Umbrío por la pena

Umbrío por la pena

Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡Cuanto penar para morirse uno!

Miguel Hernández

El recuerdo emocionado de mi virgencita de los Remedios de Los Llanos de Aridane

Rescatamos un texto¹ publicado en 1938 que, por su interés y emotividad, nos abre el corazón de júbilo en este día de 2 de julio: la historia de un soldado palmero que en plena Guerra Civil española, entre trincheras y el fatídico silbo de las balas, tiene un recuerdo para su Virgen de los Remedios. Una virgen también especial para nosotros. Hoy nuestro pensamiento se encontrará en el Valle de Aridane junto a su patrona, teniéndola presente de manera particular en nuestras oraciones.

El recuerdo emocionado de mi virgencita

He arrancado del calendario de mi alma, porque aquí, en la guerra, no tengo otro, una hoja. Una hoja, que se ha llevado un día, para dar paso al de hoy: 2 de Julio. ¡Con qué inefable emoción lo pronuncian los labios! ¡Con qué hondo sentimiento llega esta fecha al corazón!

La inmensa mayoría de los que me leéis, no sabéis de qué proviene esta emoción y este sentimiento. Pero yo si lo sé, y os lo voy a decir. Es que ni los disparos intermitentes de la fusilería, ni el «tabletear» de las ametralladoras, ni las bombas de los morteros, que esta tarde han caído en nuestras líneas con prodigalidad, han podido evitar que mi pensamiento vuele hoy a Canarias. Y salte a la más lejana y la más bella de las islas. Y busque una ciudad poética, dormida en el regazo maravilloso de un valle. Y allí encuentre una Iglesia, perfumada de incienso, de rosas y magnolias, que tiene en su Altar Mayor, preparada para el tránsito religioso y emocional, en unas andas de plata, a la Virgen de los Remedios, con la corona majestuosa, el manto tejido con primaveras y con luz, entre los brazos un niño pequeño y gracioso, que tiene la carita caída hacia atrás, en una tierna dejadez de ensueño, y las manitas buscando las inconfundibles caricias maternales. Allí está la Virgencita buena, oyendo la oración de todas las madres, de todas las hermanas, de todas las novias, que estremecidas de emoción y de congoja, han llegado suspirantes y trémulas a sus plantas, para decirle por el dolor y la alegría de la guerra, por la Muerte y la Gloria: Dios te salve, María…

Parece esta una impresión aislada, personal, sin importancia alguna. La tiene, sin embargo, y grande; porque esta nostalgia, esta saudade indefinible, esta mezcla de satisfacción íntima y de dilacerante amargura, es la misma cosa que, desgarrándoles el alma, sienten todos los que aquí luchan, en el día memorable de sus fiestas del terruño lejano. En el día de las festividades grandes. Generalmente, las del Patrón o Patrona. Todos traen a la memoria ese día mil recuerdos de tiempos pretéritos…

Allí está la Iglesia donde los labios maternales nos enseñaron las primeras preces. Al lado, la plaza, que sabe de los primeros ingenuos amores de chiquillo. Allí las campanas, que repicaban jubilosas, con sonoridades tan suyas, que por ninguno de los caminos de España las hemos vuelto a oír; campanas que nos llamaban con los frescores del alba, en las mañanas azules de la Resurrección. Allí, el paisaje ubérrimo, de colorido inigualable, y la tranquila belleza de aquel cielo, donde las estrellas parpadean con vivos fulgores; aquellas estrellas que guiaron nuestros pasos en la noche; y que hoy, aquí, nos llaman ofreciéndonos sus moradas astrales. Allí las calles y viejos senderos de nuestras correrías infantiles; y los laureles que guardaron insospechados secretos, y que hoy me dicen que languidecen y mueren, como tantas juventudes y tantas ilusiones, Allí las ventanas tras de las cuales presentimos las primeras miradas esperanzadas; y la luz de las pupilas familiares y el sedante de los cariños maternales, que entraba en los inviernos del alma como bandada de golondrinas portadoras de una sonrisa primaveral. Allí… ¡tantas cosas!

