Homilía en la fiesta de San Rafael Arnáiz

Hermano Rafael

Homilía en la Fiesta del Hermano Rafael

P. Alberico Feliz, 27 de Abril de 2014

En esta misma fecha, -hace 77 años-, nuestro Hermano Rafael, acababa de desaparecer, después de estar de cuerpo presente en nuestra iglesia, mientras la Comunidad le dedicaba las últimas oraciones de recomendación.

Hoy día, le percibimos invisible y glorioso, pues ya está inscrito en el catálogo de los santos, con una capilla dedicada a su veneración, para que sea él, quien interceda por nosotros.

Son los Santos:

  • los que en su interior, llevan la pequeñez de los grandes;
  • los inconfundibles, por que si deslumbrar, alumbran con su testimonio callado y con su forma de situarse;
  • los que llevan hasta el extremo de dar y darse;
  • los que contagian la fe que llevan a flor de piel;
  • los que aciertan a ver el valor de lo sencillo y la grandeza de lo pequeño;
  • los que llevan un exterior común, siendo singularísimos por dentro;
  • los testigos limpios de una fe transparente en Cristo;
  • los héroes silenciosos del cumplimiento del deber de la vida diaria…

Así nos lo ha dicho él, en lectura del segundo nocturno, cuando nos hablaba de la «sencillez»: «Sólo pretendo vivir una vida muy sencilla, sin cosas extraordinarias». Y también: «No hace falta, para ser grandes santos, grandes cosas; basta hacer grandes, las cosas pequeñas».

Pero está bien claro, que para llegar a un convencimiento tan sublime, como excelso, se necesita un punto de apoyo inconmovible, que a su amparo, puedan superarse todas las turbulencias y dubitaciones de mente y de espíritu que puedan sobrevenir con el tiempo o por sorpresa.

Este apoyo, que también es «fondo» y «centro», tal como lo interpreta el mayor de los místicos, San Juan de la Cruz, no es otro que Dios, el «¡sólo Dios!» de nuestro Hermano Rafael, y que no siempre es bien entendido, pues no se refiere a «exclusividad», sino a  «prioridad» en el amor.

Esta «primacía en el amor», es aquella profesión israelítica, que nos ha recordado la primera lectura: «Escucha Israel»…; la oración de todos los días, y que había que recitarla más señalados: «estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado».

Y para evitar todo peligro de inadvertencia, «había que atarla a la muñeca, o ponerla como broche en el turbante, para no perderla nunca de vista: «Amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas sus fuerzas».

El amor debe apoderarse de toda la persona, para que no quede como mero afecto sentimental; de tal manera, que en la entrega total del amante, suene el lenguaje del amor más profundo: «Mi Amado es para mi, y yo para mi Amado».

De ahí la inquietud bendita de que Rafael «buscara a Dios» por todos los medios, modos y maneras que se le ofrecían hasta dar con El. Y por eso nos dice que, «por más que nos sorprenda lo que veamos a los lados, lo que interesa es no detenerse y seguir, pensando que al fin del camino está el que se busca, esperando con los brazos abiertos».

Y esto lo decía, cuando se hallaba estudiando, aunque ya había conectado con nuestro monasterio en sucesivas visitas.

En su primera carta, ya desde el convento, escribe a sus padres, y les dice: «Quisiera comunicaros mi alma, mi amor a Dios, para que vierais que vuestro hijo ha encontrado el verdadero camino… y como dice el evangelio, «un tesoro», y sin pérdida de tiempo, se dedica a desenterrarlo».

Es fácil decir esto, cuando en los primeros meses del noviciado se viven de luna de miel del todo enamorado; pero tendremos que escucharlo a lo largo de toda la trayectoria, para ver si ése «buscar a Dios por Dios, para quedarse con el «¡sólo Dios!» como único lema, lo lleva clavado en el alma, pase lo que pase y ocurra lo que ocurra.

Y parece ser que sí…, pues va a resultar clave de fondo y la tensión fundamental del alma absorbida por la «pasión» de Dios, que como ciervo herido gime: «Ansias de vida eterna… Ansias del alma que sujeta al cuerpo, gime por ver a Dios…; ¡Ansias de Cristo!».

Y cuando nuestro Hermano se expresa así, nos parece estar escuchando a San Pablo: «Todo lo estimo pérdida comparando con la excelencia del conocimiento de Cristo mi Señor». Jesucristo es para él, su «todo», el modelo que hay que reproducir, y el guía que hay que seguir.

Y en sus escritos, chorrea constantemente esta obsesión bendita por Cristo, que es el que le da luz, la fuerza y el ánimo entusiastas para buscarle, seguir, proseguir hasta conseguir lo que anhelaba.

Nos lo dirá en sendas expresiones:

  • «No vivamos en lo exterior, hermano, que todo es vanidad y luego pasa. Animémonos a vivir en Cristo y sólo para El»…
  • «Todo lo que vibra, todo lo que al alma en la vida rodea, todo es flor de un día, que ahora viene y luego se va. Nada la interesa que no sea Cristo…
  • Y nos expone su propia experiencia: «Bien sabe el Señor, que cuanto más débil me siento, cuanto más lucho con la materia que tira hacia abajo, cuando mi alma sufre un dolor más humano que divino, es entonces cuando veo que sólo en Cristo se halla descanso».
  • «Para el alma enamorada de Dios, para el alma que ya no ve más arte ni más ciencia que la vida de Jesús…, le es necesario ocultarse en Cristo, y allí estarse a solas con Dios» «Nada tengo y tengo a Cristo; nada deseo y poseo, pero poseo y deseo a Cristo».

