Al más ilustre de los peruanos (a San Martín de Porres)

Hoy se cumplen 55 años de la canonización de Fray Martín de Porres. Les invitamos a leer un interesante artículo tomado de la Revista Cultural Católica Tesoros de la Fe (más abajo le ofrecemos el enlace original), con motivo del que fue el cincuentenario aniversario de la subida a los altares de nuestro querido santo:

Al más ilustre de los peruanos

El próximo 6 de mayo se conmemora el cincuentenario de la canonización de este santo peruano del siglo XVII, conocido en el mundo entero por su caridad eximia y sus extraordinarios milagros, que rayan en lo mítico

Pablo Luis Fandiño

Hace exactamente 50 años, en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, el Papa Juan XXIII inscribía solemnemente en el catálogo de los santos al limeño Martín de Porres Velásquez (1579-1639), convirtiéndose en el primer mulato en ser canonizado por la Iglesia.

Fray Martín gozaba ya en vida de fama de santidad. Prueba de ello fue su multitudinario entierro. La ciudad entera se volcó para verlo por última vez “exhalando de sí una fragancia tan grande que embelesaba a los que se acercaban, y le hacían pedazos la ropa que tenía, de manera que fue menester vestirlo muchas veces y pedir guarda especial para el cuerpo. Y se resolvió enterrarlo luego aquella tarde por evitar inconvenientes”.1 Su cuerpo fue llevado procesionalmente hasta su sepultura en hombros de Feliciano de la Vega (arzobispo de México), Pedro de Ortega Sotomayor (deán de la catedral de Lima y después obispo del Cusco), Juan de Peñafiel (oidor de la Real Audiencia) y Juan de Figueroa Sotomayor (regidor del cabildo y más tarde alcalde limeño), entre otras notabilidades presentes a la hora del entierro. En la víspera, su amigo, el virrey conde de Chinchón se hizo presente ante su lecho y “arrodillado le besó la mano y le rogó que intercediera ante Dios por él”.2

Con el trascurso del tiempo su fama de taumaturgo y hombre de Dios no ha hecho más que crecer, desbordando las fronteras de su Lima natal, del Perú y de América, hasta llegar a los rincones más apartados del orbe.

Los milagros aprobados por la Iglesia para su canonización ocurrieron en Asunción (Paraguay) y en Santa Cruz de Tenerife (Islas Canarias); aunque ya se habían presentado casos operados en Cajamarca (Perú), Detroit (EE.UU.) y Transvaal (Sudáfrica)­ que fueron desestimados.­

Lectura amena e interesantísima

Su vida y sus milagros han llegado hasta nosotros a través de la tradición oral y de los testimonios manuscritos. El ejemplo de San Martín de Porres ha servido de inspiración a decenas de autores peruanos y extranjeros, de las más variadas especialidades: historiadores, médicos, religiosos, políticos y literatos. Ellos han escrito más de un centenar de volúmenes, cuyas ediciones y reediciones son incalculables. Se han publicado libros en español, latín, inglés, portugués, francés e italiano; al igual que en alemán, polaco, vietnamita y chino. Sin embargo, nada existe de más auténtico cuanto el propio Proceso de Beatificación. En él se recogen las declaraciones recabadas en Lima en 1660, 1664 y 1671 a más de setenta personas durante el desarrollo del Proceso Diocesano. La mayor parte de ellas conocieron y trataron íntimamente a fray Martín de Porres y fueron testigos directos y presenciales de los hechos que narran.

