Sentir como Dios

Sentir como Dios

Sentimientos de un hombre pobre,
que quisiera sentir mejor,
pero como no puede llegar lejos,
siente con lo que Dios le dio.
Sentir por sentir no quiere,
él siente lo bueno,
lo siente en el corazón.
Ansía y lleva por dentro,
encontrar un mundo mejor,
donde los hombres sientan
como lo quiere Dios.
¡Qué pena es sentir que quiere!
y no poder manifestarlo,
por temor a los demás;
los demás no comprenden
que se ame sin pensar en más.
Es como una presa colmada
a punto de reventar.
¡Pobre río impetuoso!
¡Quieres endulzar el mar!
Él es muy fuerte, rebelde,
rebelde como el que más.
Sentir por sentir no quiere,
él siente lo bueno,
lo siente en el corazón.

Fermín Gil Rodríguez

La Fe (soneto)

La Fe

Yo soy amor, y del amor camino;
soy blanca nave del sagrado puerto;
por mí, postrado en el peñón desierto,
canta el escena su triunfal destino.

Soy consuelo del triste peregrino
que cruza el mundo de pesares yerto,
soy árbol santo del eterno huerto,
rosa bendita del rosal divino.

Sin mí, la pena se desgarra y llora;
sin mí, el dolor sus amarguras vierte;
sin mí, el sepulcro con furor devora.

Aspirando mi luz, el alma es fuerte;
la pena se hace amor, la noche aurora,
la tumba claridad, faro la muerte.

                                                                       Bernardo López García

Jesús sobre las olas (poema)

Jesús sobre las olas

La mar en la solemne noche abierta
sin horizontes ni riberas. Todo
sumergido en la sombra, sumergido
en una inmensidad de viento y agua.
Ni una luz, ni una estrella.

¡Oh, alma mía
perpetuamente en pie sobre la costa!
La última luz, crepuscular y tenue,
también ha naufragado en el Océano
allá lejos.

Y sólo está la mar
que llega a ti, desordenada y brusca,
pulverizada sobre la rompiente
—las olas invisibles, que se oyen
deshacerse en espuma, en la rompiente—.
La mar es un rumor de abismo: un hondo
fragor lejano y próximo. La noche
sólo sugiere mar: las costas todas,
las tierras todas se han hundido. Surge
el grave canto de la mar, que se alza
a la profunda noche impenetrable…
Augusta hora del milagro, tiembla
mi corazón en el supremo instante.
¡Es ahora, Jesús, cuando te veo
otra vez avanzar sobre las ondas!
Así, Jesús. Sin luces terrenales,
ni astros que tiemblen en el infinito,
ni costas que limiten el milagro,
ni naves que interrumpan la llanura
de la mar de cristal bajo tus plantas,
sino así: sólo tú, Jesús en esta
inmensidad de sombra soberana;
en esta inmensidad de agua y de olas
y de los libres vientos de la mar…
Mi corazón te advierte, y va a tu encuentro
en la gran noche impenetrable. Avanza
lleno de fe sobre las ondas. Lleno
de fe sobre las ondas de la mar…

             Luis Benítez Inglott

Imagen ilustrativa: «Cristo caminando sobre las aguas», Óleo de Julius Sergius Von Klever.

Las florecillas del Hermano Rafael (a San Rafael Arnáiz)

Las florecillas del Hermano Rafael

Tú, que dijiste: Sólo Dios basta…
llevaba un designio de la Providencia
y de aquella voluntad tu presencia:
Hermano Rafael, tú también nos haces falta.

Te acogiste a la Orden cisterciense
donde la vida monástica,
primor de paz y mística,
late bajo el hábito trapense.

Y en la humilde celda, tu impronta presente;
suena la cristalina verdad
que mejor brota en soledad
y el Sagrario como hermosa fuente.

Fuiste, en el saber y la generosidad,
tocado por la gracia del Espíritu,
donde el logro es dicha si con el ímpetu
aflora –gozosa– la santidad.

Acariciaba una brisa, alejando mi temor;
era tu ejemplo, herencia viva,
que daba el aliento que cautiva,
pues de la congoja me rescató tu amor.

