San Martín de Porres por los barrios de Madrid

fundación SMP

  Ha terminado el tiempo de Navidad y espero que lo hayáis pasado todos muy bien. Y también ha concluido el tiempo de mi breve estancia por Madrid. Esto no suena para nada especial. Sin embargo, para mí fue algo muy especial, porque tuve la posibilidad de compartir el tiempo de Navidad con personas para las que el tiempo de Navidad suele ser bastante difícil: Durante unos diez días estuve en el albergue para personas sin hogar de la Fundación San Martín de Porres, que llevan los cuatro dominicos de Carabanchel, en el suroeste de Madrid.

La casa en la que viví estos días se llama, en alusión reverente a un gran santo dominico de América: San Martín de Porres (1579-1639). Como hijo de padres de procedencia española y africana, se crió en Perú, donde conoció a los dominicos de Lima. Después de su profesión solemne servía a la gente de Lima, como hermano cooperador apodado “fray Escoba”. Resulta que hoy la escoba es su atributo hagiográfico. Su sencillez y su fama de milagros, pero, sobre todo, su cariño y sus obras de caridad en favor de los pobres y enfermos de la ciudad suscitaron una devoción muy profunda en el pueblo. Por eso, la Orden de Predicadores le venera como patrono de los hermanos cooperadores. Todavía hoy, mucha gente en amplias partes de América Latina le confía sus preocupaciones y le dedica exvotos agradecidos, como se puede comprobar incluso durante estos días en una exposición temporal en el Museo Reina Sofía de Madrid.

El ejemplo de cercanía y cariño con la gente de este predecesor en la Orden dominicana, les sirvió también a los primeros dominicos de Carabanchel como modelo de inspiración para establecer su trabajo. Partiendo literalmente de nada y bajo condiciones muy desfavorables, empezaron los frailes dominicos en los años 60 su trabajo al lado del antiguo canódromo de Carabanchel. Por la escasez de dinero se veían obligados a trabajar no sólo como párrocos o profesores, sino también, por ejemplo, alguno como taxista para mantener la obra que quisieron iniciar: Un albergue y un comedor para la gente que procedía de la “España profunda”, que tentaba su suerte por Madrid en busca de trabajo, pero a veces, sin otro equipaje que la ropa que llevaba encima de su cuerpo.

Hace ya más de 50 años que los dominicos se ocupan de las personas que tradicionalmente se llaman “sin techo”. En el contacto con ellos, se dieron cuenta de que no sólo se trataba de darles un techo y algo para comer, sino algo más. Según me dijeron, su situación no se describe adecuadamente llamándolas “sin techo”, sino más bien “personas sin hogar”. Así se evita reducirlas al mero hecho de que carecen de una casa física. Por circunstancias individuales y muy diversas, estas personas no sólo han perdido su casa donde dormir, sino también un sitio que puedan llamar hogar, donde sentirse “en casa”. Por lo tanto, los frailes se fijaron un objetivo ambicioso, pero el único adecuado para los hombres que buscan ayuda cuando se acercan a la casa de San Martín de Porres: Apoyarles a ser independientes de nuevo y volver a un ámbito y a circunstancias que puedan ser llamadas “hogar”.

albergue fundación SMP

Quedó claro para los dominicos de Carabanchel que este fin no se iba a lograr con un albergue sólo. Es un paso primero y muy importante, pero todavía insuficiente. Los hombres que se refugian en el albergue llevan una carga muy pesada, a veces, una mochila llena de experiencias negativas, fracasos y decepciones. Existe un abanico de motivos por los que están en la calle y para muchos se acumula una razón a la otra: la falta de trabajo, el divorcio, una enfermedad, la criminalidad, el alcohol o la droga y la pérdida de contactos sociales como el apoyo de la propia familia. Frente a esta multitud de posibles causas, los dominicos se decidieron prestar una ayuda profesional la más amplia posible. Por eso, establecieron la “Fundación San Martín de Porres”. Bajo este techo institucional se encuentra una serie de sitios de carácter diferente destinados a cubrir las necesidades de los hombres que se acercan: En la acogida, asistentes sociales entrevistan a los personas sin hogar para averiguar la medida de ayuda adecuada y necesaria para cada una. También existen plazas para más de 60 personas en el albergue, que llevan en Carabanchel, junto al comedor en el que se da la cena y el desayuno a las personas del albergue. Además, se mantienen diferentes talleres en los que las personas sin hogar pueden obtener una formación profesional o una especialización.

