Estabas allí…

Estabas allí…

(Estabas allí, como lo más temible
frente a la oscuridad de perderse)

Estabas allí, olvidado,
como un nido de amor
entre tus propios dedos,
tal una ola de sangre
hecha sonrisa
en el fuego de tu luz,
en los destellos de hierba
de tus plantas
morenas de amor y quietas;
encendidas para la paz
de las ansias que te miran.

Estabas allí
como en el día más joven
de la tierra,
alzando la Primavera
en la noche de tus ojos,
solos de tanto mirarlos,
ciegos de tanto esperarlos.

Noche morena en las manos
y entre los sueños;
noche en el río que espera,
y en el amor que te llama,
como el grito que se lleva
el viento ciego y el campo.

Como este delirio quieto
que ayer te fuera soñando,
como esta palabra
muda de tanto saberse
tiburón de la esperanza.

Pero al nacer de la muerte
habrá una piedra en tus brazos,
que traerá como olvido
el río de tu regazo.
La noche que se perdiera
bajo una estrella de mármol.
La noche que se encendiera
en tu madrugar de abrazos.

         Orlando Hernández

Reproche

reproche

Reproche

Yo me muero de su muerte;
tú morirás de la mía.
Ya no tendrás mis reproches
en el azar de tu vida.
Ni estaré cuando me busques
al sesgo de tus pupilas.
En la hora transitable
habrá una voz encendida
y un pesar, íntimo y hondo,
presidiendo tu agonía…
Se te secarán las manos
con que cortaste la espiga.
Quedará un silencio eterno
flotando sobre mi herida.
Y un rosal de rosas blancas
irá creciendo en la orilla.

  Domingo Velázquez

Escribía «pensil» y «abril»

Escribía «pensil» y «abril»

Escribía «pensil» y «abril» … Tenía
un verbo tan florido, que tañía
rosas y lirios cuando nos decía
los versos trascendentes que solía.

Era la más fragante letanía
que pudo oler el mundo. Repetía
inmensamente el nombre de María.
«María, flor de Dios, rosa del día

y lirio de la noche, madre mía.»
Murió en olor de santidad. Había
un rosal en su celda. La agonía

le deshojó como una flor. Hacía
meses -años tal vez- que no comía.
Del olor del rosal se mantenía.

     Juan José Domenchina

Pascua de Resurrección

Pascua de Resurrección

Buscad las cosas de arriba

donde Jesús se ha sentado

tras vencer muerte y condena.

¿Dónde está, oh muerte amarga,

tu aguijón desesperado?

Venció el Señor a la muerte

para que no nos domine

la ansiedad o la tristeza.

Sabemos que, tras los días

de nuestra pequeña historia,

nos espera gloria y dicha

de triunfal resurrección.

¡Aleluya, aleluya!

¡El Señor resucitó!

P. José Luis Gago, o.p.

Meditación sobre la Dolorosa

Meditación Virgen Dolorosa

Meditación sobre la Dolorosa
por Roberto de Mattei (en adelantelafe.com)

El 15 de septiembre la Iglesia celebró la fiesta litúrgica de Nuestra Señora de los Dolores.

El dolor no es atributo accidental de la Virgen, sino que se podría decir que es constitutivo, porque si Jesús es llamado Vir dolorum, Varón de Dolores, según las palabras del profeta Isaías (53, 3), a Nuestra Señora se la podría calificar de Mulier dolorum, Señora de los Dolores, Mater dolorosa.

Jesucristo, Dios-hombre, es llamado rey de los dolores y de los mártires porque en su vida padeció más que todos los otros mártires. Su dolor no fue mayor que el de cada mártir individualmente, sino del conjunto de todos los mártires que ha habido a lo largo de la historia. María, criatura sencilla, sufrió más de lo que haya sufrido ninguna criatura. Tan inmenso dolor le fue profetizado por Simeón, que le dijo: «Una espada atravesará tu alma» (Lc.2,34-35). La espada del dolor traspasó a María durante toda la vida, pero alcanzó su culminación en el Calvario. Según Santo Tomás, la presencia de María en la Pasión fue el mayor de todos los dolores (Suma teológica, III, q. 46, a. 6).

Los dolores de Jesús fueron físicos y morales. El dolor de María no fue físico sino moral, y no se limitó al momento de la Pasión. Cuando el arcángel Gabriel le anunció que concebiría al Salvador, le hizo entender con antelación cuáles y cuántas serían las penalidades que aguardaban a su divino Hijo. Ésa fue la causa más honda de su dolor. De hecho, si es cierto que los padres sienten los dolores de los hijos más que los propios, lo mismo se puede decir ante todo de María, pues cierto es que amaba intensamente al Hijo, más que a Sí misma. Por eso su martirio moral duró toda la vida, desde Nazaret hasta el Gólgota. Dice San Alfonso que María pasó la vida en un dolor continuo, siempre con tristeza y padecimientos en el corazón. A la Virgen se le aplican las palabras de Jeremías: «Tu quebranto es grande como el mar» (Lam.2,13).

Jesús sufrió en el alma y el cuerpo; María sólo en el alma. Pero el alma es más noble que el cuerpo, al cual da vida, y no se puede comparar el dolor del alma con el del cuerpo.

Los católicos devotos meditan sobre la Pasión del Señor, figurándose ante sus ojos los padecimientos de Jesús en el Calvario. Pero pocos meditan sobre los dolores de María, que según la tradición fueron siete: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, el Niño Jesús perdido en el Templo, el encuentro de María con Jesús camino de la muerte, la muerte de Jesús, la lanzada y posterior descendimiento de la Cruz, y el entierro de Jesús. Jamás podremos tener un dolor como el del Sábado Santo, día del supremo dolor y la suprema esperanza.

Uno de los motivos por los que se medita poco en los dolores de la Virgen es que tenemos mucha sensibilidad a los dolores corporales, pero cuesta entender lo grandes que pueden llegar a ser los sufrimientos del alma. La insensibilidad ante el dolor moral tiene también su origen en la menguada capacidad para amar de los hombres de nuestros tiempos. De hecho, el dolor del hombre se mide por el amor. La razón es clara: como dice San Alfonso citando a San Bernardo, «está más el alma donde vive que donde ama». Se podría decir que quien no sufre no ama.

Por tal razón, el atroz dolor que padeció el alma de la Virgen brotaba de su ilimitado amor por su divino Hijo, pero también de su inmenso amor a la Iglesia y a cada uno de nosotros. María sufría porque nos amaba. Por eso, en un momento en que la Iglesia atraviesa un proceso de impresionante autodestrucción debemos pedir la gracia de amar a la Iglesia y sufrir con ella. Quien ama a la Iglesia sufre con Ella; quien no sufre con la Iglesia demuestra que no la ama.

Sufrir con María por la Iglesia significa también combatir para defender el nombre de María y el de la Iglesia en la hora de la humillación y la traición. La devoción a la dolorosa nos dispone a recibir esta gracia.

Roberto de Mattei
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Fuente del texto: adelantelafe.com
Enlace del texto original: Meditación sobre la Dolorosa