Tus pensamientos en Jesús y María
son susurros a la conciencia, fermento
que eleva las plegarias al firmamento
y enaltece con júbilo el Avemaría.

El ser bueno es camino de empeño;
de Burgos a Dueñas trayecto de vocación
en cuya distancia no hubo para ti dilación:
era el Señor quien cumplía tu sueño.

Aceptaste la enfermedad con entereza;
ese horizonte que oteabas vislumbra
que lo aquí sufrido en el cielo deslumbra:
habías convertido el dolor en pureza.

Y en el rigor del ascesis
tu rostro de la perenne sonrisa:
en los maitines fresca brisa
y en la Comunión puro éxtasis.

Sin apegos te despojaste de lo material
porque tu corazón buscaba, fiel peregrino,
el Todo que es Dios Uno y Trino
y María, nuestra Madre celestial.

Eres para la juventud ejemplo perfecto;
lejos del artificio en tu pecho va la cruz,
pilar en las dificultades y divina luz:
ayúdanos a marchar por el camino recto.

Alma de nobles anhelos, alma inmensa,
junto al Verbo tu silencio: la meditación.
Y en el santo abandono llegó tu perfección,
concedida la cogulla es justa recompensa…

Vino la Pascua y el culmen a mejor vida,
sería tu ofrenda ir al cielo lleno de Dios…
¡qué pronto al mundo dijiste adiós,
mas tu memoria ya no se olvida!

Florecillas son tus cuentas de oración,
dulce corona de espinas
que tú también culminas:
en tu Rosario llegó la exhalación.

  José J. Santana, La Orotava.

Homenaje por el décimo aniversario de la canonización de San Rafael Arnáiz Barón, Hermano Rafael, por SS. Benedicto XVI (Basílica de San Pedro, 11 de octubre de 2009).

El Hermano Rafael, un santo cercano en el tiempo y en el corazón

Hoy se cumplen diez años de la canonización del Hermano Rafael Arnáiz Barón.

«…El Hermano Rafael, aún cercano a nosotros, nos sigue ofreciendo con su ejemplo y sus obras un recorrido atractivo, especialmente para los jóvenes que no se conforman con poco, sino que aspiran a la plena verdad, a la más indecible alegría, que se alcanzan por el amor de Dios. «Vida de amor… He aquí la única razón de vivir», dice el nuevo santo. E insiste: ‘Del amor de Dios sale todo’. Que el Señor escuche benigno una de las últimas plegarias de San Rafael Arnaiz, cuando le entregaba toda su vida, suplicando: «Tómame a mí y date Tú al mundo». Que se dé para reanimar la vida interior de los cristianos de hoy. Que se dé para que sus hermanos de la Trapa y los centros monásticos sigan siendo ese faro que hace descubrir el íntimo anhelo de Dios que Él ha puesto en cada corazón humano…»

En la homilía de Benedicto XVI, el día de su canonización.
* * *

* El Hermano Rafael, un santo cercano en el tiempo y en el corazón

El Hermano Rafael es un santo cercano en el tiempo y en el corazón. Murió joven a los veintisiete años en 1938. Su tiempo es todavía el nuestro. No es necesario tender puentes históricos demasiado largos para encontrarnos con su mundo.

Le entendemos enseguida cuando nos habla del “progreso”, como extendido valor supremo; y del “ruido” que hacen las fábricas; y de las carreteras transitadas a toda velocidad por automovilistas que no saben muy bien a dónde van; de un mundo en definitiva, que vive olvidado de su sentido y de su meta: de espaldas a Dios. Y le entendemos también cuando confiesa que, a veces, le asalta la duda y se pregunta: “¿tendrán ellos razón? ¿Será mejor seguir la corriente?”.

Sin embargo, es imposible leer los cuadernos y las cartas de Rafael y no sentirse arrastrado hacia lo hondo del alma, hacia aquel lugar donde no podemos evitar el encuentro con Dios. Porque la suya es una prosa del corazón. No escribió para ser leído por el público, pero sus escritos se agotan año tras año, porque destilan y comunican vida, vida divina. Y el hombre de hoy, está también sediento de Dios.

