A la Virgen del Carmen (I)
Espejo de bondades y ternuras,
son vuestros ojos, bellos e ideales,
de dulce bien son fuentes celestiales,
cataratas de amores y dulzuras.
Ante vos, se mitigan las torturas,
que hay en mi ser, en cruentos manantiales;
vuestros ojos de límpidos cristales,
disipan mis tormentos y amarguras.
No abandonéis, Señora, Virgen mía.
a este mortal que muéstrase doliente,
y que sufre, de pena, la agonía…
Dad a mi corazón bien y consuelo,
por ese ángel tierno e inocente
que a vuestros brazos Dios mandó del Cielo.
Cecilio Recalde
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A la Virgen del Carmen (II)
Si vuestra corona
no fuese de perlas,
otra yo os pondría
de rosas y hortensias,
de nardos de nácar,
de albas azucenas,
de jazmines blancos
de pureza emblema;
mas, vuestra corona,
la Cruz Santa lleva,
y aventaja a todas
las flores más bellas.
¡Señora, escuchadme!:
¡os pido clemencia!
¡calmad mis dolores,
mitigad mis penas!
que yo he sido bueno,
que está en mi conciencia,
limpia de pecados,
de virtudes llena.
¡Virgen de mi vida,
os pido indulgencia,
como los que lloran
y la gracia esperan,
al pie de una Virgen
sagrada y excelsa!
Y apartad de mi mente el recuerdo
de mujer aquella,
que inundó de pesares mi alma,
de llantos, tristezas.
¡Haced, Virgen mía,
haced que mis pasos se aparten de ella!
Yo la creí más noble,
la pensé más buena,
y mis ilusiones
cifraba yo en ella;
cuanto ella quería
al punto la diera,
mirando a aquel ángel,
que Dios a la tierra,
nos había mandado,
creyendo a su madre, cual mujer, discreta:
ese ángel que quiero salvéis,
¡oh, Virgen del Carmen, Virgen hechicera,
del mal que en la vida pudiera pasarle
por su mala estrella!
Cuando era pequeño,
me dijo mi padre, con voz placentera:
—¿Me preguntas, hijo,
por tu madre muerta…?
No la conociste;
era tu existencia,
muy joven, muy joven,
murió, cuando eras
un niño y no andabas,
ni hablabas siquiera.
Mira su retrato,
mira qué belleza,
qué mirar más dulce,
qué bondad más tierna:
eran sus mejillas
de rosas muy frescas,
y su casta frente
como una azucena,
era cariñosa,
callada, discreta,
laboriosa, honrada,
recatada, austera,
todos la querían
porque era muy buena,
nunca vióse un pobre
sin pan ante ella,
ella consolaba
al ser en la tierra;
ella era una santa,
una santa era.
La Virgen del Carmen,
divina y excelsa,
era su consuelo,
su refugio era,
por eso yo voy
a ver a la Iglesia
a esa flor tan preciada, que tiene
tan dulce cadencia
para hablar a las almas que sufren,
que lloran y esperan.
Así me decía aquel padre mío
que ya con mi madre ante Dios se encuentra.
Desde entonces, sin dejar un día,
a Virgen tan santa contaba mis penas,
y yo la pedía
que fuese muy buena
la mujer que se uniese
conmigo en la tierra.
Una tarde, recuerdo que estaba
hablando con ella
y la dije que no procedía
con toda nobleza,
que dijese a su madre lo que nos pasaba,
antes que naciera
un ángel que el cielo
mandaba a la tierra:
pero fue imposible
realizar la idea,
que el niño o la niña
con padre se viera,
y no comprendiendo
toda mi franqueza,
destrozó mi alma,
me hirió sin conciencia,
y el ángel, sin padre,
vio la luz Febea.
Yo sufrí duros trances,
sufrí muchas penas,
porque no podía,
por culpa de ella,
dar a aquella niña
mis besos a espuertas.
y en vez de apiadarse
de hombre de nobleza,
me martirizaba,
me causaba ofensas,
hasta que yo un día
le hablé como hablan las almas aquellas
que saben que hay Cielo,
Dios y Providencia.
—Escucha un momento:
no más, por la nena,
debes de ser santa,
sencilla y discreta,
que pecó, y es cierto,
María Magdalena,
y luego la hermana
de la Virgen era.
Yo te doy, sincero.
yo te doy de veras
el perdón, por la niña, que culpa
no tiene y se queda
sin padre por causa
de acciones funestas,
que si yo te he querido con ansias
y te amé sin mezcla
de males algunos,
pensé que a mi madre tú te parecieras.
Sin comer me quedaba yo siempre
por darle a la nena,
por darle a la madre el diario sustento
y que pan tuvieran.
¡La Virgen del Carmen parece que escucha
mi voz lastimera!
Virgen de mi vida,
os pido indulgencia,
oíd mis plegarias
todas de fe llenas,
que hacer no he podido
que se convirtiera,
como convirtióse
María Magdalena,
y ya no es posible
que vaya yo a verla:
pero por la niña,
por esa pequeña
vengo a vuestras plantas.
Virgen hechicera,
para que no olvide
a esa niña tierna.
¡Virgen de mi vida!
¡Virgen tan excelsa!
¡Salvad a ese ángel,
salvad a esa nena,
y en cuanto a la madre,
haced que mis pasos se alejen de ella!
Cecilio Recalde
* * *
Imagen de la Virgen del Carmen de la parroquia de San Gregorio Taumaturgo, Telde. (Foto: José J. Santana).
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