El mensaje social de San Juan Macías

mensaje social de Juan Macías

El mensaje social de San Juan Macías

Intervención en la Mesa Redonda Internacional, en honor de San Juan Macías,
celebrada en el Instituto Latino-Americano de Roma, el 16-IX-1975

F. Vincent de Couesnongle, O.P.

Juan Macías es español, nacido en la España del siglo XVI, que comenzaba a construirse un inmenso imperio más allá de los mares, en un mundo nuevo.

Se embarca rumbo a América en 1610; tiene 25 años. Después de algunos años ingresa en los dominicos de Lima, como Hermano Cooperador; y en el puesto de portero conventual vive todo el resto de su existencia.

Una vida sencilla, oscura. Pero, en realidad, una vida iluminada por un espíritu religioso ejemplar y, sobre todo, de testimonio para todos los que le conocen y se le acercan; una vida transfigurada por la gran caridad que siente hacia todos y despliega especialmente con los más pobres.

  1. El mensaje social de una vida consagrada a los pobres

Juan Macías no predicó ni escribió. Este humilde hermano, ahora glorificado ante toda la Iglesia, se hubiera quedado sobrecogido si entonces se le hubiera dicho que su vida sencilla ofrecería al mundo un mensaje, y, más aún, un mensaje social.

Mas esto es precisamente lo que hace que esta vida humilde sirva hoy de testimonio para todos y constituya tal mensaje. ¿No es esto, además, lo propio de los santos proclamados como tales por la Iglesia? La solemne glorificación da a estos elegidos y a sus obras, una notoriedad y una resonancia a nivel mundial, pues sobrepasando el medio en que vivieron y fueron conocidos en vida, llegan a ser un bien para toda la comunidad cristiana, y hasta un ejemplo para toda la humanidad, abierta a la búsqueda de verdaderos valores.

Juan Macías se embarca muy joven para el nuevo mundo. Es un emigrante. En los navíos que atravesaban el océano se encontraba de todo: soldados que iban como conquistadores, impulsados por la pasión de la gloria y del oro; misioneros anhelantes de evangelizar pueblos desconocidos; comerciantes y buscadores de aventuras; también pobres gentes con la esperanza de dar con mejor suerte para su vida. A estos últimos es a los que solamente se les reconoce hoy por verdaderos emigrantes. Y Juan Macías partió como uno más de ellos.

Y así conoció el desprendimiento, el desarraigo doloroso del medio natural en el que había vivido, y de la tranquilidad del marco de costumbres en el que había crecido. Ha experimentado el salto a lo desconocido, la mezcla agridulce, permanente, de esperanzas y temores, y las dificultades inevitables del trasplante violento y de la adaptación al nuevo medio social.

El fue uno de los millones de hombres que, desde hace varios siglos, son zarandeados de un país a otro, no por placer o por gusto de la aventura, sino movidos por la necesidad.

Con toda seguridad, Juan Macías no pensó nunca hacer problema de su caso personal. Así mismo, tendría, sin duda, una conciencia bastante confusa acerca de la amplitud del fenómeno social que él estaba dispuesto a vivir. Simplemente se enfrentaba a su destino, destino que asumió como un santo. Esta vida de santidad y de amor a los pobres la habría podido llevar en cualquier lugar y tiempo. Pero, de hecho, fue en este pequeño mundo de los desarraigados y entre los más pobres, donde se santificó. Y esto es lo que nos interpela ahora.

¿Tenemos hoy conciencia del problema de la emigración? Hoy, es decir, después de varios siglos del tráfico de esclavos en los barcos negreros, de la explotación de la mano de obra extranjera en los campos de algodón o en las minas de carbón; después de siglos de trasplante y deportación de multitudes… Ha sido menester mucho tiempo y muchos sufrimientos para adquirir esta conciencia del problema.

Pero precisamente porque nuestro siglo ha llegado a tomar conciencia sobre este tema, no podríamos ser perdonados – y la historia tendría el derecho de juzgarnos con extrema severidad – si nosotros no buscásemos soluciones humanas y respetuosas con la dignidad del hombre.

En una canonización solemnemente proclamada por la Iglesia no podemos contentarnos con ver solamente el reconocimiento de los méritos y de la santidad de un siervo de Dios. Encierra juntamente una lección, una llamada y un aviso para nuestro tiempo. Y así el hecho de que hoy, en Juan Macías, sea canonizado un emigrante, debe atraer la atención de todos los cristianos sobre la gravedad y urgencia de este problema social. Y esto es lo que justamente puede llamarse un mensaje.