Una cosa que me ha llamado mucho la atención es que algunas empresas colaboran con la Fundación y se ha establecido un programa de inserción laboral. Así, los hombres, a menudo sin perspectivas, encuentran posibilidades reales de salir de su situación precaria y ganar la propia independencia.En esto se les ayuda también en la Fundación, ofreciéndoles una plaza en pisos con alquiler más accesible o en la Mini-Residencia. Esta es un piso compartido, que se dirige a los que ya han encontrado trabajo y así pueden dejar atrás el albergue, y quedarse en un ámbito amable que les sigue fortaleciendo y apoyando. Aparte de esto, la Fundación lleva un centro de día para personas con enfermedades mentales por el centro de Madrid. Allí se intenta estabilizar la situación de las personas a través de asistencia psicológica y actividades dirigidas por educadores sociales. Así se hace posible a estas personas quedarse en su entorno familiar y, a la vez, tener la posibilidad de aprovechar una asistencia profesional.

Como el compromiso para los más necesitados es parte integral del ser cristiano y, en cierto modo, la tarjeta de visita o prueba de credibilidad de los cristianos, me parecen ejemplares las relaciones que existen entre el albergue de San Martín de Porres y la parroquia de Santa Rosa de Lima, que se halla a su lado y de la que también se encargan los frailes. Todas las tardes, por ejemplo, alguien de la parroquia o del grupo de dominicos laicos está dando una respuesta concreta a la pregunta del evangelio “¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10,29): Cogiendo un delantal y metiéndose en el comedor, varios voluntarios se involucran para dar la cena a las personas que viven en él.

Habiendo vivido una experiencia muy rica e impresionado por el compromiso de los frailes y de todas las demás personas que trabajan o colaboran de alguna manera en la Fundación San Martín de Porres, quiero agradecer a los frailes Andrés, Ramiro, Antonio y José Benito la posibilidad de haberlos conocido en este sitio maravilloso y de haber vivido unos días muy bonitos con ellos y las personas del albergue y la Mini-Residencia.

 Fray Julian Thomas Eder, O.P.

 Fuente: ser.dominicos.org

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Cruz de plata para la fundación San Martín de Porres

San Martín de Porres y su gato mestizo

smp y su gato

Un maestro carpintero de España, Francisco Pérez Quintero, contó esta historia acerca de las tareas de Martín como campanero del Convento: «Todas las noches, un gato blanco, negro y marrón entraba por una abertura que daba a la celda [de Martín]… Cuando llegaba hasta donde estaba él, el gato empezaba a tirar de su hábito con sus garras como si le estuviese avisando que era hora de realizar alguna tarea.

¡Quienes amen a los gatos se van a deleitar con esta historia! Gracias al importante trabajo del teólogo Alex García-Rivera en las «historietas» de San Martín de Porres, sabemos que esta historia es más que una simple anécdota linda acerca de un gato. Cuenta García-Rivera:

Dado el choque violento entre las culturas ibéricas, africana (subsahariana) y amerindia, la aparición del gato blanco, negro y marrón es llamativa… Este gato mestizo… despierta al otro mestizo, a Martín, el mulato, para «recordarle» de la tarea que le corresponde… Al tocar la campana del alba, San Martín se hace responsable de despertar a la Iglesia de su sueño para comenzar un nuevo día. Tan simbólica como la campana, el gato blanco, negro y marrón es heraldo de una gran noticia, o más aún, el transmisor de un mensaje importante.

