A Jesús Crucificado

A Jesús Crucificado

Delante de la Cruz, los ojos míos,
quédense, Señor, así mirando
y sin ellos quererlo, estén llorando,
porque pecaron mucho y están fríos.

Y estos labios que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando,
y, sin ellos quererlo, estén rezando
porque pecaron mucho y son impíos.

Y así, con la mirada en vos prendida,
y así, con la palabra prisionera
como a carne a vuestra cruz asida,

quédeseme, Señor, el alma entera,
y así, lavada en vuestra Cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis me muera.

                   Rafael Sánchez Mazas

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Imagen: Santísimo Cristo del Amor (Iglesia Colegial del Divino Salvador, Sevilla)

Homilía en el día de San Rafael Arnáiz Barón

Hermano Rafael, así era

Homilía en el día de San Rafael

El Papa Francisco, sin duda bajo la inspiración del Espíritu Santo, ha convocado el año de la misericordia. En la bula Misericordiae vultus de convocatoria al año jubilar nos da las claves del misterio de la misericordia en la revelación, Antiguo y Nuevo Testamento. Así nos afirma que “es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia”. “’Paciente y misericordioso’ es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para descubrir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de su salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción”. “Eterna es su misericordia” es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 135 mientras se narra la historia de la revelación de Dios.

El Papa afirmará que la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Toda su acción pastoral debería estar revestida por la ternura con la que Dios se dirige a los creyentes. Por eso con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad.

¿Y cómo ha percibido Rafael, la misericordia de Dios? No es mucho lo que ha escrito de la misericordia si lo comparamos con otros aspectos de su espiritualidad, como el amor a Jesucristo, a su Madre Santísima (la Señora, como él la llama), a la eucaristía y en especial de su aceptación de la cruz de Cristo a través de la enfermedad. Pero son lo suficientes para comprender que ha percibido los aspectos fundamentales de este atributo de Dios.

Rafael nos hablará de este Dios paciente y misericordioso, y como todos los atributos divinos son infinitos, también lo es su misericordia; y lo va a reflejar en distintas ocasiones. A su tío Leopoldo le hablará de la gran misericordia de Dios. A su padre, ante los acontecimientos políticos de España en ese tiempo, le escribirá animándole Todo es una gran misericordia de Él, y los hombres no llegan más allá de donde él permite. En distintos escritos a su padre, a su madre, a su tío Polín, al Hermano Tescelino… en su cuaderno “Dios y mi alma” hablará de la gran misericordia de Dios, su infinita misericordia, su infinita bondad y su gran misericordia, las grandezas de Dios y de su infinita misericordia.

Y Rafael sabe bien que en donde se pone de manifiesto de modo especial el tributo de la misericordia de Dios, es en su relación con el hombre, y con el hombre caído por el pecado. Si San Bernardo jugando con las expresiones latinas nos dice que la miseria y la misericordia se encuentra; la miseria (del hombre) y la misericordia (de Dios), en San Rafael será una constante que la misericordia de Dios está siempre actuando para perdonar y sanar la miseria de su criatura. Después de una fuerte experiencia de Dios en el Coro, escribe a su madre:

A pesar de no entender latín, mi alma se llenaba de las palabras de David, de tal manera, que me acercaba a Dios, para pedirle misericordia y pedirle que detuviese su ira en el día grande y sublime de la resurrección.

A su tío Leopoldo:

Si te miras a ti mismo, más vale no hablar. ¿Qué queda, pues?… Dios y sólo Dios. Él suple lo que el mundo y sus criaturas no pueden dar. En su infinita Misericordia quedan ocultas nuestras miserias, olvidos e ingratitudes.

En la Apología del trapense:

Es alegre y dichoso de ver la bondad de Dios reflejada en las criaturas, de palpar su misericordia y el amor de Jesús… Le da gracias de haberle sacado del mundo lleno de peligros y pecados.

Pero la experiencia personal de la misericordia de Dios la hará Rafael en carne propia, y sabrá interpretar los avatares y sufrimientos de su vida, no como algo negativo, sino como la manifestación de Dios en su misericordia que le va a transformar poco a poco hasta llevarle a la aceptación plena de su enfermedad, e incluso de la muerte. Algunos textos del santo para confirmarlo.

