Poema a la escoba

LA ESCOBA

Ella comienza el día
saludando uno a uno los mosaicos,
estimulándolos en su vocación de espejos.
¡Qué alegría disipar tanta noche,
borrar tantas ojeras,
hacer salir volando las penumbras!
Qué oficio el suyo, el de poner en marcha
la actividad en cadena de las cosas que amamos
y casi han conseguido convertirse en nosotros,
darnos fisonomía, nombre incluso,
el nombre trabajado de nuestras preferencias,
ganado a pulso de años,
construyéndose un rostro de sorpresas
con el fluir de cada instante,
el nombre que elegimos a través de ese cosmos
de hábitos y enseres familiares,
más real que aquel otro que nos dieron los padres.
¡Y cómo un quehacer tan por los suelos
puede engendrar aurora más difícil!
Ella preludia el orquestado enjambre
de los grifos, la música del agua,
los buenos días de aceitados goznes,
cimbreando su estirpe de amazona
por pasillos, por patios, por aceras,
tan feliz como un arpa
tañéndose en el brío de unos brazos.
Si su afán de pureza nos limpiara
hielos apuñalados, torvos gritos
y nubes de ceniza.
Si al menos nos quitara la tierra de los ojos
para mirar la luz encadenada
que golpea los muros y la frente.
La escoba también siente desventuras
barriendo a veces lágrimas
y los cristales rotos de los sueños.
Y hasta auténticos trozos de sí misma,
los inútiles pies de su esperanza,
muerta ya la ilusión de andar a solas.
Pero sin su trajín de cenicienta
nunca podría madrugar la casa,
ni dar la bienvenida a los amigos,
ni servir de caballo a los pequeños.
Y es que en la escoba hay mucha
humanidad de abuela.

         Pedro García Cabrera
 «Entre cuatro paredes» (1968)

Sin voz desnuda

Sin voz desnuda

Sin armas. Ni las dulces
sonrisas, ni las llamas
rápidas de la ira.
Sin armas. Ni las aguas
de la bondad sin fondo,
ni la perfidia, corvo pico.
Nada. Sin armas. Sola.

Ceñida en tu silencio.
«Sí» y «no», «mañana» y «cuando»,
quiebran agudas puntas
de inútiles saetas
en tu silencio liso
sin derrota ni gloria.
¡Cuidado!, que te mata
fría, invencible, eterna
eso, lo que te guarda,
eso, lo que te salva,
el filo del silencio que tú aguzas.

Pedro Salinas

Poema a un hijo

Poema a un hijo

¿Hacia qué cielo, niño,
pasaste por mi sombra
dejando en mis entrañas
en dolor, el recuerdo?
No vieron luz tus ojos.
Yo sí te vi en mi sueño
a luz de cien auroras.
Yo sí te vi sin verte.

Tú, sangre de mi sangre,
centro de mi universo,
llenando en no-presencia
mis horas desiguales.
Y después, tu partida
sin caricia posible
de tu mano chiquita,
sin conocer siquiera
la sonrisa del ángel.

¡Qué vacío dejaste,
al partir, en mis manos!
¡Qué silencio en mi sangre!
Ahora esa voz, que vence,
del más allá me llama
más imperiosamente
porque estás tú, mi niño.

Concha Méndez

Semántica

SEMÁNTICA

Seguirán sin querer las palabras
casi todo aquello que les pertenece,
incluso aunque otra vez las repitamos
por si alguna fe nuestra pudiera
llegar a convencerlas de sí mismas.
Decimos fuego y ningún calor cumple,
la música bosteza sin aire
bajo el único ritmo de las letras,
llega la noche sin obsidiana en los ojos
cuando solo nuestras voces la reclaman.
Ocurre sin embargo lo siguiente:
al decir yo tu nombre, y tú el mío,
entregamos al otro un himno,
nos posamos como un carbón ardiendo
en la boca del mundo.

Jesús Castro

San Francisco

SAN FRANCISCO

Viene el Santo delgadito
con su nube de mosquitos.
Le guardan las espaldas los mendigos
y los pájaros le abrigan del río.
Con los ojos malos viene San Francisco,
con el cuerpo enfermo y el alma echa cisco.
Con los animales habla San Francisco
y el hermano lobo se traga el mordisco.
Lleva toda rota túnica que lleva,
yo le llevo un saco para echarle piezas.
Lleva todas rotas las manos y piernas
y medio vacía va la limosnera.
Si sube la fiebre se acuesta en la piedra.
Se va el Santo delgadito con su nube de mosquitos
le guardan las espaldas los mendigos
y los peces se ahogan por salir a despedirlo.

Gloria Fuertes

* * *

San Francisco de Asís y San Vicente de Paúl, un hermoso paralelismo