La parábola del Buen Pastor

Tenemos la parábola del Buen Pastor: símbolo de predilección por parte del Divino Maestro, por cuanto quiso, como apropiárselo personalmente, al afirmar positivamente: “Yo soy el Buen Pastor; y conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a Mí…”

Tenemos en esta parábola una confirmación palmaria de la providencia paternal de Jesucristo sobre nosotros, personificada en el oficio de Pastor propio y solícito. El Pastor, como tal, lo es todo para sus ovejas; puesto que ellas no tienen de por sí iniciativa alguna. Todo ha de proceder; todo es debido al Pastor. Él les proporciona los pastos; él las vigila y custodia, para defenderlas de cualquier riesgo o contingencia; él las recoge por fin en el aprisco por la noche, manteniendo aún durante la misma su solicitud y desvelos, en evitación de asaltos enemigos o de cualquier percance que pudiera sobrevenir. A todo esto y a mucho más se extiende la eficacia de la protección y providencia de Jesús, el Buen Pastor sobre nosotros. Por tal motivo debe surgir en nuestra alma una como efusión de afectuosa confianza, en quien tanto interés y solicitud atesora en su Corazón por nuestro bien.

Si las ovejas pudieran darse cuenta y reflexionar sobre los bienes que reportan de la solicitud y cuidados de su verdadero Pastor, dueños de la mismas, no de un desdichado asalariado, ¿qué muestras de júbilo y con qué cariño se acogerían junto a él, cuando en medio de ellas las contara, las acariciara y hasta les proporcionara algún puñado de pasto más selecto y exquisito…?—Esto puntualmente tenemos todos los que somos ovejas espirituales, a quienes es dado poder apreciar y darnos razón de las finezas del solícito Pastor de nuestras almas, nuestro Divino Maestro Redentor Jesucristo.

Odorrat, C.F.M. Abril de 1947.

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Jesús, Divino Pastor

¡Jesús, Pastor Divino! Que eres infinita caridad y tierna solicitud llamas siempre a mi corazón, hasta vencer amorosamente la dureza con que muchas veces te he respondido. Vengo humildemente a suplicarte, aceptes mi voluntad de ser para siempre todo tuyo, servirte por los que te ofenden, adórate por los que te desprecian, pensar en Ti por los que te olvidan, amarte por los que te odian y blasfeman  de Ti; que mis gustos estén sometidos a tu voluntad y mi vida sea un prolongado acto de desagravio a tu Divino Corazón, para que en todos los hombres mis hermanos, reines como Soberano.

Que mi alimento ¡Oh, buen Pastor! Sea tu palabra y tu Cuerpo, pasto con que apacientas a tus ovejas  y vacié mi ser en las aguas de vida eterna.

Que siempre y donde quiera  tu silbido amoroso  me siga y me haga recordar tus palabras: “Yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí. Me es preciso guiarlas, ellas oirán mi voz y resultara un solo rebaño y un solo Pastor”. Amén

Fuente de la oración: Evangeliza fuerte (México), de la novena al Divino Pastor.

Romance de la Anunciación de la Virgen Santa María

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«Y el Verbo se hizo carne para habitar con nosotros»

La página más bella de la vida de María la narra el Evangelio y es el mejor documento de su grandeza. Por el misterio de la Encarnación María es Madre de Dios. Y a este fin supremo obedecen todos los dones, todas las gracias con que el Hijo la llenó “¡llena de gracia…!”.

Esta festividad viene a ser el compendio de todas las fiestas marianas: Nos dice el porqué de la Inmaculada Concepción; de la realeza de la Madre; de su participación en la Redención; de su mediación universal… El «Ave María» resuena constante en todo el Mundo repetido por boca de la cristiandad universal. ¡El eco de las palabras del Ángel no se extinguirá jamás! El Rosario y el Ángelus llevan las palabras evangélicas por todos los rincones de la tierra celebrando, cada instante de los siglos, la festividad de la Anunciación.

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Romance de la Anunciación de la Virgen Santa María

La cantiga es de una rosa.
El lugar es Nazaret.
En el agua del aljibe
se quiere la luna ver.
Cada casa es como nido
perfumada por doquier,
azahar de flor y aroma
de florido naranjel.

Bendita Judá que diste
tanta flor y tanto bien:
San José, vara florida,
y María, su mujer.
Azucena que reblanca,
guardando su doncellez
con una cinta de cielo,
cinta que no tiene envés.

Las maderas del amor
serrando está San José.
Un vuelo hay de paloma.
Es el Arcángel Gabriel.
En cada pluma un amor
flotan sobre Nazaret
y en el aire hay impaciencias
de amores que yo no sé.