En la Apología del trapense:

Si el monje se retira del claustro, es para alabar a Dios con más facilidad y sin distracciones… La salmodia, el silencio, le ayudan a ello; piensa en los pecados de los hombres para pedir por ellos y desagraviar al Señor; piensa en los que son desgraciados en la tierra, y en los que son felices, pidiendo para todos misericordia.

En mi cuaderno:

Soy feliz con lo que tengo; a nada aspiro, que no sea a Dios, y a Dios le tengo en la pequeña cruz de mi enfermedad. ¿De qué me puedo quejar?… ¡Si en mi vida no veo más que misericordias divinas!… ¡Cómo se ensancha el alma al ver la misericordia de Dios! «En la tribulación me ensanchasteis», dice el profeta David.

Y el hermano Tescelino, le escribe:

Cuando serenamente, contemplo todas las maravillas que Él hace conmigo, a pesar de mi obstinación a la gracia, a pesar de no encontrar en mi más que egoísmo, olvidos y pecados de todo género…, entonces el aturdimiento se convierte en una maravillosa luz, que me habla de las grandezas de Dios, de su infinita misericordia.

Profundizar en la misericordia de Dios le ha llevado a comprender, a interiorizar los misterios de la acción de Dios en el hombre, y por ello llegará a aceptar su enfermedad y su muerte como el misterio de Dios en su vida. A su tío Leopoldo le llega a afirmar: la gran misericordia de Dios es una buena muerte; ahí se acaba todo…toda esa serie de cosas que nos rodean…, y entonces no hay más que una cosa… Dios.

Para Rafael una de las manifestaciones más hermosas de la misericordia de Dios ha sido el entregarnos a su Madre la Virgen María. Lo afirmará en distintas ocasiones, pero creo que hay dos momentos en los que lo expresa con una fuerza y un lirismo insuperable:

A su tío Polín: ¿Cómo no amar a Dios, viendo su infinita bondad que llega a poner como intercesora entre Él y los hombres, a una criatura como María, que todo es dulzura, que todo es paz, que suaviza las amarguras del hombre sobre la tierra, poniendo una nota tan dulce de esperanza en el pecador, en el afligido…, que es Madre de los que lloran, que es estrella en la noche del navegante, que es…, no sé…, es la Virgen María? ¿Cómo no bendecir, pues, a Dios, con todas nuestras fuerzas al ver su gran misericordia para con el hombre, poniendo entre el cielo y la tierra, a la Santísima Virgen?

Y en sus meditaciones del cuaderno Dios y mi alma:

¡Ah!, Virgen María…, he aquí la gran misericordia de Dios… He aquí cómo Dios va obrando en mi alma, a veces en la desolación, a veces en el consuelo, pero siempre para enseñarme que sólo en Él tengo que poner mi corazón, que sólo en Él he de vivir, que sólo a Él he de amar, de querer, esperar…, en pura fe, sin consuelo ni ayuda de humana criatura.

Para terminar, afirmando:

¡Qué grande es la misericordia de Dios!

San Rafael sigue siendo para todos un modelo de virtudes cristianas, y entre ellas la misericordia es también fuente de experiencia de Dios que le ha enseñado a aceptar su enfermedad e incluso la muerte, y comprender que en las entrañas de misericordia de nuestro Dios encontramos nuestro refugio y nuestro consuelo. Ojalá que todos hagamos la experiencia de la misericordia de Dios en nuestra vida como lo hizo San Rafael Arnáiz.

P. Enrique Trigueros.

San Rafael Arnáiz Barón (Boletín informativo, Enero – Junio 2016, nº 184)

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Festividad de San Rafael Arnáiz Barón

A la Virgen de Montserrat

A la Virgen de Montserrat

¡Madre de Dios! en los revueltos marea
faro de salvación!
Vengo a rendir, feliz, en tus altares
no un canto, una oración!

Al doblar en tu templo la rodilla
descendió sobre mí
rayo de luz que aún a mis ojos brilla:
oré, lloré, creí.

Entre cantos y mística fragancia
un mes allá alcancé,
y renació en mi pecho de la infancia
la combatida fe.

Abiertos ver los cielos soberanos!
Cual bajo pedestal
hollar la tierra y las ansiosas manos
tender al ideal!

¡Suprema aspiración, santa ventura!
¿Y por qué, cielos, por qué
inseguro resbala en esta altura
mi vacilante pie?