Juan Macías ha escalado la santidad porque supo vivir entregado al amor de los pobres (En la alocución pronunciada durante el Angelus, el domingo 28 de septiembre, día de la canonización, Pablo VI presentó al nuevo santo como ejemplo de pobreza para nuestro tiempo. «La pobreza evangélica», La Documentation Catholique, n. 1684, 19 octubre 1975, p. 859.). Y es seguramente porque él mismo, pobre, desarraigado de su terruño, marginado, comprende admirablemente a los pobres, a los desarraigados, a los marginados, pues ha experimentado en su propia persona lo que más les falta y lo que siempre les faltará, a saber, no verse amados ni comprendidos ni acogidos ni aceptados como los demás.

El milagro tenido en cuenta para su canonización (la multiplicación del arroz para una comunidad pobre), va en esa misma línea. Y este mensaje de amor fraternal es el que nosotros debemos comprender y traducirlo para nuestro hoy, respetando los verdaderos datos del problema tal como se presenta en la actualidad.

Desde la época de Juan Macías el mundo ha evolucionado mucho. No solamente las situaciones históricas han sido profundamente modificadas, sino que, gracias a una lectura más luminosa del Evangelio – y, es bueno reconocerlo, también bajo la presión de los acontecimientos -, el pueblo cristiano se ha abierto a más amplias exigencias de la caridad.

Se ha comprendido mejor que la caridad no puede reducirse a simples gestos individuales de gentileza, de cuidado, ni siquiera a heroicos sacrificios individuales al servicio de los demás. Se impone la convicción de que debe animar, invadir y transformar todos los sectores de la vida de los hombres y de la organización misma de la sociedad humana.

La caridad no es un lujo gratuito que pueden permitirse quienes tienen tiempo libre, dinero y buenas disposiciones personales. La caridad fraterna no es simplemente un suplemento benévolo que remedie las deficiencias de un orden social que aplasta a los pobres. Ciertamente estos suplementos serán siempre necesarios, pero la primera exigencia de la caridad es la justicia para todos. He aquí la afirmación de un famoso sociólogo de Francia: «Es preciso que la caridad de hoy, sea la justicia de mañana». Amor a los hermanos es, ante todo, el deseo de que aquellos sean admitidos en nuestro mundo, en nuestra sociedad, como auténticos miembros, con plena participación; es querer que, por medios eficaces y concretos, ellos se sientan reconocidos, acogidos y aceptados dentro del respeto a la dignidad humana.

La verdadera caridad nos empuja hoy a trabajar, en la medida de nuestras posibilidades y responsabilidades – ¿no son mayores y más graves de lo que habitualmente pensamos? -, en la construcción de una sociedad más justa, más humana, más fraternal.

Añadamos, sin embargo, que un mundo perfectamente justo, con leyes perfectas, y donde los derechos de todos y de cada uno estuvieran asegurados, podría ser aún un mundo frío, sin alma, sin esperanza, sin amor. La justicia sola puede ser inhumana, ya que ninguna ley social puede por sí misma engendrar el amor. Un discípulo del Evangelio debe ser particularmente sensible en este aspecto. Los cristianos están llamados a construir un mundo justo, en el que las relaciones entre los hombres, los pueblos, las diversas comunidades sean en verdad relaciones de amor. Este es el mensaje del Evangelio. Es el mensaje de Fray Juan.

Es, en realidad, mucho más que un simple mensaje a secas, no queda reducido a un mero testamento o a una lección póstuma. Es el impacto de una mirada nueva sobre el mundo; es un impulso elevado del corazón, un fermento; es una fuente de vida estallante.

Estandarte beatificación San Juan Macías (1837)

  1. Lecciones de una canonización para el hoy de la Orden de Predicadores

Si para todos los cristianos del momento presente es una lección, ha de serlo, en primer lugar, para nosotros, los hermanos dominicos.

Nuestro hermano, Juan Macías, por su canonización, figura entre las glorias de la Orden de Predicadores, con Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres, sus conciudadanos, glorias inmortales del Perú de siempre. ¿Cómo pueden los dominicos dejar de sentirse unidos por lazos particulares al pueblo peruano y a todos los pueblos de la América Latina? En consecuencia, es lógico que la Orden de Predicadores, extendida por todo el mundo, se vea comprometida a colocar el mayor contingente de sus frailes en este continente.

