Los ratones de Fray Martín (filme sobre San Martín de Porres)

Este viernes 24 de junio EWTN estrenó el filme “Los ratos de Fray Martín”, una original cinta de una media hora de duración sobre la vida del querido San Martín de Porres. La cinta muestra a un niño que viaja al pasado y se encuentra con el famoso escritor peruano Ricardo Palma, quien le cuenta sus tradiciones referentes a la vida de San Martín.

Rubén Adrián es un niño que viaja al pasado a través de un libro mágico que se encuentra en una antigua biblioteca, encontrándose con el escritor Ricardo Palma quien le irá contando en cada capítulo sus divertidas e históricas tradiciones de los santos peruanos, hasta que aparezca Fray Juan quien puede abrir el portal del tiempo para que Rubén Adrián regrese a su casa.

Canción del capítulo: Los ratones de Fray Martín de Porres.
Primer capítulo de la miniserie de los Santos Peruanos.
Cantautor: Willy Noriega

EWTN estrena filme «Los ratones de Fray Martín» sobre San Martín de Porres

Himno a San Juan Bautista: Ut queant laxis resonare fibris

Tres nacimientos celebra la Iglesia: la de Cristo, la de la Virgen y la de San Juan; porque sólo de estos tres sabemos que fueron totalmente santos en su nacimiento. La gran fiesta de San Juan es la del nacimiento del Santo Precursor. San Juan es el más grande de los Profetas, y más que profeta, porque preparó inmediatamente los caminos para la entrada en el mundo del Salvador, y señaló con el dedo al Cordero de Dios, al que quita los pecados del mundo. En este día tan señalado, que mejor manera de celebrarlo que cantar con júbilo este conocido himno a San Juan Bautista, «Ut Queant Laxis», escrito por el historiador Pablo el Diácono en el siglo VIII.

UT QUEANT LAXIS RESONARE FIBRIS

Ut queant laxis resonare fibris
Mira gestorum famuli tuorum,
Solve polluti labii reatum,
Sancte Joannes.

Nuntius celso veniens Olympo,
Te patri magnum fore nasciturum,
Nomen, et vitae seriem gerendae
Ordine promit.

Ille promissi dubius superni,
Perdidit promptae modulos loquelae:
Sed reformasti genitus peremptae
Organa vocis.

Ventris obstruso recubans cubili
Senseras Regem thalamo manentem:
Hinc parens nati meritis uterque
Abdita pandit.

Sic decus Patri, genitaeque Proli,
Et tibi compar utriusque virtus,
Spiritus semper, Deus unus, omni
Temporis aevo

                                ∼

HIMNO A SAN JUAN BAUTISTA

Con el objeto de que nuestras voces
Puedan cantar tus grandes maravillas,
Desata nuestros labios mancillados,
Oh San Juan el Bautista.

Un Ángel del Señor trajo a tu padre
La nueva de que pronto nacerías,
Y le dictó tu nombre y le predijo
El curso de tu vida.

Pero como dudara de estas cosas
Perdió la voz y el habla Zacarías,
Y sólo las halló cuando tus ojos
Vieron la luz del día.

Desde el vientre materno presentiste
A tu Rey en el Vientre de María,
Y al revelárselo a Isabel mostraste
Lo que después serías.

Gloria al Padre celeste, gloria al Hijo
Que engendrado por Él en Él habita,
Y gloria al Paracleto que los une,
Por tiempos sin medida.

* * *

San Juan Bautista Telde

Oración

Sagrado precursor de Cristo, que santificado en el vientre de vuestra madre, fuiste la admiración del mundo en el ejercicio de las virtudes y en los privilegios con que te enriqueció Dios. Ángel en la castidad, apóstol en el celo y predicación, y mártir en la constancia con que por reprender al incestuoso Herodes ofrecisteis la cabeza al cuchillo, y en las luces sobrenaturales de que te dotó el cielo, profeta del que llegó a decir el mismo Cristo: «Entre los nacidos de las mujeres ninguno mayor que Juan Bautista»; suplica al Señor que:

por tu penitencia me haga mortificado,
por tu soledad, recogido,
por tu silencio, callado,
casto por tu virginidad,
espiritual por tu contemplación,
e invencible a mis pasiones por la victoria que tu alcanzaste de tus enemigos, para que logre verte en la patria eterna. Amén.

San Luis Gonzaga, patrono de la juventud

San Luis Gonzaga

Hijo de los marqueses de Castiglione, desde su niñez juntó en grado sumo el candor de la inocencia con la aspereza de la penitencia.  Su castidad fue verdaderamente angélica; su oración, continua y subidísima; su amor a Dios, encendido, como el de un Serafín. Tras fuerte lucha de tres años con su padre, por seguir el llamamiento de la Santísima Virgen, que en Madrid le mandó entrar en la Compañía de Jesús, a los diecisiete años renunció al marquesado e ingresó en el noviciado de Roma. Seis años vivió en la Compañía, y a los veintitrés murió, ejercitando heroicamente la caridad con los enfermos de la peste. La Iglesia reiteradamente lo ha declarado celestial Patrono de la Juventud. (Misal C.)