Aunque la lectura de los procesos de beatificación puede resultar un tanto tediosos hasta para los eruditos, debido a la invariable repetición de preguntas que se formulan a los declarantes y a sus monótonas respuestas, tan semejantes entre sí, en este caso sucede todo lo contrario. Como lo declara el padre Fray Tomás S. Perancho en la introducción del Proceso de Beatificación de fray Martín de Porres publicado por el Secretariado de Palencia en 1960: “La lectura del Proceso resulta amena e interesantísima: lo primero por la multitud de detalles curiosos que aportan los numerosos testigos que declaran, y lo segundo, por el realismo con que destacan las virtudes del sujeto que va camino de los altares”.3

A medida que se le conoce, crece y se eleva su figura

Al penetrar en el estudio y el conocimiento de la vida de San Martín de Porres sucede también algo paradigmático: cuanto más profundizamos en la materia, más crece y se eleva a los ojos del lector nuestro personaje. La tradición oral, transmitida de padres a hijos y cuya fuente natural era el propio convento de Nuestra Señora del Rosario de Lima —donde nuestro santo pasó la mayor parte de su existencia terrena— , lejos de ser desmentida es corroborada y engrandecida por los patentes testimonios del Proceso Diocesano. En él cabe destacar tanto la multitud de los declarantes, cuanto su idoneidad (superiores de conventos, predicadores generales, maestros en sagrada teología, obispos, etc.), quienes además aseveran haber visto y oído por sí mismos lo que testifican. Cuando hablan hombres de tan elevada talla moral, reafirmándose unos a otros en sus testimonios, aseverando que lo han visto y palpado, y por añadidura juran por Dios que dicen la verdad, resulta pues inevitable dar por auténticos los hechos.

Pero además de contar con una sólida base documental, para mejor comprender a nuestro santo, es imprescindible conocer adecuadamente la época en que vivió. Como bien puntualiza el historiador: “Querer juzgar ese ambiente y ese pensamiento con criterio actualizante o vanguardista es error irreversible, reñido en esencia con la investigación histórica”.4

Una dulce primavera de la fe en el suelo americano

Apagados los fragores de la conquista del imperio inca, cesadas las luchas fratricidas, disipadas las ambiciones personales, fue instaurándose gradualmente la paz en nuestra tierra. No cualquier paz, sino “la paz de Cristo en el reino de Cristo”. Y a partir de ese momento se pudo emprender la magna labor evangelizadora y civilizadora del cristianismo. Germinó entonces, naturalmente, una dulce primavera de la fe en el suelo americano. Basta pensar que en una pequeña metrópoli como era la Ciudad de los Reyes a fines del siglo XVI y comienzos del XVII, coincidieron cinco grandes santos: Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, San Francisco Solano, San Juan Masías y San Martín de Porres, junto con más de un centenar de siervos de Dios e infinidad de personas que llevaron una vida ejemplar y devota.

Al enfocar la vida de nuestro héroe, muchos han caído en la tentación de resaltar lo episódico, lo pintoresco, lo gracioso, lo trivial, con lo cual se puede llegar a dibujar una figura minimalista.

Llama la atención, por ejemplo, el sinnúmero de ocupaciones y oficios que asumió fray Martín en el convento mayor de los dominicos en Lima. Portero, campanero, barrendero, limosnero, barbero, herbolario, enfermero, cirujano menor y encargado de la ropería. Atendiendo con la mayor diligencia a una comunidad que sobrepasaba los doscientos frailes, además de novicios, hermanos legos, donados, personas de servicio y hasta esclavos que eran propiedad del convento. Además de una infinidad de pobres, indios, esclavos y menesterosos que acudían a pedir socorro a sus puertas. ¿De dónde sacaba Martín las fuerzas para cumplir con tantas obligaciones? – De la oración, a la que dedicaba la mayor parte del día y de la noche, pues es opinión general que dormía muy poco.

