Tú (poema)

Señor, Señor, Tú antes, Tú después, Tú en la inmensa
hondura del vacío y en la hondura interior;
Tú en la aurora que canta y en la noche que piensa;
Tú en la flor de los cardos y en los cardos en flor.

Tú en el cenit a un tiempo y en el nadir; Tú en todas
las transfiguraciones y en todo el padecer;
Tú en la capilla fúnebre, Tú en la noche de bodas;
¡Tú en el beso primero, Tú en el beso postrer!

Tú en los ojos azules y en los ojos obscuros;
Tú en la frivolidad quinceañera, y también
en las grandes ternezas de los años maduros;
Tú en la más negra sima, Tú en el más alto edén.

Si la ciencia engreída no te ve, yo te veo;
si sus labios te niegan, yo te proclamaré.
Por cada hombre que duda, mi alma grita: «yo creo»,
¡y con cada fe muerta, se agiganta mi fe!

                                           Amado Nervo

Gloria Fuertes, dos poesías en el centenario de su nacimiento

“La poesía lo es todo para mí. Todo lo bueno, todo lo que vemos, todo lo que oímos, todo lo que tocamos, todo lo que sentimos. Yo veo poesía en todo, hasta en el dolor y en lo desagradable. Es también lo que siento”. (Gloria Fuertes)

Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Gloria Fuertes (Madrid, 28 de julio de 1917 – ibídem, 27 de noviembre de 1998), escritora muy popular y querida entre todos los de nuestra generación. Sin duda, una referencia no sólo en la literatura infantil del siglo XX sino una poeta fundamental de la posguerra española. Mujer rebelde, desenfadada, tierna y de verdad profunda hizo de sus versos cargados de humanidad algo excepcional. A modo de humilde homenaje traemos dos poesías que nos muestra su corazón sensible e inmenso.

Oración (Mi padre de cada día)

Que estás en la tierra, Padre nuestro,
que te siento en la púa del pino,
en el torso azul del obrero,
en la niña que borda curvada
la espalda, mezclando el hilo en el dedo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
en el surco,
en el huerto,
en la mina,
en el puerto,
en el cine,
en el vino,
en la casa del médico.
Padre nuestro que estás en la tierra,
donde tienes tu gloria y tu infierno
y tu limbo que está en los cafés
donde los pudientes beben su refresco.
Padre nuestro que estás en la escuela de gratis,
y en el verdulero,
y en el que pasa hambre,
y en el poeta, ¡nunca en el usurero!
Padre nuestro que estás en la tierra,
en un banco del Prado leyendo,
eres ese viejo que da migas de pan a los pájaros del paseo.

Padre nuestro que estás en la tierra,
en el cigarro, en el beso,
en la espiga, en el pecho
en todos los que son buenos.

Padre que habitas en cualquier sitio,
Dios que penetras en cualquier hueco.
Tú que quitas la angustia, que estás en la tierra.
Padre nuestro que sí que te vemos
los que luego te hemos de ver,
donde sea, o ahí en el cielo.

Un hombre pregunta…

¿Dónde está Dios?… Se ve, o no se ve.
Si te tienen que decir dónde está Dios, Dios se marcha.
De nada vale que te diga que vive en tu garganta.
Que Dios está en las flores y en los granos,
en los pájaros y en las llagas,
en lo feo, en lo triste, en el aire y en el agua.

Dios está en el mar y, a veces, en el templo;
Dios está en el dolor que queda y en el viejo que pasa,
en la madre que pare y en la garrapata,
en la mujer pública y en la torre de la mezquita blanca.
Dios está en la mina y en la plaza.

Es verdad que Dios está en todas partes,
pero hay que verle, sin preguntar
que dónde está,
como si fuera mineral o planta.
Quédate en silencio,
mírate la cara.
El misterio de que veas y sientas, ¿no basta?
Pasa un niño cantando,
tú le amas:
ahí está Dios.

Le tienes en la lengua cuando cantas,
en la voz cuando blasfemas,
y cuando preguntas que dónde está,
esa curiosidad es Dios, que camina por tu sangre amarga.
En los ojos le tienes cuando ríes,
en las venas cuando amas.

Ahí está Dios, en ti;
pero tienes que verle tú.
De nada vale quién te le señale,
quien te diga que está en la ermita, de nada.

