Décimas de la Resurrección

Resurrexit

Décimas de la Resurrección

(Fragmento)

ET VALDE MANE UNA SABBATORUM VENIUNT
AD MONUMENTUM, ORTO JAM SOLE.
Marc. 16.

El día se está batiendo
con la noche en retirada;
la muerte va derrotada
y la vida, renaciendo;
el Limbo, resplandeciendo
con luces de redención.
Una azul renovación
sus latidos acelera,
y una nueva primavera
canta la Resurrección.

Súbito, un fulgor remoto
de la altura ha descendido.
Un rumor desconocido
la voz del silencio ha roto.
Huyen bajo el terremoto
los guardianes del Imperio.
Al resonar de un salterio
se abre el sepulcro… Entretanto,
afuera queda el espanto,
y adentro aguarda el misterio.

Con su provisión de aromas
avanzan las Tres Marías.
Se aclaran las lejanías
y se empurpuran las lomas.
Con un temblor de palomas
en la interrogante incierta
—¿quién les abrirá lo puerta?—,
va su dolor o raudales
empañando los cristales
de la mañana, ya abierta.

Abierto estaba la entrada,
y dentro el adolescente;
pero Jesús está ausente,
y el pavor les anonada.
Al ver su empresa frustrada
con más dolor sollozaron.
Las Tres Marías llegaron
apenas amanecido.
«Como el Sol había salido
por eso no Le encontraron.»

                   Emeterio Gutiérrez Albelo

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El Poema del dolor

El poema del dolor

El Poema del Dolor fue escrito con sangre en la cumbre del Calvario. Desde entonces el dolor es fuente de vida y nunca presagio de muerte, causa de angustia, de desesperación, de abatimiento…
Jesucristo infundió al dolor esperanza, consuelo, aliento: lo poetizó y lo engrandeció desde la misma Cruz.
El dolor jamás lo podrán sentir las almas miserables. El héroe que agoniza, goza y saborea el dolor que le produce la sangrante herida, al pensar que ha cumplido con su deber.
El inocente que purga en presidio una falta que no ha cometido, goza y saborea también el dolor que le causa su misma inocencia.
Pero el dolor jamás hubiera sido confortativo de las almas, si al igual que el héroe y que el inocente no lo hubiera saboreado y gozado Cristo en la cima del monte Olivete.
Yo no imagino a Cristo en el momento de exhalar su último suspiro, como muchos pintores y escultores lo han concebido: lleno de una tristeza inacabable, transido por las mas amargas de las penas sino sonriente, satisfecho de su prójima muerte, perdonando a sus verdugos y perseguidores, tendiendo su dulce mirada a la Humanidad que desde aquel momento comienza a redimirse…
Cuando Víctor Hugo desde su destierro exclamaba: ¡Oh dolor! ¡Llave de los cielos!, pensaba en aquel dolor que fue glorificado en el Calvario y sentía como su espíritu se inundaba de infinita complacencia.
El dolor nació con Cristo y fue por El mismo santificado y poetizado desde la Cruz…

Francisco Dorta y Jacinto del Castillo, «Alfredo Fuentes» (1923)

¡Alegría!, ¡Alegría!, ¡Alegría!
La muerte, en huida,
ya va malherida.
Los sepulcros se quedan desiertos.
Decid a los muertos:
«¡Renace la Vida,
y la muerte ya va de vencida!»

Quien le lloró muerto
lo encontró en el huerto,
hortelano de rosas y olivos.
Decid a los vivos:
«¡Viole jardinero
quien le viera colgar del madero!»

Las puertas selladas
hoy son derribadas.
En el cielo se canta victoria.
Gritadle a la gloria
que hoy son asaltadas
por el hombre sus «muchas moradas».

                                                 Himno de la liturgia de las horas

Procesión de «El Retiro», a la Virgen de la Soledad de la Portería

Nuestra Señora de la Soledad de la Portería

No sé decirte en verdad
lo que venero y admiro,
tu procesión “del Retiro”,
Madre de la Soledad.

Procesión de El Retiro

En la noche solemne y silenciosa
como sumida en religioso anhelo,
el clarinete con gemir de duelo
dice en el aire su canción llorosa.