Es a través de este relato, aparentemente inocente, del amigo felino de Martín que vemos el profundo significado de la devoción de Martín por tocar la campana del alba todos los días. Martín, que llevaba en lo profundo de su corazón una visión del reino de Dios, sabía que la Iglesia no se había despertado aun a su tarea de ser levadura de una nueva sociedad. El veía las contradicciones, las leyes racistas, la conquista injusta de América por la España «católica», y era consciente del silencio ensordecedor de la Iglesia en esos temas. La Iglesia dormía mientras los vándalos saqueaban todo un continente.

Tal es así que Martín y su gato mestizo se unieron como conspiradores en un intento por despertar a la Orden Dominicana y a la Iglesia hacia una comprensión más profunda de la justicia de Dios. Martín, como el profeta Isaías, escuchó la voz.

tocando la campana

Le encargaron tocar las campanas y con alegría las repiqueteaba, anunciando los rezos e invitando a todos a invocar a María con el Ángelus.

Martín es un símbolo de ese algo nuevo Dios que está creando. La unión de su alma africana y su corazón latino y guerrero —en sí el fruto de un error injusto de la historia— es un ejemplo vivo de cómo Dios está creando un «cielo nuevo y una tierra nueva» (Apocalipsis 21,1). Tal como muestra la historia del nacimiento del hijo de María Beltrán, Martín es un santo del nuevo mundo en un mundo viejo. Rompe con los viejos modelos, porque él es parte de una nueva creación. Es un mestizo, una mezcla de sangre, un mestizaje de culturas e historias y sueños ancestrales. Es una mezcla de guerras y violencia, de violaciones y conquista. Martín es todo esto. Y es el hijo amado de Dios, barro húmedo y oscuro en las manos del Alfarero divino: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Apocalipsis 21,5).

Martín, un profeta más en una larga historia de profetas, sabía que alguien tenía que hacer sonar las campanas para despertar a esta generación de su sueño letárgico. Alguien tenía que mostrar que es posible vivir en armonía y en paz en un mundo que es blanco, negro y marrón —todo al mismo tiempo—. Así que, cada mañana, Martín y su gato clandestino tricolor conspiraban juntos para anunciar el amanecer de un nuevo día. Las campanas sonaban mientras los frailes cantaban el oficio matutino de laudes, justo en el momento en que el Cántico de Zacarías [Lucas 1,78-79] anunciaba el nuevo amanecer de un nuevo día.

Brian J. Pierce, del libro «San Martín de Porres: un santo de las Américas». Editorial Bonum (2005). Extracto del capítulo 5, «Dios llama al campanero».

Nuestro sincero agradecimiento a Marina, de Editorial Bonum, por su amabilidad.

El por qué Fray Martín de Porres no hace ya milagros (tradiciones peruanas)

Fray Martín de Porres

Para santo milagroso, o hacedor de milagros, mi paisano fray Martín de Porres. Se lo echo de tapada a cualquier santo de Europa.

Como ya en otra tradición he escrito una sucinta biografía de fray Martín, que fue un bendito de Dios, con poca sal en la mollera, pero con mucha santidad infusa, no he de repetirla ahora. De mis cocos, pocos. Bástele al lector saber que como el viejo Porres no le dejó a su retoño otra herencia que los siete días de la semana y una uña en cada dedo para rascarse las pulgas, tuvo éste que optar por meterse lego dominico y hacer milagros. Dios sobre todo, como el aceite sobre el agua.

Cuando no había en mi tierra la plaga de radicales, masones y librepensadores, cuando todos creíamos con la fe del carbonero, ni pizca de falta hacían los milagros, y los teníamos a granel o a boca qué quieres. ¿Por qué será que hoy, en que acaso convendrían para reavivar la fe, no tenemos siquiera un milagrito de pipiripao por semana? Será por algo, que yo no he de perder mi ecuanimidad averiguando lo que no me importa saber. ¿Quién me mete en esas honduras?