Los escritos del Hermano Rafael cayeron en mis manos cuando yo tenía catorce años allá por el año 1966. Los leí con fruición. Luego, aparentemente los olvidé, pero retornaron a la memoria y a la mesa cuando fue necesario volver al fondo del alma. No sé bien cuál será la causa de esa persistencia.

Por razón de mi profesión religiosa; como jesuita, y académica como profesor de teología, he tenido la ocasión y la obligación de hacer muchas y diversas lecturas, tanto espirituales como teológicas. Pero leer a Rafael ha sido para mí insustituible a la hora del encuentro personal con Dios. ¿Por qué?

Es posible que la razón del influjo benéfico de Rafael en mí se hallé en que él es un excelente traductor de la mejor mística española del siglo veinte. Leer a Rafael es como leer a san Ignacio de Loyola, a san Juan de la Cruz o a santa Teresa de Ávila en la prosa y en los sentimientos de un joven de nuestro tiempo, matizados por su hoy; cristalinos, nada complicados y hasta poéticos. Con la naturalidad misma del correo que nos llega de un amigo. Rafael nos transmite la incomparable ciencia de aquella esperanza que se cifra en Jesucristo crucificado y resucitado.

Recuerdo perfectamente aquel no lejano 27 de septiembre de 1992, cuando Juan Pablo II lo proclamó beato. Seguí la ceremonia por televisión. Su recién anunciada canonización para el próximo 11 de octubre me llena de asombro y alegría. Los hechos se han sucedido veloces.

Hace sólo seis años, en 2003, empezamos a contactar con las personas y a buscar la documentación necesaria para el estudio del segundo milagro realizado por su intercesión. Me pidieron ayuda los monjes de San Isidro de Dueñas, monasterio donde vivió el hermano Rafael y donde hoy se venera su sepulcro.

Me entrevisté con una joven madre madrileña, Begoña León, que había sido curada inexplicablemente, en enero de 2001, de una rara enfermedad que se presenta en los últimos meses del embarazo. En junio de 2004 habíamos conseguido que el hospital madrileño nos facilitara el diario de la UVI donde había sido atendida Begoña.

El 9 de abril de 2005 se constituyó en San Isidro de Dueñas el tribunal diocesano que, bajo la presidencia del obispo Rafael Palmero concluyó su trabajo en mayo de 2006, trasladando a Roma el expediente. En poco más de 2 años, la Congregación de las Causas de los Santos dio su voto favorable y el Papa ordenó la publicación del decreto de canonización el 6 de diciembre del 2008.

Ha sido un camino asombrosamente corto. “Rafael hace las cosas rápido; se lo he dicho muchas veces a la hermana María Asunción Fernández, una entusiasta amiga del alma del hermano Rafael, a quien debemos, entre otras muchas cosas, la transcripción de los manuscritos del hermano y la preparación de las sucesivas ediciones. La verdad es que no se lo había creído del todo, hasta que ahora la feliz noticia de la canonización nos pilla de sorpresa.

Valgan estas líneas escritas también con rapidez, para felicitar a los monjes cistercienses trapenses por la primera canonización de un hermano suyo en la edad moderna. Una gracia de Dios, que sabrán sin duda acoger y hacer fructificar con nuevas historias de santidad. Necesitamos monasterios poblados de monjes santos, que no dejen de enseñarnos, desde su silencio orante, la ciencia de la verdadera esperanza.

Valga igualmente este escrito a vuela pluma, para felicitar a toda la Iglesia peregrina en España por este nuevo santo: san Rafael Arnáiz Barón; un hijo más de la Santa Madre Iglesia, que como santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz o san Ignacio de Loyola, dará alas al espíritu para volar hacia Dios, a todos aquellos que se acerquen al testimonio que nos ha dejado en sus cartas y escritos.

Mons. Juan Antonio Martínez Camino (con motivo de la canonización del Hermano Rafael el 11 de octubre de 2009)

*Boletín informativo San Rafael Arnáiz Barón, nº 189, Julio-Diciembre 2018.