Se ve avanzar la imagen milagrosa,
prendida en las manitas el pañuelo,
y del manto de rico terciopelo
envuelta en la negrura suntuosa.

Bajo el palio magnífico y severo
destaca el porte señoril y austero,
y parece más triste en su tristeza
al vaivén de los cirios la Señora:
¡Esta es la noche en que la Virgen llora…
y esta es la noche en que Las Palmas reza!

                            Ignacia de Lara Henríquez

A la Santísima Virgen de la Soledad de la Portería

A Nuestra Señora de la Soledad de la Portería

 A la Santísima Virgen de la Soledad

Eres rosa de pálida blancura
Marfileña… sumida en el quebranto
De un pesar que te hiere tanto y tanto
Cual mar tempestuoso de amargura…

¡Virgen Santa! Tu celestial figura
en la tarde sin par del Viernes Santo
se lleva entre los pliegues de tu manto
la compasión de toda criatura.

¡Hay un dolor inmenso en tu mirada…
¡Tan hondo es ese abismo… cual ferviente
es el amor de tu alma torturada!

¡Y llevas en tus labios dibujada
el ansia de besar aquella frente,
con crueles espinas traspasada!

               María del Carmen Barber, Semana Santa de 1964.

* * *

Noche de Viernes Santo

La ciudad se agrupa en torno a su Virgen y la acompaña en la noche de su pena.
Las sombras de las calles se van iluminando al paso tembloroso de la imagen.
En el cielo se encienden otras luces, y entre cielo y tierra la brisa del mar trae por encima de las blancas azoteas el rodar de las olas.
Las puertas del templo, cuajadas de luz, se abren como ofreciéndole el único puerto seguro para su congoja.
La Virgen se detiene.
Es la última vez que aguardará inútilmente a su Hijo antes de recogerse.

Claudio de la Torre, a Nuestra Señora de la Soledad de la Portería.

Viernes Santo en La Laguna

Procesión de Viernes Santo 1

  Viernes Santo en La Laguna

       TRÍPTICO

       I
Una tarde violácea con encajes de oro,
un ambiente de sueño y una terca neblina.
Y en las hojas del árbol, como un himno sonoro
de cristal, una gota del agua cristalina.
La Laguna parece un ensueño dormido
en brazos del amante que sus besos codicia
y que busca anhelante en el seno escondido
una fragua de amores y una dulce caricia.
La Laguna se duerme pero el Viernes despierta
y olvidada de todo, como una Virgen muerta,
corre ansiosa a los pies de su Noble Señor,
a contarle sus penas y a ofrendarle algún cirio
con la nieve de un lirio
que oculta en su blancura un poema de amor.

     II
Yo quisiera tener una lira sonora
y cantarle y cantarle hasta que ella estallara;
y envolverle en un himno que suspira y que llora
y después de cantarle, remirarle la cara.
Y después en sus labios depositar un beso
y desde aquel entonces a nadie más besar
porque siempre quedara en mí el dulce embeleso
del recuerdo del beso que fue a Dios a parar.
Yo quisiera decirle… yo quisiera cantarle
y no puedo …tan sólo es mi dicha mirarle
y El comprende en mis ojos lo que yo no sé hablar…
Y ojalá que algún día se encuentre en sus exvotos
una lira soñada de cantares ignotos,
porque nunca los pudo… ¡ni los quiso expresar!

        III
Anoche el Santo Cristo por las calles oscuras
cavaba un hondo surco inundado de luz
y en los árboles yertos, enhiestos como miuras
sus ojos desgarraban de la sombra el capuz.
Iba el Cristo avanzando entre besos de luna
oraciones sencillas y miradas de «magos»…
la procesión de estrellas parecíase a una
embarcación dorada en los azules lagos.
Iba el Cristo asomando su belleza morena
la mirada hierática, la sonrisa serena…
caminaba el cortejo del Dolor inmortal…
El puñal de la muerte en la noche se hundía
y en el cielo se abría
el sutil abanico de una aurora triunfal.

                               Francisco J. Centurión