Carta Espiritual: Elisabeth (Isabel) y Félix Leseur

Isabel Félix Leseur

Una sola alma puede cambiar toda la atmósfera moral a su alrededor con un solo resplandor. Y así fue en el matrimonio Leseur: una maravillosa historia de conversión y amor conyugal. 

«Moriré antes. Y cuando muera, te convertirás; y cuando te conviertas, serás un religioso. Serás el Padre Leseur, O.P» (Isabel Leseur)

* Carta Espiritual

12 de octubre de 2011
Solemnidad de Nuestra Señora del Pilar

Estimadísimo Amigo de la Abadía San José:

“Podríamos tener un conocimiento «intelectual» muy completo del cristianismo y, sin embargo, no vivir su vida. Lo que debemos alcanzar es la plenitud de vida interior, la fe íntima que transforma al alma, y es ese don lo que hay que pedir sin descanso a Dios, el único que puede concederlo”. Estas profundas palabras de Isabel Leseur a una amiga nos desvelan su alma, y explican y aclaran su propio itinerario espiritual.

Isabel Leseur nace el 16 de octubre de 1866 en París, primera hija de Antonio y María Laura Arrighi. Después de ella nacerán tres chicos y una niña. Su padre, de origen corso, es doctor en derecho; gracias a su seriedad, consigue una envidiada situación en el Palacio de Justicia. La madre enseña a rezar a sus hijos y les abre al amor de Dios. Isabel escribe un primer diario donde anota, el 14 de noviembre de 1877: «Ayer fui al catecismo por tercera vez. ¡Oh, es eso lo que me interesa! Estoy muy contenta, porque esta semana iré a confesarme; lo necesito mucho». Se organiza unas reglas de vida y se esfuerza cada día en la meditación según las capacidades de su edad. De ello obtiene el deseo de corregir sus defectos, pero no resulta fácil: «Pues bien, no, no soy más buena, al contrario» –escribe – «Cuando me dicen una cosa, yo digo lo contrario, sobre todo con Pedro (su hermano). Nunca quiero confesar que estoy equivocada». En mayo de 1879, toma la primera Comunión y recibe el sacramento de la Confirmación. Su inclinación por todo lo que sea intelectual y artístico no le hace perder de vista lo seria que es la vida: «El predicador nos ha hablado de la misión de la joven y de la mujer cristiana –anota– con motivo de un retiro espiritual. Nos ha dicho que se trata de una misión divina. Que, durante nuestro paso por la tierra, podíamos hacer mucho bien o mucho mal« También nos ha dicho que debíamos temer el egoísmo, que solamente piensa en sí mismo». Isabel tiene unos veinte años cuando conoce a Félix Leseur.

Nacido el 22 de marzo de 1861 en Reims, Félix es el tercer hijo de una familia acomodada. Su padre, brillante abogado, es miembro de diversos grupos católicos. Su madre, mujer muy piadosa, ha sabido crear un hogar donde hay amor y donde se piensa en los demás. Félix cumple su etapa escolar en centros católicos. Ávido de lecturas, devora a escondidas a los autores libertinos del siglo XVIII y a los grandes novelistas del XIX. Siente pasión por la geografía, y se orienta hacia una carrera al servicio de las colonias francesas. No obstante, por el interés incluso de las lejanas regiones donde aspira a que le envíen, estudia primero medicina en Reims, en un ambiente de materialistas convencidos. También él acaba negando todo dogma y abandonando toda creencia religiosa. Sin embargo, mientras vive en familia no rompe abiertamente con la Iglesia, por temor a afligir a sus padres. Termina su formación en la Facultad de Medicina de París. De repente, la atmósfera de frenética actividad de París le gusta; allí encuentra por doquier ocasiones para aprender, pero también para divertirse: teatros, conciertos, cabarets artísticos. Escribe artículos periodísticos sobre las colonias, que desvelan la amplitud de sus conocimientos y la seguridad de su opinión. En unas pocas líneas convincentes y documentadas, pone de relieve los hechos susceptibles de interesar al gran público.

Los mismos gustos

Unos amigos le presentan a Isabel Arrighi, de quien  aprecia la alegría, la delicadeza de espíritu, la distinción de los modales, la exquisita sensibilidad y la amplia cultura. A pesar de una divergencia de opinión en el plano religioso, ambos jóvenes comparten los mismos gustos, las mismas reacciones ante los acontecimientos y las mismas curiosidades intelectuales. Se comprometen el 23 de mayo de 1889. Poco después, los padres de Isabel dejan entender a Félix que jamás aceptarían que su hija partiera a ultramar con él. Renuncia entonces a su carrera colonial para casarse con Isabel. Esta señal de amor verdadero y profundo, así como el compromiso de Félix de dejarle toda la libertad de practicar la religión, confieren a Isabel la esperanza de poder ayudarle a regresar a la fe de su infancia. El casamiento tiene lugar el 31 de julio de 1889. Hacia finales del verano, Isabel sufre un absceso en el intestino. No quedará restablecida del todo hasta después de varios meses, y esa enfermedad le dejará secuelas durante toda su vida.

En marzo de 1892, Félix es contratado por un periódico, «La République Française», de tendencias fuertemente anticlericales. En él publica artículos sobre la política exterior y las colonias. En octubre de 1894, pasa a la redacción del «Siècle», otro importante diario parisino muy anticlerical. Poco después, es nombrado miembro del Consejo Superior de las Colonias, con sede en África. Pero Félix rechaza el puesto y entra en el consejo de administración de una gran empresa de seguros cuyo director es el hermano de la señora Arrighi. Pronto ocupa el puesto del tío.

Intentar no creer

Los esposos Leseur llevan una vida muy mundana.  Isabel se aficiona a regresar tarde a casa, a cenar en restaurantes de moda y a los espectáculos. Enajenado por esa atmósfera materialista, Félix se esfuerza «en buscar motivos de incredulidad, como un verdadero cristiano indaga sus motivos para creer». Se ha montado una biblioteca donde se puede encontrar a todos los grandes maestros del librepensamiento, del modernismo o del protestantismo liberal. Poco a poco, se hace intolerante e incluso agresivo respecto a las convicciones de su mujer. No obstante, ese profundo desacuerdo no merma el amor que sienten ambos esposos, ni la intimidad del hogar. Isabel, por su parte, desarrolla su cultura general, sobre todo mediante el estudio del latín, del ruso y del italiano. Pero también lee autores cuyo pensamiento tiene una influencia nefasta sobre la fe, y acaba perdiendo sus costumbres de recogimiento.

