Romance del Crucificado
I
Ya llega Jesús al Monte
con su pesado madero.
Ya mojan en hiel sus labios
ardorosos y resecos.
Ya rasgan sus vestiduras,
que adheridas lleva al cuerpo,
con polvo, sudor y sangre,
con martirizados sellos.
Ya le despegan el manto.
Ya le desnudan, violentos.
Y al deshojarse con furia
—lirio de mártires pétalos—
arrancan trozos de carne
del Dulcísimo Cordero.
Corazones de los hombres,
nidal de obscuros venenos:
para salvaros, Dios mismo
se va a inmolar todo entero.
II
Martillos y clavos cantan
un monorritmo siniestro.
Y en la pista de la tarde,
con áspero martilleo,
hasta la Madre de Cristo
llegan los infaustos ecos
—clavos sonoros que buscan
a su amantísimo pecho,
como dobles funerales
en las campanas del viento.
Para salvar a los hombres
de sus pecados horrendos,
se inmola Dios a sí mismo,
sobre la Cruz, todo entero.
III
Miradle izado en la alturas,
en mástil de puro leño.
Con la su barba arrancada
y mesados sus cabellos.
Con las espaldas abiertas
y llagado todo el cuerpo,
¡Divino yunque batido
por infernales herreros!
La cabeza traspasada
por los puñales burlescos
de una corona de espinas,
¡la corona de su Imperio!
Manos y pies barrenados
y de tres clavos pendiendo.
La boca seca y sedienta.
Descoyuntados, los huesos.
Y las venas desangradas
en ríos de amor eterno.
Para limpiar de los hombres
el originario cieno,
Cristo nos lava en su sangre,
Dios y Hombre verdadero.
IV
Sobre las sombras navegan
tres estrellas en silencio.
Las tres Marías avanzan
en triángulo de fuego.
Oh, la cuña dolorosa,
cuyo vértice de acero
sobre la Madre de Dios
hunde su agudo tormento.
Ay, Jesús entre ladrones
y bajo el Inri sangriento.
Vibrante blanco de escarnios,
y de insultos y denuestos.
Befa de los sanhedrítas,
de los soldados y el pueblo.
Sin derramar una queja,
el inmolado Cordero
al Padre pide:—Perdónalos,
pues no saben lo que hicieron,
Flor de hieles, una esponja,
sobre su boca se ha abierto,
¡Divina sed apurando
los más amargos océanos.
Ya todo está consumado—
sus tristes labios dijeron.
Como azucena de sangre,
su cabeza hundió en el pecho.
Y en un profundo suspiro
al Padre entregó el aliento.
Corazones de los hombres,
nidal de obscuros venenos:
para salvaros, Dios mismo
se ha inmolado, todo entero.
V
Oh, Cristo izado en la altura,
en mástil de duro leño.
Rota bandera de amor
entre la tierra y el cielo.
Llama divina que funde
los endurecidos témpanos.
Longinos abrió una fuente
en la roca de tu pecho.
Manantial de salvación
y torrente verdadero.
Ya por tu herido costado
entra y sale un abejeo
que labora con tu sangre
el azul panal eterno.
En tus clavos ya florecen
tres diamantinos luceros.
Y tus brazos alargándose,
desde el trágico madero,
en meridianos de amor,
enlazan el Universo.
Jesús—divino Jordán—,
para lavar nuestro cieno,
para borrar nuestra culpa
se desangró todo entero.
ENVIO
Hijo de Dios, inmolado,
divina carne del Verbo:
Mi corazón, en romance
de exaltaciones, te ofrendo.
Mi corazón, bien clavado
sobre la Cruz de mi Verso.
E. Gutiérrez Albelo
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