Divino silencio

Divino silencio

Señor, ahora que el viento
rinde al ángel su voz en la espesura,
y anima el movimiento
del agua, y apresura
el humano temblor de su hermosura,

y con piadoso alarde
junta el núbil arroyo bendiciente,
la gloria de la tarde,
la sombra del poniente,
los gozos del naranjo en la corriente,

y el grave señorío
que da nombra a luz, y la rodea
de claridad y brío,
mientras la tarde sea
de Dios que en el silencio se recrea,

silencio que atesora
todas las maravillas que he perdido,
silencio que enamora
la carne y el sentido,
y salva la memoria del olvido,

silencio donde veo
el ángel del misterio que sestea,
si Vos no sois deseo
nada el alma desea
por no turbar la paz que la rodea.

                        Luis Rosales

La ciudad en otoño (soneto)

La ciudad en otoño

Otoño: la llovizna solloza mansamente.
Todo es brumoso, y mudo, desvaído, irreal…
Me pierdo en el silencio de la calle doliente
por donde la Leyenda cruza en vuelo caudal.

Yerguen, ceremoniosos, su pesadumbre ingente,
el adusto palacio y el convento ancestral…
La ciudad es serena y es altiva. Se siente
un profundo desprecio por todo lo banal.

Este otoño nostálgico, tan divino y tan breve,
me aprisiona el espíritu con su mano de nieve,
me embriaga de un augusto misticismo sereno…

y en tanto que la lluvia se deshace, rendida,
se va hilando en la rueca de la tarde dormida…
la lírica madeja que guardaba en mi seno.

                                Luis Álvarez y Cruz

Los ojos del Cristo de Tacoronte

Los ojos del Cristo de Tacoronte

Tus ojos…
Están hechos de mar y son inmensos:
sin riberas, sin lindes, sin orillas…
insondables abismos de nostalgia,
en expresión sin nombre, indefinida.
Todas las tempestades y borrascas
que levantan los mares cada día,
se reflejan en esos ojos únicos,
cuando los miro y ellos ¡ay! me miran.

Tus ojos…
Están hechos de cielo.
Tan sereno,
que, más que ver, parece que acarician.
¡Ay de las almas que se ven en ellos,
si no tienen la faz blanca y bruñida!
A ese cielo se mira con la pena
de verse desterrado.
Así cautivan
esos ojos de cielo azul, sin nubes,
donde una estrella de esperanza brilla.

Tus ojos…
Están hechos de amor.
Lo van diciendo
con su expresión divina:
«Sólo por ti, oveja descarriada,
he cargado de amor estas pupilas.
Para que fueran un imán tan fuerte,
que te tuviesen de placer rendida,
siguiendo por amor esa vereda
que el faro de mis ojos ilumina.»

Tus ojos…
Están hechos de penas.
¡Cuántas penas!
En número y maldad son infinitas.
Las lágrimas, los ayes, las angustias,
han marcado una huella.
Y así brillan,
cual sol y luna a un tiempo,
en la tarde sin luz. En la deicida
Parasceve en que mueren esos ojos
por donde entró la muerte de la Vida.
De penas un torrente va rodando
por la cuenca sin fin de tus mejillas.

Tus ojos…
La algazara que ven… Las melodías…
Las músicas ligeras… Y esas risas…
Son el polvo sutil de este camino
que nos lleva hasta Ti.
Pero se aviva
nuestra fe. Nos da alas. Nos alienta…
Y sabemos. Señor, que si nos miras
con tus ojos de amor, ojos de Padre,
nos perdonas en gracia de este Día.

Tus ojos…
¡Ay, cuánto bien hicieron a mi alma,
avecilla fugaz, nube vacía!
Ante su luz quedó cual mariposa,
a su llama rendida.
No se borra en mi mente tu mirada.
Veo en tus ojos la inefable dicha,
que espero por tu amor y por tus penas
y por la Fiesta de este magno Día.

Y hoy te pido, Señor de Tacoronte,
que en la noche sin luz de mi agonía,
me alumbren esos ojos con fulgores
de paz, de bendición, de eterna Vida.

                         A. Ureña, Salesiano

Foto: David González. Gracias, David!

A la Virgen de los Dolores de Santo Domingo

A la Virgen de los Dolores de Santo Domingo (Soneto)

Es tu rostro el que prende mis emociones
y alivia de este corazón sus sinsabores…
con tu mirada, candor de candores,
adentrándome en la dulce paz de las oraciones.

Enaltece tu luto a tu Hijo de las Tribulaciones;
que te inviste como Señora de los Dolores,
de la Soledad y de nuestros amores:
al pie de la cruz coronaste las santas devociones.

En tus lágrimas una lumbre pronto se adivina,
mas ese lloro que ilumina los obscuros pesares
condujo tu tristeza hacia la ternura plena.

Mi alma hasta ti se acerca peregrina
luego de equívocos y cansados andares:
¡no permitas, Madre, que sea en pena!

                  José J. Santana, La Orotava.

Imagen de Nuestra Señora de los Dolores de la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán (La Orotava). Foto: Parroquia de Santo Domingo

Instante supremo (al Cristo lagunero)

Instante supremo

Dentro de unos momentos el Cristo lagunero
saldrá de su capilla en magna procesión,
y el pueblo electrizado le seguirá anhelante,
los ojos en los suyos, vibrando el corazón.

El dolor del espíritu y el dolor de la carne
en silencio elocuente, ofrendan su promesa,
y millares de antorchas se consumen ardientes
en las manos que tiemblan mientras la boca reza.

La torre le saluda con cascadas de luces
y toda la ladera es volcán prodigioso.
Un cohete silbando anuncia la llegada,
y el Cielo es un incendio, de tan horrible, hermoso.

Ya el Cristo vuelto al pueblo desde el arco de entrada
se despide, inundando a todos de emoción.
Parece que los brazos se desprenden del leño,
ansiosos de apretarnos contra su corazón.

Yo he sentido de lejos el instante supremo,
mi alma ha estremecido tu mirada, Señor.
Y rogando por «ella» he caído a tus plantas,
herida por la flecha de tu divino amor.

      Josefina Tresguerras