A la Virgen de la Soledad

A la Virgen de la Soledad

Señora:
como una primavera de puñales
miro tu corazón que parpadea
al pie del árbol sangre.
Tu soledad sin horizonte alcanza
la original potencia elemental,
y el pálido perfil que perece en tu manto
me seca la garganta con el llanto olvidado
en la mitad del desierto.
Sin una lágrima, sin un sollozo, sin una sombra
tu rostro hecho de espinas y de clavos
me mira al pie de tus pies apagados.
Soy un poco de tierra amoratada
que azotó el huracán de caballos desnudos.
Soy un poco de nada puesto al servicio de la noche
para que se consuman los jaguares
de mis fuegos antiguos.
Soy lo que pudo ser un mediodía nublado
lleno de pájaros muertos.
Soy el eco de tu soledad, Señora,
Reina de reinas de las soledades.
Yo te acompaño en este no decir nada.
Yo te acompaño en esta sangre santa.
Yo te acompaño en este fruto quieto.
Yo te acompaño allá muy hondo
en tu virginal sabiduría.
El cielo tiene la hora de un reloj descompuesto.
Las piedras son como sílabas dispersas.
La soledad sin fin es como un cuello
lleno de collares estrangulados.
Yo no tengo en las manos nada,
ni siquiera tengo mis manos en las manos,
ésas, todas manzanas y peras,
esas pequeñas bestias del tacto.
Estamos solos en medio del mundo,
divinamente misterioso y terrible,
Reina de reinas de las soledades.
Yo soy el perro hambriento que agusanó la noche,
huérfano y prodigioso, todo nadie y estrellas,
seco de sed y harapo oculto de ladridos
en el hueco de algo que no sabré decirte
si está en mí, en los demás o en algo
que, si existe, no existe sino en tus ojos vírgenes.

Carlos Pellicer

La soledad de María y la soledad del pecador

La soledad de María y la soledad del pecador

Cuando una persona amiga siente en su alma el vacío de una pérdida irreparable, vamos a acompañarla para llenar su soledad con nuestro cariño. Eso hacemos con María, después de las horas desoladas del Jueves y del Viernes Santo. Y María nos agradece vivamente ese gesto, y se alegra de ser nuestra madre.

El sólo pensar en la soledad de una madre nos conmueve. Es que en esa expresión entran en juego dos palabras conmovedoras, que cuando se conjuntan alumbran en nosotros el relámpago de la emoción. La madre se queda sola. Esto es: el ser cuya vida no significa sino inmolación, sacrificio, entrega a otros seres, se queda sin esos seres que constituyen el sentido de su vida. Pero pudiera ocurrírsenos una pregunta: ¿Por qué está sola María? ¿Perdió María de veras a Jesús? ¿Ya no está María unida a Jesús? Aquí debemos precisar los términos:

A Jesús se le puede perder de dos maneras: físicamente y espiritualmente. Físicamente, María perdió muchas veces a Jesús. La verdad es que María debió de sentirse siempre un poco sola y un poco desconcertada al lado de Jesús. Sin duda, el ser madre de un Dios es algo muy grave. A través del episodio de la pérdida del Niño Jesús a los doce años, se deja entrever que María no comprendía del todo la actitud de Jesús. Sin embargo, María fue fiel a Jesús en el fondo de su alma, incondicionalmente.

Por eso, en las horas de delirio y de duda de la Pasión, María siguió muy unida espiritualmente a su Hijo. Es que María vivió siempre de la fe. Esta es su singular grandeza. Toda la vida de María se desarrolló en el plano del misterio. María vivió de Jesús y para Jesús. Esto es: María no tuvo otro fin en la vida que el ser la madre de Jesús. Ahora bien, el ser de María, y todo su ser, con sus cualidades y prerrogativas, estaba encaminado a ese fin. María no fue una mujer como las demás, que un día, ante la invitación de un ángel, aceptó ser madre de Dios, e inició su vida de misterio. María fue un ser singular desde su concepción. Por eso, María debió, sin duda, de sufrir mucho en su vida, porque todo privilegio implica un tributo de dolor.

Propendemos a pensar que la Virgen era madre de Jesús como las otras madres lo son de sus hijos, y entendemos su soledad al modo humano. Pero es algo distinto. Porque Jesús es Dios, que habita en el alma por la gracia, y hace sentir su presencia de una manera vivísima en las almas santas.

Podemos por ello decir que, en realidad, los que estamos solos somos nosotros, cuando, por el pecado, expulsamos a Dios de nuestro corazón. Bien vistas las cosas, quizá no debiéramos compadecer a la Virgen, sino compadecemos a nosotros mismos. Bien entendido que éste es el único medio de consolar eficazmente su soledad. Mereciendo esto una meditación especial.

