Señor, concédeme…
Señor, concédeme
no el silencio que me convierte
en prisionero de mí mismo
sino el que me libera
y me abre nuevos espacios,
no el silencio del cuerpo agotado
por los paraísos artificiales
sino del alma que respira
en el umbral de tu Reino,
no el silencio del miedo
a los demás o al mundo
sino el que me acerca
a todo hombre y a la creación,
no el del egoísmo frío,
indiferente y altanero
sino el que enraíza, fortifica
y purifica la ternura del corazón,
no el silencio de la ausencia vacía,
del monólogo solitario
sino el del encuentro,
la intimidad en tu Presencia,
no el silencio de la cobardía
o de la resignación
sino el que prepara
al combate para la verdad,
no el silencio de los excluidos,
de los sin-voz
sino el que alimenta la fuerza
de los pueblos que se levantan,
no el silencio del hombre que huye
sino el del hombre que te busca,
no el silencio del hombre
que rumia sus fracasos
sino el que reflexiona
para descubrir sus causas,
no el silencio
de la noche de la desesperación
sino el que espera
la luz de la aurora, de la esperanza,
no el silencio del rencor,
del odio, de la venganza
sino del sosiego y del perdón,
no el silencio del charlatán,
lleno de palaras, de sí mismo
sino el del corazón que escucha
el murmullo de tu Espíritu,
no el silencio atiborrado
de demasiadas preguntas sin respuesta
sino el de la admiración
y el de la adoración,
no el silencio del olvido,
de la tumba, de la muerte
sino aquél en el que la materia
se carga de energías del Resucitado
a la espera de una vida nueva en Tu luz…
Michel Hubault
Debe estar conectado para enviar un comentario.