San Martín de Porres: El seguidor de Cristo

Seguidor de Cristo

Martín, ayúdame a llevar la cruz.

¡Dios mío, Redentor, a mí tanto favor!

Una vida como la de Martín, consagrada por entero al servicio de los demás, con perfecto olvido de sí mismo, no se explica sin una intensa vida interior, sin el acicate de la caridad, que, como dice Tomás de Kempis, aun abrumada por la fatiga, no llega a sentir el cansancio. Ya hemos visto cómo desde su juventud se sintió atraído por el amor a la Cruz de Cristo. Esta inclinación de su voluntad fue acentuándose en su ánimo por la acción de la gracia hasta llegar a convertirse en verdadera pasión. Entonces pudo repetir el humilde Hermano lo que decía el Apóstol de las Gentes: No yo sino Cristo vive en mí. A esta identificación con el modelo de todos los predestinados llegó Martín por el único camino que conduce a tal grado de santidad: por la vía de las humillaciones y de la total abnegación. Humilde como la tierra fue Martín y su penitente afán, como vamos a verlo, tiene algo de asombroso, pero la humildad y la mortificación del lego dominico no fueron sino los medios por los cuales se dispuso su alma a unirse estrechamente con Dios, traspasando los umbrales de la ordinaria comunicación de la criatura con su criador y entrando de lleno por las vías sobrenaturales de la contemplación y de la vida mística.

Martín, aun cuando a primera vista no lo parezca, fue un contemplativo y, repetimos, no se explica la efusión de su caridad, fuera de este supuesto. Llegó a lo más alto de esta escala de Jacob, pero antes de considerarlo en la cumbre del monte, veámoslo esforzarse por morir a sí mismo, por extinguir hasta su raíz las viciosas inclinaciones de la naturaleza y domar las rebeldías de la carne. Penetremos, en cuanto es posible, en su vida interior y más nos cautivarán esas secretas ascensiones de su alma hacia Dios que los hechos extraordinarios que rodean su vida y atrajeron sobre él la atención del mundo. Ni un solo rasgo de esta vida nos dejó escrito; su humildad no quiso trasladar al papel ni una sola de aquellas hablas interiores o favores extraordinarios con que lo favoreció el Cielo, ni Dios tampoco lo inspiró que lo hiciera, sin duda porque deseó que hasta en eso fuera dechado del más entero abatimiento.

Innecesario parece insistir en la humildad de Martín. No sólo escogió siempre el último lugar, según la prescripción evangélica y se convirtió en el siervo de todos, sino que además sintió sinceramente que no le correspondía otro puesto ni era otro su debido destino. Por eso las injurias le sabían a halagos y la ingratitud, que tanto suele herir a los corazones más puros, no dejaba en él la menor huella de resentimiento. Las reprensiones, casi nunca justificadas de sus superiores, no sólo las escuchaba mansamente sino que las agradecía y las tenía por justas, besando la mano del que le hería. Jamás se defendió y solo en una ocasión dio a su Prelado la excusa que éste mismo le pedía.

Tenía por costumbre hospedar en la enfermería o en su propia celda a los pobres enfermos y algunos, sea por el desaseo de los dolientes, sea por el temor de un contagio, lo llevaban mal. Debieron decírselo al Superior y éste ordenó a Martín que no lo hiciese en adelante. Ocurrió, sin embargo, que un día llevaron a la portería a un pobre indio, herido de gravedad. El Santo no vaciló, en vista de su estado, en albergarlo en su celda, mas no bien lo hubo sabido el Superior le llamó a su presencia y, después de haberlo reprendido agriamente, le dio una disciplina que el humilde Hermano recibió de rodillas y sin exhalar una queja. Fuese entonces a su celda y con el cuidado que pudo hizo conducir al enfermo a casa de su hermana, a quien dio encargo de llamar a un cirujano…

Ya hemos visto la serenidad y aun la alegría con que recibía los denuestos e injurias de aquellos mismos a quienes servía, como si los desprecios fueran para él halagos y las destemplanzas de los demás le fueran tan agradables como a otros las frases de cumplido. Y es que él se tenía por más despreciable de los hombres.

Pero no basta morir a sí mismo, es preciso morir a todo lo que no es Dios y morir crucificado. El amor a la cruz va inseparablemente unido a la verdadera santidad… Pero Martín no sólo crucificó su carne para tenerla sujeta al espíritu y domar sus rebeldías; un más alto motivo lo impulsó a abrazarse con el dolor y el sufrimiento: su deseo de hacerse semejante al Dios Hombre, llagado por nuestros pecados. Un tríptico del convento de Santo Domingo que tiene cierto dejo del primitivismo de los perrafaelistas nos muestra a la izquierda a Jesús de Nazareno, cargado con la cruz y a la derecha a Martín, postrado de rodillas y en el arco del centro una fuente que intenta reproducir la magnífica de bronce del claustro principal. De los labios del Señor brota esta leyenda. «Martín, ayúdame a llevar la cruz», y de la otra parte ondula su respuesta: «Dios mío, Redentor, a mí tanto favor!». He ahí el diálogo que en realidad debió entablarse entre el alma del Santo y Jesús Crucificado…

Rubén Vargas Ugarte, S.J.