San Luis Gonzaga, Patrono de la Juventud

La vida santa de Luis es el vuelo más alto que dio el águila de los Gonzagas. Y sin embargo su padre Don Ferrante nunca comprendió que el camino de la renuncia y perfección cristiana fuera el de la verdadera gloria.

Dos notas características distingue la Iglesia en la oración del Santo: su inocencia y su penitencia. La inocencia de San Luis es verdaderamente angelical. Sus grandes pecados llorados con lágrimas amargas toda la vida, fueron unas cuantas palabras bajas que se le pegaron en su vida de campamento y de trato con los soldados, cuando tenía cuatro años, y que él repitió sin darse cuenta. No hubo en él, no digo ya pecados mortales, pero ni aun veniales deliberados o desórdenes conscientes. Sumo empeño en hacer con fervor sus ejercicios de piedad, sumo recato en la vista, hasta el punto de no darse cuenta ni del color del techo que habitaba ni de las personas con quienes trataba.

Su penitencia estuvo al nivel de su angelical inocencia. A los diez años en Florencia tuvo que, someterse a un plan de rigurosa dieta por prescripción facultativa. Cuando terminó el régimen, siguió con la misma parvedad de comida, porque ahora tenía que hacer por su alma, lo que antes había hecho por su cuerpo. Rara vez llegó a tomar un huevo y, si alguna vez lo acababa, le parecía haber comido espléndidamente. Los testigos del proceso convienen en que su comida antes de ser jesuita no pasaba de una onza. Los últimos años que vivió en el mundo hacía que le pesasen la comida, aun los días que no ayunaba. A esto añadía gran número de ayunos, ordinarios y extraordinarios. Además de las vísperas de las fiestas, ayunaba tres veces por  semana: Sábados, Viernes y Miércoles. Tres rebanaditas de pan mojado en agua a medio día y otra pequeña de pan tostado para la noche. En las comidas ordinarias su sistema era no comer de lo que le gustaba y tomar lo que menos le apetecía.

Con azotes hechos por él mismo con los cordeles de atar los perros, se disciplinaba hasta derramar sangre tres veces por semana.

El golpe decisivo con que venció la oposición de su padre a que entrara en la Compañía de Jesús, al cabo de cuatro años de lucha, fue una disciplina que tomó en su cuarto, en la que derramó copiosa sangre. Su padre lo oyó y miró por la mirilla de la cerradura y ya no pudo resistir más, temeroso de que Luis se matase en el palacio, si no le permitía hacerse religioso. A falta de cilicio, se lo procuró con una cinta que él mismo fabricó con estrellitas de las espuelas. La cama misma la convirtió en instrumento de penitencia metiendo debajo de las sábanas astillas de madera.

Penitencia y muy rigurosa, fue el constante dominio de sus sentidos, especialmente la vista. Nunca alzaba los ojos en la calle, tanto que en Madrid, donde estuvo más de dos años, ni en Castiglione, su patria, podía ir solo sin guía.

Un día en Madrid le obligaron asistir á un espectáculo, a una caza de fieras. Contemplaba desde una ventana como los diestros cazadores acosaban a un tigre. En el momento más interesante, Luis baja los ojos. Otro día en Milán, el Duque quiso tener un gran desfile de fuerzas. Luis estaba en sitio principal. Durante el desfile logró no ver nada, cerrando los ojos o mirando a otra parte.

Al principio solían encender fuego en su habitación, durante el invierno. Desde que a los 12 años se resolvió a ser religioso, se negó a admitir este alivio, con el fin, decía de ensayarse en las privaciones de la vida religiosa. Era muy propenso a los sabañones y se le hinchaban y agrietaban las manos. Si alguien le ofrecía algún remedio, lo aceptaba, pero no se lo aplicaba.

Así vivía Luis, con un constante anhelo de mortificarse por Dios. Y todo esto lo hacía viviendo en pleno mundo y en las cortes más regaladas del Renacimiento.

Nace en 1568 en la corte de Castiglione. A los cuatro años revista las tropas en el campamento con su morrión, su coraza, su lanza y su espadín. A los diez años está en la corte de Florencia y consagra su pureza a la Virgen; a los 11 años, el 1579 pasa a la corte de Mantua; de los 14 a los 16 vive en la corte de Madrid, como paje de honor del príncipe D. Diego. A los 16 desembarca en Génova y su padre, para quitarle la idea de hacerse jesuita, le hace viajar por las cortes de Mantua, Ferrara, Parma y Turín.

Vida de banquetes, saraos, desfiles militares, caza, fiestas constantes y Luis vive con la inocencia y austeridad de un eremita del desierto. Y es que el corazón de Luis nunca estuvo en la corte, sino en el cielo; “EI marquesito de Castiglione no es de carne y hueso, como los demás mortales, sino un ángel”, se decía en Madrid.

A los 11 años, extasiaba a los que le miraban puesto en oración. Los criados y su ayo le atisbaban detrás de las puertas y le contemplaban de rodillas con los brazos extendidos o las manos cruzadas sobre el pecho, inmoble como una estatua y llorando delante de un Crucifijo.