Para ser fieles al carisma transmitido por el fundador, a quien la Iglesia ha saludado con el calificativo de vir apostolicus -hombre apostólico-, a ejemplo de San Juan Macías, los dominicos, vinculados al servicio de América Latina, deben tener dos grandes inquietudes.

  1. La primera, el ser verdadero testimonio de un evangelio auténtico. Por evangelio auténtico entendemos un evangelio verdadero y total: un evangelio que abarca a todo hombre y que no se contenta con destacar algunos aspectos inofensivos, sino que comprende y reconoce las más diversas exigencias, al mismo tiempo que el gran soplo de esperanza que suscita en todos los hombres y especialmente en los más abandonados.

Por testigos auténticos tomamos a los hombres que son ellos mismos los primeros en vivir lo que predican; hombres que, en su vida personal y en su comunidad, son trasparentes al dinamismo del Evangelio; hombres que se encarnan en el pueblo de los pobres, compartiendo sus angustias e irradiando esperanza; hombres, en fin, que cultivan la misericordia espontánea que abre el corazón conmovido hacia todos los pobres, pero que, a su vez, a imitación de Juan Macías como de Domingo, alcanza toda su profundidad y apertura al pie del crucifijo.

  1. La segunda inquietud, y uno de los principales objetivos, en cuanto dominicos, debe ser el enraizamiento de la Iglesia en lo profundo del alma popular, en la cultura e idiosincrasia del pueblo latino-americano.

Yo no puedo hacer otra cosa mejor aquí que traer hasta vosotros algunas de las orientaciones recientemente acordadas en Quito, a lo largo de una reunión de todos los Provinciales y Vice-provinciales dominicos del continente.

1) Los dominicos que llegan del exterior para trabajar en la evangelización, no deben pretender imponer su propia cultura, sino, al contrario, asimilar ellos, del mejor modo posible, la cultura del pueblo al que han sido enviados. Esto reclama una selección previa y una preparación; y, por otra parte, que ellos mismos velen por una adaptación permanente al ritmo de su apostolado.

2) Los religiosos latino-americanos, por su lado, deben comprender que ellos tienen necesidad de una mejor inserción en su propio ambiente a fin de poder aportar una predicación de la fe que responda adecuadamente a las urgencias del pueblo.

3) Los dominicos están invitados, por esta misma asamblea, a optar preferentemente por los pobres; y se recomienda a todos no mirar con desconfianza a los que quieren consagrarse al servicio de los más pobres.

4) Finalmente, el programa de estudios -y se sabe que en la Orden de Santo Domingo el estudio asiduo es una de las obligaciones más graves- ha de ser pensado y programado en función de las necesidades específicas del continente. A modo de ejemplo, se recomienda examinar, comprender e interpretar la «religiosidad popular», ya que es un elemento importante de la cultura latino-americana, pues encierra valores de una fe auténtica, aunque reclame una mayor purificación, interiorización, madurez y compromiso (Esta preocupación está presente en los trabajos del IV Sínodo de los Obispos, celebrado en Roma, del 20 de septiembre al 28 de octubre de 1974, y fue repetido por Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, diciembre de 1975.). Ella es un punto de partida fecundo para una nueva evangelización.

He aquí algunas de las reflexiones que inspira esta canonización. La glorificación de uno de nuestros hermanos del Perú nos colma de gratitud hacia el pasado, nos llena de alegría y lleva a nuestro corazón un nuevo dinamismo y una gran esperanza frente al futuro.

Pero, por encima de las razones de orden social que explican esta canonización y le dan un alcance particularmente actual, hemos de apuntar el motivo fundamental de dicha glorificación, que no puede ser más que teologal. Para el cristiano la visión última de la justicia y de la caridad sobrepasa los horizontes humanos, pues Dios es el Alfa y Omega de toda la economía de la creación y de la salvación. El mensaje de Juan Macías no es, pues, solamente social, sino ante todo teologal. Al poner de relieve ante nuestra mirada las obras buenas -«opera bona»realizadas por los santos, la Iglesia presenta con una luz más viva un aspecto del nombre y del rostro de Dios; ella invita al mundo cristiano a «glorificar a nuestro Padre que está en los cielos» (Mt. 5, 16).

San Juan Macías: Un millón de almas salvadas

estampa de San Juan Macías

No se limitaba la caridad de Fray Juan Macías a socorrer a sus hermanos, sino que se extendía de modo especial a las almas del purgatorio.