Entre 1893 y 1897, Félix y su esposa realizan largos viajes por el extranjero: Roma, Argelia, Túnez, Alemania y Europa del Este. Al regresar del último periplo, Isabel abandona toda relación con Dios. Un día de 1898, le dice a su esposo: «Ya no me queda nada que leer. Dame algo». Contando con acabar destruyendo su fe, Félix le propone las obras de Renan, autor brillante aunque racionalista. Isabel empieza a leer la Vida de Jesús. Muy pronto comprende, gracias a su profunda inteligencia y a su sólida cultura, que detrás de ese estilo seductor se esconden una falta de sinceridad y frágiles hipótesis. Así pues, retoma el Evangelio; en contacto con la persona y la palabra de Jesús, la intensa vida religiosa de su juventud se despierta. Molesto por el imprevisto cambio de su mujer, Félix insiste en sus críticas hacia el cristianismo y se ensaña en burlarse de lo que Isabel más estima. Pero ella soporta con dulzura esas contrariedades, esforzándose por seguir siendo una esposa solícita, llena de atención y ternura.

El 11 de septiembre de 1899, Isabel empieza un nuevo diario. «Me he puesto a estudiar filosofía –escribe–, y me interesa mucho. Ese estudio clarifica muchas cosas y pone orden en el pensamiento. No entiendo por qué no se culmina con él toda la educación femenina». Medita con asiduidad el Evangelio y lee los escritos de los Padres de la Iglesia y de los Santos. Sus conocimientos la capacitan para mantener reñidas discusiones con su marido o con amigos ateos, y refuta sus argumentos con tanta dulzura como pertinencia.

Renovada por Él

Entre 1899 y 1901, los esposos Leseur emprenden  nuevos viajes: visitan Rusia, Asia Menor, Grecia, Italia, España, Marruecos, Bélgica y Holanda. Al terminar el último periplo, regresan sin tardar a París, pues Isabel sufre del hígado. En 1902, se instalan durante el verano en la casa que se han edificado en Jougne, en el departamento del Jura. La apacible estancia en ese lugar resulta muy beneficiosa para Isabel. El año siguiente, viajan a Roma con una pareja de amigos. El miércoles de la semana de Pascua, en la Basílica de San Pedro, Isabel recibe una gracia poco común después de la Comunión: «He sentido en mí –escribirá–, presente y aportándome un amor inefable, a Cristo bendito« Me he sentido renovada por Él hasta en lo más profundo». Pero no dice nada a su marido, esperando para él la hora de la gracia.

Para expresar a Félix su afecto, Isabel le escribe en 1904: «Gracias por todo y por encima de todo de ser tú mismo. Y perdóname por ser yo misma, es decir, alguien que en sí misma no vale gran cosa y que sólo ha mejorado por influencia del sufrimiento aceptado, y aceptado gracias a un socorro y a una fuerza más grande que la mía. A causa de eso, hay que ser indulgente con unas convicciones que el tiempo y Dios han hecho profundas, y gracias a las cuales no me he convertido en un ser amargado y egoísta». Sin embargo, su gran cariño por Félix no le impide tomar en ocasiones posiciones que la ponen en conflicto con él. Sobre todo, desaprueba la boda de un amigo de su marido con una persona divorciada. Félix monta en cólera, pero Isabel guarda la calma y espera para explicarse. Esa disensión es el único encontronazo serio entre los esposos Leseur durante sus veinticinco años de matrimonio. Isabel ama mucho a su esposo, y desea ante todo verle regresar a Dios. Por eso ofrece a Dios todas las pequeñas penas, las contrariedades y las humillaciones «que llenan nuestras jornadas», así como las tribulaciones más penosas de la enfermedad y de los sufrimientos morales.

En primavera de 1905, Julia, la hermana de Isabel, muere de tuberculosis. Esto la afecta muy profundamente y se produce un cambio en su alma: acepta los sufrimientos con mucha más paz. Los lazos espirituales que permanecen en Julia más allá de la muerte le hacen tomar conciencia del dogma de la comunión de los santos: «Gracias a ese bendito dogma –escribe–, incluso el ser más aislado, el más pobre, el que se ve postrado en un doloroso lecho o cuya vida la forman humildes renuncias y sacrificios diarios, un ser así puede ejercer influencia sobre otros y alcanzar, mediante la gracia divina, a quienes su acción quizás no habría afectado« Ni una de nuestras lágrimas, ni una de nuestras plegarias se pierde, y tienen una fuerza que muchas personas desconocen». Escribirá además: «Cada alma que se eleva, eleva al mundo».

Percibir el sufrimiento escondido

Dios no concedió a Isabel los gozos de la maternidad,  pero le dio un tacto especial con los niños, con los que sobresale ocupándolos, distrayéndolos o haciéndoles trabajar. Colabora con la Unión Familiar, conjunto de asociaciones fundadas con el fin de ayudar a las familias obreras. Un poco más tarde, ofrece sus servicios a la Unión Popular Católica, obra que se apoya en dos principios: hacer caridad pagando con su persona y buscar constantemente la elevación de las almas y su salvación eterna, cualquiera que sea el tipo de caridad que se ejerza. Gracias a sus obras, Isabel aprende a conocer más íntimamente el sufrimiento humano: «Cuántas veces una palabra, un gesto que nadie advierte, desvelan un sufrimiento ignorado –escribe–; y si supiéramos observar eso como observamos muchas cosas que no valen la pena, descubriríamos muchas cosas y nos ahorraríamos muchas torpes palabras». En lo que a ella respecta, acoge sonriendo a las personas que acuden a verla, incluso cuando su visita resulta inoportuna.

En julio de 1910, los esposos Leseur se desplazan a Beaune para visitar el famoso hospicio regentado por religiosas: el Hôtel-Dieu. Una profunda relación se traba entre Isabel y sor María Goby; la amistad de esa hermana –escribe a su madre– «introduce una gran dulzura en mi vida, aunque realmente están cerca algunas enfermedades y operaciones». Durante esos años, efectivamente, Isabel padece una enfermedad crónica del hígado que exige, en varias ocasiones, reposo absoluto. Con motivo de una operación de cáncer de pecho, a principios de marzo de 1911, ofrece su vida a Dios. En ocasiones, el sufrimiento la abate de tal manera que ya no le resulta posible hacer nada: «Ya sabe que acabo de pasar por una gran tribulación –escribe a sor Goby. Ello ha significado la destrucción, y como el sufrimiento no ha dejado resquicios para un pensamiento, para una plegaria, el despojo de todo« Comulgaba de ese modo; era Él quien aportaba todo, pues yo ofrecía solo mi sufrimiento». Sus propios sufrimientos la hacen comprensiva con respecto a los de los demás. Escribe a un amigo que se le había quejado: «Que quien, explícitamente o en el fondo de sí mismo, no se haya quejado nunca, le tire la primera piedra; no seré yo« Hay momentos en que nuestra pobre y abatida naturaleza lanza el grito que el propio Calvario oyó, creyéndose abandonada« Creo que el sufrimiento le ha cincelado y ha puesto en usted toda una devoción y una simpatía humana que quizás la felicidad no le habría dado en el mismo grado».

