Santo Niño Enfermero

Santo Niño Enfermero

Santo Niño Enfermero
de Dios Padre, de Dios Infante,
en el Sagrario siempre reinante
tiene tu lienzo glorioso asidero.

Y es en tu festivo domingo de enero
cuando, Niño Jesús, te tengo delante;
pidiéndote amparo para no ser errante
bajo esta negrura que no sabe del lucero.

Y si en el horizonte yo diviso la muerte,
sé mi paño de alivio; para que la fragancia
de tu caridad impregne todo ejercicio.

Que es esperanza el conmigo tenerte:
dame un poco de tu Santa Infancia
en la plegaria de mi último Juicio.

José J. Santana (La Orotava)

En la iglesia parroquial de San Francisco de Asís, en Las Palmas de Gran Canaria, recibe culto un lienzo denominado el Niño Enfermero. A la imagen, de autor desconocido, se le atribuye curaciones prodigiosas, contando actualmente con gran devoción.

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A la Virgen de la Soledad de la Portería (poema)

A la Virgen de la Soledad de la Portería

(Virgen de la Soledad de la Portería,
en Las Palmas fuiste coronada
y ya por siempre venerada,
¿sin ti de nosotros que sería?)

Cuenta la leyenda que una dama de incógnito,
vestida de noble y que es reina,
te envió a esta tierra grabada en tu retina
para velar de Dios a su Hijo Unigénito.

Y llevas por sobrenombre la portería
de aquel que fue humilde convento,
donde escapando del lamento
a los pies de tu retablo la paz encontraría.

Por el pecado somos almas cautivas,
dominadas por la iniquidad…
¡dulce anhelo llegar a la benignidad
con el perdón y sus rogativas!

Noche de Viernes Santo, noche de abril;
por dentro va un sentimiento de llanto
y a cada recuerdo un pálpito con quebranto,
incontenible al dolor más febril.

Sale el Retiro, piadoso camino a seguir;
en el permanente rezo del Salterio
anuncian las cuentas en cada misterio
que tus ojos son el credo de nuestro plañir.

Mientras, sujetas entre tus dedos el pañuelo
que lleva tu sentir en lágrimas de pena:
impregnada la tela en fragancia de azucena
y el suspiro del Tránsito redimido en celestial vuelo.

Afligida quedas, que hasta el aire se silencia;
que si en el silencio empieza la Contrición
en el Calvario llegó la Verdad y la Resurrección:
nacería el gozo pascual con la penitencia…

Tu imagen torna mi pesar a ternura,
con esa mirada tan pura y serena…
y ante ti me postro, virgen nazarena,
al ver tu corazón rodeado de un aura.

Y en el lento transcurrir de cada instante,
la añoranza de un pronto regreso:
aquel adiós con el soplo de un beso
hizo de mi Fe generoso garante.

Virgen enlutada, castellana y canaria;
al pie de la cruz a tu hijo honraste su partir
con un atuendo que a cada herida vino a cubrir:
¡cobíjanos, Madre, bajo el manto de tu plegaria!

                      José J. Santana (La Orotava)

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Nuestra Señora de la Soledad de la Portería

Alma cautiva (a la Virgen de la Soledad de la Portería)

Creo estar leyendo en tus ojos, tan expresivos y serenos—¡oh dulce María!—el salmo tan infantil y medroso que Eva, niña como tú porque empezaba a vivir, dejaría caer a las puertas del perdido Paraíso.
Aún lleva, como tu alma, calor tibio de divinas manos; y zumbido sonoro de la voz del Altísimo, a la manera del que produce una abeja cuando se desprende del corazón de una flor, o la cuerda de violín que pone punto final a una sonata de Primavera.
La tristeza de tu mirada—¡oh dulce, Dulce María!—no es tristeza nacida del contacto con las cosas de este mundo; es, como la tristeza original que floreció en las pupilas de la madre Eva a las puertas del Paraíso, añoranza de un infinito bien temporalmente perdido.
¡Alma—tu alma—cautiva en linda figura de muñeca—tu cuerpo—que se asoma a derramar su pena por las ventanas de tus ojos tan expresivos y serenos!
Haber, ha muy poco, sido aliento divino y sentir la aspereza del barro, gran melancolía y desvanecimiento espiritual debe producir.
No quisiera que alegría de torrente formara cantarines ríos en el borde de tus ojos. Más me gustan así, tristes, porque ello pregona que aún miran hacia la Luz y no hacia estas tinieblas mal alumbradas cuyas luces alegran con alegría artificiosa y perecedera.