Extracto del capítulo ‘El seguidor de Cristo’, del libro «Vida de San Martín de Porras» (1963)

Los comentarios del Padre Heraclio

Los comentarios del Padre Heraclio

El Padre Heraclio Quintana nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1930. Estudia en el Seminario Diocesano y en la Universidad Pontificia de Comillas (Santander). Ya de regreso a Gran Canaria, es ordenado sacerdote por Monseñor Pildain el 21 de septiembre de 1957. Su sacerdocio ha estado vinculado como profesor y a la radio, primero en Radio Catedral (1958-1966) y posteriormente en Radio Popular. El obispo Pildain le encargó, en 1958, la dirección de la emisora Radio Catedral donde ejerció de director, redactor y técnico de control. Años después, en sus colaboraciones con Radio Popular de Las Palmas realizó sus conocido y precioso «comentarios del Padre Heraclio» que se emitía diariamente a primera hora de la mañana y reflejados, algunos de ellos, en un libro publicado posteriormente bajo el mismo título. Su bonita sintonía de comienzo -J. S. Bach: Bourree (from Suite in E-minor for Lute, BWV 996)- era la mejor de las melodías para un buen despertar. Luego, su comentario del día y una reflexión. Una píldora de fe cuyos efectos permanecían durante horas o acaso durante todo el día en nuestros pensamientos -los de sus muchos oyentes-; y en mi corazón, por aquel entonces, de niño ensoñador.

Asimismo, destacar su cargo de canónigo Organista y Maestro de Capilla de la Catedral de Santa Ana, que sacó en oposición en el año 1963. Junto a la actividad en la enseñanza, la musical y la radiofónica, también fue Secretario del Cabildo Catedral y párroco de San Roque de Las Palmas donde dio muestras de una gran generosidad, acercándose a las personas necesitadas para darles consuelo y socorriendo a los más pobres. Un hombre bueno y de trato cordial con una vida plenamente dedicada a su diócesis.

Vivir la vida

Cuando se dice que la vida hay que vivirla, todos entendemos que la vida es corta y que hay que aprovecharla. Vivir la vida es exprimirla como un limón, sacándole todo lo bueno que ella ofrece. Y algo bueno debe de ofrecer cuando tan apegados estamos todos a la vida, a pesar de los dolores y las enfermedades. Cuando muere un joven, ¿no lo consideramos todos una fatalidad? ¡Empezando a vivir! ¡Sin haber disfrutado de la vida! Una desgracia.

Pero, ¿qué se entiende de ordinario por «vivir la vida»? ¿Subir a las montañas a respirar el aire puro de la altura? ¿Nadar como un pez, correr como una liebre, cantar como un pájaro, leerse un libro cada día y estar enamorado?

Mucho me temo que no. De ordinario, vivir la vida es algo que no tiene que ver con el deporte, ni con el arte, ni con el amor. Es simplemente gastarse lo que se tiene y lo que no se tiene en irse de juerga por ahí, tabaco, drogas, alcohol, amiguitas y amigotes, hasta venir a parar al hospital.

Pobre vida. ¿Esas son las satisfacciones de la vida que hay que aprovechar cuanto antes, por si acaso?

Son muchos, por desgracia, y no sólo jóvenes, los que viven así y no saben vivir de otra manera. Lo curioso es que otros los miran con cierta envidia mal disimulada y comentan: ¡Eso es saber vivir!

Pues, no. Los que viven así no han encontrado aún su propia vida, la que les pertenece, la que en realidad buscan en todo eso con tan pobres resultados. Ya lo dice Jesús: «El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por Mí, la encontrará» (Mt. 10, 39). Hay que saber perder para ganar. Si un aparato está construido para que funcione con corriente de 110, no le pongamos corriente de 220. Es que yo quiero que vaya más deprisa … Bueno, al principio irá más deprisa el aparato, pero luego empezará a echar humo y se te quemará. No ha vivido su vida. Esto lo entendemos todos y nos cuidamos muy bien de leer primero el folleto de instrucciones antes de poner en marcha el aparato. Porque en aquellas instrucciones está la garantía. Pero nadie parece preocuparse de atender a su propia maquinaria, a su cuerpo y a su alma y darles lo que exigen por naturaleza. Nuestros pulmones exigen el oxígeno más puro y les damos nicotina. El alcohol destroza nuestro hígado y seguimos bebiendo hasta ver lagartos en las paredes de nuestra habitación. Y hechos para el amor, los hombres prefieren la fornicación. Buscando la vida, la pierden por completo.

Sólo el que sabe perder, el que atiende a su conciencia iluminada por la palabra de Dios -autor de nuestro ser-, sabrá lo que es vivir.