¡Ah, Madre, Madre! el vértigo del mundo
me arranca de tu altar;
yo no sé resistir, y al infecundo
campo vuelvo a luchar.

Mas, sí otra vez del desigual combate
el polvo embriagador,
eclipsa al alma, que el cansancio abate,
del cielo el resplandor,

de la luz que inundó mi pensamiento
de tus aras al pie,
para que alumbre mi postrer momento
un rayo guardaré.

                     Teodoro Llorente

El Hermano Pedro y los animales

Hermano Pedro

El Hermano Pedro y los animales

Ya en su niñez hemos relatado como las cabritas del rebaño del Siervo de Dios, le obedecían, permaneciendo alrededor de su lanza cuando este iba a misa, no descarriándose ninguna. También hemos dicho que cuando se encontraba en lugar distante de la iglesia de Vilaflor, de la ermita del Chijadero o de la iglesia de Granadilla decía “están celebrando misa y desde aquí rezaremos todos”, al decir esto Hermano Pedro sus cabritas permanecían agrupadas, sin moverse hasta que finalizaba la misa.

En Guatemala cuando ya había fundado su casa de Bethlen, un día alojó un huésped en su despensa y a media noche se acercó el Venerable Hermano al lugar creyendo estar el huésped dormido, pero en realidad estaba observándole, cogió Hermano Pedro un pan bien grande y lo desmigajó en sus faldas, luego salieron gran cantidad de ratones que comieron cuanto quisieron, después de lo cual el Siervo de Dios les dijo: “no me toquéis cosa alguna de las que aquí hay” y dando una palmada desaparecieron todos los ratones. Pasado algún tiempo, como los ratones hacían daño en la despensa, se quitó el sombrero y les ordenó que entraran en él, a continuación pasando el Río Pensativo, tomó una vara y les dijo “esta es la justicia” que manda hacer el Rey del Cielo contra estos hermanos, quedan desterrados de la casa para que no hagan daño a los víveres y alimentos de los enfermos”; desde este momento no se volvieron a ver en su hospital, en temporada.

En otra ocasión cuando estaba Hermano Pedro haciendo su hospital, le donaron un mulo, fiero, cerril y sin domar. El donante le hizo la advertencia consiguiente al Siervo de Dios, pero este aceptando la donación tomó una soga, se acercó al mulo (al que se le notaba su fiereza en lo encrespado del pelo y la inquietud de los ojos), lo ató y se lo llevó al hospital, por el camino le dijo “sabed hermano que venís a servir a los pobres”. El Siervo de Dios puso el mulo a tirar de un carro para transportar materiales a la obra del hospital, el animal era la admiración de los que le conocieron con anterioridad, pues sin haberle domado nadie, daba muestras de gran mansedumbre. En cierta ocasión estando el mulo atado al carro llovía a torrentes, como sucede en los países tropicales como Guatemala, Hermano Pedro le dice: “hermano mulo, ¡no ve que se moja!, ¿por qué no se mete bajo techado?”, el animal obedeciendo avanzó y se metió debajo de una galería donde había varias personas trabajando, que se admiraron de lo ocurrido. La docilidad del mulo llegó a ser tal, que realizaba los viajes de acarreo de materiales con el carro, sin que nadie le acompañase, hacía diez viajes por la mañana, luego se paraba y esperaba a que le dieran de comer; por la tarde hacía otros diez viajes, descansando luego hasta el siguiente día. A este animal lo llamaban todos, el “mulo de Hermano Pedro”. A la muerte del Siervo de Dios, nos dice el escritor Mencos Franco, en su crónica de la Antigua Guatemala, que “tras la fúnebre comitiva, caminaba, solitario y lacrimoso, el hermano mulo, agobiado no sólo por el peso de los años, sino también por la muerte de su amo. A partir de aquél día se denominó al mulo el jubilado de Belén, pues fue relevado de su trabajo definitivamente”. A su muerte, la comunidad Betlemita le dio sepultura al pie de un naranjo del convento, en ésta aparecía el siguiente epitafio:

“Aunque parezca un vil cuento,
aquí donde ustedes ven,
yace un famoso jumento
que fue fraile del convento
de Belén.
Requescat in pace. Amén”

Un día tropezó en la calle el Siervo de Dios con un grupo de niños que maltrataban a un zopilote (ave americana), Hermano Pedro lo compró para curarlo y darle luego la libertad, pero esta ave, como rapaz que era, se metió en el gallinero haciendo de las suyas. El Venerable Hermano la llamó reconviniéndole y le dijo que se marchara lejos, lo cual hizo.