Fray Juan de Arguinao, arzobispo de Santafé de la Nueva Granada, Bogotá (1661-1678) —que conoció a fray Martín desde su ingreso al convento de Nuestra Señora del Rosario hasta la muerte del santo— declaró en el Proceso Diocesano: “que en lo adverso y próspero de esta vida mortal siempre vio al venerable hermano fray Martín de Porras con un mismo semblante, sin que lo próspero le levantase, ni lo adverso le deprimiese o contristase, de lo cual se seguía que en las adversidades, acaecimientos y enfermedades, siempre se mostraba pacientísimo, conformándose con la voluntad de Dios, que era su norte y guía”.5

Consejero de grandes y pequeños

Entre sus amigos íntimos no faltaron los potentados de la época: el virrey, el arzobispo, el alcalde y el rector de la Universidad de San Marcos. Muy característicos fueron, por ejemplo, los encuentros mensuales que por espacio de diez años fray Martín sostuvo en palacio con don Luis Jerónimo de Cabrera y Bobadilla —Conde de Chinchón y Virrey del Perú (1629-1639). Tales reuniones no eran para confesar a su ilustrísima, sino para aconsejarle en los más graves asuntos de estado con su extraordinario y fino sentido común. Así como cuando los indios lo confundían con un sacerdote, y él solía decirles “Hijos, yo no soy de misa”, tanto el virrey como fray Martín conocían perfectamente cuál era su condición.

Durante el Consistorio sobre la canonización del beato Martín de Porres, que tuvo lugar el 12 de abril de 1962, el Papa Juan XXIII se expresó del siguiente modo a los cardenales presentes: “Habéis podido admirar la acendrada piedad del beato Martín al Divino Redentor del género humano, tanto oculto en la Eucaristía como elevado en la cruz, y a la Virgen María reina celestial. También habéis podido admirar su sencillez de espíritu en la continua disposición a obedecer y servir a todos, considerándose siempre el más inferior”.6

San Martín de Porres llevó la práctica de la virtud de la humildad al más alto grado y quizás sea por eso que Dios lo haya recompensado con tantos dones. Hoy, al cumplirse el cincuentenario de su canonización, la Nación está en el deber de reconocerlo como el más ilustre de los peruanos.7

Nuestra actitud ante el cincuentenario

¿Y cómo podemos nosotros, simples fieles católicos, asociarnos convenientemente a este cincuentenario? ¿De qué manera podríamos al mismo tiempo contribuir a su brillo y beneficiarnos de sus gracias?

El ilustre apóstol seglar del siglo XX, Plinio Corrêa de Oliveira, nos da la clave para una respuesta: él solía decir que la mejor forma de agradecer a Dios por las gracias recibidas es pedirle más gracias. Es un reconocimiento de su infinita bondad y poder, y una expresión de nuestra amorosa dependencia de Él. Lo mismo vale, proporcionadamente, con relación a la Santísima Virgen, Medianera de todas las gracias, y a los santos que Dios colocó como intercesores ante su divina clemencia.

Por otro lado, como recuerda San Luis María Grignion de Montfort, así como la gracia perfecciona la naturaleza, la gloria perfecciona la gracia. Es decir, San Martín de Porres es ahora, en el cielo, incomparablemente más solícito con quienes ­acuden a él de lo que fuera mientras vivió. Y si en su existencia te­rrenal no hubo quien dejase de ser atendido, ¿cuánto más no estará dispuesto a ayudarnos, ahora que goza de la gloria ­eterna?

Entonces, en este cincuentenario honremos debidamente a nuestro querido fray Martín, de dos maneras: primero, dando público testimonio de nuestra gratitud hacia él, participando en homenajes que se le tributen como triduos, procesiones, novenas, etc.; y, al mismo tiempo, aprovechando esas ocasiones para pedirle todo aquello que necesitemos, siempre ordenado a la gloria de Dios y a nuestra salvación. ¡Con certeza no seremos defraudados!

Notas.-

1. Proceso de Beatificación de fray Martín de Porres, Secretariado «Martín de Porres», Palencia, 1960, p. 92.

2. Rafael Sánchez-Concha Barrios, Santos y Santidad en el Perú Virreinal, Vida y Espiritualidad, Lima, 2003, p. 122.

3. Proceso, p. 5.

4. José Antonio del Busto Duthurburu, San Martín de Porras (Martín de Porras Velásquez), Fondo Editorial PUCP, Lima, 1992, p. 12.