El Valle de Aridane, en la Isla de La Palma, se habrá volcado hoy, como tantos otros años, sobre mi ciudad natal. Los Llanos de Aridane saben hoy, en la inquietud de las horas que vivimos, de la alegría y del respeto a sus tradiciones piadosas. Yo no sé si las fiestas tendrán este año aquel tipismo de su especial desarrollo, aquel cuadro colorista de costumbres, o por el contrario, contrastes vivísimos y exquisiteces nuevas; pero si os digo que tal vez agrandado, ofrezca, como nunca, con relieves especiales, todo un cúmulo de belleza y un tesoro de fe. Yo no sé si repicarán tan alto las campanas y los cohetes atronarán el espacio tan profusamente; pero si os digo que la multitud se hallará imbuida en sus hondos pensamientos, de un respetuoso anhelo fervoroso. Habrá más silencio. Ese fervor se desdoblará en dos mitades: la sonrisa y el sollozo, la pena y la alegría.

Ya yo me imagino, yo estoy viendo en la tarde serena y dorada, oreada por un tibio ambiente de primavera, aromada de rosas, claveles y jazmines, entre las verdes acátelas y bajo el cielo azul, sin una nube, ya yo estoy viendo cómo pasa mi Virgen de loa Remedios entre un inmenso gentío. Ya veo cómo se destaca, cómo se yergue su silueta ideal, brillando la corona bajo ese cielo diáfano, que se va poniendo pálido, llenándose de innúmeras y dulcísimas estrellas que ponen en el rostro de la imagen los célicos reflejos de una luz suave y mística.

En esta hora, cuando Véspero, en una prolongada despedida, terminó de besar la carne dolorida de estas tierras de España, y siguen las estrellas enviándonos su luz, yo me imagino, Virgencita inolvidable, que irás llegando ya a la Iglesia, hundiéndote, lentamente, en las sombras oscuras de sus muros; perdiendo, poco a poco, tu perfil, bello y santo; desvaneciéndose, en la penumbra del fondo, tu silueta amarillenta, casi lívida, ante tantas miradas que te dicen que no olvides a los que por tu fe y por nuestra España, luchan y mueren. Y nada más. Las anchas puertas se estarán cerrando. Vosotros ya estaréis, seguramente, en la calle, en la vida terrena, en lo material, en lo de siempre. Yo, en la guerra, entre el «tabletear» de las ametralladoras y el trepidar de los cañones, aún continúo, en espíritu, arrodillado a las plantas de mi Virgencita querida: Dios te salve, María…

Pedro Hernández y Hernández. En las trincheras. 2 de Julio II Año Triunfal.

¹. Diario «Amanecer», 9 de julio de 1938.

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Enlace relacionado:

Nuestra Señora de los Remedios, patrona del Valle de Aridane

La Orden de Predicadores en La Palma, una reseña histórica

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Corría el año de 1529 cuando llegaron a esta isla con el propósito de fundar un convento de la orden de Predicadores los hijos de Santo Domingo de Guzmán que tanta gloria habían dado y siguen dando a la Iglesia Católica a través de la conservación y enseñanza de la cultura y bajo el celo apostólico del Santo de Caleruega. Fueron los primeros religiosos que pisaron la tierra palmera Fray Domingo de Mendoza, vicario de la Orden en Canarias, Fray Fernando de Santa María, Fray Pedro Escobar, procedentes del Convento de San Pablo de Córdoba y dos religiosos más cuyos nombres propios no he podido comprobarlo.

Habiendo pedido licencia al Cabildo de La Palma, para ocupar y reedificar la ermita de San Miguel de las Victorias y habiéndola obtenido comenzaron las obras de la edificación del monasterio y arreglo de aquella levantada por el primer Adelantado Fernández de Lugo. Así pues ya en 1530 en los terrenos adquiridos junto a San Miguel se comenzó la obra del que seria el mejor centro cultural de la isla y desde donde algunos llegaron a llenar en sus biografías, honra y grandeza de su tierra.