En 1912, los Leseur viajan a Lourdes. Ante los enfermos, Félix se siente impresionado: «Me encontraba junto a un joven sacerdote español, acostado en una litera e inmovilizado por una parálisis –cuenta« En mi interior me decía: «Es un crimen traer a un enfermo aquí en ese estado« Este hombre, que evidentemente no va a curarse, regresará desconsolado«». Pero, con gran sorpresa por mi parte, si bien el enfermo no se curó, su rostro reflejaba una alegría y una paz profundas. Entonces me dije: ¿Habrá algo? ¡Es realmente extraño! ¡Si fuese yo, me habría rebelado!». Poco después, Félix ve a su esposa rezando en la cueva: «Tenía ante mis ojos –escribe– el espectáculo de un hecho que se me escapaba, que no entendía, pero que se me aparecía con nitidez, «lo sobrenatural»« Regresé a París muy desconcertado« Pero todo ello se borró rápidamente de mi alma, al menos en apariencia«». De hecho, en aquel instante, Isabel pedía a María la conversión de su esposo. Había escrito poco antes a sor Goby: «Sigo con respeto y emoción el trabajo que Dios realiza en el alma de mi querido esposo; que diría que está preparando« el terreno a la fe. Pero para conseguirla, hay que unir más que nunca nuestras plegarias y nuestros sacrificios». El verano siguiente, con motivo de un paseo con sor Goby, Isabel predice su propia muerte prematura, la conversión de Félix y su ingreso en la vida religiosa.

Un baño de serenidad

En 1913, el cáncer de Isabel se generaliza. Después de  una novena a sor Teresa del Niño Jesús, se produce una tregua. Isabel profesa gran devoción hacia la santa carmelita, de la que su marido se burla. «Pero si es una cosa infantil, esa hermanita de nada». Y ella responde: «Al contrario, es algo muy grande, pero no puedes entenderlo». No obstante, la tregua dura bien poco y el mal continúa haciendo estragos. Félix se sorprende del fulgor de su esposa: «Cuando regresaba a casa –escribirá– y estaba de nuevo junto a ella« recobraba también la paz y retomaba una especie de confianza que no me explicaba« Se trataba, seguramente, del fulgor de esa paz íntima, de esa serenidad que Dios concede a las almas que le pertenecen por completo». Las demás personas que se acercan a Isabel sienten, con asombro, una impresión parecida. Uno de sus amigos aconseja a su esposa, cuando está angustiada: «Ve a visitar a Isabel; ve a tomar tu baño de serenidad».

El 24 de abril de 1914, Isabel empieza a delirar. En un momento de pleno conocimiento, tiende los brazos a su esposo con una expresión de inmensa ternura. Poco después, entra en coma. Félix manda que le administren la Extremaunción. Exhala su último suspiro el domingo 3 de mayo, en brazos de Félix. Cuando observa el rostro sosegado de Isabel, presiente que toda la belleza de esa vida no puede quedar en nada. Cuando abre el testamento redactado en su intención, siente su presencia cerca de él: «Ama a las almas –había escrito–, reza, sufre y trabaja por ellas. Merecen todos nuestros padecimientos, todos nuestros esfuerzos y todos nuestros sacrificios». Descubre entonces el diario de Isabel, tomando conciencia de los sufrimientos que involuntariamente le causó, así como de los sacrificios realizados para conseguir que volviera a Dios. Isabel sólo había alcanzado semejante serenidad, semejante elevación de pensamiento, gracias a su ferviente devoción. Eso le conmociona«

«Allí, cerca de mí«»

En junio de 1914, Félix parte de viaje con un amigo.  En el coche, percibe de repente la presencia de Isabel: «Tuve la impresión, muy nítida –escribirá– de que estaba allí, cerca de mí; inmediatamente me dije: «Pero si está viva, su alma está junto a mí, acabo de tener la impresión casi física de su presencia». La emoción fue tan intensa que me resultó imposible dominarla« Pero entonces –me repetía–, si Isabel está viva como esta irresistible intuición me acaba de demostrar, eso significa que el alma es inmortal; entonces Dios existe, y el mundo sobrenatural es la verdad». Unos días después, en la basílica de Paray-le-Monial, una nueva llamada se manifiesta: «Tuve la percepción más precisa aún de su querida presencia; caí de rodillas de forma irresistible en un reclinatorio« Me dirigí a Nuestro Señor« Tenía realmente la intuición de que Él estaba allí, en el sagrario, y de que su infinita bondad se inclinaba hacia mí». Sin embargo, de regreso a París, se persuade de que ha sido el juguete de una ilusión cuya causa es el choque afectivo producido por el fallecimiento de Isabel.

Al estallar la Gran Guerra, Félix parte hacia Burdeos. En el transcurso del viaje, Isabel le inspira que vaya a Lourdes. Una vez allí, se dirige a la cueva y pide a la Virgen que le conceda el perdón de sus pecados. Entonces, Dios se apodera de su alma, lo envuelve con su Bondad y le comunica una paz y una serenidad que jamás antes había conocido. Se produce en él una revolución, sin especial esfuerzo por su parte: «¡Había sido conquistado! Se había hecho la luz». De regreso a París, se aplica al estudio de la fe católica y se documenta profusamente en la biblioteca que Isabel había dejado, donde hay toda suerte de obras anotadas de su puño y letra. Muy pronto, entra en contacto con el padre Janvier, célebre dominico, que le escucha durante largo tiempo, recibiendo a continuación la Confesión sacramental. El día siguiente, en la Misa, toma la Comunión, imaginándose que sentirá una gracia semejante a la que había recibido en Lourdes. Pero no sucede nada, por lo que regresa a casa desengañado y desanimado. Entonces, oye interiormente la voz de Isabel: «¡Sería demasiado cómodo! Después de toda tu existencia de hombre renegado, de haber combatido a Dios y a Jesucristo, sería casi inmoral si, por haberte confesado y comulgado, fueras a poseer de golpe todas las claridades y todos los consuelos. Ahora ya no se trata de tu sensibilidad, sino de tu voluntad, que debes poner en adelante al servicio de Cristo». Aturdido, Félix decide comulgar de nuevo el día siguiente.

En la primavera de 1917, empujado por varios amigos, publica el Diario de Isabel. En un momento en que Francia pasa por un período trágico de su historia, considera que las almas necesitan vida interior y, sobre todo, comprender el valor infinito que puede tener el sufrimiento. Esa publicación alcanza un inmenso éxito. Sin embargo, Félix se siente llamado pronto a consagrarse por completo a Dios en la vida religiosa. En 1919, ingresa en el noviciado de los Dominicos de París, siendo ordenado sacerdote el 8 de julio de 1923. El apostolado que se le confía consiste principalmente en dar a conocer la vida y las obras de Isabel. Después de dedicarse a ello con gran éxito hasta la vejez, entrega su alma a Dios a finales del mes de febrero de 1950. Gracias a sus trabajos, la causa de beatificación de Isabel se abrirá en 1955.