Fr. Alfonso Pérez
(Revista La Merced, mayo de 1955)

Imagen ilustrativa: Virgen de los Dolores de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, La Orotava (Foto: Parroquia).

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La soledad de la Virgen

Virgen de la Soledad de la calle de la Paloma

Milagro de la Virgen de la Paloma

A vos soberana Madre
virgen, jazmín y azucena
sol radiante en claro día
vida y esperanza nuestra.
A vos, única pastora
para guiar las ovejas
por el camino de gracia
do se alcanza gloria eterna.
A vos preciosa Paloma
de gracia y pureza llena
os pido ilustréis mi numen
para escribir la grandeza
de vuestras sacras virtudes,
vuestra suma omnipotencia,
vuestro candoroso amor
y prodigiosa clemencia,
pues es justo tributemos
a la milagrosa perla
los dones que a profusión
reparte su mano bella.
La fama a veces pregona
por villas, pueblos y aldeas
ciudades y promontorios
de la insigne y culta Iberia
que en Madrid hay una Virgen
tan milagrosa y tan bella
que se cuentan sus prodigios
tantos como las estrellas;
cura males radicales,
sin que jamás aparezcan.
Da vista al ciego remoto,
al tullido le da fuerza,
el manco y cojo disfrutan
de los brazos y las piernas.
Da treguas al moribundo
cura el dolor de la jaqueca
quita el mal del corazón
del estómago y las muelas,
sostiene el roedor cáncer,
cura las llagas, gangrenas,
males de pasmo y de fiebre,
de mordeduras y orejas,
del pecho y de las espaldas,
de los costados y piernas;
y al fin al sordo da oído
y al mudo palabra entera.
Esta imagen venerada
de Madrid pródiga estrella
da curación a los males
siempre que el fervor merezca
aplicar su bella mano
sobre el alma que le ruega.
Para alcanzar esta gracia
de la celestial princesa
es preciso prepararse
con tanta fe y  entereza
que el alma del pecador
ha de aparecer tan bella
y limpia de toda culpa
como el día que naciera.
Es preciso la atrición
y acompañada con esta
un dolor de contrición
y un fervor sin competencia.
Es preciso que la voz
Que nuestra lengua profiera
nos salga del corazón
llena de amor, de fe y pena.
Es preciso que tan blanca
tenga el alma el que la ruega
para alcanzar esta gracia
como el nombre que veneran…

              Joaquín Hazañas

“Reciente Milagro que ha hecho la virgen de la Soledad de la calle de la Paloma…” (1840)

* * *

La Virgen de la Paloma (una mirada al pasado)

La soledad de la Virgen

La soledad de la Virgen

La Virgen sacrosanta, antes de retirarse del sepulcro, bendijo la sangrada losa, diciendo así: Piedra afortunada, que ahora encierras al que yo tuve dentro de mis entrañas, te bendigo mil veces, y te encargo le guardes cuidadosamente. Después, alzando al cielo la voz y los afectos del alma, dijo así: Padre celestial, en vuestras manos queda este divino tesoro, Hijo de vuestras complacencias e Hijo de mi corazón. Mira de nuevo el sepulcro, se despide otra vez del Hijo querido, y se vuelve con aquel triste acompañamiento, tan llorosa y tan desolada, que movió a lágrimas a muchos de los que la vieron pasar, y los mismos discípulos y personas del séquito lloraban ya más de la pena y quebranto de la Madre, que de la muerte del Señor. Las piadosas mujeres le echaron encima un manto negro, y al pasar por delante de la cruz, bañada todavía con la preciosa sangre, se postró en tierra, y fue la primera criatura que adoró aquel santo madero, diciendo de este modo:

¡Santísima Cruz! Yo te adoro y beso devotamente, pues ya no eres leño infame, sino trono de amor y altar de misericordia, consagrado con la sangre del Cordero que quita los pecados del mundo, sacrificado en ti por la salud del género humano. Luego que llegó a su pobre morada, volvió a todos lados la vista, y no viendo a su dulcísimo Hijo, se le representaron vivamente los hechos y ejemplos de vida tan santa, la dulce memoria de aquella noche gloriosa de su sagrado nacimiento, los regalados abrazos que le dio en su seno maternal, las conversaciones íntimas y suaves por tantos años en la casa de Nazareth, el tierno amor con que mutuamente se correspondían, las miradas amorosas y las palabras de vida eterna que salían de su boca divina.

Pero después se le volvió a renovar con mayor sentimiento y viveza la dolorosa tragedia de aquel triste día, los clavos, espinas y llagas profundas, las carnes despedazadas, los huesos descarnados, la boca sedienta, y los ojos obscurecidos y muertos. ¡Qué noche tan amarga! Preguntaba al amado discípulo: Juan, ¿dónde está tu divino Señor y Maestro? Preguntaba a la Magdalena: Hija, ¿dónde está tu amado? ¿Quién nos ha quitado nuestro único bien? ¿Quién nos ha puesto en tan amarga soledad? Lloran sus ojos virginales, lloran todos con ella. Y tú, alma, ¿qué haces? Dile, por fin: Señora, yo soy quien debo llorar, y no vos; yo soy el reo, y vos inocente. Permitidme que siquiera os acompañe en vuestro llanto y soledad: Fac ut tecum lugeam. Vuestras lágrimas nacen de amor. Broten las mías de la fuerza del dolor y arrepentimiento de mis pecados. Estos y otros afectos semejantes le has de decir con los labios y el corazón.

* * *

Oración

Madre dolorosa, tenga yo la dicha de acompañaros en vuestras penas juntando con vuestras lágrimas las mías, con memoria continua y tierna devoción de la Pasión de Jesús y la vuestra, para que en llorar vuestros dolores y los suyos ocupe y consagre todo el tiempo que me resta de vida, esperando confiadamente que en la hora de mi agonía ellos me darán fuerza y aliento para no desesperar de mi salvación avista de los muchos pecados con que tengo a Dios ofendido. Por los dolores de uno y otro confío alcanzar perdón, perseverancia y gloria, donde con vos. Madre amorosa, cantaré para Siempre las misericordias de Dios.

San Alfonso María de Ligorio

Imagen: «Virgen de la Soledad», óleo sobre lienzo de Vicente López y Portaña (1840)

Meditación de la soledad de María

Meditación de la soledad de María

(Preámbulo: «Stabat Mater»)

«Stabat mater dolorosa,
juxta crucem lacrimosa»

Estaba la Dolorosa,
junto al leño de la Cruz.
¡Qué alta palabra de luz!
¡Qué manera tan graciosa
de enseñarnos la preciosa
lección del callar doliente!
Tronaba el cielo rugiente.
La tierra se estremecía.
Bramaba el agua… María
estaba, sencillamente.

(Composición de lugar)

Palidecidas las rosas
de tus labios angustiados;
mustios los lirios morados
de tus mejillas llorosas;
recordando las gozosas
horas idas de Belén,
sin consuelo ya y sin bien
que sus soledades llene…
¡miradla por donde viene,
hijas de Jerusalén!

(Meditación)

Virgen de la Soledad:
Rendido de gozos vanos,
En las rosas de tus manos
Se ha muerto mi voluntad.
Cruzadas con humildad
En tu pecho sin aliento,
La mañana del portento,
Tus manos fueron, Señora,
La primera cruz redentora:
La cruz del sometimiento.

Como tú te sometiste,
Someterme yo quería:
Para ir haciendo mi vía
Con sol claro noche triste.
Ejemplo santo nos diste
Cuando, en la tarde deicida,
Tu soledad dolorida
Por los senderos mostrabas:
Tocas de luto llevabas,
Ojos de paloma herida.
La fruta de nuestro bien
Fue de tu llanto regada:
Refugio fueron y almohada
Tus rodillas, de su sien.
Otra vez, como en Belén,
Tu falda cuna le hacía,
Y sobre Él tu amor volvía
A las angustias primeras…
Señora: si tú quisieras
Contigo lo lloraría.

(Coloquio) 

Por tu dolor sin testigo,
Por tu llanto sin piedades,
Maestra de soledades,
Enséñame a estar contigo.
Que al quedarte Tú conmigo,
Partido ya de tu vera
El hijo que en la madera
De la Santa Cruz dejaste,
Yo sé que en Tí lo encontraste
De una segunda manera.

En mi alma, Madre, lavada
De las bajas suciedades,
A fuerza de soledades,
Le estoy haciendo morada.
Prendida tengo y colgada
Ya mi cámara de flores.
Y a humear por los alcores
Por si llega el peregrino
He soltado en mi camino
Mis cinco perros mejores.

Quiero yo que el alma mía,
Tenga, de sí vaciada,
Su soledad preparada
Para la gran compañía.
Con nueva paz y alegría
Quiero, por amor, tener
La vida muerta al placer
Y muerta al mundo, de suerte
Que cuando venga la muerte
La quede poco que hacer.

(Oración final)

Pero en tanto que Él asoma,
Señora, por las cañadas,
—¡por tus tocas enlutadas
y tus ojos de paloma!—
recibe mi angustia y toma
en tus manos mi ansiedad.
Y séame, por piedad,
Señora, del Mayor Duelo,
tu soledad sin consuelo
consuelo en mi soledad.

        José María Pemán