El emperador Carlos V había concedido su licencia por medio de la Real Cédula de 28 de septiembre de 1538 rogándole al Deán y Cabildo catedralicio de Canarias se les permitiese a los dominicos edificar un monasterio bajo la advocación de San Miguel de las Victorias. El Emperador tuvo que dar una nueva Real Cédula el 10 de febrero de 1540 dirigida al gobernador de Tenerife y al de La Palma don Juan Verdugo para ser informado de la conveniencia o no de la fundación, mientras tanto los dominicos sostuvieron litigio con el Cabildo que se había opuesto y fueron ayudados por los vecinos, principalmente por el noble flamenco don Luis Van de Walle.

Vino a La Palma el obispo de Canarias don Alonso Ruíz de Virnés para poner fin a esta cuestión, haciendo valederas las reales cédulas a favor de los dominicos pasando al sitio ocupado por el monasterio el 10 de junio de 1542 y dando posesión de las obras y de la ermita a Fray Pedro Escobar ante el notario eclesiástico don Diego García.

Por el testamento otorgado por doña María Cervellón el 15 de abril de 1570 ante don Bartolomé Morel manifiesta esta señora que con su esposo don Luis Van de Walle deja cuatro hijos y que uno de ellos tomó el hábito y profesó en dicho monasterio y se llamó Fray Miguel, y que en vida de sus padres han hecho entrega de la herencia proporcional que le correspondía a su hijo y que sumo la fuerte cantidad de mil quinientas doblas. Verdadera fortuna que es lógico suponer fueran invertidas en obras del monasterio y de la Iglesia.

En el interior del convento aún podemos ver el precioso artesonado del techo en madera sobre-dorado, un tanto descuidado por su antigüedad y es en la capilla denominada del Capítulo, fundada por don Pedro de Sotomayor Topete, como asimismo en el interior está la capilla de la Media Naranja por don Felipe de Lezcano y Gordejuela.

La Iglesia fue hecha con amplitud elegante y ricos altares fundados por los Santa Cruz, la Hermandad del Rosario en Van de Walle. Existen en ella espléndidas pinturas flamencas haciendo de esta iglesia un verdadero museo de arte; aunque hoy en general, salvo las pinturas que han sido restauradas, la Iglesia no tiene el cuidado que requieren las obras antiguas tan propicias al deterioro. Del origen de las pinturas no existen documentos fehacientes, desgraciadamente.

El año de 1640 los dominicos se apoderaron del santuario de las Nieves, sin ninguna clase de licencia, con objeto de fundar en aquel maravilloso y recoleto lugar un convento, pero el clero superior y el pueblo les hicieron abandonar la idea. Quizás hubiese sido un bien pero por el camino que tenía que llevar o habiendo llegado a una razonable inteligencia.

El convento poseía gran cantidad de tributos y mandas pías siendo muy importante la dejada por don Cristóbal Pérez Volcán de «seis mil duros». Las principales disciplinas que se explicaban eran Latín, Arte, Filosofía y Gramática castellana.

Por escritura otorgada ante don Francisco Mariano López a 1 de agosto de 1738 el Cabildo cedió al convento 75 fanegadas de tierra en Garafía para sostener los estudios primarlos, al parecer estos estudios fueron un tanto abandonados por parte de los religiosos que el año 1802 siendo síndico personero don Luis Van de Walle y Llarena hizo reclamación al padre provincial.

Por la Ley de Mendizábal de 1836 fue suprimido el histórico convento siendo prior Fray Antonio del Castillo. En 1869 lo remató al Estado don Blas Carrillo Batista. En 1932 lo compró el Cabildo de La Palma con el fin que tiene hoy, la edificación del Instituto de Segunda Enseñanza.

Convento de las Catalinas

Fue fundado por don Alonso de Castro Vinatea y su esposa doña Isabel de Abreu, previa licencia Legado apostólico y del ministro provincial de la orden cediendo para ello su casa cercana al convento de la orden de Predicadores por escritura otorgada a 13 de enero de 1624 ante don Tomás González reservándose para sí y sus descendientes el Patronato, y que no se pudieran admitir monjas en este convento sino de acuerdo con los fundadores, reservándose una plaza para una religiosa pobre que elegiría el patrono.