Francisco de Vega (1947)

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Nuestra Señora de la Soledad de la Portería, leyenda dorada

Madre y Virgen. Tríptico de Sonetos de la Coronación de Nuestra Señora de la Portería

Madre y Virgen

… Y la virgen sigue sola…

Un camino encharcado, una lluvia torrencial, viento, frío, tormenta… Una mujer camina por él. Está cubierta por un gran manto negro. Va descalza. Las zarzas y las hierbas del camino se abalanzan sobre sus pies como si quisieran besarlos, apartándose después para dejarla paso. Parece que no roza el suelo.

Su rostro apenas se ve; es como si la cubriese un velo, pero no, nada lo tapa. Anda despacio, muy despacio, y lleva las manos, unas manos largas delgadas y blancas, cruzadas sobre el pecho.

Esta mujer viene de ver morir a su hijo. Ha visto como le pegaban, azotaban, escupían: ha visto cómo lo mataban. Y no llora. Esta mujer es madre y es virgen. Es la Virgen, y va sola.

El pelo que se escapa del manto danza empujado por el viento, alrededor de su cabeza, y con sobrehumano poder deja de ser cabello para convertirse en corona, en corona de espinas. Los poros de la frente se van abriendo, abriendo, como si de capullos primaverales se tratara, y por ellos van penetrando las púas largas y afiladas que hacen brotar sangre, sangre roja, ardiente, enfurecida, que se deja resbalar dulcemente besando los negros cabellos y la piel pálida de esta mujer que no llora y qué va sola.

Su dolor es tan grande, que en espesa cortina se alza a los aires y, como vidrio celestial, cae sobre ella protegiéndola de la lluvia, del viento, de la tormenta…

Y no llora… y va sola…

Se acuerda de la Lanzada, y un lamento de muerte, formado en las entrañas de la tierra, sale al exterior e impulsado por fuerzas del más allá quiebra el cristal que la cubre, ciñéndose en torno a su garganta, a la cual oprime hasta cerrarla. En contra de él, un sollozo la abre y se escapa rasgando el manto de silencio que se ha formado en la noche.

El camino desciende, pero los pies de la virgen pisan el viento y subiendo por escalera de estrellas se pierde en una nube, que la acoge escondiéndola del mundo que siempre la deja sola.

Y aún está allí, esperando que alguien vaya a decirla:

—Mamá, llora, no dejes que tu dolor caiga en el gran abismo de tu corazón. Mamá, llora, que ahora… ya no estás sola.

Mayer (Diario de Las Palmas, 18 de marzo de 1964. Víspera de la Coronación de Nuestra Señora de la Portería).

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Tríptico de Sonetos de la Coronación de Nuestra Señora de la Portería

I

La muy noble y leal ciudad mariana
Se congrega al amor de tu casona
Y el oro del fervor se hace corona
Para ceñir tu frente soberana.

La visión de la reina castellana
En la isla se encuentra y perfecciona
Y a través de los siglos lo pregona
La humilde portería franciscana.

De aquella franciscana portería
Nació la portentosa romería
Que lleva hasta tu altar honda plegaria

Y mira el rutilar de tu diadema
En donde brilla la encendida gema
Del corazón de la ciudad canaria.

II

VIRGEN de la ciudad, madre del llanto,
Arrebujada en luto y desconsuelo
Y en las manos la nieve del pañuelo,
Seguimos tu camino el Viernes Santo.

Junto a tu soledad, junto a tu manto
Que cobija el dolor de nuestro anhelo.
Va la ciudad llorando su desvelo,
Va la ciudad vertida en tu quebranto.

Cairasco —lyricen et vates— cante
En su esdrujúleo «Templo Militante»
La epifanía de tu sien ceñida

Por la regia corona que Las Palmas
Cinceló con el oro de sus almas
Para hacerte su reina dolorida.

III

¿VIRGEN de Soledad dice la gente,
Y estás siempre de amor acompañada?
¡Si es que Las Palmas siente, enamorada,
Que es de ti soledad estar ausente!

Juntos en soledad estás presente
Siendo luz invisible y voz callada
Que alumbra y grita, si la sombra errada
En soledad nos turba carne y frente.

Nuestra ciudad mariana y grancanaria,
En soledad contigo, solitaria
No está de tu materna compañía.

Juntos en soledad reza y espera
Que seas de otra Puerta compañera,
Nuestra Señora de la Portería.

                           Ignacio Quintana Marrero

La Coronación Canónica de Nuestra Señora de la Soledad de la Portería tuvo lugar en la Catedral de Santa Ana de Las Palmas de Gran Canaria el 19 de marzo de 1964, jueves de Pasión y festividad de San José.