5. Proceso, p. 259.

6. Cf. http://www.vatican.va/holy_father/john_xxiii/speeches/1962/documents/hf_j-xxiii_spe_ 19620412_de-porres_sp.html

7. Al emplear esta expresión nos referimos “al más ilustre varón peruano” y no pretendemos en absoluto desmerecer la figura de Santa Rosa de Lima, la más ilustre mujer peruana.

Texto original en: Tesoros de la fe (Revista Cultural Católica)

Pinturas representando los milagros que llevaron a los altares a San Martín de Porres

Convento de Santo Domingo, Primer milagro de San Martin de Porres para la canonizacion.

Estos dos cuadros que mostramos a continuación representan los milagros considerados (y aprobados) por la Iglesia Católica durante el proceso de canonización de Fray Martín. Ambas pinturas son obra de Blanca Chávarri, creadas ex profeso para tan grande ocasión y expuestas en el solemne acto de canonización el 6 de mayo de 1962:

El primero, acontecido en Asunción, la capital de Paraguay, representa la curación de Doña Dorotea Caballero Escalante, una señora de avanzada edad, aquejada de una obstrucción intestinal que le había originado una colapso cardíaco. Sólo la cirugía podía salvarla. Sin embargo, dada su edad -87 años- y su debilidad desaconsejaba la operación. Los médicos avisaron a su hija pues se esperaba su muerte en cualquier momento. La hija, que en ese momento residía en Buenos Aires y de camino hacia Paraguay, se encomendó de manera inmediata a San Martín de Porres, pidiendo por su intercesión durante todo el trayecto. Las plegarias fueron escuchadas, pues Doña Dorotea se recuperó al día siguiente y pudo llevar una vida normal durante algunos años más.

Convento de Santo Domingo - 2º milagro

Y el segundo, la curación del niño tinerfeño Antonio Cabrera Pérez-Camacho, que milagrosamente salvó su pierna de ser amputada tras caerle una enorme piedra que se había desprendido de una tapia que había intentado trepar. La pierna quedó aplastada y con el peligro cierto que se complicara con una grangena. El niño fue evacuado a la clinica Capote, donde los médicos llegaron a la conclusión de que era conveniente amputar para que la vida del niño no corriese ningún peligro, pues no respondía al tratamiento inicial. Una amiga de la familia le entregó a los padres del niño una estampa de Fray Martín y pidió que se le rezara con fe. Llegó el día de la operación. Pero en esa mañana, los médicos observaron con asombro como la gangrena había desaparecido y la sangre comenzaba a circular con normalidad. Antonio muy pronto estuvo recuperado totalmente (El niño que hizo Santo a San Martín de Porres).

Estas dos curaciones fueron examinadas en Roma por la Sagrada Congregación de Ritos y aprobadas oficialmente como verdaderos milagros por el papa Juan XXIII en marzo de 1962. Posteriormente, el 6 de mayo de ese mismo año Fray Martín de Porres era solemnemente canonizado para alegría de toda la comunidad de la Iglesia Católica.

* * *

Homilía de su Santidad Juan XXIII: Rito de canonización del Beato Martín de Porres

Homilía del Cardenal Juan L. Cipriani en el 50º aniversario de la Canonización de San Martín de Porres

Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne
Domingo, 06 de mayo de 2012
50º Aniversario de la Canonización de San Martín de Porres
Basílica Catedral de Lima

Muy queridos hermanos en Cristo Jesús.

Hoy la Iglesia universal, también la Iglesia en el Perú y en Lima, celebra con especial gozo estos cincuenta años desde la canonización que Juan XXIII, Beato, hizo de nuestro Hermano San Martín de Porres.

Saludos mis hermanos Obispos aquí presentes.