El convento y su iglesia costaron veintidós mil ducados. El reverendo Fray Bernardo de Herrera, provincial de la orden dominicana, dio licencia a petición de los fundadores para que algunas religiosas del monasterio de Santa Catalina de La Laguna pasaran a hacer la fundación en esta nueva casa. Fueron: Sor María de San Diego, del convento de Santa María de la Pasión de Sevilla, priora; Sor Leonor de la Concepción, sub-priora; Sor Ana de San Pedro Estrada, maestra de novicias y Sor María de San Jacinto y Portera entraron en clausura con algunas .jóvenes de esta Ciudad el 22 de julio de 1626.

A la muerte del fundador, su esposa doña Isabel de Abreu profesó con el nombre de Sor Isabel del Espíritu Santo Abreu y contando ya en 1.669 con treinta y ocho religiosas. Haciéndose por tanto insuficiente solicitó la priora extenderse hacia el poniente hasta la calle de San Miguel, a la cual accedió el Cabildo, costeando la comunidad los gastos del ensanche y desmonte de la calle de las Zarzas a todo lo cual accedió el Cabildo en acuerdo de 25 de enero de 1669 y fue aprobada por el Iltre. corregidor don Juan García Sánchez.

La iglesia se aumentó hacia el norte, y el naciente restándole anchura a la calle de la Luz por acuerdo del Cabildo a 20 de noviembre de 1705 designando a don Juan de Guisla y a don Juan Agustín de Sotomayor para señalar la parte a ocupar de la calle.

Sobre el Patronato de este Convento hubo litigios entre los hermanos Vinatea, don Juan y Fray Cristóbal y don Juan Domingo de Guisla Bot.

Este monasterio fue suprimido el 20 de abril de 1837 siendo abadesa Sor Juana Méndez. Por R. O. de 15 de febrero de 1843 lo cedió el Gobierno al Ayuntamiento para cárcel de partido y actualmente en nueva edificaciones a colegios de enseñanza primaria.

Sin hijos, don Tomás de Sotomayor Fernández de la Peña vendió por escritura otorgada ante don Melchor Torres Luján el 1 de noviembre de 1886 a don Domingo Cáceres Kábana, por valor de quince mil pesetas.

El filántropo don Domingo Cáceres Kábana al no llegar a un acuerdo con el obispo de Tenerife monseñor don Nicolás Rey Redondo para hacer una fundación, se dirigió al obispo de Canarias don José Cueto y Díez de la Maza, tomó con gran satisfacción la idea del señor Cáceres, pues acababa de fundarse la Comunidad de las Dominicas de la Sagrada Familia y siendo también el obispo dominico llegaron a un acuerdo con la madre fundadora Sor Pilar de la Anunciación.

Don Domingo Cáceres Kábana por su testamento otorgado en esta ciudad ante el notario don Aurelio Govea Rodríguez a 26 de junio de 1907 instituye heredera a su finca “La Palmita”, a dicha orden dominicana.

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El 20 de febrero de 1908 llega a La Palma la fundadora madre Sor Pilar de la Anunciación, Sor Jesusa del Niño Perdido, Sor Margarita de la Coronación y Sor María Luisa para organizar la fundación que se hizo efectiva el 19 de abril del mismo año con las religiosas Sor Mercedes del Nacimiento, superiora, Sor Ceferina de Santo Domingo, Sor Rosa del Nino Jesús, Sor Amada de la Cruz, Sor Imelda Sambertini y Sor Clemencia de la Oración en el Huerto. Comenzando las clases el 1 de mayo de 1908 con once niñas.

Al hacerse la fundación la casa era completamente distinta a la primitiva que sólo tenía una planta que corresponde a la altura en que hoy esta el segundo piso, era un edificio con seis ventanas en estilo canario y en el extremo norte un pequeño balcón con columnas de madera y tejado, delante de esta casa hizo el señor Cáceres las alegres galerías en dos cuerpos y al centro y a los extremos los tres pabellones salientes.

Los que hemos conocido «La Palmita», hace más de treinta años tenemos de ella el recuerdo de un rincón paradisíaco, la finca de verdes plataneras, cuajada de elegantes palmeras reales, frondosos naranjos y perfumados jardines de rosas, con el embelesador sonido de la cascada de agua bajo la masa sombría de las pomarrosas centenarias.