El famoso escritor y orador sagrado padre Ventura de la Ráulica, en su panegírico de fray Martín de Forres, impreso en 1863, refiere que, sin moverse de Lima, estuvo nuestro santo compatriota en las Molucas, y en la China, y en el Japón, libertando del martirio a jesuítas misioneros, pues Dios le concedió el privilegio de la bilocación ó doble presencia, gracia que lo negara a san Felipe Neri cuando éste la pretendió. El padre Ventura añade que la que él nos cuenta, en su citado panegírico, consta en el proceso de canonización. Me doy tres puntadas con hilo grueso en la boca y no me opongo al milagro. Yo, en cosas de frailería, a todo digo amén, pues no quiero parecerme al amanuense del tirano Rozas, que puso en peligro la pellejina por andarse con recancanillas y dingolodangos. No desperdiciaré esta oportunidad para contarlo. Puede el lector fumar un cigarrillo mientras dure el cuento.

Diz que el amanuense le leía una tarde al supremo dictador las pruebas de una oda que debía aparecer en la Gaceta oficial del 25 de mayo, y al llegar a unos versos que decían:

el pueblo te venera,
y el argentino sabe que en tus manos
flameará victoriosa su bandera.

lo interrumpió don Juan Manuel diciendo:
—No me gusta ese verso. Donde dice bandera ponga usted estandarte.
—Excelentísimo señor —se atrevió a argüir el mocito palangana—, como estandarte no es consonante de venera, va a resultar… que no resulta verso.

Don Juan Manuel de Rozas no aguantaba picada de cáncano y, dando feroz puñada sobre la mesa, gritó:
—¡Car…amba! ¡Cállese la boca y ponga estandarte, antes que lo haga degollar por salvaje unitario

Fuera el cigarrillo. Vuelvo a mis carneros, esto es, a los milagros. Allá, en el primer tercio del siglo XVII, cuando los amigos se encontraban en la calle no se decían como hogaño: «¿Qué hay de nuevo? ¿Renuncia o no renuncia el Ministerio?», sino «¿Qué me cuenta usted de milagros? ¿Ha hecho alguno nuevo de ayer a hoy el bienaventurado fray Martín?».

Todas las mañanas acudía a la portería del convento de Santo Domingo un cardumen de viejas y muchachas devotas en demanda del lego, y en solicitud de un prodigio más o menos morrocotudo. Hasta la Carita de Cielo, hembra que como fea no tema nada que pedir a Dios, pues su fealdad era de veintitrés quilates, como la de Picio, pretendió del santo limeño que la embelleciese, milagro que diz que no pudo, no quiso o no supo hacer fray Martín. Si lo hace se divierte, porque las feas de un ¡Jesús, María y José! no le habrían dejado a sol ni a sombra.

Fastidiado el prior de que a la portería de su convento acudieran más faldas que al jubileo, resolvió cortar por lo sano, y llamando una mañana al taumaturgo, le dijo:
—Hermano Martín, bajo de santa obediencia le prohíbo que haga milagros sin pedirme
antes permiso.
—Acato la prohibición, reverendo padre.

Pero fray Martín era de suyo milagrero, y sin darse cuenta, sin propósito e intención de desobedecer al mandato, seguía menudeando milagritos de poca entidad. Sucedió que un día resbalose de altísimo andamio un albañil que se ocupaba en la reparación de un claustro, y en su cuita, gritó:
—¡Sálveme, fray Martín!
—Espere, hermanito, que voy por la superior licencia.

Y el albañil se mantuvo en el aire, patidifuso y pluscuamperfecto, como el alma de Garibay; esperando el regreso del lego dominico.

—¡A buenas horas, mangas verdes! —dijo el prelado—. ¿Qué permiso te voy a dar si ya has hecho el milagro? En fin, anda y remátalo. Pase por esta vez, pero que no se repita.

Este milagro hizo en Lima más ruido que una banda de tambores, y fue más sonado que las narices.