En su audiencia general del 18 de agosto de 2010, el Papa Benedicto XVI afirmaba: «En la base de nuestra acción apostólica, en los distintos campos en los que actuamos, siempre debe haber una íntima unión personal con Cristo, que es preciso cultivar y acrecentar día tras día. Sólo si estamos enamorados del Señor seremos capaces de llevar a los hombres a Dios y abrirles a su amor misericordioso, y de este modo abrir el mundo a la misericordia de Dios».

Que el ejemplo de Isabel Leseur nos anime en nuestra vida de unión al Señor.

Dom Antoine Marie osb.

* * *

* Con la debida autorización de la Abadía San José de Clairval. Nuestro agradecimiento al P. Cipriano María por su amabilidad.

Nota: Para publicar la carta de la Abadía San José de Clairval en una revista, periódico, etc. o ponerla en un sitio internet u home page, se necesita una autorización. Ésta se debe pedir por email o en http://www.clairval.com

Consagración de la familia a los Corazones de Jesús y María

Oración a los Corazones de Jesús y María

«Sea nuestro hogar como el de Nazaret, el asilo inviolable del honor, de la fe, de la caridad, del trabajo, de la oración, del orden y de la paz doméstica».

La Iglesia ha celebrado la fiesta del Sagrado Corazón y la del Inmaculado Corazón de María durante este viernes y sábado respectivamente. Por ello, nos encontramos en un momento muy especial para rezar esta oración de Consagración, en la que pedimos amparo a los Corazones de Jesús y María para nuestras familias.

Oración de Consagración

Santísimos corazones de Jesús y María,
unidos en el amor perfecto,
como nos miráis con misericordia y cariño,
consagramos nuestros corazones,
nuestras vidas, y nuestras familias a Vosotros.

Conocemos que el ejemplo bello
de Vuestro hogar en Nazaret fue un modelo
para cada una de nuestras familias.
Esperamos obtener, con Vuestra ayuda,
la unión y el amor fuerte y perdurable
que os disteis.

Que nuestro hogar sea lleno de gozo.
Que el afecto sincero, la paciencia, la tolerancia,
y el respeto mutuo sean dados libremente a todos.

Que nuestras oraciones
incluyan las necesidades de los otros,
no solamente las nuestras.

Y que siempre estemos cerca de los sacramentos.

Bendecid a todos los presentes
y también a los ausentes,
tantos los difuntos como los vivientes;
que la paz esté con nosotros,
y cuando seamos probados,
conceded la resignación cristiana
a la voluntad de Dios.

Mantened nuestras familias cerca
de Vuestros Corazones;
que Vuestra protección
especial esté siempre con nosotros.

Sagrados Corazones de Jesús y María,
escuchad nuestra oración.
Amén.

Imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y del Corazón de María en la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán (La Orotava). Foto por José J. Santana.

Fiesta del Inmaculado Corazón de María

Corazón de María

4 DE JUNIO DE 2016: INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

                 Padre Jesús Martí Ballester

María, Madre amorosa, consoladora, educadora, mediadora y compasiva.

Aunque la concepción de Jesús se realizó por obra del Espíritu Santo, pasó por las fases de la gestación y el parto como la de todos los niños. Admirablemente el Corazón de María dio su sangre y su vida a Jesús Niño, pero la maternidad de María no se limitó al proceso biológico de la generación, sino que contribuyó al crecimiento y desarrollo de su hijo.

Siendo la educación una prolongación de la procreación, el Corazón de María educó el corazón de su Niño, y le enseñó a comer, a hablar, a rezar, a leer y a comportarse en sociedad. Ella es Theotokos porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, y porque lo acompañó en su crecimiento humano.

Jesús es Dios, pero como hombre tenía necesidad de educadores, pues vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (Hb 4,15). Y como todo ser humano, el crecimiento de Jesús, requirió la acción educativa de sus padres.

El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret estaba sujeto a José y a María (Lc 2,51). Y «María guardaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,51).

LA EDUCADORA

Los dones especiales de María, la hacían apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En las circunstancias de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para imitar, y un ejemplo de amor a Dios y a los hermanos. José, como padre, cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador. Enseñándole el oficio de carpintero, José insertó a Jesús en el mundo del trabajo y en la vida social.

María, junto con José, introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la Alianza con el rezo de los salmos y en la historia del pueblo de Israel. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén por la Pascua. María encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil. Ella garantizó las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento del hijo.

María le dio una orientación siempre positiva, sin necesidad de corregir y sólo ayudar a Jesús a crecer «en sabiduría, en edad y en gracia» (Lc 2, 52) y a formarse para su misión. María y José son modelos de todos los educadores. Su experiencia educadora es un punto de referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios (Juan Pablo II).

Aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien le revele su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, siguiendo la voluntad del Padre. De maestra de su Hijo, María se convirtió en su discípula. Jesús empleó los años más floridos de su vida, educando a su Madre en la fe. Lo trascendental que resulta y fecundo gastar largos años en la formación de un santo. Tres años de vida itinerante y treinta años de vida de familia.

La mejor discípula del Señor, fue formada por el mismo Señor, su Hijo. ¡Qué tierra más fértil la suya para recibir sus enseñanzas! Ella fue la única que dio el ciento por uno de cosecha. En realidad dijo toda verdad aquella mujer: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron! -Más dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la practican» (Lc 11,27).

¿CULTO AL CORAZÓN?

Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado de María honramos a la persona misma de la Santísima Virgen. «Proprie honor exhibetur toti rei subsistenti” (Sum Theol 3ª q 5 a.1). El honor y culto que se da un órgano del cuerpo se dirige a la persona. El amor al Corazón de María se dirige a la persona de la Virgen, significada en el Corazón.

Una persona puede recibir honor por distintos motivos, por su poder, autoridad, ciencia, o virtud. La Virgen es venerada en la fiesta de la Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad, o de la Asunción con cultos distintos, porque los motivos son distintos. El culto a su Corazón Inmaculado es distinto por el motivo, que es su amor.

Todas las culturas han visto simbolizado el amor en el corazón. En el de María, honramos la vida moral de la Virgen: Sus pensamientos y afectos, sus virtudes y méritos, su santidad y toda su grandeza y hermosura; su amor a Dios y a su Hijo Jesús y a los hombres, redimidos por su sangre. Al honrar al Corazón Inmaculado de María lo abarcamos todo, como templo de la Trinidad, remanso de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura, de pena, de dolor y de gozo.

EL SIGNO DE LOS TIEMPOS

En cada época histórica ha predominado una devoción. En el siglo I, la Theotokos, la Maternidad divina, como réplica a la herejía de Nestorio. En el siglo XIII, la devoción del Rosario. En el XIX, la Asunción y la Inmaculada. A mediados de ese mismo siglo se fue extendiendo la devoción al Inmaculado Corazón de María, adelantada ya por San Bernardino de Sena y San Juan de Ávila; y en el siglo XVII, San Juan Eudes.