—María, campo sin siembra,
de tu tierra ha de nacer
flor de semilla de cielo
sin dejar tu doncellez.

María se quedó muda
al escuchar a Gabriel,
sus palabras fueron notas
y su rostro rosicler…
—que temblores da el amor
cuando del amor se es—
y sus miradas el vuelo
de una alondra, quieren ser.

Para su cuerpo columna
el rostro por capitel.
Colmena llena de gracias,
panal florido de miel.
Fuente donde una paloma
las aguas quiere beber,
cansada vuela de amor
y muriendo está de sed.

Por una escala florida
volvió al cielo San Gabriel.
Hubo danzas, hubo cantos
y Dios concebido fue.
Es el cuerpo de María
templo para Nazaret.

    Alfredo Reyes Darias
«Sonaja y Pandero» (1955)

Una imagen de San Martín de Porres en Almería

Imagen de San Martín de Porres en la Basílica de Santo Domingo y Santuario de la Virgen del Mar, conocido como el «Templo de la Patrona», en Almería. La Virgen del Mar es la patrona la provincia. Su festividad se celebra el sábado anterior al último domingo del mes de agosto. En la imagen de arriba, San Martín de Porres figura en una hornacina flanqueado por otros dos santos.

Nuestro más sincero agradecimiento y enlace recomendado: J. Díez Arnal

Festividad de San José, Día del Padre

El que ama a Jesús y a María tiene que amar también a José.

San José, esposo de la Santísima Virgen: ¡Esposo de la Santísima Virgen y padre nutricio del Salvador! Habiendo escogido el Señor a San José para estos fines en la tierra ¡cuánta sería su virtud, cuántas gracias le daría para tan sublimes cargos! Le sabemos, por el Evangelio, religiosamente observante de la ley; solícito con Jesús y con María; obediente a los mandatos del Señor; humilde, casto, noble… El libro sagrado resume todas estas virtudes con esta palabra “…era justo”.

Saquemos nosotros, de esta expresión «justo» el sentido de la piedad verdadera. La piedad nutrida con el amor de Dios, cuyo fruto es la perfección.

La verdadera virtud, como la de San José, no tiene luz propia, sino la que le da Jesús y María; no es rígida, áspera, insociable: se da a todos, pero, aborrece la ostentación; es tesoro, pero tesoro escondido. Su aire no es austero, ni frío; tampoco de un celo arrebatador. Su carácter es de sencillez, de ecuanimidad, de perseverancia; gana el entendimiento por la solidez de su doctrina, y conquista el corazón por su dulzura y su modestia. Su mérito no depende ni del capricho, ni de la apreciación de los hombres porque fines elevadísimos la sostiene. Por humildes sendas ha subido alta y encuentra en las obligaciones de estado un camino seguro, firme y sólido hacia más altas perfecciones: “Siempre hace lo que Dios quiere, y siempre quiere lo que Dios hace”.

La verdadera virtud debe ser inseparable del cristiano inseparable de los miembros de nuestra A. C. En San José encontraremos el modelo, el protector: su humildad, su dulzura, su mortificación, su recogimiento, su perfecta sujeción a la voluntad de Dios, su amor a Jesús y a María. Pidamos todas estas virtudes al Santo que más elevado está en la Gloria, que tiene mayor poder con Dios y con la Santísima Virgen. Tomémosle por protector de nuestra familia; inspiremos su devoción a nuestros hijos y sirvientes.

Bendito sea el padre bueno y sufridor: el que trabaja duramente y con honradez para llevar el pan a su familia; el que ama a su mujer, a sus hijos;  el que se preocupa por cómo llegar a fin de mes; el que sufre por la enfermedad de su hijo, el que sonríe al verle crecer, el que se emociona al ver los logros importantes de sus hijos; el que ya en el ocaso de su vida hace balance con satisfacción.

Grandeza de San José

Grandeza de San José

No hay que extrañarse de que el glorioso Patriarca San José entre de lleno en los planes divinos de la Redención del hombre. Creado el hombre a imagen y semejanza de Dios, fue colocado en el magnífico palacio del universo, como rey dominador de todo cuanto existía en los ámbitos de la tierra, y, para que fuera más dichoso, fue puesto en el jardín ameno del paraíso para que lo cultivase y guardase.

Más el hombre engañado por la mujer, y ésta por la serpiente, desobedeció al Señor, tomó la fruta prohibida y se hizo acreedor a los castigos que le estaban conminados, que implicaban tremendas consecuencias para ellos y para toda su descendencia.