El tiempo que le sobraba del estudio, lo daba entero a la oración, al acostarse, al levantarse y al medio día. En Madrid dedicaba varias horas a la meditación. Al acostarse cubierto con la ropa de dormir se quedaba de rodillas en invierno y en verano. Aun antes de hacer la primera comunión a los doce años, rezaba ya el Oficio Parvo y los Salmos penitenciales. Siempre rezaba de rodillas, en el suelo desnudo, sin admitir el cojín que usaban los de su casa. Hasta lograr una hora entera sin distraerse, estuvo siete horas seguidas, empezando a contar cada vez que se distraía La Duquesa de Mantua, decía: «mientras los demás jugaban, él oraba».

La pureza se la tenía bien merecida con esté espíritu de penitencia y oración. Así se explica también su energía de carácter. Un día en Chieri asistió a un baile, con la condición de que no había de bailar. Estando ya en la sala le invitaron a que abriese el baile. Sin decir una palabra, muy serio se salió del salón y se fue a hacer oración.

Más de cuatro años estuvo luchando con su padre por entrar en la Compañía de Jesús. Al fin venció la batalla más difícil de su vida. Tenía 17 años. En Mantua en presencia del Emperador y de muchos nobles, leyó el notario el instrumento de renuncia en favor de Rodolfo. Luego Luis firmó valientemente y dijo a su hermano: «¿Cuál de nosotros, os parece, hermano mío, que está más contento, vos con vuestros estados, o yo con mi pobreza? Tened por cierto que es mayor mi alegría que la vuestra».

Y, abrazando a su hermano, hizo llorar a muchos. Se retiró en seguida. Tomó la sotana que se había preparado de antemano y volvió al público transformado de príncipe, en religioso. Durante el banquete Luis tuvo que hacer de consolador de los muchos que lloraban de emoción.

Seis años no completos vivió en la Compañía de Jesús. Aquí acabó su obra de santificación y logró morir mártir de la caridad en el servicio de los apestados el año 1591. El 21 de Julio del 1604 la madre podía venerar como Beato a su primogénito Luis. Dejó una corona y Dios le dio la de los Santos.

Juan Leal, S.J.

* * *

Nació San Luis, en Castiglione delle Stiviere, Lombardía, el 9 de marzo de 1568. Fue hijo primogénito de D. Ferrante Gonzaga, Príncipe de! Imperio y Marqués de Castiglione; y doña Marta Tana Santena de Chieri, muy principal señora. Desde sus más tiernos años, se mostró inclinado a la piedad, de lo que en gran manera se alegraba su piadosa madre y no mucho su padre, que de mejor gana quería verlo inclinado a la vida militar que él seguía. Con este objeto de aficionarlo a la vida de soldado, lo llevó a Casamayor, donde tendría roce con las armas y ejercicios de la guerra. Era entonces Luis, niño de cuatro a cinco años y tuvo que tratar de pólvora, arcabuces y tiros. Disparando una vez un arcabuz, se quemó la cara y estuvo otra en peligro de perder la vida por atreverse a poner fuego a un tiro pequeño de artillería.

Pero el Señor, que para soldado de una milicia espiritual lo reservaba, lo sacó sin daño de estos peligros. Siendo muy amante, ya desde niño, de la Virgen nuestra Señora, hizo en su honor, voto de castidad, a la edad de 8 años. A los 11 pensó arrojar de sí toda la pompa mundanal de que se veía rodeado y acogerse a la obscuridad tranquila de una orden Religiosa; pero este noble pensamiento encontró delante, grandes obstáculos; con todo, él, fiel al llamamiento de Dios, en medio del bullicio y seducciones de las cortes de los príncipes, dispuso una manera de vida del todo piadosa, mientras sonaba la hora de dejar el mundo.

En 1585 creyó ser ya el momento oportuno para dejar el Estado a su hermano Rodulfo y decidió entrar en la Compañía de Jesús, sirviéndole de guía en esta determinación, unas palabras que leyó en Santo Tomás, acerca de la perfección de la vida activa y contemplativa. Sintiólo por extremo el Marqués su padre, al conocer su decisión, y con mil trazas, durante dos años, pretendió disuadirlo de aquel tan santo propósito. La constancia empero de San Luis, superó toda esta batería, y su padre, rendido, le dio su asentimiento y bendición, con lo cual se marchó para Roma, al Noviciado de San Andrés, donde ingresó el 25 de noviembre de 1585. Tenía 18 años de edad.

Memorables son vías palabras con que saludó aquel sagrado recinto: «Aquí está mi descanso para siempre; aquí habitaré porque éste es el lugar que he escogido». En su noviciado brilló como una antorcha encendida, entre los novicios, por el resplandor de sus virtudes dándose prisa, con grande ánimo, a escalar la cumbre de la perfección. Siguió luego su oculta vida de estudiante jesuita, cuajada toda ella de santas obras, fecunda en méritos a los ojos de Dios, semejante a la callada labor de Jesucristo en Nazareth.

Dos rasgos de este período de su vida, bastarán para poner de relieve su profunda humildad, observancia regular y el nivel de su santidad en general. Enfermó una vez. El médico que lo curaba, comenzó a engrandecer la nobleza de la casa de Gonzaga; él se afligió tanto, que el disgusto le apareció al rostro y esto, a pesar del hábito que había adquirido de no alterarse. Pidióle otra vez, un compañero de aposento, medio pliego de papel; dudó si lo podía dar sin licencia; salió disimuladamente de su aposento y la pidió: tan exacto era en la observancia de su regla.

