte de la tripulación para saludar personalmente a tan amables personas, el P. Ignacio se encontró con la grata sorpresa de que el dueño de aquella hacienda era don Melchor de Monteverde y Pruss. Los dos habían sido grandes amigos en Oporto, donde realizaron sus estudios, y también existió la más entrañable amistad entre sus padres. D. Melchor le invitó a hospedarse en su casa y, como recuerdo de aquella presencia amistosa y feliz, ha quedado la «reliquia» conocida hasta hoy como «casa de los mártires».

Durante los cinco días que permanecieron el P. Ignacio Azevedo y sus compañeros en Tazacorte, visitaron las iglesias y ermitas del contorno como la iglesia de San Miguel y la ermita de Las Angustias. La belleza paisajística del Valle de Aridane, lleno de impresionante majestad, invitaba a la oración.

En sus conversaciones, don Melchor Monteverde aconsejó al Padre Ignacio regresar por tierra a Santa Cruz de La Palma para tomar allí el barco.

cuadro mártires de tazacorte

Cuadro de los Mártires de Tazacorte (Iglesia de Nuestra Señora de Las Angustias – Tazacorte)

El 13 de julio el P. Ignacio Azevedo celebró su última Misa en tierra, según algunos autores, en la iglesia de San Miguel de Tazacorte. Después de la celebración de la eucaristía contaron testigos presenciales que, en el momento de beber del cáliz, tuvo el P. Ignacio la revelación de su próximo martirio. Tan fuerte fue la impresión recibida que con los dientes produjo en el borde del cáliz una suave mella.

Desde ese momento, la decisión estaba tomada, navegarían en el «Santiago» desde Tazacorte, a pesar de los consejos en contra; y como muestra de agradecimiento o para prevenir cualquier profanación, entregó a don Melchor las reliquias que le entregara en Roma el Papa San Pío V.

El galeón «Santiago», en la madrugada del 14 de julio, se hizo a la mar, rumbo a Santa Cruz de la Palma, por la parte sur de la isla. El mar, por este lado de poniente, se hallaba ese día en calma. Esta circunstancia obligó al galeón a avanzar costeando la isla para aprovechar mejor la ligera bri¬sa que le llegaba de tierra.

Mientras tanto, Jacques Sorés seguía al acecho de su posible presa. Al amanecer del día 15 de julio el galeón «Santiago» se alejaba de Tazacorte hacia el sur. Fue entonces cuando el corsario francés, aprovechado los vientos favorables que le venían del mar, por la parte del naciente, trató de interceptarlo con su navío de guerra «Le Prince», haciéndole unos disparos de intimidación.

Lograda la aproximación de los dos barcos, los hugonotes franceses hacen tres intentonas de abordaje que fueron repelidas por la tripulación portuguesa. Mientras tanto se habían ido acercando al galeón «Santiago» los otros cuatro navíos del pirata francés.

Cuando Sorés juzgó llegado el momento, dio la orden de abordaje. Numerosos grupos de hombres, saltando precipitadamente de los cinco navíos franceses, se lanzaron impetuosamente sobre el galeón portugués. El encuentro resultó feroz y sangriento. Los tripulantes lusitanos defendían cada palmo del barco con bravura y coraje. Ante la superioridad numérica de los atacantes, los lusitanos iban sucumbiendo heroicamente.

El Padre Ignacio de Azevedo iba de una parte a otra alentando a sus compatriotas a dar su vida por la fe. Herido en la cabeza por la espada de un capitán calvinista continuó exhortando a los suyos a perdonar a sus enemigos, mientras abrazaba con fuerza el pequeño cuadro de Nuestra Señora que le había entregado el Papa Pío V. Herido su cuerpo de muerte por tres golpes de lanza, cayó al suelo sin vida.
Como la situación se hacía ya insostenible por momentos, la tripulación portuguesa optó por rendirse. Hecho el recuento de los tripulantes y pasajeros quedaron los misioneros jesuitas como único blanco de los ataques de los hugonotes. Cayeron sobre sus mansas víctimas con ferocidad inigualable apuñalando a unos, acribillando a disparos de arcabuz a otros. Luego se dedicaron a arrojar por la borda los cuerpos moribundos de sus víctimas. Y desde lo alto del galeón «Santiago» se deleitaban en la contemplación de sus inocentes víctimas, hasta verlas hundirse en el mar.

Reliquias Mártires de Tazacorte

Cofre con las reliquias de los Mártires de Tazacorte (Iglesia de Nuestra Señora de Las Angustias, Los Llanos de Aridane)

De los mártires, ocho eran españoles y el resto portugueses.

