Tu Orden la he encomendado a mi Madre
La vida del apóstol castellano es toda ella un mosaico de respeto y veneración a la Madre de las Misericordias. Por ella fundó su Orden de Predicadores. Cuando Domingo se dirigía a Roma a pedir la confirmación del Romano Pontífice para su Orden, cuentan con ingenuidad las crónicas de su tiempo, que tuvo una visión:
Jesucristo, con el rostro airado, amenaza al mundo por sus muchos pecados. María intercede, arrodillada ante EL:
—Como Tú sabes, queda todavía un camino por el que los traerás hacia Ti. Tengo un siervo fiel que enviarás al mundo para que anuncie tus palabras, y se convertirán…
—He aquí que me agrada lo que me pides- dice Cristo.
Entonces la Virgen Madre presentó al bienaventurado Domingo. A la cual dijo el Señor:
—Cumplirá justamente lo que dijiste.
Otra relación contemporánea refiere la aparición de la Virgen a Santo Domingo para manifestarle su protección a la Orden de Predicadores. Es de la Beata Cecilia, una de las religiosas que hizo su profesión en manos de Santo Domingo.
Nuestra Señora, acompañada de dos santas, se le aparece, bendiciendo a los frailes:
“Cierta ocasión en que el bienaventurado Domingo pernoctaba hasta media noche rezando en la iglesia, salió de allí y entró en el dormitorio, y después de hechas las cosas que venía a cumplir, se puso en oración…, y estando así, al mirar hacia una parte del dormitorio, vio a tres bellísimas Señoras que se acercaban, una de las cuales, que iba en medio, parecía una matrona venerable, más hermosa y más digna que las otras…Advirtiendo lo cual, el bienaventurado Domingo se fijó atentamente quién era, y dejando en suspenso la oración, fue al encuentro de aquella Señora, junto a la lámpara que pendía en medio del dormitorio, y, arrojándose a sus pies, comenzó a rogarle con insistencia que se dignara indicarle quién era, aunque él la conociese…
Y contestando la Matrona al bienaventurado, dijo_
—Yo soy aquella que invocáis todas las tardes; y cuando decías “ea, pues, abogada nuestra”, me inclino ante mi Hijo, para rogarle por la conservación de esta Orden…
El bienaventurado Domingo volvió al lugar donde estaba antes para continuar la oración, cuando he aquí que súbitamente fue arrebatado en éxtasis ante Dios, y vio al Señor, y sentada a su diestra a la Santísima Virgen, pareciéndole al bienaventurado Domingo que Nuestra Señora vestía una capa de color de zafiro. Mas como el bienaventurado Domingo tendiese la vista alrededor, viendo ante Dios religiosos de todas las Órdenes y ninguno de la suya, comenzó a llorar muy amargamente, y situado a lo lejos, temía acercarse al Señor y a su Madre. Entonces Nuestra Señora le hizo señas para que se acercase a Ella. Pero él no se atrevió hasta que el Señor le llamó también.
—¿Porqué lloras con tanta pesadumbre?
—Lloro— contesta aquél— porque contemplo aquí miembros de todas las Órdenes y no veo alguno de la mía.
El Señor le respondió:
-¿Quieres ver a tu Orden?
Y él contesta estremecido:
—Sí, Señor.
Y poniendo el Señor la mano sobre el hombro de la Santísima Virgen, dice al bienaventurado Domingo:
—Tu Orden la he encomendado a mi Madre…
Entonces la Santísima Virgen abre el manto con que está vestida y lo extiende a la vista del bienaventurado Domingo, que le pareció ser de tales dimensiones, que cubría todo el cielo, y bajo él ve una muchedumbre innumerable de frailes. Prostérnase entonces el bienaventurado Domingo, dando gracias a Dios y a su Madre Santísima, la Virgen María, y desapareció la visión. Y volviendo en sí al momento, apresuradamente tocó a maitines.”
Domingo había recibido la caricia de la Madre amorosa que ya no olvidará jamás. Y así bajo su tutela maternal emprende la reforma de la iglesia medieval, con la nobleza de cruzado de tan grande Reina.
Y en la fundación del monasterio de religiosas de San Sixto, en Roma, Santo Domingo, sobre sus hombros, lleva la imagen bendita de Nuestra Señora, para que Ella sea la primera en ingresar en el monasterio.
Ordena a sus frailes en las constituciones, que hagan sus votos solemnes también a la Santísima Virgen, e inculca a sus hijos ese amor a la Señora. De ellos saldrán más tarde los incansables apóstoles de María y del rosario, los grandes místicos y teólogos que tanto la han amado.
(«Historia de la Vida de Santo Domingo», 1705; «Santo Domingo de Guzmán: su vida, su obra, sus escritos», 1947).
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