San Juan Macías, el emigrante que no volvió

San Juan Macias (blanca_chavarri_1966)

Una de las páginas más entrañables de la vida de Juan Macías es la de su burrito, que con sus vacías alforjas limosneras volvían repletas al convento para los más necesitados. Aquel burrito fue la «personalización» de los milagros de Fray Juan. Cuadro de Blanca Chávarri (1966)

«San Juan Macías, el emigrante que no volvió», así reza, de manera acertada, el título de una obra sencilla y preciosa del querido Padre José Luis Gago (q.e.p.d). Y no volvió porque se ha quedado con nosotros para siempre. San Juan Macías, desde jovencito consagrado enteramente al servicio de la Santísima Virgen, fue un gran evangelizador del nuevo mundo, humilde y ensoñecido, penitente y caritativo. Fue verdadero amigo de los pobres, como lo fueron muchos de sus hermanos de orden entre ellos, su fiel confidente y amigo del alma, nuestro Fray Martín de Porres. El uno y el otro se dedicaron a amar a Dios en sus prójimos, a los que se entregan generosamente en gestos y detalles de cariñosa correspondencia. Precisamente, los restos de ambos descansan juntos en el Convento de Santo Domingo de Lima, además de los de Santa Rosa de Lima.

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Los pobres buscan ayudan en Fray Juan Macías. Uno de los signos era su incondicional y bondadosa disponibilidad y humilde servicio a los hermanos. Un hombre que fue puro amor: a los pobres, a María, a Jesús Eucaristía, a los Santos, a las Almas del Purgatorio…

Por eso libros como el suyo despiertan la nostalgia, no de un mundo pasado, sino de un mundo íntimo mejor y posible no sólo hacia atrás, claro es, sino también actual y hacia adelante. No se puede leer la vida de un santo sin caer en la cuenta de que es una vida tremendamente sencilla y hacedera, una vida posible para todos, pero, al menos, para quien siente echar en falta la intentona. Los hombres actuales se ruborizarían si alguien les demostrase su secreta y acaso fallida esperanza de ser santos. Y, sin embargo, ser santo es posible, aun sin altar. Incluso es probablemente más fácil de los que nos permite pensar la vida de algunos santos.

Del Prólogo de «El emigrante que no volvió».  José María Sánchez-Silva

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Glorioso Juan Masías, que supiste grabar en el fondo de tu corazón ese divino precepto de la caridad, que por su importancia se inculca tanto en la antigua ley, y que la renueva y perfecciona Jesucristo en su Evangelio, declarándonos que es el primero y más grande de todos los mandamientos, y prometiendo la vida eterna al que lo cumpliese; tan fielmente le escuchas, como pronto supiste guardarlo y cumplirlo en todo el curso de tu vida.

A tu ayuda acude mi suma debilidad y flaqueza, para que poniendo esta fundamental piedra al edificio de mi verdadera conversión, comience desde hoy a ejercitarlo y practicarlo, a fin de que consiga ser discípulo de Jesucristo, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. Se reza el Padrenuestro, el Avemaría y Gloria.

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«San Juan Macías», por el Padre Angel Peña, O.A.R (libro en pdf)

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