Hoy todo es distinto, como un proceso biológico la ciudad ha crecido y como consecuencia, la finca, está urbanizada por amplias calles y edificios. El arquitecto padre Coello de Portugal, honra de la orden en España, está terminando un soberbio edificio con magnífica capilla en la que está el sepulcro del fundador, amplias naves para la segunda enseñanza e internado.

Al ver la parte que queda del antiguo colegio nos evoca al recuerdo y al cariño de la madre Agustina, madre Magdalena ya en el cielo y la anciana y siempre afable madre Adela del Salvador.

Manuel Poggio y Sánchez. El Eco de Canarias, mayo de 1970.

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Colegio dominicas La Palmita

Enlace recomendados:

Historia Colegio de Santo Domingo de Guzmán, «La Palmita». Santa Cruz de La Palma (I)

Historia Colegio de Santo Domingo de Guzmán, «La Palmita». Santa Cruz de La Palma (II)

Ermita de la Virgen del Pino, El Paso (La Palma)

Ermita Virgen del Pino (El Paso)

“… Allá arriba en el monte, al pie de la gran cresta que corona al Valle de Aridane, escoltada por centenares de pinos, y vigilada siempre por otro, centinela gigante que le sirve de custodia, se alza la pequeña ermita de Nuestra Sra. del Pino. Este santuario, que en lo alto de una vasta campiña se encuentra emplazado, atrae todas nuestras miradas, y hace sonreír nuestras almas cuando desde lejos le divisamos…”.

Carlos Díaz Herrera, 1954.

Ermita de la Virgen del Pino El Paso (La Palma)

Ermita Virgen del Pino (El Paso) 1

Ermita Virgen del Pino (El Paso) 2

Virgen del Pino (El Paso - La Palma)

Madre del Pino, no te olvides de nosotros y sé nuestro refugio

Entre pinos y con el arrullo de la suave brisa, se encuentra la ermita de la Virgen del Pino. La tradición cuenta que la imagen de la Virgen apareció en el tronco de un centenario ejemplar de pino canario que se mantiene en el mismo lugar, y que durante siglos ha dado cobijo a los caminantes que buscan su sombra. Una sombra que guarda el espíritu y grandeza de la zona, toda una sinfonía de la naturaleza. La pequeña talla de Nuestra Señora del Pino -la original- aún se conserva dentro de una urna en la propia ermita. La actual se adquirió por suscripción popular en los años 30 del siglo pasado. Cada tres años se realiza una romería y bajada en su honor:

“La Virgen abre la romería, acompañada por grupos folclóricos a pie que van cantando y bailando, a la que le siguen innumerables carrozas que representan a los barrios del municipio o simplemente a grupos de amigos que se reúnen con tal fin. El trayecto de unos seis kilómetros, en un paisaje de medianías, la arropa y le da un colorido y estampa peculiar. Las viviendas, de una o dos plantas, de arquitectura tradicional la mayoría de ellas, recién pintadas para la ocasión lucen las mejores galas, colgando además de banderas un rico muestrario de la artesanía textil de la isla, así como útiles antiguos de labranza, el gofio, el barro, la seda, y otras producciones domésticas tradicionales. Por un día, cada tres años, en El Paso, se reviven los viejos usos y costumbres”.

Braulio Martín Hernández (Hijo Ilustre y ex Cronista Oficial de El Paso)

Hernández Pérez, M. V. (2001). La isla de La Palma. Las fiestas y las tradiciones. Tenerife: Centro de la Cultura Popular Canarias.

Bajada de la Virgen

A LA MADRE DE EL PINO

Providencial Señora Providente,
en la entraña del pino aparecida
para guía y amparo del creyente
desde los altos cielos descendida.

Por donde alumbra al Valle el sol naciente
lo alumbras tú también, sol de la vida,
pero tu luz alumbra eternamente
en lámparas celestes encendida.

Tú vives y tú estás en las alturas
entre los pinos que te dan altares,
bendiciendo este valle de amarguras.