Fallecido fray Martín en noviembre de 1639, a los sesenta años de edad, nadie se quedó en tierra sin reliquia de un retacito del hábito o de la camisa, o por lo menos sin una pulgarada de tierra traída de la sepultura, tierra que guardaban en un saquito de terciopelo, y que, a guisa de relicario llevaban los crédulos devotos pendiente del cuello. Esta tierra diz que era eficaz específico contra la diarrea.

Con el correr de los tiempos las reliquias fueron al basurero, y las que se conservaban en el convento, las mandó encerrar en una caja el primer arzobispo republicano don Jorge Benavente, y en 28 de septiembre de 1837 las remitió a Roma consignadas al general de la Orden de Predicadores. ¡Vaya si hemos sido ingratos los limeños con nuestro santo paisano, pues de él no tenemos ya ni reliquias! Lo siento, pero no puedo llorar por tamaña ingratitud. Yo no he de ser como el verdugo de Málaga, que se murió de pena porque a un conocido suyo le echó el sastre a perder unos pantalones sacándoselos estrechos de pretina.

Durante muchos meses dio el pueblo en acudir a la tumba de fray Martín en solicitud de milagros, y el difunto no siempre anduvo remolón para hacer favores. Pero una mañana se levantó con la vena gruesa el padre prior, y precedido por la comunidad se encaminó a la sepultura, donde con acento solemne y campanudo dijo:
—Hermano Martín, cuando vivías en el mundo obedeciste humildemente mis mandatos, y no he de creer que en el cielo te hayas vuelto orgulloso y rebelde a tu superior jerárquico negándole la santa obediencia que juraste un día. Basta de milagros. Te intimo y mando que no vuelvas a hacerlos.

Y que nuestro santo paisano acató y sigue acatando la imposición de su prelado lo comprueba el que, ni por bufonada, se ha hablado de milagros prodigiosos por él realizados después del año 1640.

Lo que es ahora, en el siglo XX, más hacedero me parece criar moscas con biberón que hacer milagros.

De Ricardo Palma, «Tradiciones peruanas» (1952).

Fuente del texto: andesacd.org 

San Martín de Porres, un santo modelo para los jóvenes

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Fray Martín es un claro ejemplo para los jóvenes de amor ardiente a Jesucristo. Comprendía que el amor de Dios se extiende al prójimo a través de compartir la vida, la fe y la esperanza; de hacer el bien a los demás, cada día de nuestra existencia, como necesidad. Martín siempre se preocupó por los más pequeños, principalmente por aquellos que se encontraban en situación de desamparo. Lo hizo con Juancho, al que «adoptó» casi como un hijo, y con tantos otros a los que intentó inculcar buenos modos de vida. San Martín de Porres, su presencia en la vida de los más jóvenes (los de ayer, los de hoy), es un verdadero estímulo a desear ser mejores personas, alejándolos de ambientes de pecado, vicio o maldad. Él, desde muy niño, dedicó su vida a servir a los demás con convicción sincera e inagotable caridad; por ello, los jóvenes -y no tan jóvenes- podemos encontrar en Martín el valor de la humildad y el espíritu de servicio a la comunidad. Su ejemplo continúa ayudándonos a tener presente a Dios en cada momento -bueno o menos bueno- de nuestras vidas.

Como San Rafael Arnáiz, San Juan Bosco, San Felipe Neri y tantos otros, nuestro amigo Martín de Porres demostró desde la más tierna infancia su alegría y enorme bondad. En su juventud dejó fama de amabilidad y simpatía entre sus compañeros y amigos, con una especial diligencia en la piedad. De una manera sencilla y muy natural orientaba a los más jóvenes por el camino de la vida, para que su ideal fuese cristiano y no vulgar. Honraba a su madre; quería y cuidaba de los mayores y enfermos, de los más pobres, de los animales, de la naturaleza; nunca descuidó sus obligaciones en el convento y mucho menos de sus oraciones y penitencias consagradas al Señor y a la Virgen María, de la que era devotísimo. Su vida sigue siendo un antídoto al individualismo reinante en la actualidad: un ejemplo vital que enriquece a través de su caridad y entrega, y que nos invita a abrir nuestro corazón en el camino hacia un Dios misericordioso y compasivo.

oración a SMP

Que por su intercesión traiga a los más jóvenes, la paz, la caridad y el respeto por la vida, la defensa de la pureza del corazón y del cuerpo. Y sobre todo fortaleza y confianza firme, que juntos podamos crecer y creer en este Dios que ama, quiere y defiende la vida y al prójimo, como su don más precioso.