San Antonio María Claret, fundó la Congregación de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María en el XIX. Y en el siglo XX, alcanza su cenit con las apariciones de la Virgen en Fátima y la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María.

En Fátima, la Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para la salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo. La Beata Jacinta Marto, le dijo a Lucía: «Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al Corazón Inmaculado de María».

También se lo dirá después la Virgen. El año 1942, después de la consagración de varias diócesis en el mundo realizadas por sus respectivos obispos, Pío XII hizo la oficial de toda la Iglesia, con lo que la devoción al Inmaculado Corazón de María se vio confirmada y afianzada. Y después Pablo VI y, sobre todo, Juan Pablo II, que se declara milagro de María: “Santo Padre, -le dijeron en Brasil-: Agradecemos a Dios, sus trece años de pontificado”. Y contestó, tres años de pontificado y diez de milagro.

El ha sido el Pontífice que ha acertado a cumplir plenamente el deseo de la Virgen, cuyos resultados se han visto con el derrumbamiento del marxismo y la conversión de Rusia.

Cuando en el siglo XVIII el mundo se enfriaba por el indiferentismo religioso de doctrinas ateas, se manifiesta Cristo a Santa Margarita María de Alacoque en Paray le Monial, y la constituye promotora del culto al Corazón de Jesús, y cuando en el siglo XX, el mundo se va a ver envuelto por amenazas de guerras, divisiones y odios, herencia nefasta del materialismo y del marxismo, pide la Virgen a los niños de Fátima, que difundan la devoción al Inmaculado Corazón de María.

Como remedio a los males actuales, la misma Virgen nos ofrece su Corazón Inmaculado, que es ternura y dulzura, pero también exigencia de oración, sacrificio, penitencia, generosidad y entrega. No basta el culto; hay que imitar sus virtudes.

EL CORAZÓN

El corazón desarrolla una sinergia, un lazo invisible, pero de irresistible fortaleza, que nos une con Dios, con los hombres y con las criaturas.

El Corazón de María, expresa el corazón físico que latía en el pecho de María, que entregó la sangre más pura para formar la Humanidad de Cristo, y en el que resonaron todos los dolores y alegrías sufridos a su lado; y el corazón espiritual, símbolo del amor más santo y tierno, más generoso y eficaz, que la hicieron corredentora, con el cúmulo de virtudes que adornan la persona excelsa de la Madre de Dios.

El Corazón es la raíz de su santidad, y el resumen de todas sus grandezas, porque todos sus Misterios se resumen en el amor. Dios, que creó el mundo para el hombre, se reservó en él un jardín donde fuera amado, comprendido, mimado, como el huerto cerrado del Cantar de lo Cantares. Es su obra primorosa y singular.

Su Corazón y su alma son templo, posesión y objeto de las delicias del Señor. Sólo su corazón pudo ser el altar donde se inmoló, desde el primer instante, el Cordero inmaculado. Según San Bernardo, María «fuit ante sancta quam nata»: nació antes a la vida de la gracia que a la de este mundo…No hay un Corazón más puro, inmaculado y santo que el de María. Como el sol reverbera sobre el fango de la tierra, su Corazón brilló sobre las miserias del mundo sin ser contaminado por ellas. Es la Mujer vestida del sol del Apocalipsis (12,1).

La plenitud de la gracia que recibió María repercutió en su Corazón en el que no existió la más leve desviación en sus sentimientos y afectos. Su humildad, su fe, su esperanza, su compasión y su caridad, hicieron de su Corazón el receptáculo del amor y de la misericordia. El Corazón de María es el de la Hija predilecta del Padre. El Corazón de la Madre que con mayor dulzura y ternura haya amado a su Hijo. El Corazón de la Esposa donde el Espíritu realizó la más grande de sus maravillas, concibió por obra del Espíritu Santo.

El Corazón de María es también un corazón humano, muy humano. Es el corazón de la Madre: Todos los hombres hemos sido engendrados en el Corazón Inmaculado de María: «Mujer, he ahí a tu hijo» (Jn 19,26. San Juan nos representaba a todos. Porque amó mucho mereció ser Madre de Dios y atrajo el Verbo a la tierra; con sufrimiento y con dolor, ha merecido ser Madre nuestra. El amor a su Hijo y a sus hijos es tan entrañable y tierno, que guarda en su corazón las acciones más insignificantes de sus hijos, hermanos de su Hijo Jesús, el Hermano Mayor.

MADRE DE CADA HOMBRE

Si María fuera sólo Madre de la Iglesia como comunidad, y no Madre de cada uno de los miembros, sólo se preocuparía del bien de la Iglesia. Pero cada cristiano carecería de seguridad. Sería como un general que ama mucho a su ejército, pero no vacila en sacrificar a todos los soldados para salvar a la nación; y de intimidad, porque en una multitud tan grande, ¿cómo puede cada uno acercarse a Ella? El soldado no tiene fácil acceso al general; ni el ciudadano al Jefe del Estado. María no sería nuestra Madre, sino nuestra Reina, o nuestro general, distante de nuestras pequeñas preocupaciones.

Si una madre de diez hijos los amara sólo en grupo, y no se preocupara de cada uno en particular; si preparara comida, camas, descanso, trabajo, recreo para su pollada, no sería madre de familia, sino administradora de un colegio o de un cuartel, donde la revisión médica y la vacuna colectiva se hace para todos una vez. La madre de familia, lleva al médico a cada hijo siempre que lo necesita o se queja: no tiene un día al año de revisión ni de vacuna para todos. Con la Virgen María no estamos en un cuartel, ni en un colegio, sino en una familia: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el Reino» (Lc. 12,32).

A María le sobra corazón para atendernos a todos como si fuéramos únicos: Dios le ha dado Corazón de Madre para que con él ame a todos y cada uno de los hombres, los de hoy y todos los de ayer y de mañana. Nosotros somos como la última floración, como el benjamín, al que prodiga sus cuidados.

LOS MÁS DESVALIDOS

Toda madre tiene amor particular a cada hijo y más al más desvalido, al subnormal, al extraviado al más necesitado. El Corazón de María nuestra Madre, ama a cada hombre con el mismo amor con que ama a toda la Iglesia. Ninguna madre cuando tiene el primer hijo restringe su amor, reservándolo para los que vengan. Da todo su amor al primero y al segundo, sin quitar nada al primero, y sin ahorrar nada para el tercero. Cuida de todos, y de cada uno como si no tuviera otro.

Sólo saboreando el amor singular de su Corazón a cada uno, se puede gustar la delicia de sentirse amados por Ella, y se dialogará con ella y se intimará con Ella y se gozará en Ella. Para llegar a su intimidad, que es importantísimo para nuestra vida interior, es preciso tener firme fe en ese amor particular.