Un millón de almas salvadas

Fue la maravillosa conquista que hizo San Juan Macías, O.P. con el rezo del Santo Rosario. Desde sus más tiernos años consagró su vida al amor y al servicio de María. Se propuso rezar todos los días el rosario entero, dedicando una de sus partes por las almas del Purgatorio.

Cuando más tarde, entra en la Orden de Predicadores, no deja de rezar el Santo Rosario. Lo rezaba y meditaba con tal frecuencia y piedad, que supera toda ponderación.

Punto menos que imposible nos resultaría querer calcular  los frutos que para sí y para los demás, en especial las almas del Purgatorio, cosechó su perseverante piedad en la práctica de la devoción preferida por la Madre de Dios.

Acostumbraba pasar las noches orando ante el altar del Santísimo Sacramento y el de la Madre del Rosario.

Una de estas noches se le aparecieron, según cuenta él, una multitud de almas del Purgatorio, haciéndole presente la gran necesidad que ellas tenían de sus oraciones.

El Beato se comprometió a socorrerlas con el rezo del Santo Rosario; y fue tan grande el fruto, que, al narrar su vida por mandato de sus superiores, declaró que habría librado del Purgatorio, un millón cuatrocientas mil almas.

R. Fr. Lucas, O.P.

Convento PP. Dominicos – Granada

San Juan Macías

San Juan Macías, querido hijo de Santo Domingo y el bastión del Santo Rosario. Sacrificando tu vida para el alivio de las almas que sufren en el Purgatorio. Las tradiciones dicen que trucaste para millones de almas a través de tus oraciones y buenas obras. San Juan, ofrece tus oraciones ahora con Nuestra Madre Santísima a Nuestro Señor Jesucristo para que se apiade de las Benditas Almas. Amén.

Rezar 3 Avemarías

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Festividad de San Juan Macías, el gran amigo de Fray Martín

San Juan Macías, el emigrante que no volvió

San Juan Macias (blanca_chavarri_1966)

Una de las páginas más entrañables de la vida de Juan Macías es la de su burrito, que con sus vacías alforjas limosneras volvían repletas al convento para los más necesitados. Aquel burrito fue la «personalización» de los milagros de Fray Juan. Cuadro de Blanca Chávarri (1966)

«San Juan Macías, el emigrante que no volvió», así reza, de manera acertada, el título de una obra sencilla y preciosa del querido Padre José Luis Gago (q.e.p.d). Y no volvió porque se ha quedado con nosotros para siempre. San Juan Macías, desde jovencito consagrado enteramente al servicio de la Santísima Virgen, fue un gran evangelizador del nuevo mundo, humilde y ensoñecido, penitente y caritativo. Fue verdadero amigo de los pobres, como lo fueron muchos de sus hermanos de orden entre ellos, su fiel confidente y amigo del alma, nuestro Fray Martín de Porres. El uno y el otro se dedicaron a amar a Dios en sus prójimos, a los que se entregan generosamente en gestos y detalles de cariñosa correspondencia. Precisamente, los restos de ambos descansan juntos en el Convento de Santo Domingo de Lima, además de los de Santa Rosa de Lima.

san juan macías

Los pobres buscan ayudan en Fray Juan Macías. Uno de los signos era su incondicional y bondadosa disponibilidad y humilde servicio a los hermanos. Un hombre que fue puro amor: a los pobres, a María, a Jesús Eucaristía, a los Santos, a las Almas del Purgatorio…

Por eso libros como el suyo despiertan la nostalgia, no de un mundo pasado, sino de un mundo íntimo mejor y posible no sólo hacia atrás, claro es, sino también actual y hacia adelante. No se puede leer la vida de un santo sin caer en la cuenta de que es una vida tremendamente sencilla y hacedera, una vida posible para todos, pero, al menos, para quien siente echar en falta la intentona. Los hombres actuales se ruborizarían si alguien les demostrase su secreta y acaso fallida esperanza de ser santos. Y, sin embargo, ser santo es posible, aun sin altar. Incluso es probablemente más fácil de los que nos permite pensar la vida de algunos santos.

Del Prólogo de «El emigrante que no volvió».  José María Sánchez-Silva

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Glorioso Juan Masías, que supiste grabar en el fondo de tu corazón ese divino precepto de la caridad, que por su importancia se inculca tanto en la antigua ley, y que la renueva y perfecciona Jesucristo en su Evangelio, declarándonos que es el primero y más grande de todos los mandamientos, y prometiendo la vida eterna al que lo cumpliese; tan fielmente le escuchas, como pronto supiste guardarlo y cumplirlo en todo el curso de tu vida.

