A Nuestra Señora de la Soledad de la Portería
QUE cuajado dolor va por tus ojos,
por tu frente, por tu rostro, todo adolorido,
Madre de soledades, que has venido
a llorar por el Hijo Omnipotente.
Porque parte soy de esa simiente,
mírame el corazón; cómo me aflijo
por tan amarga fuente abrir al Hijo
de tu amor y mi amor, de penitente.
Perdón por esas sales de tu llanto.
Perdón por producirte tal quebranto.
Por ser parte, en tu pena y en su muerte:
ya que de una cruz su amor pendiendo,
irá en cuantos siglos queden, sean,
a estos sus pobres hijos redimiendo.
A estos también tus hijos: que El te diera
en una triste y trascendente hora…
(En hora sin igual: postrera hora,
en la que manó sangre -de ti, llanto-;
en la que enlutando el aire su agonía,
inútil fue la lanza a su quebranto…)
Qué crecidas, qué enormes soledades
las tuyas; cómo las siento yo y tus bondades,
Madre de todos los que la han perdido.
Que si el corazón me siento derrumbado,
me siento derrumbado y sin sentido
porque su amor me fuera ya amputado;
fundido veo en tu rostro, si te miro,
refugio del amor desamparado…
Virgen la toda herida, si puñales;
perdone tu piedad tantos rigores;
los que sufriste e inconscientes, dimos.
Perdón por cuantos dolores te inferimos,
Madre de las más solas soledades…
Chona Madera
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Nuestra Señora de la Soledad de la Portería (Las Palmas de Gran Canaria)
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