Padre Heraclio Quintana

Nota: Próximamente verá la luz un libro homenaje titulado “Heraclio Quintana Sánchez. Perfiles y Comentarios», editado por el cronista oficial de Artenara y un grupo de amigos y antiguos alumnos con el fin de dedicar un emotivo y merecido reconocimiento al Padre Heraclio.

Soneto a Fray Martín de Porres

Soneto a Fray Martín

Soneto a Fray Martín de Porres

Mulatito que moras en los cielos
Tú, padre de los pobres desvalidos,
a tus plantas tus hijos tan queridos,
te piden bendición y consuelos.

Atiende con piedad nuestros desvelos
y mira enternecido a tus hijitos;
a los blancos, mestizos y negritos,
a todos por igual, da tus consuelos.

Fray Martín, Dominico compasivo
recibe mi favor de pionero
y muéstrate conmigo agradecido;

y pues en alabarte soy sincero
no quieras ser jamás conmigo esquivo
y dame el premio que de ti espero.

                Félix Idoipe, ‘Ramillete de poesías’ (1967)

Parroquia Matriz de San Agustín (Vegueta, Las Palmas de Gran Canaria)

Iglesia de San Agustín (Vegueta)

Este templo neoclásico acoge la parroquia más antigua de la isla de Gran Canaria. Se encuentra situado en el casco histórico del barrio de Vegueta (declarado Conjunto Histórico Artístico Nacional el 5 de abril de 1973), en Las Palmas de Gran Canaria, en un entorno que ha sido recientemente remodelado. El edificio tiene su origen en la primitiva ermita del Cristo de la Vera Cruz, en torno a 1554. También en este lugar estuvo el convento de los agustinos, construido a partir de 1664 y que hoy lo ocupa en buena parte el Palacio de Justicia. La iglesia actual que hoy conocemos se comenzó a construir en 1786 -la solemne colocación de la primera piedra aconteció el 6 de julio de 1786- bajo la dirección de Diego Nicolás Eduardo. Desde entonces ha sufrido varias reformas substanciales. En la última de ellas, acaecida en 1984, volvió a reabrirse al culto tras varios años de restauración.

La torre de la iglesia se caracteriza por su balconada y coronada por una cubierta piramidal. En su interior guarda valiosas imágenes de José Luján Pérez: un Santo Cristo de la Vera Cruz (la primitiva imagen del Cristo de la Vera Cruz estaba realizada en cartón antes de ser sustituida por la de Luján, a finales del siglo XVIII), la Virgen del Carmen, San José, San Juan Evangelista o el titular de la parroquia, San Agustín. También de gran belleza es el Crucificado del Altar Mayor, obra de Rafael Bello O’Shanahan.

Santo Cristo de la Vera Cruz

Santo Cristo de la Vera Cruz, obra de José Luján Pérez que data de 1795

El Viernes Santo la parroquia adquiere su merecido protagonismo, cuando el Santísimo Cristo de la Vera Cruz -patrono de la ciudad de Las Palmas de G.C.- sale en procesión por las calles de Vegueta, acompañado de San Juan Evangelista, también creación de José Luján, y de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, conocida popularmente como «La Genovesa», traída desde Génova en el siglo XVIII.

Santa Rita de Casia - Iglesia de San Agustín

En esta iglesia se encuentra un pequeño santuario en honor a Santa Rita de Casia, de gran devoción entre los grancanarios. De la imagen no se tienen datos concretos de su antigüedad y procedencia, si bien se supone que se le daba culto en el extinto convento de los PP. Agustinos (1664-1835).

Iglesia de San Agustín (Vegueta) 1

San Martín de Porres (c), Santa Bárbara y San Antonio de Padua 

Iglesia de San Agustín (Vegueta - Las Palmas de G.C.)

La imagen de San Martín de Porres venerada en la iglesia de San Agustín también cuenta con muchos devotos. Esta talla de serie, del estilo de las fabricadas en Olot, fue donada a la parroquia por un particular -devoto a San Martín- en la década de los ochenta siendo párroco D. Agustín Álamo Álamo.  

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Enlace recomendado para mayor información: Parroquia Matriz de San Agustín

Iconografía de San Martín de Porres junto a los animales domésticos

smp y la naturaleza

La escoba es un atributo inseparable en la iconografía de San Martín de Porres; como también lo es la representación del santo de la escoba junto a los niños, a los que de manera permanente protegió; con los pobres y enfermos a los que cuidó y compadeció; y con los animales domésticos a los que siempre respetó. En este caso, los animales de compañía, mansos e indefensos que, como Fray Martín, representan perfectamente el símbolo de la humildad y sencillez del espíritu cristiano, nuestra dependencia del Dios creador y la convivencia armónica entre todos los seres de la naturaleza.

Algunos de estos animales -principalmente el perro, el gato, el ratón y los pájaros- aparecen frecuentemente acompañando a Martín de Porres en pinturas o mosaicos, tallas, vidrieras, estampas devocionales, cómics, etc. Les proponemos algunas iconografías e ilustraciones deliciosas, algunas de ellas poco comunes, que a buen seguro gustarán a todos:

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Enlace relacionado: San Martín de Porres y su amor por los animales