Hermano Pedro y los animalesEn otra ocasión, al perro de un amigo de Hermano Pedro, Diego de Avendaño, un vecino lo molió a palos y crueldades, dejándolo por muerto, como tal lo tiraron a un muladar. El dueño del perro que quería mucho a éste por lo vivaz y juguetón que era, al enterarse de lo sucedido, rugía de rabia. En este preciso momento llegó el Siervo de Dios y le dijo: “Le voy a traer su perrito vivo”, dícele el dueño, “no será vivo, dado que lleva tres días muerto en el muladar”: a lo que contesta Hermano Pedro, ¡tráigamelo! Al traérselo, lo envolvió en su capa y se lo llevó. Tres días después fue Diego de Avendaño al Hospital de Hermano Pedro, siendo recibido por su perro con saltos y jugueteos cariñosos, únicamente tenía algo magullada la cabeza. Por esta especial predilección por los animales, se le llama a Hermano Pedro, el San Francisco de Asís americano.

Raúl Fraga Granja, «Biografía de un tinerfeño ilustre: El Venerable Hermano Pedro».

El Carisma Vicenciano

“Fui forastero y me recibiste…”

La Familia Vicenciana celebra, a lo largo de este año 2017, el 400 aniversario del nacimiento del Carisma Vicenciano. A modo de pequeño homenaje, reproducimos el siguiente artículo¹ escrito con motivo de la otrora conmemoración del cuarto centenario del nacimiento² de San Vicente de Paúl (1581–1981). Ambas efemérides se encuentran estrechamente relacionadas, en espíritu y dinámica, incluyendo un mensaje social plenamente vigente:

IV Centenario de San Vicente de Paúl

Sin ruidos, sin aparatosidad ni espectacularidad, se nos ha metido por los pobres para adentro el IV Centenario del nacimiento de San Vicente de Paúl. Calladamente, sigilosamente, como una vida, como un servicio de amor sencillo y humilde. —Dicen que el bien no hace ruido, ni el ruido hace bien—. Por eso, quizá no lo entiendan más que los humildes y sencillos, los de corazón pobre; aunque no sepan definirlo: pero, ¿cómo definir el amor, una amistad, la fe?

Celebra el IV Centenario da San Vicente de Paúl toda la ingente familia vicenciana: su familia de misioneros paúles, Hijas de la Caridad, Voluntarias de la Caridad, las Conferencias de San Vicente de Paúl, todas las obras de inspiración vicenciana: su familia de todos los amigos de los pobres: y sobre todo, su familia que son todos los pobres, los hambrientos de pan y de verdad, los necesitados da cuidados corporales y espirituales, de salud y de amor. Los pobres de viejas y modernas pobrezas, a los que llega la acción vicenciana y a los que no llega todavía la acción vicenciana, porque aún siguen siendo insuficientes los obreros para tanta mies.

Por eso el IV Centenario de San Vicente de Paúl, no es una meta final, sino una llamada a zambullirse en ese impulso evangélico y a dejarse empapar en esa oleada de caridad suya, que se ha extendido por todo el mundo y llegar hasta las arenas de nuestra existencia concreta. No queremos celebrarlo como un homenaje, ni como un recontar avaramente una herencia familiar, sino como una experiencia de fe, tremendamente actual: como una participación en la experiencia de Dios y de los pobres que tuvo Vicenta da Paúl. Juan Pablo II, en carta al Superior General de la Congregación de Misión y da las Hijas de la Caridad, con motivo de este Centenario, lo recuerda: «La vocación de este iniciador genial de la acción caritativa y social ilumina todavía hoy el camino de sus hijos e hijas, de los laicos que viven de su espíritu, de los jóvenes que buscan el secreto de una existencia útil y radicalmente empleada en el don de si mismo. El itinerario espiritual de Vicente de Paúl es fascinante».

Quizá muchos se pregunten si todavía quedan pobres en nuestras ciudades de consumo y en nuestros campos semiabandonados. Quizá muchos seamos pobres-ricos, que no vemos las nuevas miserias que pululan debajo de nuestra mesa, como el Epulón no vela a Lázaro. Es cuestión de leer el Evangelio y el mundo como Vicente de Paúl, para percibir el latido de la pobreza, de las múltiples pobrezas de nuestro tiempo, porque al pobre no se le conoce más que en la cercanía, en el compartir el pan y el corazón con él. También a Vicente de Paúl le reprocharon que parecía que se inventaba a los pobres, cuando acercaba a los pobres a la conciencia de los poderosos.