MADRE DE LA IGLESIA

Durante el Concilio, Pablo VI proclamó solemnemente que María es Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores» Más tarde, el año 1968, en el Credo del Pueblo de Dios, ratificó esta afirmación de forma más comprometida:

«Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos. El Concilio ha subrayado que la verdad sobre la Santísima Virgen, Madre de Cristo constituye un medio eficaz para la profundización de la verdad sobre la Iglesia… Por consiguiente, María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia. En este sentido, María, Madre de la Iglesia, es también su modelo. En efecto, la Iglesia -como desea y pide Pablo VI- «encuentra en María, la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo».

El egoísmo afecta a todo amor creado, incluido el de las madres, con ser el más puro. Sólo el amor de la Virgen María no tuvo jamás mezcla de egoísmo. El amor de su Corazón es virginal, sin mezcla de egoísmo, amor puro. Amándonos con amor virginal, sabemos que no se busca a sí misma: sólo busca nuestro bien.

Incluso nuestra correspondencia de amor a Ella, no la quiere por bien suyo, aunque en ella se goce como madre, sino por bien nuestro, para poder lograr nuestra transformación en Dios. El amor particular que nos tiene engendra nuestra intimidad con Ella, y el abandono en su Corazón. Con el mismo amor con que ama a su Jesús. Al amar a Dios lo ha hecho «Emmanuel», «Dios con nosotros» y al amarnos a nosotros, nos identifica con El.

El amor de los padres resulta con frecuencia ineficaz para proteger y defender a sus hijos, que no pueden impedir que enfermen, sufran accidentes, mueran. Hacen por ellos lo que pueden, pero pueden muy poco. Pero como María nos ama con su Corazón de Madre de Dios, su eficacia es absoluta, porque tiene en sus manos la omnipotencia divina, no por ser madre nuestra, sino por ser Madre de Dios.

COMPARTIR

En una familia de cinco hijos si uno es muy rico y poderoso y los otros cuatro pobres, la madre no consentirá que el rico no socorra a sus hermanos pobres. María no podrá consentir que su Hijo Jesús le impida usar de su infinita riqueza y poder para socorrernos a nosotros. Esto no va a ocurrir nunca, pues Jesús la ha hecho nuestra madre, y administradora de su Corazón. Jesús jamás pondrá límites al uso que su Corazón haga de sus tesoros infinitos.

Si el Padre hubiera concedido al Corazón de María algo a condición de que no fuera también nuestro, ella lo hubiera impedido: Si me haces su madre no me des nada que yo no pueda compartir con ellos.

Al darnos el Corazón de su Madre y nuestra Madre, ha hecho nuestros todos los dones y riquezas que puso en su Corazón: su predestinación si la queremos, el cariño con que la envuelve, y los regalos con que Dios la recrea. No se puede amar a la Madre, si no se ama a sus hijos, ni se puede dar gusto a la madre, si se abandona a sus hijos.

SU CORAZÓN ES NUESTRA SEGURIDAD

Si a un niño pequeño le diéramos una joya preciosa, la perdería. Por eso se la damos a su madre, para que la conserve. Por eso Dios no ha querido darnos sus dones directamente, para que no nos pase como Adán. Se los ha confiado a María, que nunca los perderá.

Estando en sus manos son nuestros. Ella nos los conserva. Su Corazón es nuestra seguridad, nuestro tesoro inviolable. Todo lo suyo es nuestro, Ella lo quiere para nosotros. Toda la inocencia de María, su pureza, su santidad, su humildad, su amor a Dios y a los hermanos es nuestro, porque Ella es nuestra. (San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor, 26). Y como son nuestros los podemos ofrecer a Dios, sobre todo cuando no tenemos nada que ofrecerle. Entonces es cuando le ofrecemos más y la conquistamos más, porque somos más pobres, como su Hijo, recibió los dos reales de la viuda.

SUFRE CON NOSOTROS

Su Corazón hace suyos nuestros pecados y dolores, como los hizo suyos Jesús en su pasión y en la Eucaristía. Y nuestras tristezas y aflicciones. «Este es el Cordero de Dios, que toma sobre sí, los pecados del mundo»; los dolores y sufrimientos: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (He 9,4).

Como en la Eucaristía Jesús sufre viendo nuestras carencias que reactivan su pasión, y goza inefablemente cuando nos ve a su lado, el Corazón de María, las considera suyas como se identificó con los sufrimientos de Jesús como Corredentora, sufriendo todos nuestros dolores y pecados, y recibiendo hoy el consuelo de nuestra gratitud e intimidad. Siempre y en cada momento compadece con nosotros.

Cuando pecamos, vuelve a sentirse como avergonzada y pecadora. Por eso Jesús nos perdona tan fácilmente, para quitarle a su Madre la humillación de nuestros pecados, que la oprime porque somos sus hijos. De la misma manera que el Padre nos perdona para quitar a su Hijo el oprobio que en la Eucaristía siente de nuestros pecados porque los hace suyos, y al quitárnoslos se los quita a El.

Sin la Eucaristía sería muy difícil nuestro perdón, a pesar de la pasión de Cristo, que quedaría demasiado lejos, y es ahora cuando necesitamos que El haga suyo lo nuestro. Por eso no debemos desconfiar ni desesperar. María es refugio de pecadores. Y cuando después del pecado nos echamos en sus brazos, Ella nos anima diciendo: Me siento Yo manchada; mas como mi Hijo quiere verme totalmente limpia, os limpiará a vosotros para que todos estemos limpios.

El Corazón de María es nuestro consuelo. No nos acompaña en el sufrimiento por pura fórmula. Llora con nosotros, sufre con nosotros nuestro mismo dolor, está con nosotros, tratando de que superemos la depresión de vernos solos y abandonados en el sufrimiento y en el dolor, especialmente en esta época de angustia, vacío y ansiedad.

Siempre nos queda su Corazón, sus brazos acogedores maternales que llevan nuestra misma carga, haciéndola ligera. Y Jesús, amando a su Madre, para hacer ligera la carga de Ella, la lleva con Ella y con nosotros, y nos dice: «Venid a Mí todos los que estáis cargados y agobiados, y yo os aliviaré, porque mi yugo es suave, y mi carga ligera» (Mt. 11,28). Si aprendemos a ir a Jesús por María, hallaremos fortaleza y hasta verdadera delicia en el sufrimiento y en el dolor.

La compañía que nos hacen los que nos aman es externa y desde fuera: son incapaces de llegar al nivel de nuestro dolor. El Corazón de María siente en nosotros y con nosotros todas nuestras angustias y dolores, porque conoce ahora, y siente en su carne, lo que estamos pasando. Y si su Corazón prefiere sufrir con nosotros ese dolor antes que quitárnoslo, es porque ve que es necesario pasarlo.