Por los niños y jóvenes. Para que convivan con alegría y cultiven ideales de altura y espiritualidad. Roguemos al Señor.

smp amigo de los niños

San Martín de Porres, un buen amigo de los niños

Santísimo Nombre de Jesús: dulzura sobre los corazones

Dulce Nombre de Jesús

Jesús, dulce memoria, fiel consuelo, que das gozo y placer al alma pura; más dulce que la miel es la dulzura de tu dulce presencia, Rey del cielo.

El tesoro en el que se deposita el corazón define la vida y es señal para conocer la calidad de una persona. Así San Martín se alimentó de la piedad de su tiempo. En su comunidad se vivía con gozo la devoción al Dulce Nombre de Jesús, cuya Cofradía estaba en pleno apogeo. Escuchaba con regocijo muchas y doctas conferencias y sermones. El nombre de Jesús había sido dictado desde el cielo «Darás a luz un Hijo al que pondrás por nombre Jesús».

San Martín captó su significado y mensaje. Es el nombre que define la misión de Jesús. Es el Salvador. Además de saberse salvado en Jesús, a San Martín le llenó de gozo saber que Santo Domingo era un ferviente devoto de nombre tan santo. Devoción que vio confirmada en los grandes representantes de la Orden, entre los que le era familiar Santa Catalina de Siena. El Papa Gregorio X había confiado a la Orden, ya en 1274, su propagación, por los grandes beneficios espirituales que enriquecían al pueblo de Dios…

La devoción de San Martín al Santísimo Nombre de Jesús, es una eficaz herencia que nos deja a sus amigos. Entre nosotros, que hemos perdido la frescura de la piedad sólida, acaso haya decaído esta secular devoción. No así en países, como Norte América, con millones de afiliados a la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús, y la fuerza evangelizadora que una Provincia dominicana posee en esa nación con el nombre de Jesús, una de cuyas finalidades es erradicar la blasfemia y potenciar las fiestas y culto en honor de Jesús…

Ten en tu corazón el nombre de Jesús. Serás un buen amigo de San Martín.

Fray Francisco Arias, O.P., extraído de «El nombre sobre todo nombre». Revista Amigos de Fray Martín, nº546 (Marzo-Abril, 2014)

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virgen del pino

 ¡Oh Jesús! flor de la Madre Virgen,
amor de nuestra dulzura
a ti la alabanza, honor de majestad divina,
Reino de la felicidad!

La historia de la devoción al Dulce Nombre de Jesús proviene del 20 de Septiembre del año 1274 (durante el Concilio de Lyon), cuando el Pontífice Gregorio X dictó una Bula encaminada a desagraviar los insultos que se manifestaban contra el Nombre de Jesús. Las órdenes de Santo Domingo de Guzmán (Dominicos) y Franciscana fueron las encargadas de custodiar y extender dicha devoción por toda Europa. Así, Gregorio X escribió una carta a Juan de Vercelli, el entonces Superior General de los Dominicos, donde declaraba, «nos, hemos prescrito a los fieles… reverenciar de una manera particular ese Nombre que está por encima de todos los nombres…». Este acto resultó en la fundación de la Sociedad del Santo Nombre.