UN SANTO MODERNO

Cuatro siglos son muchos años de pervivencia de una actualidad. Juan Pablo II sigue asegurando que «la mirada de contemplación a la epopeya vicenciana nos lleva a decir sin titubeos que San Vicente es un santo moderno». Y el mismo Santo Padre formula el reto: «¿Podemos imaginar siquiera lo que este heraldo de la misericordia y de la ternura de Dios sería capaz de emprender hoy, utilizando con acierto todos los medios modernos que tenemos a nuestra disposición? Su vida sería semejante a lo que fue: un Evangelio ampliamente abierto, con el mismo cortejo de pobres, de enfermos, de pecadores, de niños desgraciados, de hombres y mujeres que se pondrían ellos también a amar y servir a los pobres».

¡Un reto y una esperanza en medio de nuestro tiempo!: si acertamos a situarnos en su luz, descubriendo vitalmente el sacramento del pobre y a consentir en su fuerza de compromiso humano y cristiano.

Asusta su asombrosa actividad personal y su increíble capacidad de organización. Asusta, sobre todo, la fuerza expansiva de su espíritu a lo largo de estos cuatro siglos. Pero San Vicente tranquiliza: todo lo reduce al servicio humilde y sencillo, con la profunda intencionalidad e intensidad que da a estas actitudes. Todo lo demás lo harán los pobres, ellos mismos. Cabría pensar si los pobres lo llevaron a Dios, o Dios lo entregó a los pobres. Pero lo cierto es que Vicente de Paúl aceptó a los pobres como sus maestros y señores. Los pobres le cerraron todos los otros caminos, lo acosaron y lo empujaron, le hicieron amoldarse y crecer, superarse y renunciar, vivir en hondura y plenitud su propia existencia. San Vicente debe mucho más a los pobres, que los pobres a San Vicente. Y este es el reto que nos deja, —siempre es un riesgo encontrarse verdaderamente con los pobres—, pero es al mismo tiempo la esperanza que les queda a los pobres de que la ternura de Dios llegue hasta ellos.

UN HUMANISMO CRISTIANO

Los términos pueden estar gastados por el uso, pero entrañan una profunda realidad. A San Vicente se le ha estudiado mucho: su psicología, sus concepciones sociales, hasta su visión política. Incluso se ha estudiado su humanismo, separado de su cristianismo y su cristianismo, separado de su humanismo.

Pero si queremos descubrir los resortes íntimos, los dinamismos profundos de su acción caritativa y social, la fuerza superior que hoy nos puede comprometer auténticamente en el sacramento del pobre, tenemos que recurrir a sus inseparables coordenadas de vida y acción: primera, «hay que ver y servir a Dios en los pobres y a los pobres en Dios». El lugar de su contemplación y de su acción hacia el pobre es Dios y hacia Dios es el pobre. «No me basta amar a Dios, si mi prójimo no le ama», se repite en su trabajo incansable. Al hombre lo ve en sí mismo, pero a la luz y a la sombra de Dios: a Dios lo ve y le sirve en sí mismo, pero a la luz y a la sombra que el pobre proyecta en Dios… Y la segunda coordenada: el paso del amor afectivo al amor efectivo. No se fía de los buenos pensamientos y bellos sentimientos: le urge siempre la acción: «Amemos a Dios, pero que sea con el sudor de nuestra frente y el esfuerzo de nuestros brazos».

No parte, por tanto, de una ideología, de una teoría del hombre. No parte de una ciencia del hombre, sino de una «conciencia». Es fundamental la percepción y observación del hombre, del pobre, para comprender al qué, el por qué y el cómo del servicio. Y quizá lo primero en la antropología vicenciana es desteorizar al hombre: el pobre no es una idea, una teoría, sino un yo viviente en necesidad. El pobre no es una ausencia, ni siquiera la distancia despersonalizada de una masa, sino una presencia interpelante, desgarrada, con sus heridas en carne viva. El pobre no es una situación que puede interpretarse desde la visión pesimista del pasado o desde la utopía de un futuro optimista: es simplemente una actualidad que clama en un ahora y una realidad que espera inmediatamente. El pobre no es un abstracto, sino un concreto. No es una definición, sino una vida, con sus sentimientos, sus humillaciones, sus derechos y sus carencias, su dolor y su alegría…

Y cuando ese hombre se percibe integral en el misterio de Cristo, cuando se comprende internamente que está asumido por Cristo, —«tuve hambre y me disteis o no me disteis de comer, tuve sed, estaba desnudo, enfermo, en la cárcel…—, entonces comprendemos la vida y la acción de Vicente de Paúl, su mística y su entrega total al servicio del pobre.