A tu ayuda acude mi suma debilidad y flaqueza, para que poniendo esta fundamental piedra al edificio de mi verdadera conversión, comience desde hoy a ejercitarlo y practicarlo, a fin de que consiga ser discípulo de Jesucristo, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. Se reza el Padrenuestro, el Avemaría y Gloria.

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«San Juan Macías», por el Padre Angel Peña, O.A.R (libro en pdf)

Los Santos de Perú

santos peruanos

Pintura de Georcio Sánchez Hernández (foto por Tacho Juárez H.)

En Lima, entonces capital del virreinato, floreció una constelación de santos reunidos en este cuadro: Santo Toribio de Mogorvejo, Fray Martín de Porres, Santa Rosa de Lima, San Juan Macías y San Francisco Solano. Estas figuras vivas de santidad constituyeron un papel importante en la sociedad limeña de aquella época, pues eran una fuente viva del mensaje de Cristo y de su evangelio y la encarnación de la gracia divina en la tierra:

Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima, que siendo laico, de origen español y licenciado en leyes, fue elegido para esta sede y se dirigió a América donde, inflamado en celo apostólico, visitó a pie varias veces la extensa diócesis, proveyó a la grey a él encomendada, fustigó en sínodos los abusos y los escándalos en el clero, defendió con valentía la Iglesia, catequizó y convirtió a los pueblos nativos, hasta que finalmente en Zaña, del Perú, descansó en el Señor. Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo 30: «En tus manos encomiendo mi espíritu». Santo Toribio tuvo el gusto de administrarle el sacramento de la confirmación a tres santos: Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres y San Francisco Solano. El Papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726.

San Francisco Solano, gran apóstol de América del Sur y especialmente de Perú, en cuya capital, Lima, está enterrado, San Francisco Solano nos trae el ejemplo de tantos misioneros franciscanos y de otras congregaciones, que entregaron su vida por entero a la evangelización del Nuevo Mundo. Pronto se ganó el corazón de los indios por su mansedumbre y el conocimiento que adquirió del idioma nativo. Su vida penitente, sus trabajos y privaciones le fueron restando fuerzas y por ello se le traslada a la enfermería del convento de San Francisco de Lima, donde tras breve enfermedad, muere el 14 de julio de 1610. Su entierro fue apoteósico, asistiendo toda la ciudad, desde el virrey y el arzobispo hasta los más humildes, todos con la misma idea de haber asistido al entierro de un santo. Fue canonizado en 1726 por Benedicto XIII y es llamado «el Taumaturgo del Nuevo Mundo», por la cantidad de prodigios y milagros que se le atribuyen.

San Juan Macías. Juan de Arcas Sánchez, San Juan Macías, O.P., el gran amigo y confidente de San Martín de Porres. Amigos íntimos en vida habría que destacar la coetaneidad de ambos santos: San Martín en el convento del Rosario, San Juan en el de la Magdalena. Martín debió de ver en Juan, al hombre que sólo Juan era; al hombre ensoñecido y ensimismado, al pastor de ovejas y luceros, al “raro”. Los dos cooperaban en socorrer a pobres y enfermos, y se ejercitaban intensamente en la caridad para con sus hermanos. También en ocasiones gustaban de orar juntos, y especialmente en el caso de Juan, buscando la salvación de las almas del purgatorio. San Juan Macías murió en Lima el 16 de septiembre de 1645. Fue beatificado por Gregorio XVI en 1813 y canonizado por Pablo VI el 28 de septiembre de 1975. Sus restos están junto a los de su gran amigo San Martín de Porres y a los de Santa Rosa de Lima, en el altar de los santos peruanos en Lima, en la Basílica del Rosario.

santo toribio, santa rosa y san martín

Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres (Foto José Antonio Benito)