Saludo también al Provincial de la Orden Dominica a quien perteneció San Martín, a los miembros eclesiales de la Orden, a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas que hoy nos acompañan en esta Catedral.

Saludo al Doctor César San Martín, Presidente del Poder Judicial. A los Congresistas, autoridades, a la Hermandad de San Martín de Porres, a todos.

Hoy el Santo Padre, en el saludo que ha hecho al rezar el Regina Coeli al mediodía en Roma, al final, ha querido recordar este aniversario pidiéndole a San Martín: Intercede por los trabajos de la nueva evangelización y ayúdanos para que florezca la santidad en la Iglesia.

Hermanos, en el Evangelio que acabamos de escuchar, toda las doctrina que Jesús enseña a sus discípulos en este pasaje “Yo soy la verdadera vid, mi Padre es el labrador”. Todo sarmiento que no da frutos lo arranca; y todo el que da fruto lo toma para que de más frutos.

A partir de esa explicación de Jesús, cada uno de nosotros tiene por delante esa tarea, todos tenemos esa llamada de Jesús: “Estén conmigo, únanse a mí”. Esa primacía de la gracia que viene de Cristo explica la santidad de San Martín de Porres, es Cristo quien lo escoge y es él que con su libertad responde heroicamente a todo lo que Cristo le va pidiendo.

Justamente poco tiempo después de la canonización, el Concilio Vaticano II hizo toda una doctrina conciliar recordando al mundo entero que desde el bautismo estamos llamados todos a esa santidad de unión con Cristo, como decía Juan Pablo II: “No es para un grupo de privilegiados”. No hay en la Iglesia una entrega minimalista, no hay una vida más o menos buena, la Iglesia nos enseña que busquemos la santidad, la unidad con Cristo en todo, tarea nada fácil.

Desde el bautismo, Cristo nos ha escogido a todos uno por uno, nos ha incorporado a esa vida en Él y nos dice: “Ya no eres Pedro, Tomás, María, Juana, no, ya eres hijo de Dios en Cristo”. Y empieza esa tarea de ser santos a la que todos estamos llamados, en el trabajo, en la familia y en el día a día.

Que bien, haría la Iglesia si en esta tarea de la nueva evangelización volviera a promover la belleza de la santidad, la posibilidad de la santidad en la vida corriente y ordinaria, porque siempre hemos visto a los santos como muy lejanos, muy diferentes a la vida corriente y entonces decimos: la santidad es para unos cuantos.

San Martín de Porres fue un hombre sencillo, un hombre del pueblo, un hombre humilde, no estaba en el poder, no tenía grandes doctorados, no tenía una plataforma de nada, era como cualquiera de nosotros solo que más humilde, más generoso y el Señor en esa alma, como en la tuya y en la mía, sembró un amor a Cristo que hizo que San Martín no estuviera jamás tranquilo hasta no hacer todo por amor a todos, amigos, no tan amigos, conocidos no tan conocidos, ahí está el heroísmo. ¡Qué fácil es amar a los que te aman! ¡Qué fácil es agradecer a los que te ayudan!

San Martín nos ha dejado una huella en la Iglesia Universal del hombre humilde que se vuelca a toda hora por ayudar a los demás, por escuchar a los demás, por comprender a los demás, por estar con los demás; y uno pensará a veces: ¿Este alto grado de la vida cristiana fue suficiente?

Claro que fue suficiente, no se dedicaba San Martín a hacer milagros, se dedicaba a amar al prójimo, no había en su boca una palabra que no fuera de cariño y de ternura, no había en sus pensamientos nada que fuera de agravio a los demás, no había en su vida comunitaria nada que no fuera obediencia a su misión. Y en ese cumplir cada día con sus deberes, Jesús fue poniendo una luz cada día mayor y hoy vemos que el mundo entero ve en el santo de la escoba el ejemplo del hombre humilde, del hombre que ama al prójimo, del hombre que busca siempre pero con una caridad que tiene contenido.

