Tormenta en la infancia

Tormenta en la infancia

Truena, Señor; soy un niño
bajo el húmedo toque del agua
que me pica en la frente.
Un aliento penetra en mis poros,
un aliento ancestral que me sube
de emociones profundas.
En el cielo también y en el alma
me estremecen los roncos gemidos del trueno.

Soy un niño indefenso esta tarde, Señor;
y a la luz del relámpago
buscan mis ojos tus brazos de Padre.
¡Oh, cómo se va con la lluvia
la tristeza de mi carne!
Voy palpando mi orilla.
Lentamente camino en la tarde
preñada de nubes…
La lluvia me pesa.
Pero llueve ahora hasta mis pies temblorosos,
y un vértigo de gotas me aturde.
Odio y locura del agua cayendo.

Domingo de Guzmán Cerezo, C.M.F.

Campana de la ermita

Campana de la ermita

De la ermita perdida
en la falda del monte solitario,
—imagen de mi vida—,
entre ruinas se eleva el campanario.

Mi vida fracasó; desvanecidos
contemplé mis anhelos; y, mis hombros,
siento que ya vacilan, doloridos,
de sostener escombros.

Pero en mi pecho se conserva, sana,
como en mi fuerte juventud lejana,
la recóndita fibra,
donde, cual entre ruinas la campana,
el ideal aún vibra…

Domingo Rivero González

La huella de tu espera

La huella de tu espera

He besado la huella de tu espera,
la huella de tu presente,
de tu estar aquí,
de hace un momento.

He llegado tarde a la cita.
Cuando ni el eco de tu perfume
sonaba entre los árboles,
entre los bancos.
Cuando las voces que te nombran,
habían ya callado.

Tan tarde he llegado a esta cita tuya,
que estabas en el límite
de la memoria mía.

Tan tarde he llegado a la cita
de este primer día de primavera,
que los árboles se habían convertido en otoños.

Pero está aquí
esa sutil presencia que me dice el aire
vacío de tu cuerpo.

Que me dice tu forma impaciente, colérica
lágrima,
cuando llena mi ausencia tu deseo.

Está aquí ese presentimiento desolado:
la huella de tu espera.

            Carlos Pinto Grote

No sé…

No sé

No sé cómo segar estos rosales
que clavaron las rosas con espinas
soñando decorar arcos triunfales
en el hosco contorno del paisaje,
ni sé qué forma dar al hospedaje
que quiero levantar junto a unas ruinas.
Hoy… muy lejos de ayer. No hay entre éstas
una hora que esperar. Todo distante.
Ahora va el alma con la cruz a cuestas,
¡tan empequeñecida y vacilante!
Silencio y soledad. Nadie derecho
tiene a decir mi nombre, y si es que el eco
alguna vez me llama, no respondo:
ya sabe lo más vivo, y lo más hondo
que tiene que morir dentro del pecho.
Hay que vencer luchando a lo divino,
la ansiedad loca y el concepto abstracto,
y cumplir la encomienda del destino
con fe serena y corazón intacto.
Yo no sé dibujar este inconcreto
montón de sombras con perfil de aurora,
pero sé bien que al borde de un secreto,
o se aquieta el espíritu… o se llora.
Como hay paz dentro y hay silencio fuera,
tú tienes que ignorar si te he querido;
tú no debes sufrir, si yo he sufrido…
¡ni vayas a llorar cuando me muera!

                    Ignacia de Lara