Has de sentirle tú,
trepando, arañando, limpiando,
las paredes de tu casa.
De nada vale que te diga
que está en las manos de todo el que trabaja;
que se va de las manos del guerrero,
aunque éste comulgue o practique cualquier religión,
dogma o rama.

Huye de las manos del que reza, y no ama;
del que va a misa, y no enciende a los pobres
una vela de esperanza.
Suele estar en el suburbio a altas horas de la madrugada,
en el Hospital, y en la casa enrejada.

Dios está en eso tan sin nombre que te sucede
cuando algo te encanta.
Pero, de nada vale que te diga
que Dios está en cada ser que pasa.

Si te angustia ese hombre que se compra alpargatas,
si te inquieta la vida del que sube y no baja,
si te olvidas de ti y de aquéllos, y te empeñas en nada,
si sin porqué una angustia se te enquista en la entraña,
si amaneces un día silbando a la mañana
y sonríes a todos y a todos das las gracias,
Dios está en ti, debajo mismo de tu corbata.

* * *

Biografía de Gloria Fuertes (Cervantes Virtual)

Tú no sabes

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Tú no sabes la herida que has causado
diciéndome verdades tan amargas.
Tú no sabes la herida…
Tú no sabes
cuánto ha sufrido ya mi pobre alma.

Pero no te acongojes: ¡Te bendigo
en esta negra noche sin bonanza!
Tú tenías la luz y me la diste
como un rayo de plata.
Seas bendito, por ello. Ya he plantado
de rosas esa zanja,
que dadivoso abrió tu amor sincero
como un surco bendito en mis entrañas.

Y este nocturno, que te ofrezco ahora,
es la rosa primera que ha brotado
al despuntar el alba.

                       P. José Cabrera Vélez, de su poesía ‘Nocturno’.

Sembrador que siembras…

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Sembrador que siembras…

¡Sembrador que siembras, y en la sementera
Pones la esperanza de tu corazón!
¡Siembra, que la tierra, preparada espera
Y una campesina brisa mañanera
Anuncia promesas de recolección!


¡Sembrador que siembras! Lanza la simiente
Y con la simiente tu cante otoñal:
El surco es la arteria; la sangre, el ferviente
Sudor de tu rostro; y el suave relente
De las madrugadas, agua bautismal.


¡Sembrador que siembras, y cada mañana
Sales caviloso para tu heredad!
¡Siembra esperanzado! La inmensa besana.
Que sabe tu recia lucha cotidiana,
Espera con ansias de maternidad.


¡Sembrador que siembras el trigo a voleo!
Cada grano es germen de resurrección:
Cada surco es cuna de un vivo deseo
Y en cada deseo vibra el aleteo
Lejano y fecundo de una anunciación.


¡Sembrador que siembras! si los aguaceros;
De otoño desatan su crudo rigor,
En tus trojes piensa; piensa en tus graneros:
Vendrá Julio opimo y los cosecheros
Segarán tus mieses… ¡Siembra, sembrador!


¡Sembrador!… La parda gleba labrantía
Esmeraldas y oros hermosearán:
Dará el pan honrado de la gañanía,
Pan sutil y blanco de la Eucaristía,
Pan de recompensas… ¡para todos, dan!

                          P. FÉLIX GARCÍA (1928)

Imagen: «Campesinos», óleo de J. F. Millet.

A la Virgen del Carmen

A la Virgen del Carmen (I)

Espejo de bondades y ternuras,
son vuestros ojos, bellos e ideales,
de dulce bien son fuentes celestiales,
cataratas de amores y dulzuras.

Ante vos, se mitigan las torturas,
que hay en mi ser, en cruentos manantiales;
vuestros ojos de límpidos cristales,
disipan mis tormentos y amarguras.

No abandonéis, Señora, Virgen mía.
a este mortal que muéstrase doliente,
y que sufre, de pena, la agonía…

Dad a mi corazón bien y consuelo,
por ese ángel tierno e inocente
que a vuestros brazos Dios mandó del Cielo.

                                         Cecilio Recalde

A la Virgen del Carmen (II)

Si vuestra corona
no fuese de perlas,
otra yo os pondría
de rosas y hortensias,
de nardos de nácar,
de albas azucenas,
de jazmines blancos
de pureza emblema;
mas, vuestra corona,
la Cruz Santa lleva,
y aventaja a todas
las flores más bellas.