Se decía que el Nombre de Jesús estaba en la boca de San Francisco «como la miel en el panal», sentenciando además que: «ningún hombre es digno de decir Tu Nombre». San Buenaventura exclamaría al respecto, «¡Oh, alma, si escribes, lees, enseñas, o haces cualquier otra cosa, que nada tenga sabor alguno para ti, que nada te agrade excepto el Nombre de Jesús!». Asimismo, San Bernardo escribió sermones enteros sobre el Nombre de Jesús y dijo: «Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, un canto de delicia en el corazón»:

Con razón se llama el dulcísimo nombre de Jesús «óleo saludable», porque verdaderamente es óleo que alumbra cuando la caridad le enciende; óleo que nutre cuando el corazón le gusta; óleo que sana cuando la devoción le aplica. Todo alimento del alma, que no esté empapado en ese óleo es seco; toda comida espiritual, que carezca de este condimento, es insípida.

No hallo gusto en los libros, si no encuentro en ellos el nombre de Jesús. Me fastidian las conversaciones, si el nombre de Jesús no se repite en ellas con frecuencia. Este nombre es miel para mi boca. No hay sonido más armonioso a mis oídos; ¿ni qué cosa puede haber más dulce para el corazón?

¿Estás triste? Pues traslada el nombre de Jesús desde el corazón a los labios, y verás que presto las nubes se disipan, vuelve la serenidad, y se descubre el bello día. ¿Te inducen a desesperación los remordimientos de tu conciencia, y te estremece la espantosa vista de tus enormes pecados? Ea, pronuncia el dulcísimo nombre de Jesús, y verás cómo revive la confianza, y el tentador se pone en vergonzosa fuga. A sólo el nombre de Jesús se desarma todo el infierno junto. Él es el que hace derramar en la oración lágrimas tan dulces. Él es el que infunde tanto aliento en los mayores peligros.

¿Quién invocó jamás este adorable nombre que no fuese prontamente socorrido? ¿Quién se vio nunca combatido de las pasiones más violentas, o atacado de sus más furiosos enemigos, que invocando este dulcísimo nombre, no hubiese conseguido una completa victoria?

Nombre de valor en los combates; nombre de luz en los peligros; nombre de consuelo en los trabajos; nombre de salud a la hora de la muerte para todos los que le tienen grabado en el corazón.

San Bernardo

Monograma del Dulce Nombre de Jesús

Monograma del nombre de Jesucristo: Jesús, Salvador de los hombres

El Niño Dios recibió el nombre de Jesús, dulcísimo nombre que encierra toda la grandeza y toda la humildad de Dios-Hombre ¡Nuestro Salvador!, que sólo Cristo, Dios y hombre, puede realizar. Nombre que debe ser pronunciado con el más profundo respeto, con el amor puesto en los labios, y cuyo eco, repetido en el silencio del alma la llena de felicidad. Ya San Francisco de Asís, el Serafín de Alvernia, se pasaba el día repitiendo y paladeando el «¡Jesús meus et omnia!» ¡Cuántos labios lo han pronunciado en la alegría, en el dolor, en la fe, en la esperanza, ante los perseguidores, en el pretorio, en la arena, en el suplicio, ante la seducción, en el silencio del corazón, o en las tormentas de la vida! ¡Que lo pronuncie y en transportes de júbilo y de agradecimiento lo repita toda la Humanidad redimida! ¡Que sea la panacea y el sello y la consigna de toda nuestra vida cristiana…

Es dulce el recuerdo de Jesús,
que da verdaderos gozos al corazón
pero cuya presencia es dulce
sobre la miel y todas las cosas.

Nada se canta más suave,
nada se oye más alegre,
nada se piensa más dulce
que Jesús el Hijo de Dios.

¡Oh Jesús!, esperanza para los penitentes,
qué piadoso eres con quienes piden,
qué bueno con quienes te buscan,
pero ¿qué con quienes te encuentran?

¡Oh Jesús!, dulzura de los corazones,
fuente viva, luz de las mentes
que excede todo gozo
y todo deseo.

Ni la lengua es capaz de decir
ni la letra de expresar.

Sólo el experto puede creer
lo que es amar a Jesús.