Pero más altamente que estos ejemplos, nos habla de su santidad, un testimonio que de él dio su confesor, el Cardenal Belarmino; dice: «primeramente, que tiene por cierto que nunca pecó mortalmente; lo segundo, que desde la edad de siete años, en la cual el mismo Hermano decía que se había convertido del mundo a Dios, había vivido vida perfecta; lo tercero, que nunca sintió estímulo de la carne; cuarto, que en la oración y contemplación ordinariamente no había tenido distracciones: quinto, que fue un espejo de obediencia, humildad, mortificación, abstinencia, prudencia y pobreza, y finalmente, una noche, se le representó la gloria de los bienaventurados, con tan excesiva consolación, que habiendo dorado casi toda la noche, le pareció que había durado menos de un cuarto de hora ».

Finalmente selló San Luis, con un acto heroico, el libro de sus buenas obras: Cayó en Roma, en 1591, una gran calamidad en que muchos morían de enfermedades contagiosas. La ardiente caridad de San Luis, lo llevó a los hospitales a servir a los pobres enfermos, llegándose a los más asquerosos y de mayor peligro. El mal se le pegó, y como recibiese de Dios nuestro Señor la revelación del día de su muerte, cantó el «Te Deum Laudamus», y con alegre rostro esperó el dichoso día de su muerte, que acaeció el 21 de junio del año 1591, siendo de 23 años de edad, y habiendo vivido en la Compañía 5 años y 7 meses. Benedicto XIII, lo elevó al honor de los altares, el 31 de diciembre de 1726.

Romualdo Rodríguez. Junio de 1942

San Luis Gonzaga 1

Oración

Oh! San Luis, adornado de angélicas costumbres: yo, indignísimo devoto vuestro, os encomiendo particularmente la pureza de mi alma y la castidad de mi cuerpo. Os ruego que, por vuestra pureza angélica, me encomendéis al Cordero Inmaculado, Jesucristo y a su Santísima Madre, Virgen de vírgenes, guardándome de todo pecado grave. No permitáis que yo manche mi alma con la menor impureza; antes bien, cuando me viereis en la tentación o peligro de pecar, alejad de mi corazón todos los pensamientos y afectos inmundos, y despertad en mi la memoria de la eternidad y de Jesús crucificado. Imprimid altamente en mi corazón un profundo sentimiento de santo temor de Dios, y abrasadme en su divino amor, para que así, siendo imitador vuestro en la tierra, merezca gozar con Vos de Dios eternamente en el Cielo. Amén.

San Antonio de Padua y los pobres

San Antonio de Padua,
testimonio evangélico:
Tu lengua es el fuego
Sagrado,
del verbo Divino;
Devora herejías,
Pecados,
Nos transforma en amigos
de Jesús, nuestro hermano.

El apostolado de Jesucristo de la Iglesia de hoy y de siempre y de todos los santos, ha coincidido siempre en el amor a los pobres: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos». (Mt. 5, 3; Luc. 6, 20). Este es el marco maravilloso donde vamos a centrar toda la vida, predicación, milagros y doctrina del Doctor de la Iglesia: San Antonio de Padua, llamado y conocido por el Santo de los Milagros, a pesar de que sabemos a priori y en buena doctrina teológica, que sólo Dios hace milagros, aunque instrumentalmente puede servirse de todas las criaturas que han dimanado de sus poderosas manos.

San Antonio nace en Lisboa, según la tradición, el año 1195 en un amanecer radiante del 15 de agosto, festividad de la Asunción de la Santísima Virgen, en que su hermosa ciudad estaba engalanada con banderas y gallardetes patrios, en una casa adherida a la catedral, que hoy está convertida en una hermosa capilla, dedicada al santo. Era hijo de Martín de Bouillon y Teresa de Tavera, sangre real de los Pelayos, de la gloriosa reconquista ibérica, frente a la morisma. Fernando, que fue su nombre de pila, pasó su infancia en la escuela catedralicia de Lisboa, donde aprendió las primeras letras. En su pubertad, se despiertan dentro de sí mismo sus aviesas pasiones humanas; pero lucha con la gracia de Dios y el favor de la Santísima Virgen, venciendo sus fuertes tentaciones. Antonio de Padua se convirtió en poco tiempo en la voz de Dios y de la Iglesia. Con él estaban a salvo todos los derechos, tanto los pertenecientes a la divinidad cómo a la persona humana.