Pero Dios, siempre infinito en misericordia, no condenó al hombre, como hizo con los ángeles rebeldes, sino que, compadecido de él, en el mismo instante de la caída, le promete, bondadoso, levantarlo por medio de la Redención, enviando nada menos que a su Eterno y Unigénito Hijo, que tomara nuestra carne en las purísimas entrañas de una Virgen, desposada con un varón justísimo, que era el glorioso Patriarca San José, elevado de esta forma a la inefable dignidad de padre nutricio del Verbo encarnado.

De aquí que en el plan divino de la Redención del hombre figura siempre y de un modo inseparable, además de Jesús y de María, también San José. Esta es la Sagrada Familia, que constituye una inefable trilogía, de la que se derraman la dulzura y el consuelo sobre los hijos de Adán. Tomando el Verbo Eterno nuestra carne en el purísimo seno de la Santísima Virgen, queda María hecha verdadera Madre del Hijo de Dios; y San José el esposo fidelísimo y dichoso que, como solícito custodio e incansable defensor, fue en el mundo el encargado por Dios de sostener y llevar adelante entre los hombres aquel relicario divino que era la Sagrada Familia, de la cual él mismo formaba parte.

Jesús es el amable Redentor que rescató nuestras almas con el precio infinito de su preciosa sangre, librándonos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna; María cooperó en la Redención, ofreciéndose para que el Espíritu Santo formara en su seno virginal la sacrosanta humanidad de su Divino Hijo, que padeciendo por nosotros, nos mereciera la reconciliación con Dios. San José trabajó para sustentar aquellos dos seres, cuidó con gran esmero de ellos y los defendió sin cesar de todas las asechanzas y peligros que aparecieron contra Jesús.

Jesús es el Mediador entre Dios y los hombres; María tiene el elevadísimo privilegio de Mediadora entre la humanidad y Jesús, y San José está constituido en gloria muy cerca de ambos, en virtud del titulo que ejerció sobre ellos en vida mortal.

María tiene el titulo de verdadera Madre de Jesús, por el cual no puede menos de ser oída por su amabilísimo Hijo; y San José, como esposo de la Purísima Virgen, ha de ser atendido tanto por María como por Jesús; y bien podemos considerar que no está olvidada por aquellas dos sagradas personas la voluntad con que le estaban sujetos, como nos dice el evangelio de San Lucas.

San José viene a ser respecto de la Virgen, (podemos entender), algo así como la Virgen en relación a Jesús, y como Jesús en orden al Eterno Padre. Y como ninguno va al Padre sino por el Hijo Jesucristo; y como para llegar a Dios está la mediación de María, píamente podemos considerar alguna intervención que tenga alguna semejanza para lo mismo en el glorioso Patriarca San José.

María se insinúa con sumo poder en su bondadoso Hijo y en el Eterno Padre y alcanza cuanto quiere de ellos; y el fidelísimo Patriarca puede mucho, tanto en el corazón de su castísima esposa como en el del Hijo, Jesucristo. Por tanto, Jesús, María y José son la verdadera Sagrada Familia que se comunican mutua e inefablemente dentro de los resplandores de la celestial divinidad en el orden providente de la Redención del mundo.

José Manuel Lorenzo Ruiz. Revista Criterio, marzo de 1957.

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Oración a San José

Jesús, José y María, amparadme en este día.

Gloriosísimo Patriarca San José, hoy tengo la dicha de dedicaros este día, que es el que me corresponde en el Culto perpetuo, por medio del cual mis hermanos y yo os obsequiamos todo el año.

Por mi parte deseo que el presente día sea de santificación para mi alma, y como el principio de una vida nueva consagrada enteramente á Jesús vuestro hijo adoptivo, a María vuestra inmaculada esposa, y a Vos, santo mío.

A este fin os ofrezco todos mis pensamientos, afectos, palabras y acciones, suplicándoos fervorosamente que lo bendigáis todo, para que todo sea santo y digno de los ojos de Dios, que penetra los más ocultos secretos de mi corazón.

Alcanzadme una continua presencia de Dios, para que no sean cosas profanas, y sí sólo pensamientos y deseos celestiales los que me ocupen.

Estad siempre a mi lado, haced que no me olvide de Vos, y aceptad cuanto haga y desee hacer en bien de mi alma y en obsequio vuestro, y presentadlo a María y a Jesús para mayor gloria suya y en satisfacción de mis culpas y de las de mis hermanos. Amén.

Del Devocionario en honor del Patriarca Señor  San José (1900)