Cuántos bienes deben seguirse de estos sufrimientos, humillaciones, anonadamiento y aislamiento, olvidos, desprecios, dolores físicos y morales, y hasta los mismos pecados que nos humillan y confunden, cuando el Corazón de María, pudiéndolos evitar, prefiere hacerlos suyos, y sufrirlos en nosotros y con nosotros. Si lo tenemos presente veremos la luminosidad de la cruz, y entenderemos lo que nos dice San Pablo: «Dios, a los que decidió salvar, determinó hacerlos conformes a la imagen de su Hijo» (Rom. 8,29), y «seremos conglorificados con El, si padecemos con El» (Rom. 8,17). Entonces comprendemos los deseos ardientes que los santos tuvieron de sufrir, y no nos extrañará oír a Santa Teresa: «O padecer o morir» y a San Juan de la Cruz: “Padecer y ser despreciado por Vos”.

Autor: Padre Jesús Martí Ballester.

Fuentes:

www.oblatos.com

www.catholic.net

San Pedro de Verona (San Pedro Mártir), fraile dominico mártir

San Pedro de Verona 1

*San Pedro Mártir

Gran Canaria, la tierra de los hombres generosos y valientes, se uniría para siempre a Castilla, madre de los pueblos y creadora del derecho de gentes. Aquel día, San Pedro de Verona, Apóstol y Mártir de la Fe contemplaría, desde el cielo, el nacimiento de la fe de un pueblo noble y el abrazo de las razas generosas.

¿Quién es Pedro de Verona? Permitidme que le sitúe en su época, entre los hombres de su tiempo.

Hoy, difícilmente, llegamos a formamos una idea exacta del hombre medieval. Le imaginamos recluido en un estrecho círculo de vida material, sin preocupaciones superiores, sin inquietudes espiritualistas, sin luchas religiosas, indiferentes a todo anhelo científico, embrutecido y ajeno a todo afán de reflexión y examen personal. Pero vista de cerca aquella Edad Media, enorme y delicada, veremos en ella los más peregrinos y dramáticos contrastes: rebeldía contra toda dominación por aquellos hombres de pasiones enérgicas que, después de imponerse con actos de violencia y de barbarie, expiaba sus crímenes en la paz de un claustro; ignorancia y superstición, y a la vez apetito insaciable de saber; austeridad de vida al lado de la anarquía; la santidad con la aberración; la caridad más exquisita frente al odio más feroz; en suma, la barbarie moderada por el cristianismo, y el cristianismo manchado por la barbarie.

Tal es el medio en que se desarrolla la vida de San Pedro de Verona. Nace en un lugar herético. Enjambres de herejías pululan, alrededor de mil albigenses cátaros patarinos… En su infancia se encontró Pedro muchas veces con el gran problema que preocupaba al hombre medieval.

De mayor, comprendió el peligro que rodeó a su infancia, y su fe se hizo más firme, más clara, más consciente, y un día, providencialmente, se encontró con Santo Domingo de Guzmán y le pidió el hábito de los hermanos Predicadores. Allí comenzó su misión: convertir herejes, defender la, verdad, combatir los errores que habían sido objeto de sus controversias infalibles. Sus enemigos más acendrados son los patarinos. Nadie los conoce como él. Con ellos derramó Pedro sus palabras, su sudor, y su sangre. Es inquisidor, al mismo tiempo que predicador. El desorden había hecho de Italia un verdadero caos. Se atacaba la justicia, la propiedad, la autoridad, la familia: la base de la sociedad estaba en peligro. Todas las repúblicas italianas habían decretado órdenes terribles contra los herejes. La herejía era considerada como delito civil. Cuando la autoridad no intervenía, el pueblo se encargaba de vengarlo en horribles matanzas.

La Iglesia intervino también y apareció la inquisición, como un sustituto de las matanzas en masa y de los consejos de guerra, mucho más suaves, más legal, y más preocupado de librar del castigo a los inocentes y a los arrepentidos.

Pedro fue uno de los primeros inquisidores, pero de él no puede decirse que alumbre su camino con hogueras. Al contrario, la luz de la verdad brilla por donde quiera que pasa. Hay tal fuerza de convicción en sus palabras que los herejes tiemblan más ante sus argumentos que ante su hopa inquisitorial. Le aman y le odian a la vez; le aman por su bondad y le odian porque, sin necesidad de verdugos ni torturas, sus iglesias quedan vacías.

El odio de los herejes empieza cada día más a perseguirle con saña. Su vida peligra pero él sigue sin acobardarse.

Un día predicando en San Eustorgio de Milán hace un anuncio profético: «Yo sé que las sinagogas de los malvados han decidido mi muerte; sé que ya está depositado el dinero que se ha de dar al asesino… No tardarán en darse cuenta de que mi muerte va a hacerles más daño que mi vida». Quince días más tarde atravesando un bosque entre Milán y Como el sicario sale de la espesura y le hiere en la cabeza y Pedro, con su propia sangre, escribe en el suelo la palabra «Credo» y dejó de existir.

Sobre su tumba escribieron estos versos de Santo Tomás de Aquino: «El pregón, la lámpara, el atleta de Cristo, del pueblo y de la fe, aquí calla, aquí se esconde, aquí yace inicuamente inmolado; voz dulce para las ovejas, luz amable para las almas, espada del Verbo, cayó al golpe malvado del puñal». Así llora el Dr. al Mártir.

Hoy, ante la crisis y huida de las ideas, ante el ritmo trepidante del mundo moderno, ante la civilización del consumo, ante la psicosis sexual, ante la rebeldía de los jóvenes, ante la desintegración de la familia, las palabras no bastan. Hoy que las tradiciones se tambalean, que las viejas fórmulas se ponen en duda, es necesario más que palabras hechas vida en testimonio sangrante vivencial para ablandar la dureza de las mentes por un mundo materialista.

Por eso la entrega generosa de Pedro de Verona puede ser luz que ilumine los caminos, del mundo hambriento de espíritu, aunque agitado por los nuevos ídolos: la técnica y la invasión sexual.

Estas tierras resecas son el patrimonio de viejos encuentros: de siglos de silencios, de vientos prolongados, de soles abrasadores, de emporios agrícolas; pero también son tierras de sudores y lágrimas amasados en el trabajo; de hombres cansados pero abiertos a la esperanza; de hombres pobres pero generosos…

Para esa juventud mi mensaje. Un mensaje de esperanza. Vosotros, jóvenes, sois la esperanza. Vuestro es el mundo del futuro y tenéis que recoger la antorcha de manos de vuestros mayores. Hoy hay mucha superficialidad. Se vive muy deprisa. A ritmo vertiginoso. No da tiempo a pensar. Los jóvenes se dejan impresionar por los aconteceres espectaculares. No da tiempo a la reflexión.

