El recuerdo emocionado de mi virgencita de los Remedios de Los Llanos de Aridane

Rescatamos un texto¹ publicado en 1938 que, por su interés y emotividad, nos abre el corazón de júbilo en este día de 2 de julio: la historia de un soldado palmero que en plena Guerra Civil española, entre trincheras y el fatídico silbo de las balas, tiene un recuerdo para su Virgen de los Remedios. Una virgen también especial para nosotros. Hoy nuestro pensamiento se encontrará en el Valle de Aridane junto a su patrona, teniéndola presente de manera particular en nuestras oraciones.

El recuerdo emocionado de mi virgencita

He arrancado del calendario de mi alma, porque aquí, en la guerra, no tengo otro, una hoja. Una hoja, que se ha llevado un día, para dar paso al de hoy: 2 de Julio. ¡Con qué inefable emoción lo pronuncian los labios! ¡Con qué hondo sentimiento llega esta fecha al corazón!

La inmensa mayoría de los que me leéis, no sabéis de qué proviene esta emoción y este sentimiento. Pero yo si lo sé, y os lo voy a decir. Es que ni los disparos intermitentes de la fusilería, ni el «tabletear» de las ametralladoras, ni las bombas de los morteros, que esta tarde han caído en nuestras líneas con prodigalidad, han podido evitar que mi pensamiento vuele hoy a Canarias. Y salte a la más lejana y la más bella de las islas. Y busque una ciudad poética, dormida en el regazo maravilloso de un valle. Y allí encuentre una Iglesia, perfumada de incienso, de rosas y magnolias, que tiene en su Altar Mayor, preparada para el tránsito religioso y emocional, en unas andas de plata, a la Virgen de los Remedios, con la corona majestuosa, el manto tejido con primaveras y con luz, entre los brazos un niño pequeño y gracioso, que tiene la carita caída hacia atrás, en una tierna dejadez de ensueño, y las manitas buscando las inconfundibles caricias maternales. Allí está la Virgencita buena, oyendo la oración de todas las madres, de todas las hermanas, de todas las novias, que estremecidas de emoción y de congoja, han llegado suspirantes y trémulas a sus plantas, para decirle por el dolor y la alegría de la guerra, por la Muerte y la Gloria: Dios te salve, María…

Parece esta una impresión aislada, personal, sin importancia alguna. La tiene, sin embargo, y grande; porque esta nostalgia, esta saudade indefinible, esta mezcla de satisfacción íntima y de dilacerante amargura, es la misma cosa que, desgarrándoles el alma, sienten todos los que aquí luchan, en el día memorable de sus fiestas del terruño lejano. En el día de las festividades grandes. Generalmente, las del Patrón o Patrona. Todos traen a la memoria ese día mil recuerdos de tiempos pretéritos…

Allí está la Iglesia donde los labios maternales nos enseñaron las primeras preces. Al lado, la plaza, que sabe de los primeros ingenuos amores de chiquillo. Allí las campanas, que repicaban jubilosas, con sonoridades tan suyas, que por ninguno de los caminos de España las hemos vuelto a oír; campanas que nos llamaban con los frescores del alba, en las mañanas azules de la Resurrección. Allí, el paisaje ubérrimo, de colorido inigualable, y la tranquila belleza de aquel cielo, donde las estrellas parpadean con vivos fulgores; aquellas estrellas que guiaron nuestros pasos en la noche; y que hoy, aquí, nos llaman ofreciéndonos sus moradas astrales. Allí las calles y viejos senderos de nuestras correrías infantiles; y los laureles que guardaron insospechados secretos, y que hoy me dicen que languidecen y mueren, como tantas juventudes y tantas ilusiones, Allí las ventanas tras de las cuales presentimos las primeras miradas esperanzadas; y la luz de las pupilas familiares y el sedante de los cariños maternales, que entraba en los inviernos del alma como bandada de golondrinas portadoras de una sonrisa primaveral. Allí… ¡tantas cosas!

El Valle de Aridane, en la Isla de La Palma, se habrá volcado hoy, como tantos otros años, sobre mi ciudad natal. Los Llanos de Aridane saben hoy, en la inquietud de las horas que vivimos, de la alegría y del respeto a sus tradiciones piadosas. Yo no sé si las fiestas tendrán este año aquel tipismo de su especial desarrollo, aquel cuadro colorista de costumbres, o por el contrario, contrastes vivísimos y exquisiteces nuevas; pero si os digo que tal vez agrandado, ofrezca, como nunca, con relieves especiales, todo un cúmulo de belleza y un tesoro de fe. Yo no sé si repicarán tan alto las campanas y los cohetes atronarán el espacio tan profusamente; pero si os digo que la multitud se hallará imbuida en sus hondos pensamientos, de un respetuoso anhelo fervoroso. Habrá más silencio. Ese fervor se desdoblará en dos mitades: la sonrisa y el sollozo, la pena y la alegría.

Ya yo me imagino, yo estoy viendo en la tarde serena y dorada, oreada por un tibio ambiente de primavera, aromada de rosas, claveles y jazmines, entre las verdes acátelas y bajo el cielo azul, sin una nube, ya yo estoy viendo cómo pasa mi Virgen de loa Remedios entre un inmenso gentío. Ya veo cómo se destaca, cómo se yergue su silueta ideal, brillando la corona bajo ese cielo diáfano, que se va poniendo pálido, llenándose de innúmeras y dulcísimas estrellas que ponen en el rostro de la imagen los célicos reflejos de una luz suave y mística.

En esta hora, cuando Véspero, en una prolongada despedida, terminó de besar la carne dolorida de estas tierras de España, y siguen las estrellas enviándonos su luz, yo me imagino, Virgencita inolvidable, que irás llegando ya a la Iglesia, hundiéndote, lentamente, en las sombras oscuras de sus muros; perdiendo, poco a poco, tu perfil, bello y santo; desvaneciéndose, en la penumbra del fondo, tu silueta amarillenta, casi lívida, ante tantas miradas que te dicen que no olvides a los que por tu fe y por nuestra España, luchan y mueren. Y nada más. Las anchas puertas se estarán cerrando. Vosotros ya estaréis, seguramente, en la calle, en la vida terrena, en lo material, en lo de siempre. Yo, en la guerra, entre el «tabletear» de las ametralladoras y el trepidar de los cañones, aún continúo, en espíritu, arrodillado a las plantas de mi Virgencita querida: Dios te salve, María…

Pedro Hernández y Hernández. En las trincheras. 2 de Julio II Año Triunfal.

¹. Diario «Amanecer», 9 de julio de 1938.

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Enlace relacionado:

Nuestra Señora de los Remedios, patrona del Valle de Aridane

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