Mi padre, los pájaros y San Martín de Porres

Mi padre, los pájaros y San Martín de Porres

                                                                                                 Elena Escribano. Poeta

Mi padre silbaba como un pajarico. Se llamaba Pepe Escribano, Pepito, el de Elena, le decía la gente cercana en referencia a su madre. Él me enseñó a silbar y hacer gorgoritos con un hilo de aire controlado por la presión de los labios, y sigo haciéndolo, y a veces he causado desconfianza cuando, en un baño de chicas, no me doy cuenta y me pongo a silbar.

Era, en muchas cosas, como un pajarico. Adoraba su casa. Cuando, tras morir mi madre, mis hermanos le dijeron que, si no quería dejarla, al menos pasara temporadas con ellas. Él siempre contestaba: “Jaula nueva, pájaro muerto”.

Mi padre era alto y grande, de pelo blanco y ojos grises, a veces nos llevaba en la moto de paquete, y entonces, las cuatro hermanas, una a una, nos sentíamos únicas en el mundo. Nuestros primeros pasos de baile los aprendimos colocando nuestros zapatitos sobre sus zapatos y agarradas, a su cinturón, mientras él nos sujetaba. Le gustaba mucho bailar y lo hacía muy bien, según mi madre, otra bailona que soñó los ojos de su primer hijo mientras bailaba con él en el casino del pueblo.

Mi madre era muy guapa. Mi padre decía que se había casado con la más guapa del pueblo; de hecho, el mayor piropo que podía decirnos a las cuatro hermanas era: “Estás tan guapa como tu madre cuando tenía tu edad”.

Lo adorábamos, como más tarde también lo adoraron sus nietos, porque mi padre siempre fue por libre. Era capaz de todo por ellos. Cuando un día su nieto Pepito pidió a la chica que lo cuidaba que llamara por teléfono a su abuelo, mi padre descolgó el auricular y solo oyó una vocecita que le decía: “Abuelo Pepe, no puedo vivir sin ti”. Mi padre cerró la tienda esa mañana en Murcia, y se plantó en Soria al anochecer.

Era muy bromista, pero también muy tímido, por eso nos sorprendió cuando, tras ver una película de san Martín de Porres y descubrir que era el patrón de los basureros y un santo cuidador de enfermos, escribió a los dominicos de Barcelona para pedirles la novena del santo. Cuando la recibió, la copió varias veces en su Olivetti y la encuadernó con unas tapas de plástico rígido verdes. La leía todas las noches porque estaba convencido de que su san Martín le ayudaría a morir sin miedo ni pesadumbres. Estaba enfermo del corazón desde los treinta y poco años y confiaba en sus cuidados.

En la mesita de su dormitorio siempre había una estampa del santo, bastante fea, por cierto, y la novena. En cierta ocasión, el hijo de mi marido le preguntó qué era ese librito que leía todas las noches y nunca se le acababa. Él le explicó que era una novena y por qué la leía. El chaval también lo adoraba.

Crecimos viendo su amor y su confianza en san Martín, y esa estampa tan fea en su mesita de noche.

El 2 de noviembre de 1989 le dijo a mi hermana Mariángeles que no sacara la basura al contenedor porque esa noche no pasarían los basureros: “Mañana es el santo de mi negrito y tenemos que celebrarlo”. Así, con ese diminutivo que los murcianos usamos para lo más cercano y tierno que nos habita.

Al día siguiente, antes de irse al casino después de comer, le dejó a mi hermana una granada en un cuenco, pelada y desgranada, para que se mantuviera fresquita cuando ella volviera del trabajo a casa, y se marchó, como todas las tardes, a jugar su partida con los amigos.

En medio de la partida le dijeron: “Pepe, mueve ficha”. Él inclinó la cabeza, en silencio. Había muerto. El 3 de noviembre, el día del santo de su negrico. Sin miedo y sin sufrimiento, exactamente como él pedía que fuera a suceder.

Hoy, treinta y dos años después, aquella estampa grande tan fea rompe absolutamente la estética muy cuidada de mi dormitorio azul.

Mi padre era como un pajarico.

Ahora está alegrando con su silbo y sus trinos a la gente, allá, por los jardines de Dios.

Valencia, 3 de noviembre de 2021

Fuente: Revista Amigos de Fray Martín, Enero-Febrero de 2022, nº 586.

Imagen de San Martín de Porres en Algemesí

Basílica de san Jaime Apóstol de la población de Algemesí (Valencia), en una de las capillas laterales podemos encontrar la pequeña talla de San Martín de Porres. La capilla está dedicada a la memoria de san Antonio Abad y en una pequeña hornacina, a la izquierda y en su parte inferior, encontramos la imagen. (Fotos gentileza de don J. Díez Arnal).

Umbrío por la pena

Umbrío por la pena

Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡Cuanto penar para morirse uno!

Miguel Hernández

Dolorosas de Luján Pérez

Dolorosas de Luján
(Al Maestro de las Dolorosas)

Dolorosas de Luján.
Vírgenes llenas de vida.
De madera almas que lloran.
Ojos que perlas destilan.
Perlas que sólo se engarzan
en tan bella faz divina.
Rostros de expresión llorosa.
Rostros de almas doloridas.
Tristes quejidos que mueren.
Solo el dolor los motiva.
Hermosos ojos que lloran
ante el hijo que agoniza.
Dolorosas de Luján.
Joyas de la tierra mía.
Reinas que guarda Las Palmas.
Que a las almas fervoriza
ver tras las nubes de incienso,
faces tan bien esculpidas.
Copiosos ramos de madres
que doloridas nos miran.
¡Qué tristeza cuando pienso,
que tu imagen preferida,
la están mirando los fieles
que están cercanos a esta isla!
Dolorosas de Luján.
Imágenes nunca vistas.
Corazones traspasados
por un puñal homicida.
Imágenes de Luján,
que solo fe nos inspiran.
¡Tu mente también forjó
la que el ser me dio y me cuida!

        José La Clave Guedes
Las Palmas de G.C. (1946)

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Homenaje lírico a las manos de Luján Pérez