Los calvinistas profanaron las reliquias y objetos religiosos que llevaban los misioneros. Sólo algunas pudieron ser recogidas por un marinero francés. Cuenta la tradición que, pasada la terrible tempestad del martirio, se veía flotar sobre las aguas al P. Ignacio de Azevedo abrazado al cuadro de Nuestra Señora. Sólo se salvó del martirio el hermano cocinero Joao Sánchez, al que el pirata quiso conservar para aprovecharse de sus servicios. En su lugar murió un joven, que era sobrino del capitán del galeón «Santiago», el cual al ver el heroísmo de aquellos religiosos se vistió con la sotana de uno de ellos y se presentó ante los verdugos diciendo que también él era católico.

Después del martirio de los misioneros jesuitas, Jacques de Sorés, se dirigió a La Gomera en son de paz. El Conde de la Gomera, don Diego de Ayala y Rojas, logró que el pirata le entregase los 28 miembros de la tripulación y pasajeros lusitanos que había hecho prisioneros.
Una vez llegados estos hombres a la isla de Madeira relataron minuciosamente al jesuita P. Pedro Días lo ocurrido a bordo de la nave «Santiago».

El mismo día del martirio, a muchos kilómetros de distancia, en una visión, vio Santa Teresa de Jesús subir al cielo a los cuarenta mártires muy gloriosos, y adornados con coronas y hermosísimas aureolas y conoció en aquella celestial procesión al H. Francisco Péres Godoy su pariente cercano, quedando así consolada.

En 1632 el Cabildo de La Palma pidió al Santo Padre que fueran Beatificados y nombrados patronos de la Isla. Después de esta fecha, una y otra vez, volvió a elevarse a la Santa Sede el mismo deseo y petición.

El Papa Benedicto XIV, en septiembre de 1742, reconoció que eran auténticos mártires por la fe; y Pío IX, en 1862, los beatificó. El cáliz que mordió el P. Ignacio de Azevedo, según una tradición constante y sin oposición, se conservó en la iglesia de San Miguel de Tazacorte, junto a otras reliquias.

En Mayo de 1745 visitó la iglesia de San Miguel el Obispo de la Diócesis, don Juan Francisco Guilén, y tomó el cáliz para regalarlo a los jesuitas del Colegio de Las Palmas de Gran Canaria, como reconocimiento a la ayuda prestada por el jesuita P. Valero en la visita a la diócesis. Después de muchas vicisitudes en diversos lugares de la península, se encuentra -de nuevo- actualmente en el Colegio de Las Palmas de Gran Canaria.

Los mártires suelen llevar la denominación del lugar donde triunfaron en la fe y desde donde volaron al cielo; por eso, con toda razón se han de llamar «Mártires de Tazacorte» y no «Mártires del Brasil», como algunos autores les denominan. Ellos son patrimonio espiritual de la isla de La Palma y una de sus glorias. La isla de la Palma les acogió en la tempestad y les acompañó, como testigo, en su ascensión a la gloria de Dios.

«Yo soy católico y muero por mi fe: los ángeles y los hombres son testigos»

Poesía del Beato José de Anchieta que el Obispo de la Diócesis Nivariense (Diócesis de Tenerife), Don Felipe Fernández García, entregó a los fieles en la Festividad de Los Mártires de 1997:

«LO DULCE NO GUSTARÁ»

«Lo dulce no gustará
Quien no gusta del acedo,
Como Ignacio d»Azevedo.

El exceso de amarguras,
Que el buen Jesús padeció,
Con amor las convirtió
En exceso de dulzuras,
Con que al hombre regaló.
Lo uno y otro bebió
Ignacio, que muerto está,
Con muerte que vida da,
Porque quien hiela no gustó
Lo dulce no gustará.

El trabajo, Abatimiento,
Dolor, muerte acedos son.
Bebiólos, de corazón,
Con excesivo contento,
Ignacio, grande varón.
Si quieres tal bendición,
Síguelo con gran denuedo,
Porque es justicia y razón,
No tenga consolación
Quien no gusta del acedo.

Azevedo acedo queda,
Si sacas del medio ve,
Porque el acedo fue
Para Ignacio viva rueda,
Con que se probó su fe.
Su amor perfecto fue
Desechando todo el miedo,
Pues quien tal ejemplo ve,
Firme en sólo Dios su pie,
Como Ignacio de Azevedo.»

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Mártires de Tazacorte

Aspectos del culto a Ignacio de Azevedo y sus 39 compañeros mártires. María Cristina Osswald y José J. Hernández Palomo. AQUÍ