Tu casa es templo forestal de El Pino,
del pino que compendia los pinares,
¡centinela de Dios en el camino!

                                Antonio Pino Pérez

La Virgen del Pino de El Paso. Apuntes de interés

Fotos 3, 4, 5 y 6: José J. Santana

Durante días se ha producido en El Paso un grave incendio, que ha asolado una parte de su territorio y se ha extendido a otros municipios. Ha fallecido un agente forestal mientras trabajaba en su extinción. Queremos expresar nuestra profunda tristeza y nuestras condolencias a su familia, amigos y compañeros de profesión. En la esperanza y en la oración, descanse en paz Francisco José Santana. Nuestra admiración por estos hombres que ponen en riesgo sus vidas para proteger las de los demás.

Mártires de Tazacorte: Sangre en el mar

Mártires de Tazacorte, sangre en el mar

Era el tiempo en que la Rosa de los vientos llevaba el pabellón de la España imperial clavado en cada uno de sus estilizados pétalos. Era el tiempo en que España dejaba blanquear los huesos de sus hijos —soldados y teólogos— en las costas de Albión, en las dunas de Flandes, en los campos de Francia y Alemania para mantener enhiesta, sobre la herejía vencida, la Fe católica de Roma. Era la Edad gloriosa, cuando España, no contenta de salvar a la Europa latina de la infección protestante,— «fiera recrudescencia de la barbarie septentrional»— ofrecía a la Iglesia, a cambio de los desgarros que en su túnica perpetraron manos apóstatas, un nuevo mundo conquistado por el valor de sus capitanes y evangelizado por la virtud de sus Misioneros.

Un día del año de 1570 zarpa del puerto de Lisboa un navío con rumbo al Brasil. Un navío hispano – lusitano porque el mismo cetro real de Felipe II rige a Portugal y a España y, además, porque en lo ideal no hay fronteras dentro de la Península ibérica; el mismo destino histórico evangelizado y civilizador impera en las gestas de españoles y portugueses. La nave lleva un rico cargamento, de Hispanidad: arcabuceros, fogueados quizás en San Quintín o en las marismas bátavas, licenciados de Coimbra o Salamanca, labriegos, mercaderes, menestrales, y, como razón que justifica y guía que señala infalible el camino de la Civilización verdadera, sobre la cubierta del bajel se destaca- el austero hábito del sacerdote de Cristo.

Hacia el Brasil se dirigen cuarenta religiosos de la Compañía de Jesús, es superior de la expedición, el Padre Ignacio de Azevedo. Nombre ya prestigioso en el recién fundado Instituto. Nacido en Oporto en 1527, ingresó en el noviciado a los veintiún años admitido por el Padre Simón Rodríguez, compañero de San Ignacio e introductor de la Compañía en Portugal. En 1552 es nombrado rector del Colegio de San Antonio en Lisboa, pasando luego de superior a la casa profesa de San Roque y poco después se le otorga el cargo de Vice-Provincial de todo Portugal. Asistió a la segunda Congregación general en la que fue elegido San Francisco de Borja, quien le envió a las misiones brasileñas. De Roma se trajo, como obsequio del Papa S. Pío V, una copia del cuadro de Santa María la Mayor, imagen que llevaba consigo en todos los viajes.

Regresó de América para allegar recursos y misioneros y una vez obtenidos se reembarca para proseguir en las selvas vírgenes del Amazonas, su iniciada labor conquistadora de almas para Cristo. Pero la Divina Providencia había decretado que aquellos apóstoles no arribaran al puerto de Río de Janeiro sino a otro puerto de término definitivo —«inmortal seguro»— adonde van consignados los tesoros de «preciosas margaritas». Al llegar el buque el 15 de julio de 1570, a la altura de la isla de La Palma, frente al puerto de Santa Cruz, avista una nutrida escuadra que les cierra el paso. En los mástiles de aquellos navíos ondea el siniestro pabellón de un corsario calvinista. Su nombre ha llegado hasta nosotros: Jacobo Serel, (no Soria como impropiamente se le designa) natural de Criel, entre Dieppe y la Villa d’Eu; famoso por sus correrías manchadas siempre de crimen y exterminio.