Los pobres y San Antonio

Es un tema sugestivo, social–religioso a la altura de los días de los pueblos subdesarrollados tan protegidos por las Encíclicas de los Pontífices y, de una manera casi alarmante, del Papa Pablo VI en «Populorum Progressio», y su reciente Carta Apostólica «Octogésima Adveniens» con ocasión del 80 aniversario de la Encíclica «Rerum Novarum». Es tema profundamente social, religioso y evangélico de nuestros días para someterlo al diálogo de la fraternidad cristiana, evocando sabrosas secuencias de las catacumbas romanas, al leer y meditar en las Sagradas Escrituras estas palabras: «Los pobres siempre están con vosotros» (Pauperes semper habetis vobiscum). Esta es nuestra herencia, los pobres. Luego, el tema es definitivo, importante, angustioso; pero, de ninguna manera, se vea en mis palabras franciscanas de amor fraterno, atisbos de demagogia, sino doctrina sana y sólida entresacada del Santo Evangelio y de la vida ejemplar de San Antonio de Padua, que un día solemne se le puso en el bautismo el nombre de Fernando. Antonio de Padua nace en la bella ciudad que los romanos llamaron felizmente Felicitas Julia y los fenicios Olissippo, en una mañana del estío, el 15 de agosto, festividad de la Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos, en el año 1195; de padres cristianos y ricos, cuyos nombres conocemos por lltmos. Sres. Teresa de Tavera y Martín de Bouillon, a quienes la santidad de sus hijos les liberará en su momento oportuno de los aprietos palaciegos y de las calumnias de lenguas viperinas y maledicentes que le habían cargado sobre sus hombros un homicidio. Si este es el nacimiento material de San Antonio religioso y franciscano pobre, llamado en el mundo Fernando, nacido entre dos ríos que fecundan sus espumas y cantarinas aguas por casi toda la orografía peninsular, el Duero de la inmensa Castilla y el Tajo de la alta y brava Extremadura. Su nacimiento espiritual no es menos fecundo y maravilloso; la vocación religiosa ha llamado a su alma y él ha dicho a Dios, como otro Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Fernandito es un modelo de niños y de juventud prometedora, lo mismo en sus juegos de infancia que en su aplicación y obediencia a sus padres —hoy lastimosamente en crisis–, y por estas virtudes lo mismo pueda ser modelo de los jóvenes que de los pobres de espíritu. San Antonio, por su juventud rozagante y primaveral, es el Viriato peninsular que detiene el empuje del ejército romano, y en lo espiritual es el soldado de Cristo, el guía evangélico y el pastor de las almas que acuden a él.

San Antonio nace, espiritualmente, el día que abandona su casa siguiendo el consejo evangélico: «Vende lo que tienes y dalo a los pobres; ven y sígueme». Antonio es distinto del joven del Evangelio; cumple los Mandamientos y da a los pobres todo lo que tiene, “Toma tu cruz y sígueme”.

Sus primeros pasos religiosos los da con los canónigos regulares de San Agustín, en el Convento de San Vicente de Lisboa. Viste la librea negra, correa a la cintura y zapatos con hebilla de plata. ¡A tal señor, tal honor! Fernando, que pronto se llamará Fr. Antonio de Padua, pertenecía a la estirpe peninsular, sangre real de los Pelayos de la Reconquista frente a la morisma. En este convento se veía acosado por las visitas de sus familiares y cariñosos amigos de su infancia, en los que él veía un peligro para su soledad y la entrega absoluta a la misma, que él había prometido. Entonces se dirigió a sus superiores y pidió, de limosna, ser enviado al monasterio de Santa Cruz de Coimbra, donde santamente pasaba su vida religiosa entregado a la oración y al estudio. En este convento era muy apreciado y las crónicas de aquellos tiempos nos narran de prodigios maravillosos dignos de ser narrados: Deseoso un día de oír misa y no pudiendo salir de su celda, oye la campana de alzar y puesto de rodillas se abren las paredes hasta contemplar el santo la Sagrada Forma en manos del sacerdote del altar. El otro fue el siguiente: Sufriendo uno de los religiosos una de las enfermedades más graves del espíritu, le cubrió su muceta y el religioso quedó repentinamente curado. Los religiosos lo estimaban grandemente y acudían a él en sus enfermedades. ¡Los altos designios de Dios! El Señor le tenía marcado otro camino muy distinto y otra vocación más severa y más pobre, que era la de seguir a Francisco de Asís y ser pobre. ¿Qué hechos influyeron en su nueva vocación religiosa? Un testimonio fehaciente de fe. Un día, Francisco de Asís manda a sus religiosos a predicar el Evangelio a todo el mundo. Y he aquí el hecho y lo sucedido: Francisco de Asís, el «desesperado de la pobreza» como le llamaba Bossuet, manda un buen día a sus hijos predicar el Evangelio por todo el mundo. No tardaron en arribar a Portugal y hacerse pobres moradores en la ermita de San Antonio Abad en Olivares, los primeros franciscanos con los nombres de Fr. Zacarías y Fr. Guautthier, favorecidos y agasajados por Alfonso II y su esposa doña Urraca. Estos religiosos franciscanos tenían trato y visitaban al joven agustino de Santa Cruz de Coimbra, y hablaban largamente de cosas del espíritu. Veía en los hijos del «poverello» una mansedumbre y una humildad que lo hipnotizaba… pero no tardó en realizarse el milagro. Los hijos de Francisco de Asís pasaron a África con el deseo de derramar la sangre por Cristo y por el Evangelio. «Aquella tierra de África, colocada entre las costas de España como amenazador centinela, como alfanje perpetuamente desenvainado». Este pensamiento de derramar la sangre por el Evangelio lo tenía en continuo éxtasis y su espíritu se salía de sí mismo y ansiaba, también, el martirio. San Antonio ya era sacerdote y diciendo misa vio en una revelación el alma de un fraile franciscano volando al Cielo, y esto fue el móvil de su vocación por a Orden Franciscana, que le costó pedir, concediéndosele, la licencia para entrar en la Orden. Este es el momento solemne en que Antonio se hace franciscano y pide el hábito ante tanto ejemplo y tanta renuncia. ¡Antonio se hace franciscano y pobre por Cristo!