¡Señora, escuchadme!:
¡os pido clemencia!
¡calmad mis dolores,
mitigad mis penas!
que yo he sido bueno,
que está en mi conciencia,
limpia de pecados,
de virtudes llena.
¡Virgen de mi vida,
os pido indulgencia,
como los que lloran
y la gracia esperan,
al pie de una Virgen
sagrada y excelsa!
Y apartad de mi mente el recuerdo
de mujer aquella,
que inundó de pesares mi alma,
de llantos, tristezas.
¡Haced, Virgen mía,
haced que mis pasos se aparten de ella!

Yo la creí más noble,
la pensé más buena,
y mis ilusiones
cifraba yo en ella;
cuanto ella quería
al punto la diera,
mirando a aquel ángel,
que Dios a la tierra,
nos había mandado,
creyendo a su madre, cual mujer, discreta:
ese ángel que quiero salvéis,
¡oh, Virgen del Carmen, Virgen hechicera,
del mal que en la vida pudiera pasarle
por su mala estrella!

Cuando era pequeño,
me dijo mi padre, con voz placentera:
—¿Me preguntas, hijo,
por tu madre muerta…?
No la conociste;
era tu existencia,
muy joven, muy joven,
murió, cuando eras
un niño y no andabas,
ni hablabas siquiera.
Mira su retrato,
mira qué belleza,
qué mirar más dulce,
qué bondad más tierna:
eran sus mejillas
de rosas muy frescas,
y su casta frente
como una azucena,
era cariñosa,
callada, discreta,
laboriosa, honrada,
recatada, austera,
todos la querían
porque era muy buena,
nunca vióse un pobre
sin pan ante ella,
ella consolaba
al ser en la tierra;
ella era una santa,
una santa era.
La Virgen del Carmen,
divina y excelsa,
era su consuelo,
su refugio era,
por eso yo voy
a ver a la Iglesia
a esa flor tan preciada, que tiene
tan dulce cadencia
para hablar a las almas que sufren,
que lloran y esperan.
Así me decía aquel padre mío
que ya con mi madre ante Dios se encuentra.

Desde entonces, sin dejar un día,
a Virgen tan santa contaba mis penas,
y yo la pedía
que fuese muy buena
la mujer que se uniese
conmigo en la tierra.
Una tarde, recuerdo que estaba
hablando con ella
y la dije que no procedía
con toda nobleza,
que dijese a su madre lo que nos pasaba,
antes que naciera
un ángel que el cielo
mandaba a la tierra:
pero fue imposible
realizar la idea,
que el niño o la niña
con padre se viera,
y no comprendiendo
toda mi franqueza,
destrozó mi alma,
me hirió sin conciencia,
y el ángel, sin padre,
vio la luz Febea.

Yo sufrí duros trances,
sufrí muchas penas,
porque no podía,
por culpa de ella,
dar a aquella niña
mis besos a espuertas.
y en vez de apiadarse
de hombre de nobleza,
me martirizaba,
me causaba ofensas,
hasta que yo un día
le hablé como hablan las almas aquellas
que saben que hay Cielo,
Dios y Providencia.
—Escucha un momento:
no más, por la nena,
debes de ser santa,
sencilla y discreta,
que pecó, y es cierto,
María Magdalena,
y luego la hermana
de la Virgen era.
Yo te doy, sincero.
yo te doy de veras
el perdón, por la niña, que culpa
no tiene y se queda
sin padre por causa
de acciones funestas,
que si yo te he querido con ansias
y te amé sin mezcla
de males algunos,
pensé que a mi madre tú te parecieras.

Sin comer me quedaba yo siempre
por darle a la nena,
por darle a la madre el diario sustento
y que pan tuvieran.

¡La Virgen del Carmen parece que escucha
mi voz lastimera!

Virgen de mi vida,
os pido indulgencia,
oíd mis plegarias
todas de fe llenas,
que hacer no he podido
que se convirtiera,
como convirtióse
María Magdalena,
y ya no es posible
que vaya yo a verla:
pero por la niña,
por esa pequeña
vengo a vuestras plantas.
Virgen hechicera,
para que no olvide
a esa niña tierna.

¡Virgen de mi vida!
¡Virgen tan excelsa!
¡Salvad a ese ángel,
salvad a esa nena,
y en cuanto a la madre,
haced que mis pasos se alejen de ella!

                          Cecilio Recalde 

* * *

Imagen de la Virgen del Carmen de la parroquia de San Gregorio Taumaturgo, Telde. (Foto: José J. Santana).