EN EL AOUÍ Y AHORA

San Vicente, su carisma, entronca en raíces tan profundamente humanas del hombre, que en cualquier lugar, aquí, y en cualquier momento histórico, ahora, encuentra el camino de los pobres, de los nuevos pobres, y actúan. Y en medio de nuestra sociedad consumista, materializada, hedonista, está presente, descubriendo las nuevas víctimas de esa misma sociedad. Evidentemente, con una escala distinta de valores, Vicente de Paúl es hoy y ahora quien opta por servir a Cristo en el hermano, quien se solidariza con los más desfavorecidos, quien se entrega a la promoción integral de los abandonados. Con sus limitaciones, con su propia pobreza de recursos, humildemente: por eso se nos puede pasar desapercibido, porque el pobre casi nunca es noticia y tiene hasta la pobreza da no poder expresarse, de no podar gritar sus derechos.

Vicente de Paúl, su espíritu, es ya secular en nuestras islas. Las dos primeras oleadas del espíritu vicenciano llegaron, en 1829 con las Hijas de la Caridad del Viejo Hospital de San Martin, y en 1847 en la persona del obispo Codina, el gran misionero de nuestros pueblos. Desde entonces esa semilla no ha hecho más que constituirse en árbol y crecer y extender sus ramas de acción: orfelinatos, hospitales, colegios, parroquias, sanatorios psiquiátricos, leprosería regional… hasta la reciente expansión a todas las islas periféricas.

Tal vez, pocos entre nosotros puedan asegurar que no han sentido el calor de ese espíritu vicenciano, en algún momento de dolor o necesidad del cuerpo o del espíritu: directa o indirectamente, personalmente o en algún ser querido. Muchos, en el campo docente cuando la vida aún es casi un juguete. Pero, ¿quién podrá contar la multitud de los que han recibido alivio corporal o espiritual, a través del contacto personal o en el ámbito sanitario, cuando la vida se resiente o comienza a resquebrajarse y se busca una palabra para nuestros miedos, nuestras soledades, nuestros interrogantes en el dolor?

Al celebrar este IV Centenario de San Vicente de Paúl no se pretende hacer estadísticas da personas asistidas, ni números de vidas desgranadas día a día en la entrega anónima del servicio al prójimo, ni fechas que encasillen un espíritu. Todo queda abierto, porque queda aún mucho que hacer, y que profundizar, y que renovarse, y que alcanzar: este es el intento. Una vez más acudimos a la carta del Santo Padre el Papa, para expresar nuestro deseo convertido en oración: «Que el cuarto centenario del nacimiento de Vicente de Paúl llegue a iluminar abundantemente al pueblo de Dios, a reanimar el fervor de todos sus discípulos y a hacer resonar en los corazones de muchos jóvenes la llamada al servicio exclusivo de la caridad evangélica».

J. VEGA HERRERA

Oración para el IV Centenario del Carisma Vicenciano

Señor, Padre Misericordioso,
que suscitaste en San Vicente de Paúl
una gran inquietud
por la evangelización de los pobres,
infunde tu Espíritu
en los corazones de sus seguidores.

Que, al escuchar hoy
el clamor de tus hijos abandonados,
acudamos diligentes en su ayuda
“como quien corre a apagar un fuego”.

Aviva en nosotros la llama del carisma
que desde hace 400 años
anima nuestra vida misionera.

Te lo pedimos por tu Hijo,
“el Evangelizador de los pobres”,
Jesucristo nuestro Señor. Amén.

* * *

* ¹El Eco de Canarias, 25 de septiembre de 1981.

* ²San Vicente de Paúl nació el 24 de abril de 1581 en la localidad de Pouy, Francia. Hoy se cumplen, por tanto, 536 años de su nacimiento.