Sea, María, tu Corazón, de todo el mundo la salvación
Hoy en el reloj de los tiempos, un día después de la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús, suena la hora de María, la hora en que celebramos con inmenso júbilo el Corazón Purísimo e Inmaculado de María. Dos corazones inmaculados, inseparables e inquebrantables, unidos en una eternidad: el Corazón de María nos lleva hacia Jesús, y el Corazón de Jesús nos hace amar inmensamente a María.
El corazón es el centro de vida de cualquier persona y símbolo inequívoco de amor; precisamente la falta de amor, consecuencia de un corazón herido e insensible, nos hace sufrir y generar malas acciones. Por ello es fundamental la intención reparadora: ¡y qué mejor inspiración que la propia Virgen María, gran señora del Corazón cristiano, que nos da la fortaleza necesaria para caminar aliviados y vivir en el perdón!.
El Corazón de María, lleno de amor y ternura, es un remedio para la conversión y la elevación del espíritu: al honrarlo abarcamos sus afectos, su remanso de paz, sus gozos, su pena y dolor; pero también su esperanza y su amor infinito hacia todos nosotros. El corazón virginal de María, restaurador de todos los cristianos, brilla resplandeciente de compasión y sabiduría hacia todos los seres. Es su triunfo definitivo y fruto eterno del Amor, que comienza en cada uno de nosotros, manifestado con la virtud de la esperanza y en la paz; arco iris de la paz, refugio de los pecadores y tabla de nuestra salvación, con un grito de esperanza te rogamos: ¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!.
Consagrarse a María significa dignificarnos y ponernos en sus manos, a su servicio y disposición. Y Ella, que ha venido a salvarnos y amarnos, nos guiará hacia Jesús. Debemos, pues, rezar para que la devoción al Corazón de María sea nuestra hermosa realidad. María y su corazón como fundamento es la criatura más excelsa salida de las manos del Omnipotente.
Cada oración a María Santísima nos adentra en su Corazón Dulcísimo, y, en consecuencia, en el Corazón de Cristo, Corazón de Dios:
Oh María, Madre de nuestra familia, a tu Corazón Inmaculado queremos consagrarnos en este día. Queremos ponernos bajo tu manto y protección para que siempre nos defiendas de todo mal y de todo poder del maligno. Madre nuestra, Virgen María, defiéndenos de los peligros, ayúdanos a superar las tentaciones y presérvanos de todo mal. Y, cuando lleguen los momentos de dolor, sé Tú nuestro refugio. Y, en los momentos de alegría, llévanos por el camino que nos conduzca a Dios para serle siempre agradecidos.
Madre nuestra, recibe nuestro humilde acto de consagración. Tuyos somos y tuyos queremos ser para siempre. Y danos la gracia de amar a Jesús con todo nuestro corazón y ofrecerle el homenaje de nuestro amor, especialmente en la Eucaristía.
Todos repiten: Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía, y cuanto tengo tuyo es. Te entrego mi vida y mi amor, mi pasado, mi presente y mi futuro con todo lo que tengo y todo lo que soy para que ello se lo presentes a Jesús, que lo recibirá contento de tus manos. Dulce Corazón de María, sed la salvación mía. Amén.
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El corazón de María es el corazón de la Iglesia, por el Padre Bertrand de Margerie, S.J. (Traducción de José Gálvez Krüger)
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