Santa Rosa de Lima. Isabel Flores de Oliva era el nombre original de Santa Rosa de Lima, terciaria dominica y primera mujer canonizada en América (Clemente X, 2 abril de 1671). El gran día del nacimiento de la Santa, nos recuerda a Belén por la humilde gruta en que vino a este mundo el Hijo de Dios; porque nació la primera flor de santidad del Nuevo Mundo, en la pobreza y en el ambiente sano que hasta hoy se respira en el oratorio de la Santa. Desde niña Rosa dio muestras de gran espiritualidad propiciada por la oración. Consagrada a Jesucristo y devota de Santa Catalina de Siena, con grandes dotes de penitencia, conoció el sufrimiento de los estigmas y la clarividencia de las apariciones en sus místicas conversaciones con la Virgen. Su fiesta religiosa se celebra el 23 de agosto, aunque anteriormente se celebraba el 30 de agosto que es precisamente la fecha que se mantiene en América Latina. La figura de Rosa de Santa María en el corazón del pueblo peruano representa un símbolo de integración nacional, pues en ella convergen todas las clases sociales. Aunque no está probado de manera fehaciente sí es muy probable que Santa Rosa y San Martín de Porres tuvieran alguna amistad y algún tipo de colaboración en actos de caridad. Santa Rosa de Lima, mujer sencilla y humilde, cuyo testimonio constituye un ejemplo para vivir la santidad en la vida ordinaria en los tiempos actuales.

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santos de lima

Advocaciones y santos peruanos

Festividad de San Juan Macías, el gran amigo de Fray Martín

San Martín de Porres y San Juan Macías

Pintura anónima del S. XVII que representa a San Juan Macías y a San Martín de Porres

Juan de Arcas Sánchez, San Juan Macías, O.P., el gran amigo y confidente de San Martín de Porres. Amigos íntimos en vida habría que destacar la coetaneidad de ambos santos: San Martín en el convento del Rosario, San Juan en el de la Magdalena. Martín debió de ver en Juan, al hombre que sólo Juan era; al hombre ensoñecido y ensimismado, al pastor de ovejas y luceros, al «raro». Los dos cooperaban en socorrer a pobres y enfermos, y se ejercitaban intensamente en la caridad para con sus hermanos. También en ocasiones gustaban de orar juntos, y especialmente en el caso de Juan, buscando la salvación de las almas del purgatorio. Juan deslumbró a todos con su derroche de amor, caridad, paz y dones taumatúrgicos hacia los demás. Efectuada su profesión religiosa, se sintió plenamente poseído de Dios, y se mostró último en humildad, limpísimo en castidad, obediente sin límites, devotísimo de la Eucaristía y de la Pasión de Cristo. Sus restos descansan junto a los de su gran amigo San Martín de Porres y a los de Santa Rosa de Lima, en el altar de los santos peruanos en Lima, concretamente en la Basílica del Rosario. Beatificado por Gregorio XVi en 1837, el 28 de Septiembre de 1975 fue canonizado por Pablo VI. La iglesia Católica celebra su festividad el 16 de Septiembre (la orden dominica conmemora su fiesta el 18 de Septiembre)

Estandarte de la beatificación de San Juan Macias (1837)

Semblanza espiritual de Fray Juan Macías, O.P.

Desde niño era muy modesto y amigo de las cosas religiosas, frecuentaba las iglesias y oía con gran atención los sermones, que a su manera contaba a otros niños. Atendiendo la portería con humildad, San Juan Macías procuró ocultar siempre la estimación que de su santidad hacían todos, dentro y fuera del convento, lo mismo los grandes señores que los pobres a quienes en la portería daba sustento. Teníase por indigno de tratar con los demás religiosos, estimando no solamente a los sacerdotes, sino también a los novicios y conversos como si cada uno fuera su superior. Las reprensiones las llevaba con mucha paz sintiéndose mortificado cuando era alabado.

Su obediencia era tan pronta que, sin formar juicio de lo que le mandaban, inmediatamente lo cumplía. Bastaba con que el superior le hiciese la más mínima señal o indicación para dejar hasta los mismos ejercicios espirituales y hacer lo que le mandaban.

Su caridad con los pobres fue grande en socorrerlos y consolarlos, para lo cual se daban ayuda los nobles de la ciudad y de otras partes. En cada pobre veía a Jesucristo. Socorría a todos, en su portería o enviando un criado a las familias necesitadas. Esta caridad que con los pobres ejercitaba, dándoles limosna, la ejercitaba también con los ricos aconsejándoles y consolándolos.

Parroquia San Juan Macías - Cáceres 1

Parroquia de San Juan Macías (Cáceres – España)

Oración

Bendito, alabado y glorificado seas por siempre, Oh Dios Todopoderoso y Padre amorosísimo de todas las almas, y muy en particular de las que gimen, abandonadas, en este valle de lágrimas y miserias, como lo demostrásteis con vuestro siervo y abogado mío, el Santo Juan Macías, dándole por visible guía al discípulo amado San Juan Evangelista. Yo os suplico me concedáis el favor que os pido por esta oración, si es para vuestra mayor gloria y bien de mi alma. Amén