San Antonio de Padua y los pobres

En el Dogma de la Comunión de los Santos está enclavada la devoción y el culto a San Antonio, nuestro santo predilecto con el título de Dulía. Admitimos en buena doctrina el culto a San Antonio, su poder milagroso a favor de sus devotos y, entre todos, los más favorecidos son los pobres. ¿Cuántas clases de pobres existen dentro de la Iglesia Católica, apellidada por el inmortal Pontífice Juan XXIII la Iglesia de los Pobres? Me pregunto, ¿también hay clases entre los pobres? Sí, también, pero por razón de gravedad, hay que socorrer a unos más urgentemente que a otros. Los enfermos de cuerpo y los enfermos del alma. Los enfermos del cuerpo tienen sensibilidad ante el dolor físico, y los del alma tienen que tener fe como la pecadora del Evangelio, que su amor y su fe ha arrancado del Maestro estas palabras: «Tu fe te ha salvado. Tus pecados te son perdonados». Pobres pobres, son los enfermos del alma, los pecadores a los que falta la amistad de Dios, más que los que carecen de pan. Luego, la pobreza puede estar en la falta económica y la mayor pobreza en una disposición interior o una actitud del alma con relación a Dios.

Como consecuencia de estas premisas, la pobreza en Israel era un mal menor que había que superar, y era también un estado despreciable porque miraba las riquezas materiales como una recompensa cierta de la gada la prueba, Dios le devolvió mayor fidelidad a Dios. No dudamos que existen pobres virtuosos; pero abundan más los perezosos y los desordenados por falta de medios y también de virtud, que a veces se convierte en ocasión de muchos pecados. Por esto decía el sabio: «No me des ni pobreza ni riqueza sino sólo lo necesario». Los pobres deben ser considerados y tenidos en cuenta. Los profetas y los santos fueron sus defensores por antonomasia; Amos ruge contra los crímenes de Israel. Los fraudes desvergonzados en el comercio, el acaparamiento de las tierras, el esclavizamiento de los pequeños, el abuso del poder y la perversión de la justicia misma. Una de las misiones y apostolados del Mesías era defender los derechos de los míseros y de los pobres (Is. 11, 4). La limosna redime y perdona los pecados. El grito de los pobres se eleva hasta los oídos de Dios (Job. 34, 28). En el N. Testamento se levanta un monumento al pobre y Jesús lanza el sermón maravilloso de las Bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres de espíritu» (Luc. 6, 20). Jesús es el Mesías de los pobres y el testimonio que admite Juan como fe de su llegada y contraseña, que los pobres son evangelizados. Más todavía, como prueba contundente que Jesús es un pobre: Belén, Nazaret, la vida pública de Jesucristo, la cruz, ¿no nos habla de pobreza? (Luc. 2, 7). (Mat. 13, 55). La pobreza de Jesús nos habla por todos los sitios, hasta su entrada triunfal en Jerusalén la hace sobre un humilde jumentillo, el que es «manso y humilde de corazón».

Pobreza voluntaria de San Antonio de Padua

El Señor no tenía dónde reclinar su cabeza. Las aves tienen sus nidos y el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Jesús pone en guardia a sus discípulos del peligro de las riquezas (Mat. 6, 19; Luc. 8, 14). El que sigue a Jesucristo no debe de llevar consigo «oro, plata ni cobre». (Mat. 10, 9). Los primitivos cristianos no tenían nada propio. (Act. 4, 32). Este pensamiento de la pobreza evangélica está galardonada y es el Reino de los Cielos de quienes la cumplen en la parábola del pobre Lázaro, frente a los despilfarros y vanidades del rico Epulón. Los ricos tienen una mina y una solución para salvarse, como dice el Evangelio por San Lucas (14, 13, 21). Hacerse amigos con el dinero de mala ley. «El que ama al pobre ama a Jesucristo». (Mat. 25, 34-46). Si alguien ve a su hermano en necesidad y le cierra las entrañas, ¿cómo morará en él el amor de Dios? San Antonio de Padua cumple a la letra esta pobreza y en su nombre se establece el pan de los pobres, y él mismo se hace pobre y quiere seguir a Jesucristo más perfectamente, y para ello sigue a Francisco de Asís, el Padre de los Pobres. Sus predicaciones eran maravillosas, todas llenas de milagros.

El avaro. – Predicaba un día en Florencia el tema evangélico: «Donde está tu tesoro allí está tu corazón». Y de súbito se llenó la catedral de un séquito fúnebre que llevaba a enterrar uno de sus familiares. Y de repente, con brío, San Antonio se dirigió a la concurrencia y les dijo: «Este rico, cuyas honras celebramos, ha sido precipitado en los abismos de la desesperación y del llanto. Era un miserable avaro. Id a su casa, abrid el cofre donde encerraba sus tesoros y, allí, encontraréis las monedas».