Frente a frente se hallan dos concepciones antropológicas y teológicas de oposición irreductible. De una parte el paroxismo de la rebeldía, del error y del odio hecho carne en el Calvinismo; de otra la personificación más acendrada de la disciplina y obediencia heroica —«tanquam cadaver»— de amplísima verdad —humanismo cristiano del «ratio studiorum»— y de la caridad como suprema ley y regla de vida, plasmada en la última maravillosa producción de la Iglesia Católica: la COMPAÑÍA DE JESÚS.

Los más genuinos representantes de la Hispanidad, los Hermanos en Religión del P. Laínez cuya doctrina sin medias tintas — tan católica como hispana— sobre el libre albedrío afirma que todos los hombres, sin distinción de razas superiores e inferiores, si quieren, pueden salvarse; los que, por estar imbuidos en esta doctrina, sienten, quizás como, ninguna Orden, la vocación misionera, se encuentran, como corderos entre lobos, rodeados de los herejes que han llevado más lejos sus errores sobre la, libertad humana: el fatalismo había hallado en Calvino su más brutal definidor: «hay hombres que nacen destinados al infierno porque Dios lo quiere». Y el hombre que formula esta blasfemia inverosímil tiene discípulos y ejerce una influencia enorme en Suiza, Francia e Inglaterra…

Mediante un rápido abordaje consiguen los piratas apoderarle de su fácil presa. Los cuarenta jesuitas son condenados a muerte. No puede haber cuartel para la quinta esencia del Catolicismo y de la Hispanidad El Padre Ignacio de Azevedo, con la imagen de Santa María la Mayor a guisa de escudo, lleno de sobrenatural serenidad, exhorta a sus Hermanos con palabras de fuego a ser dignos soldados de la Milicia de Jesús; se vuelve, luego, a los herejes e increpa su impiedad y extravío hasta que cae acribillado por golpes de lanza. Sus compañeros sufren un martirio más prolongado. Despojados de sus hábitos, son apaleados hasta fracturarles brazos y piernas, alanceados y acuchillados son, por último, arrojados semivivos al mar.

Durante la ejecución de la inicua sentencia acaece un suceso digno de figurar en un acta martirial de la Iglesia primitiva. Los herejes habían indultado a un Hermano coadjutor por precisar de sus conocimientos culinarios. Un joven pasajero (sobrino del capitán de la nave portuguesa ) que ya había mostrado su deseo de ingresar en la Compañía, sintiéndose solidario de aquellos invictos confesores y para completar el simbólico, número de cuarenta, ocultamente se viste la sotana perteneciente a uno de los verdugos confesando su fe y su vocación, recibiendo al momento la púrpura inmortal infinitamente más valiosa que la de los Césares romanos.

Entre los mártires se encontraba un sobrino de Santa Teresa: Francisco Pérez Godoy, natural de Torrijos. La Doctora Mística tuvo una visión sobrenatural donde contempló a los cuarenta mártires victoriosos ascender llenos de júbilo a los cielos. Este es el asunto de la alegoría que ilustra este artículo. En el cuarto centenario de la fundación de la Compañía de Jesús es oportuno recordar esta gloria conjunta de. ella y de Canarias. No fueron mártires del Brasil, como se les suele llamar a los cuarenta beatificados por Pío XI el 1 de mayo de 1854, sino mártires de Canarias donde se les conmemora con Oficio particular y propio.

La bondad divina quiso que las costas del Archipiélago se vieran ungidas por sangre de martirio. La espuma del Atlántico que besa nuestras playas dejó de ser blanca. Un día de julio las olas empenacharon sus crestas con el color ardiente del sacrificio y de la caridad heroica. La sangre fecunda de los inmolados por Cristo circundó como corona de rosas bermejas a esta tierra atlántica, centinela avanzado de la Hispanidad.

Gabriel G. Landero. Prebístero
Santa Cruz de Tenerife. 1941

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Mártires de Tazacorte

Festividad de los Mártires de Tazacorte (Beato Ignacio de Azebedo y 39 compañeros jesuitas)