Hoy se habla de libertad. Se quiere una vida sin complicaciones. Sed responsables, libres pero con reflexión. Buscad la verdad: esa verdad que según Pablo, el apóstol, os hará libres. Sed responsables. Hay que profundizar en las grandes interrogantes que se plantea el mundo moderno.

Sin la juventud el mundo no tendría alegría, optimismo, esperanza. Tenéis que llenar este mundo pesimista y desesperado de optimismo, de alegría y de esperanza.

Para ello se necesita todo vuestro entusiasmo en la vertiente cristiana. Vuestro papel en la iglesia es decisivo. Vosotros, jóvenes, sois la Iglesia del mañana. Ella está en vuestras manos. Se oye decir que no os gusta la Iglesia. De vosotros depende el mejorarla. No podéis privar al mundo del único principio salvador…

Francisco Suárez de la Cruz. Pregón de las primeras fiestas de San Pedro Mártir en el Doctoral, Santa Lucía de Tirajana, abril de 1972. Extracto.

* * *

San Pedro de Verona

Dios omnipotente, haced benignamente que imitemos con un celo digno de Vos la fe del bienaventurado Pedro, vuestro mártir, quien, por la propagación de esta misma fe, mereció recibir la palma del martirio.  Por J. C. N. S.

San Pedro de Verona, Mártir (P. Juan Croisset, S.J.)

*San Pedro Mártir, protomártir dominico, es el patrono de Gran Canaria. Su festividad se celebra el 29 de abril; y el 4 de junio en el calendario de la Orden de Predicadores, conmemoración de la traslación de sus reliquias (4 de junio de 1430).

La medalla del Sagrado Corazón de Jesús

Sagrado Corazón de Jesús

La medalla del Sagrado Corazón de Jesús de Gerardo

                    (Cuento) por Josefina Tresguerras

Llenos de entusiasmo contagioso iban hacinándose cientos de hombres en el vapor oscuro y tristón que les cupo en suerte, para llevarlos a la tierra de moda, a la lejana y cercana a la vez, Venezuela. Lejana por la distancia, y cercana a fuerza de irse poblando con paisanos, que con sus continuos envíos, cartas y retornos, la iban aproximando espiritualmente.

Gerardo no quería ser «menos» que los otros. Casi todos los de su quinta habían marchado en busca del codiciado vellocino, y una mañana, precedida por una noche sin sueño posible, lo decidió al fin. Y, allí, en un rincón palmero, en su querida y pintoresca Breña Alta, colgado entre castaños y nogales, dejó su nido donde había de aguardarle María de las Nieves, la esposa joven y bonita, y más alegre que un cascabel, ahora muda y entristecida por su próxima marcha, y el pequeño gorrión, un hombrecito hecho de miel y cera, que se esforzaba en dar sus primeros e inseguros pasos, al encuentro de su padre.

Llegó el momento decisivo y con los ojos velados por el llanto, y los dientes apretados para no prorrumpir en sollozos, vio perderse primero las playas de su tierra canaria y, por último, las crestas de sus montes, que en aquel instante de despedida, besados por el sol, le parecieron más bellos que nunca.

A los primeros ensayos y tropiezos en la americana tierra siguieron días de trabajo seguro y productivo. El hada de la suerte estaba a su lado.

La palabra «Providencia Divina», que en su infancia anidaba en su bendito hogar, la había olvidado, y con ella las plegarias maternas y costumbres piadosas de los antepasados. Poco a poco surgían nuevos velos, que iban cubriendo todo con la neblina del olvido. Primero, las prácticas religiosas y costumbres tradicionales, y luego, el pueblo, el paisaje y hasta su propio hogar. Las cartas, frecuentes y cariñosas al principio, se tornaron en lacónicas y escasas, y mientras, el ambiente exótico de la tierra extraña se adueñaba de él, brindándole nuevas gastos y hasta nueva vida.

El dinero se había hecho su amigo, y con él se había también rodeado de infinitos enemigos. Las carreras y e! juego lo dominaban por completo. Una noche la fortuna quiso burlarse de él, volviéndole la espalda, y entre un puñado de naipes sepultó sendos puñados de bolívares. Medio narcotizado por los vapores del humo y el alcohol seguía jadeante el camino de las últimas monedas de su cartera. Al fin ésta quedó exhausta.

Medalla Sagrado Corazón de Jesús

«No te retires, hombre. ¿A qué ir a tu casa por dinero, si aún tienes aquí algo?»—dijo cínicamente un jugador. Y uniendo la acción a la palabra, cogió la medalla de oro, que se vislumbraba por la entreabierta camisa, intentado arrancarla. Gerardo rugió como un león ante el insulto que le azotaba el corazón, y defendiendo su reliquia se lanzó sobre el malvado, que a duras penas lograron arrebatarle de las manos los camaradas.

Cuando el nuevo día inundaba de luz su habitación, unas campanas elocuentes la llenaron también de sonidos. La hojilla del calendario señalaba el 12 de junio. El Corazón de Jesús le llamaba. Aquel Corazón en forma de áurea medallita le acompañaba siempre desde la marcha definitiva de su grande amor, su madre querida. Ella misma la colgó a su cuello en su lecho de muerte, con los ojos velados por las lágrimas, besándola primero con sus labios agónicos, diciéndole: «Hijo mío, no te separes de ella nunca, nunca, y así estaré siempre contigo».

Un torrente de llanto, mezcla de dolor y arrepentimiento, le invadieron. La madre muerta y la esposa y el hijito semi-olvidados se levantaron en su conciencia, empujándole afuera, mientras apretujaba emocionado su medalla del Corazón de Jesús, y junto a ella acariciaba también los amores pasados y presentes de madre, hijo y esposa, tríptico cariñoso que resurgió en las cenizas del recuerdo, por el soplo divino del Corazón, que reina sobre todos los corazones. Sus pasos le llevaron casi sin saberlo a la iglesia cercana, y allí confortado y purificado tomó su decisión. El milagro estaba hecho.

Gerardo, regenerado y decidido, recogió el resto del producto de su trabajo, y en un vapor blanco como las nieves de las cumbres de su tierra, y las palomas de sus campos, volvió a los brazos de los suyos, que le recibieron jubilosos, mientras él emocionado les ofrecía entre los presentes caraqueños el oro que pensaba convertir en medallas del Sagrado Corazón, para colgar del cuello de la esposa y el hijo.

Días más tarde la bella imagen, ya entronizada en su pecho, lo fue también en su hogar, y la devoción predilecta de la madre muerta resucitó en su blanca casita colgada de los árboles, una vida llena de paz y alegría, mensajera de la Dicha Eterna.

      Josefina Tresguerras. Junio, 1953.

Sagrado Corazón de Jesús

Jesús mío dulcísimo, concededme que muera detestando todos mis pecados, creyendo en vos con fe viva, esperando en vuestra inefable misericordia y amando la bondad de vuestro amantísimo y amabilísimo Corazón.

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús