Regálame tu sonrisa

Regálame tu sonrisa

Madre, regálame tu sonrisa…
Que en ella vea el corazón de Dios
que corre hasta abrazarme a toda prisa.
Que en ella entienda que es Dios siempre mayor
a todo lo que es y será en mí, solo ceniza.
Que en ella sienta el perdonar de Dios,
a todo lo que ya le confesé, pero aún me martiriza.
Que en ella obtenga el sonreír de Dios
que inunde mis durezas del humor que las suaviza.
Que en ella aprenda la bondad de Dios,
que me vuelve bien por mal y disuelve mi malicia.
Que en ella vuelva mi “gracias” a Dios,
porque siempre en su amor me primeriza.
Que en ella lea que es gloria de Dios,
que mi alma tenga: vida, y mi rostro: una sonrisa.

Javier Albisu, S.J.

Dios que me da…

DIOS QUE ME DA…

Dios que me da
el beleño por la noche,
el azafrán por el día,
el cantueso por la tarde.
Dios que me da,
tu presencia en el sueño,
el amor para el hambre,
la muerte para el cuerpo,
la vida para el alma,
jabón para lavarme.
Y yo le doy,
pellizcos a sus manos,
disgustos a sus curas,
y le pago con deudas.
Dios me da demasiado.
Dejadme que esta noche me horrorice.

Gloria Fuertes, de «Aconsejo beber hilo».

Siempre que digo Madre

Siempre que digo Madre

Siempre que digo madre, voy diciendo tu nombre;
siempre que pido ayuda, te estoy llamando a ti;
siempre que siento gozo es que en ti estoy pensando;
con tu nombre en los labios me acostumbro a dormir.

Siempre que digo MADRE es que digo María;
siempre que digo MADRE voy cantando tu amor.
Digo tu nombre y nombro a mi mejor amiga:
MARIA MADRE MIA Y MADRE DEL SEÑOR.

Siempre que yo te canto es mi canto esperanza;
siempre que yo te rezo es himno mi oración;
siempre que yo te hablo es mi voz alabanza,
y tu nombre yo llevo siempre en mi corazón.

Siempre que tengo dudas en ti encuentro certeza;
Siempre que tengo miedo eres tú mi valor;
siempre en mis desaliento eres tú mi confianza
y tu nombre yo invoco como ayuda y favor.

J. Madurga (Reflejos de luz).

Un altar

Un altar

Habéis hecho un altar en vuestro pecho,
que nadie podrá ver en vida;
vuestro hogar tan feliz, quedó deshecho,
y la pena y el dolor, os da derecho
a llorar esa muerte tan sentida.

Adornáis ese altar de noche y día
con las flores de un amor que nunca muere;
y al orar en silencio, se diría,
que sois musa del dolor, que en su agonía
se abraza con el ser que tanto quiere.

Tenéis el pasado por consuelo
todo lleno de ternura, de amor y de ilusión…
Dichoso del que tiene allá en el cielo,
un alma que le espera con anhelo,
para hacer en ese altar una oración.

Simón Acosta Padilla

Sábado Santo

Sábado Santo

Sábado Santo

¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo.

Va a buscar a nuestro primer padre como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva.

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos.» Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y, tomándolo por la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz».

Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: “Salid”, y a los que se encuentran en las tinieblas: «iluminaos”, y a los que duermen:  “Levantaos”.

A ti te mando: Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.

Por ti, yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti, yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti, yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti, me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado.

Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte el peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.

Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.

Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste.  Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.

El trono de los querubines está a punto, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos; se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad.

Fuente: De una Homilía antigua sobre el grande y Santo Sábado.