Hoy se cumplen diez años de la canonización del Hermano Rafael Arnáiz Barón.
«…El Hermano Rafael, aún cercano a nosotros, nos sigue ofreciendo con su ejemplo y sus obras un recorrido atractivo, especialmente para los jóvenes que no se conforman con poco, sino que aspiran a la plena verdad, a la más indecible alegría, que se alcanzan por el amor de Dios. «Vida de amor… He aquí la única razón de vivir», dice el nuevo santo. E insiste: ‘Del amor de Dios sale todo’. Que el Señor escuche benigno una de las últimas plegarias de San Rafael Arnaiz, cuando le entregaba toda su vida, suplicando: «Tómame a mí y date Tú al mundo». Que se dé para reanimar la vida interior de los cristianos de hoy. Que se dé para que sus hermanos de la Trapa y los centros monásticos sigan siendo ese faro que hace descubrir el íntimo anhelo de Dios que Él ha puesto en cada corazón humano…»
En la homilía de Benedicto XVI, el día de su canonización.
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* El Hermano Rafael, un santo cercano en el tiempo y en el corazón
El Hermano Rafael es un santo cercano en el tiempo y en el corazón. Murió joven a los veintisiete años en 1938. Su tiempo es todavía el nuestro. No es necesario tender puentes históricos demasiado largos para encontrarnos con su mundo.
Le entendemos enseguida cuando nos habla del “progreso”, como extendido valor supremo; y del “ruido” que hacen las fábricas; y de las carreteras transitadas a toda velocidad por automovilistas que no saben muy bien a dónde van; de un mundo en definitiva, que vive olvidado de su sentido y de su meta: de espaldas a Dios. Y le entendemos también cuando confiesa que, a veces, le asalta la duda y se pregunta: “¿tendrán ellos razón? ¿Será mejor seguir la corriente?”.
Sin embargo, es imposible leer los cuadernos y las cartas de Rafael y no sentirse arrastrado hacia lo hondo del alma, hacia aquel lugar donde no podemos evitar el encuentro con Dios. Porque la suya es una prosa del corazón. No escribió para ser leído por el público, pero sus escritos se agotan año tras año, porque destilan y comunican vida, vida divina. Y el hombre de hoy, está también sediento de Dios.
Los escritos del Hermano Rafael cayeron en mis manos cuando yo tenía catorce años allá por el año 1966. Los leí con fruición. Luego, aparentemente los olvidé, pero retornaron a la memoria y a la mesa cuando fue necesario volver al fondo del alma. No sé bien cuál será la causa de esa persistencia.
Por razón de mi profesión religiosa; como jesuita, y académica como profesor de teología, he tenido la ocasión y la obligación de hacer muchas y diversas lecturas, tanto espirituales como teológicas. Pero leer a Rafael ha sido para mí insustituible a la hora del encuentro personal con Dios. ¿Por qué?
Es posible que la razón del influjo benéfico de Rafael en mí se hallé en que él es un excelente traductor de la mejor mística española del siglo veinte. Leer a Rafael es como leer a san Ignacio de Loyola, a san Juan de la Cruz o a santa Teresa de Ávila en la prosa y en los sentimientos de un joven de nuestro tiempo, matizados por su hoy; cristalinos, nada complicados y hasta poéticos. Con la naturalidad misma del correo que nos llega de un amigo. Rafael nos transmite la incomparable ciencia de aquella esperanza que se cifra en Jesucristo crucificado y resucitado.
Recuerdo perfectamente aquel no lejano 27 de septiembre de 1992, cuando Juan Pablo II lo proclamó beato. Seguí la ceremonia por televisión. Su recién anunciada canonización para el próximo 11 de octubre me llena de asombro y alegría. Los hechos se han sucedido veloces.
Hace sólo seis años, en 2003, empezamos a contactar con las personas y a buscar la documentación necesaria para el estudio del segundo milagro realizado por su intercesión. Me pidieron ayuda los monjes de San Isidro de Dueñas, monasterio donde vivió el hermano Rafael y donde hoy se venera su sepulcro.
Me entrevisté con una joven madre madrileña, Begoña León, que había sido curada inexplicablemente, en enero de 2001, de una rara enfermedad que se presenta en los últimos meses del embarazo. En junio de 2004 habíamos conseguido que el hospital madrileño nos facilitara el diario de la UVI donde había sido atendida Begoña.
El 9 de abril de 2005 se constituyó en San Isidro de Dueñas el tribunal diocesano que, bajo la presidencia del obispo Rafael Palmero concluyó su trabajo en mayo de 2006, trasladando a Roma el expediente. En poco más de 2 años, la Congregación de las Causas de los Santos dio su voto favorable y el Papa ordenó la publicación del decreto de canonización el 6 de diciembre del 2008.
Ha sido un camino asombrosamente corto. “Rafael hace las cosas rápido; se lo he dicho muchas veces a la hermana María Asunción Fernández, una entusiasta amiga del alma del hermano Rafael, a quien debemos, entre otras muchas cosas, la transcripción de los manuscritos del hermano y la preparación de las sucesivas ediciones. La verdad es que no se lo había creído del todo, hasta que ahora la feliz noticia de la canonización nos pilla de sorpresa.
Valgan estas líneas escritas también con rapidez, para felicitar a los monjes cistercienses trapenses por la primera canonización de un hermano suyo en la edad moderna. Una gracia de Dios, que sabrán sin duda acoger y hacer fructificar con nuevas historias de santidad. Necesitamos monasterios poblados de monjes santos, que no dejen de enseñarnos, desde su silencio orante, la ciencia de la verdadera esperanza.
Valga igualmente este escrito a vuela pluma, para felicitar a toda la Iglesia peregrina en España por este nuevo santo: san Rafael Arnáiz Barón; un hijo más de la Santa Madre Iglesia, que como santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz o san Ignacio de Loyola, dará alas al espíritu para volar hacia Dios, a todos aquellos que se acerquen al testimonio que nos ha dejado en sus cartas y escritos.
Mons. Juan Antonio Martínez Camino (con motivo de la canonización del Hermano Rafael el 11 de octubre de 2009)
*Boletín informativo San Rafael Arnáiz Barón, nº 189, Julio-Diciembre 2018.
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