Amar a todos es estar en la cruz de Cristo, amar a todos es morir a nosotros mismos cada día, y hermanos eso solo se puede en esa intimidad con Cristo.

homilía aniversario

Grande fue el amor a la Eucaristía de este hermano nuestro. Nos dice la historia que pasaba largos ratos junto a Jesús Eucaristía. Hoy que estamos tan apurados no se sabe para que, ¿cómo sería este mundo si le dedicáramos un minuto cada uno a estar delante del Santísimo, adorando, escuchando, pidiendo amor a la Eucaristía y confesándonos frecuentemente?, porque no es fácil ir adelante sino hago ese acto grande de humildad, porque en la confesión está la esencia de la conversión. Voy en un acto de humildad para decir la verdad, para poner ese acto de arrepentimiento, dolor de corazón y Jesús entra en el alma y te deja lleno de gozo, alegre, con entusiasmo, con vitalidad para ir a la búsqueda de todos tus hermanos.

La lectura meditada de la palabra de Dios, el amor a María, en el rezo del Rosario y un ardor misionero es la misión que se nos encomienda. Realízala en tu casa, con tus hijos, con tus hermanos, en tu barrio, en tu trabajo. Esa es tu misión, siembra ahí el amor, la paz, la comprensión. Por eso el apóstol San Juan nos da ese como resumen de la vida de San Martín, no amemos de palabra ni de boca, sino de verdad y con obras.

Por eso, hoy saludo a la Orden Dominica y a toda la Iglesia, a las Diócesis vecinas que nos acompañan, donde el Patrono de la Iglesia de Chosica es San Martín de Porres. La Iglesia de Lima está de fiesta, la Orden Dominica está de fiesta, todos estamos de fiesta porque este buen hombre visita su Catedral y nos dice a todos: “Ánimo, si se puede ser santo, Jesús te busca para que seas santo”.

Bendice San Martín a nuestra patria, con la paz, con la verdad, con la unidad de toda la familia peruana.

Así sea.

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convento de sto domingo lima

Deprecaciones a San Martín de Porres

Glorioso San Martín de Porres, que todo lo sufriste con alegría por amor a Dios. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres por los trabajos, penalidades y desprecios que sufriste. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres, servidor de Cristo en la persona de los enfermos. Ruega por nosotros.

Piadoso San Martín de Porres, enamorado y confidente de Jesús en el Sagrario. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres, bienhechor complaciente con las oraciones de tus devotos. Ruega por nosotros. Padre Nuestro. Ave y Gloria.

«Canonización de San Martín de Porres en la Basílica de San Pedro» (ABC)

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«Canonización de San Martín de Porres en la Basílica de San Pedro», noticia publicada el día 8 de Mayo de 1962 en el periódico ABC – Edición general.

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*El presente enlace ha sido eliminado por la próxima entrada en vigor, el 1 de enero de 2015, de la Ley 21/2014, de 4 de noviembre, sobre la Ley de Propiedad Intelectual. Dicho enlace -a la hemeroteca del propio periódico- tenía como única finalidad ser un material de lectura sobre la canonización de San Martín de Porres. Precisamente por ello, su objeto era exclusivamente un fin religioso o devocional, educativo o de investigación.

San Martín de Porres: La humildad es el camino (Juan XXIII)

LA HUMILDAD ES EL CAMINO

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DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A LAS DIVERSAS PEREGRINACIONES LLEGADAS
PARA LA CANONIZACIÓN DEL BEATO MARTÍN DE PORRES
*

Lunes 7 de mayo de 1962

Amadísimos peregrinos:

Una flor de primavera se abrió ayer en la Iglesia. Un humilde lego de la Orden de Predicadores, aquél que recibiera las aguas bautismales en la misma pila de Santa Rosa de Lima, ha obtenido ya la glorificación suprema de la Iglesia. Que toda la tierra alabe al Señor, admirable en sus santos, pues Nos ha concedido esta alegría que es, además, manera de demostrar nuestro amor al Perú, nación de tantas promesas y virtudes.