¡Oh Jesús! rey admirable
y noble triunfador,
dulzura inefable
todo deseable.

Permanece con nosotros, Señor,
ilumínanos con la luz,
expulsa la tiniebla de la mente
llena el mundo de dulzura.

Cuando visitas nuestro corazón
entonces luce para él la verdad,
la vanidad del mundo se desprecia
y dentro se enardece la Caridad.

Conoced todos a Jesús,
invocad su amor,
buscad ardientemente a Jesús,
inflamaos buscándole.

¡Oh Jesús! flor de la Madre Virgen,
amor de nuestra dulzura
a ti la alabanza, honor de majestad divina,
Reino de la felicidad.

¡Oh Jesús! suma benevolencia,
asombrosa alegría del corazón
al expresar tu bondad
me urge la Caridad.

Ya veo lo que busqué,
tengo lo que deseé
en el amor de Jesús desfallezco
y en el corazón todo me abraso.

¡Oh Jesús, dulcísimo para mí!,
esperanza del alma que suspira
te buscan las piadosas lágrimas
y el clamor de la mente íntima.

Sé nuestro gozo, Jesús,
que eres el futuro premio:
sea nuestra en ti la gloria
por todos los siglos siempre. Amén.

(Oficio de Vísperas)

Dulce Nombre de Jesús 1

Cristo se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le ensalzó y le dio un nombre que está por encima de todo nombre, para que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doblegue, de los que moran en los cielos, en la tierra y en los infiernos.

Jesús, es, pues, el nombre adecuado, personal y propio del Verbo Encarnado. Todo lo que es nuestro Redentor está encerrado en este nombre. Jesús y nada más que Jesús ha sido Jesús para nosotros. «Por ningún otro hay salvación: porque tampoco hay ningún otro nombre concedido a los hombres bajo el cielo por el que podamos salvarnos», dice San Pedro. No hay, por lo tanto, en la tierra ni en el cielo nombre más venerando, más augusto ni más dichoso. «Al oírlo -dice San Pablo- se postran reverentes los cielos, la tierra y los infiernos: se arrodillan en el cielo los que por Nuestro Señor se salvaron, en la tierra los que de El están recibiendo la salvación, y en los abismos los que por no haberse querido salvar en El por amor, están ahora perdidos para siempre y sujetos a su majestad por temor.»

El poeta Prudencio lleno de fe y de entusiasmo cristiano, un poeta que se complace visiblemente en poner toda su inspiración y todo su arte maravilloso a los pies de Cristo, a quien canta con encendidísimos acentos de amor, no se cansaba de adorar el nombre bendito de Jesús:

¡Oh nombre, más que dulce para mí,
luz y esplendor y esperanza
y defensa mía!
¡Oh descanso seguro en los trabajos,
dulce sabor en la boca,
perfumada fragancia,
fuente que corre,
casto amor,
hermosa representación,
sincero placer!…»

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Indulgencia plenaria al mentar el Dulce Nombre de Jesús

Es Tradición Católica que en la hora de la muerte, pronunciar con los labios o el corazón el Dulcísimo Nombre de Nuestro Salvador, nos puede alcanzar la muy necesaria Indulgencia Plenaria; para ello, debemos cumplir las siguientes disposiciones:

Primero, las mismas condiciones requeridas para ganar cualquier indulgencia: es decir, la persona debe estar en estado de gracia cuando se gane la indulgencia y debe tener la intención de ganar la indulgencia.

Segundo, debe resignarse completamente a la voluntad de Dios al estar muriendo.

Tercero, debe pronunciar el Santo Nombre de Jesús con sus labios, si es posible, y si no fuere capaz de hablar, al menos debe invocar el Santo Nombre de Jesús en su corazón.

Subráyese especialmente esta última condición de pronunciar el Santísimo Nombre de Jesús. La Congregación de Indulgencias la pidió el 22 de septiembre de 1892 para ganar la indulgencia plenaria in articulo mortis. Es algo que fácilmente se pasa por alto, y por ello, le damos especial atención.