El hombre que castiga a su madre.  – También San Antonio socorría y perdonaba a pobres del espíritu o del alma, ¡pobres pecadores! Un día se le acercó un campesino fornido a confesar sus pecados y le dice: «Padre, me da vergüenza confesarme. Padre, he pegado de puntapiés a mi madre». Entonces, le dice San Antonio: «El que esto hace debe cortar su pie». El penitente, lleno de dolor y arrepentimiento, llega a casa y sin parar mientes, coge un hecha y corta el pie con que había pegado a su madre. La sangre, los gritos, los escándalos, etc. La madre, afligida, le pregunta por qué había hecho eso. Antonio, en aquellos días fraile, se lo había dicho. Acuden al convento, ven a Fr. Antonio, que rápidamente acude al suceso y tomando el pie con sus manos lo restituyó al miembro cortado, y con tal prodigio retornó de nuevo la paz y la alegría a todos sus familiares y vecinos. Pero no olvidemos que existe un Mandamiento de «honrar padre y madre».

El matrimonio donde no reina el amor, es un infierno anticipado. – Los celos de un marido como el de tantos de los días de hoy, que vigilan y culpan de pecados a sus inocentes esposas, haciendo del hogar un verdadero infierno de desconfianzas y de celos. San Antonio, un buen día, se vio sorprendido por uno de estos sucesos que tan corrientemente suceden todos los días en los pueblos y las casas de muchos de los cristianos que convierten en víctimas a sus pobres esposas, atenazándolas y martirizándolas con sus celos y sus desconfianzas. Este joven matrimonio tuvo un hijo y el celoso esposo negaba que fuera hijo de él, sino de una escondida pasión de su dignísima esposa. San Antonio, avisado por la víctima, acudió al hogar de los atribulados esposos e hizo decir al pequeño infante quién era su padre.

San Antonio socorre a una casa pobre. San Antonio repito, no es que sea el criado para buscar las cosas perdidas o “un mago de fianzas” del pueblo, pero ama la paz del hogar. En cierta casa vivía una mujer viuda con sus cuatro hijas solteras sin tener recursos ni trabajo. Cansadas de hacer novenas y rezos a San Antonio, una de ellas arrojó su imagen a la calle, golpeando a un caballero que pronto se enamoró de ella y fue el trabajo y el pan del hogar.

Estos y otros prodigiosos milagros acompañaban la palabra del taumaturgo en todas sus intervenciones y no quiero silenciar entre los innumerables milagros la intervención de San Antonio cuando libra de la muerte a su propio padre. Unos malhechores lanzan el cadáver de una víctima en el pórtico de los honrados padres de San Antonio. El Santo al saber la triste noticia se presenta ante el tribunal de justicia, que le juzgaba con hechos falsos y testigos de la misma calaña. San Antonio expuso, sus razones; pero los jueces se resistían a doblegarse a lo que decía el santo y San Antonio puso por testigo fidedigno al mismo muerto que le obligó a hablar. Desenterrado y a la vista de los mismos jueces San Antonio le dijo, que declarara si su padre habla tomado parte en su muerte: Contestó, no, Martín de Bouillon no es mi asesino ni ha intervenido en mi muerte». Intervinieron los jueces para que les dijera, quien le había matado. El santo contestó, «yo no he venido a descubrir al agresor ni al pecador sino a defender al inocente». Si el santo tenía mucho amor a Dios éste amor lo había recibido de sus padres, a quien tanto amaba como lo demuestra este prodigio y defensa de quien debemos nosotros aprender a venerar a nuestros mayores y representantes de la autoridad como dice San Pablo, «que toda autoridad viene de Dios». En el año 1231 predica en Padua toda la Cuaresma, celebra su entrevista con el fiero Ezzelino ante el cual fracasa, y agotado por sus muchos trabajos y penitencias, muere, santamente, a las afueras de la ciudad de Padua en el convento de La Arcella el 13 de junio de 1231. El 30 de mayo del año siguiente es canonizado, solemnemente, en la catedral de Espoleto. Pío XII lo proclamó Doctor Evangélico de la Iglesia el 16 de enero de 1946.

 Juan Salvador Sierra Muriel, OFM. *Junio, 1979-1980

San Antonio de Padua

Te saludo San Antonio y me regocijo en los favores que nuestro Señor libremente te ha otorgado. Te recuerdo en especial tu momento de dicha cuando el Divino Niño Jesús condescendió abrazarte con ternura. ¡Oh, que gran felicidad y alegría llenaría tu corazón en esa ocasión! Por esta especial prerrogativa y por la alegría de tu beatifica visión, que ahora le tienes a El cara a cara, te ruego, te suplico y te imploro Oh querido San Antonio, que me ayudes en mis aflicciones, problemas y ansiedades, particularmente concerniente a (aquí menciona tu petición). Oh, deja que tu corazón se conmueva para interceder por mí, para escuchar y responderme. Dile al Señor de los deseos y necesidades de tu devoto(a). Una palabra, una mirada de tu corazón que tanto ama el Niño Jesús, coronara mi éxito y me llenara de alegría y de gratitud. Amén.