Nuestras felicitaciones más cordiales a nuestro amadísimo señor cardenal, arzobispo de Lima aquí presente, a los demás miembros del Episcopado, a las altas autoridades peruanas y españolas, a los padres dominicos, a los numerosos peregrinos venidos del Perú y de otras tierras.

Al trazar el elogio de nuestro Santo queremos espigar algunos rasgos que conservan inalterado su aroma de santidad al cabo de cuatro siglos.

En la vida de fray Martín hubo tres amores: Cristo crucificado, Nuestra Señora del Rosario, Santo Domingo. En su corazón ardieron tres pasiones: la caridad, particularmente con los pobres y enfermos; la penitencia más rigurosa que él estimaba como «el precio del amor», y, dando aliento a estas virtudes, la humildad. Permitid que en ésta especialmente paremos nuestra atención para deleitarnos contemplándola en el alma transparente de fray Martín.

La humildad reduce la visión que el hombre tiene de sí mismo a sus límites verdaderos, según la regla de la razón. Sobre ésta viene a perfeccionar el alma el don del temor de Dios, por el cual el cristiano, consciente de que sólo en Dios está el sumo bien y su auténtica grandeza, le tributa suma reverencia y evita el pecado, como el único mal que lo puede separar para siempre de Él. Tal es la clave de la sabiduría práctica que regula la vida de los hombres prudentes y discretos. «Sabio amaestramiento de la vida es el temor de Dios», nos dice el Libro Sagrado (Pr 15, 33).

Martín de Porres era el ángel de Lima: los novicios se le confiaban en sus dudas, los padres más graves pedíanle parecer, él avenía matrimonios, sanaba las enfermedades más rebeldes, concertaba enemistades, dirimía contiendas teológicas y daba su opinión definitiva sobre los negocios más difíciles. ¡Oh, qué sabiduría, qué equilibrio, qué bondad atesoraba su corazón! No era un sabio pero poseía la ciencia verdadera que ennoblece el espíritu, ese «lumen cordium» con que Dios asiste a los que le temen, «la luz de la discreción» que diría Santa Catalina de Siena (Lett., 213). En su alma reinaba el santo temor de Dios, base de toda educación, del auténtico progreso en definitiva, de la civilización misma: «Initium sapientiae timor Domini» (Sal 110, 10) (El principio de la sabiduría es el temor del Señor.)

Al verlo en la gloria de los altares, admiramos a Martín de Porres con el embeleso de quien contempla un deslumbrante panorama desde la cumbre de la montaña.

Mas para subir a tales alturas no se ha de olvidar que la humildad es el camino: «Gloriam praecedit humilitas» (Pr 15, 33). Cuanto más alto es el edificio, más profundo debe ser el cimiento. «Fabrica ante celsitudidem humiliatur, et fastigium post humiliationem erigitur» (S. Ag., Serm. 10, De Verbis Domini). No es otra la lección práctica de San Martín.

A él va nuestro himno de alabanza y con éste, nuestra plegaria, «Laudemus viros gloriosos et parentes rostros in generatione sua. Sapientiam ipsorum narrent populi el laudem eorum nuntiet Ecclesia» Eccli., 44, 1, 15). Que él bendiga al Perú, la patria que lo vio nacer; a España, portadora de la fe cristiana a las Américas; a la ínclita Orden de Predicadores. Que la luz de su vida ilumine a los hombres por el camino de la justicia social cristiana y de la caridad universal sin distinción de color o raza. Todo esto se lo pedimos mientras a vosotros, a vuestros familiares y personas queridas otorgamos de corazón nuestra Bendición Apostólica.

* AAS 54 (1962) 393; Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 248-249.

Fuente: www.vatican.va