Los ojos del Cristo de Tacoronte

Los ojos del Cristo de Tacoronte

Tus ojos…
Están hechos de mar y son inmensos:
sin riberas, sin lindes, sin orillas…
insondables abismos de nostalgia,
en expresión sin nombre, indefinida.
Todas las tempestades y borrascas
que levantan los mares cada día,
se reflejan en esos ojos únicos,
cuando los miro y ellos ¡ay! me miran.

Tus ojos…
Están hechos de cielo.
Tan sereno,
que, más que ver, parece que acarician.
¡Ay de las almas que se ven en ellos,
si no tienen la faz blanca y bruñida!
A ese cielo se mira con la pena
de verse desterrado.
Así cautivan
esos ojos de cielo azul, sin nubes,
donde una estrella de esperanza brilla.

Tus ojos…
Están hechos de amor.
Lo van diciendo
con su expresión divina:
«Sólo por ti, oveja descarriada,
he cargado de amor estas pupilas.
Para que fueran un imán tan fuerte,
que te tuviesen de placer rendida,
siguiendo por amor esa vereda
que el faro de mis ojos ilumina.»

Tus ojos…
Están hechos de penas.
¡Cuántas penas!
En número y maldad son infinitas.
Las lágrimas, los ayes, las angustias,
han marcado una huella.
Y así brillan,
cual sol y luna a un tiempo,
en la tarde sin luz. En la deicida
Parasceve en que mueren esos ojos
por donde entró la muerte de la Vida.
De penas un torrente va rodando
por la cuenca sin fin de tus mejillas.

Tus ojos…
La algazara que ven… Las melodías…
Las músicas ligeras… Y esas risas…
Son el polvo sutil de este camino
que nos lleva hasta Ti.
Pero se aviva
nuestra fe. Nos da alas. Nos alienta…
Y sabemos. Señor, que si nos miras
con tus ojos de amor, ojos de Padre,
nos perdonas en gracia de este Día.

Tus ojos…
¡Ay, cuánto bien hicieron a mi alma,
avecilla fugaz, nube vacía!
Ante su luz quedó cual mariposa,
a su llama rendida.
No se borra en mi mente tu mirada.
Veo en tus ojos la inefable dicha,
que espero por tu amor y por tus penas
y por la Fiesta de este magno Día.

Y hoy te pido, Señor de Tacoronte,
que en la noche sin luz de mi agonía,
me alumbren esos ojos con fulgores
de paz, de bendición, de eterna Vida.

                         A. Ureña, Salesiano

Foto: David González. Gracias, David!