San Antonio a quien el Niño Jesús amó y honró, concédeme lo que te pido.
San Antonio, poderoso en palabra y acción, concédeme lo que te pido.
San Antonio, siempre dispuesto a ayudar a los que te invocan, concédeme mi petición. Amén.

V. Ruega por nosotros San Antonio.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

ORACIÓN. Oh Dios, que te dignaste escoger a San Antonio como modelo de todas las virtudes para la bendición de toda la humanidad, y has convertido a muchas almas a través de sus sermones y buen ejemplo, concédeme que por sus méritos e intercesión pueda real y verdaderamente convertirme, renunciar al pecado y a todo deseo de pecar, y hacerme cada vez más y más del agrado de Dios por la practica de la verdadera virtud. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

* * *

«San Antonio de Padua y los pobres». El Eco de Canarias, 13 de junio de 1979.

«San Antonio de Padua, en las fiestas de Moya. Pregón». El Eco de Canarias, 14 de junio de 1980.

Genio y semblanza de Fray Martín de Porres

Genio y semblanza del santo varón limeño de origen africano (Fray Martín de Porras)

Por J.P. Tardieu (Universitè de la Rèunión)

Llegados al Perú con los conquistadores, los negros constituyeron un motivo de preocupación para la Iglesia. Su número fue creciendo de tal manera que se les consideró muy pronto como un factor de desestabilización de la sociedad colonial. Eran una amenaza no sólo para el bienestar de los españoles, sino también para la vida espiritual de los Indios a quienes daban un mal ejemplo cuando no les maltrataban. Convenía pues ocuparse de la educación religiosa de estos hombres que llegaban de África sin ningún conocimiento a este respecto. Los jesuitas, frente a los descuidos del clero secular, se encargaron de su evangelización*. Uno de los resultados de este trabajo fue que algunos hombres de origen africano obtuvieron en Lima fama de santos. Los más conocidos fueron mulatos, lo que no deja de plantear ciertos problemas en cuanto al significado de su vida.

EL SANTO MULATO

Fray Martín de Porras

Bautizado el miércoles 9 de diciembre de 1579 en la parroquia de San Sebastián en Lima, Martín es declarado de padre desconocido. Su madre, Ana Velázquez, es una negra libre. Las deposiciones de los miembros de la familia paterna durante la encuesta para el proceso de beatificación permiten llenar el vacío a propósito del origen de Martín, en particular la de Andrés Marcos de Miranda, primo de su padre. Martín era el hijo natural de don Juan de Porras, caballero de la orden de Alcántara, y de Ana Velázquez, negra horra oriunda de la ciudad de Panamá. Dos días después de esta declaración, doña Ana Contero confirmó este origen, a pesar de que don Juan se había casado con una de sus tías. Antes de ir más lejos, cabe insistir en la nobleza de don Juan. Pertenece a una orden prestigiosa reservada a los hombres de los mejores orígenes que han prestado grandes servicios a la Corona. Hasta llegó a ser gobernador de Panamá…

Según los testigos del proceso, el niño manifestó desde la más tierna infancia predisposiciones para el recogimiento y la oración, a la inversa de los niños del mismo origen. Por cierto, no pudo pretender seguir las huellas de su padre, teniendo que contentarse con aprender el oficio de barbero. En aquella época, sin embargo, era el primer paso para acceder al estado de cirujano. Le incitó su piedad a solicitar el hábito de converso en el convento de Santo Domingo, cercano a su domicilio. Su padre había intervenido para que se le autorizara a no contentarse con la humilde condición de donado. El día 2 de enero de 1603, Martín pronunció sus votos de hermano lego.

Martín se pasó toda la vida en el modesto empleo que ocupó desde su entrada en el convento. Bajo la dirección de su padre enfermero, consagró sus esfuerzos a la enfermería del establecimiento. Allí cuidó a los frailes, a los criados, entre los cuales había numerosos negros, y a los pobres que, por no tener los recursos necesarios para consultar a un médico o a un cirujano, o para comprar medicinas, contaban con la generosidad de los padres y esperaban desde el amanecer la apertura de las puertas. No sólo había negros o indios entre estos desgraciados: la caridad de fray Martín también se manifestó a favor de numerosos españoles. En la asistencia que prestaba a sus enfermos, solía utilizar medicinas compuestas por él mismo con plantas medicinales que cultivaba en el huerto del convento. Su generosidad le llevaba a sembrarlas en las afueras de Lima, como en Lurigancho por ejemplo, o en la hacienda del convento, en Limatambo, donde cuidaba a los esclavos. También tenía bajo su responsabilidad la ropería de la casa. En una dependencia de este servicio, instaló su celda donde acogía de vez en cuando a algún necesitado como el joven Juan Vázquez de Parra, a quien consideró probablemente como a su hijo, e incluso a algún perro abandonado. Repartía las limosnas de los donadores a quienes no dejaba de solicitar. Además los testimonios evocan unas ocupaciones muy apremiantes, como la de tocar a oficios, y hasta repelentes, como la de limpiar las letrinas. Merced al desempeño de estos cargos y el carácter excepcional de su vida religiosa fue como adquirió Martín fama de santo. Lo extraño es que otro mulato siguió un camino parecido en casa de los agustinos… Texto completo (pdf): AQUÍ

Fuente. centroafrobogota.org