Pero él sabe muy bien, que a pesar de su anhelo ardiente, -«no ha conseguido el premio»- y por eso, se ha propuesto como San Pablo, mediante un típico vocabulario deportivo, un esforzado y continuado camino hasta la meta, que exige un duro combate espiritual.

  • La meta que para él es la santidad, y lo repite muchas veces: «Lo único que hay que hacer, por mucho que nos sorprenda lo que vemos a los lados del camino, es no detenerse, seguir»…
  • El esfuerzo, es no volver la mirada atrás; por eso repite varias veces la frase evangélica: «He puesto la mano en el arado… y no quiero mirar atrás».
  • Y su persistencia consistió en ofrecerse a Dios, no una, ni dos o tres, sino cuatro veces, afirmando con toda el alma que lo haría mil veces si fuera necesario…

Y en esto consiste la «sencillez y sabiduría que Dios revela a la gente sencilla«. Escuchemos esta expansión de Rafael: «Ni el mundo comprende, ni es necesario, la locura del alma que ama a Cristo; la locura, sí, que hace que el alma desbarre, que las palabras se hagan torpes de tanto querer decir y no poder decir nada».

La locura sostenida únicamente por estar unida a la voluntad de Dios, y que nos hace callar, cuando quisiéramos gritar; que nos hace prudentes y el alma se desata, y el ansia palpita impaciente dentro del corazón…

La locura de Cristo…, no se comprende, es natural, y hay que ocultarla…, ocultarla muy dentro, muy dentro; que sólo El la vea, y que nadie, si es posible, ni aún uno mismo, se entere de que está dominado por ella».

Este es amor y la locura de nuestro Hermano Rafael por la persona de Cristo; aprendamos la lección que él nos regala, y sepamos perseverar hasta conseguir la meta, aunque ello suponga una oblación de vida, como la que él ofrendó al Señor. Por eso consiguió lo que se propuso, y hoy le venera la Iglesia entera con singular devoción.

Sólo Dios basta…

Del boletín informativo San Rafael Arnáiz Barón (Enero-Junio 2015 – nº182)

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El Hermano Rafael Arnáiz

Vicisitudes del Hermano Pedro en Guatemala

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*Vicisitudes del Hermano Pedro en Guatemala

El escenario donde realizó su labor el Siervo de Dios fue Santiago de los Caballeros, hoy Antigua Guatemala, ciudad situada en el Valle del Tuerto o Panchoy, de ocho leguas de circunferencia. En el año 1650 tenía esta ciudad unos 60.000 habitantes, siendo el tercer núcleo urbano de América, después de Méjico y Lima. Capital de la Capitanía General de Guatemala, la cual comprendía la Península de Yucatán Mejicana y América Central. Por las ruinas actuales se adivina su antiguo esplendor de ciudad formada por 16 barrios, 32 iglesias, unas 60 calles rectilíneas trazadas por el Ingeniero Juan Bautista de Antonelli. Por su infinidad de palacios y monumentos fue proclamada en la octava Asamblea del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Monumento de América.

En esta floreciente ciudad, se estableció nuestro humilde paisano, alojándose en casa de Pedro Armengol, con quien trabajaba en el oficio de tejedor, como en La Habana. Su religiosidad rayana en el misticismo, le inclinó a realizar los estudios eclesiásticos, pero le falla la memoria para aprender el latín. Dice Francisco Antonio de Montalvo en su obra “Vida admirable y muerte preciosa del Venerable Hermano Pedro de San José Bethencourt” como ya dijimos anteriormente, “era en la devoción águila y en las letras topo”. El 10 de Enero de 1655, Pedro renuncia a sus estudios solicitando entrar en la Orden Tercera Franciscana, viste el hábito el 14 del mismo mes.

Hermano Pedro fue encargado de las obras y custodia de la capilla de “El Calvario”, que llevó a feliz término. Esta llegó a ser uno de los santuarios más concurridos y venerados de América Hispana, gracias a su custodio Pedro de Bethencourt. Aquí creó la costumbre devota del rezo del Santo Rosario en procesión que se extendió a España por obra de Fray Pedro Ulloa, llegando a practicarse en todo el Mundo Católico. Así mismo creó la Procesión del Silencio, y muchos rezos piadosos.

En el Calvario plantó Hermano Pedro el árbol denominado “esquisúchil”, que aún hoy existe, atribuyéndole el pueblo virtudes curativas a sus hojas y flores.

Teniendo Hermano Pedro gran devoción por San José o para imitar a su posible pariente Fray Luis de San José Betancur, franciscano canario muerto en Guatemala años antes de llegar allí Hermano Pedro, solicita el Venerable Hermano del Obispo Fray Payo de Rivera, le permitiera denominarse en lo sucesivo Pedro de San José Betancur. Fray Payo de Rivera despacha una cédula, concediéndole tal denominación.

Algunos años después de su estancia en el Calvario comienza nuestro paisano una gran epopeya de caridad, con tres inválidos desheredados de la fortuna; un negro, un enfermo de perlesía (Marquitos) y una anciana llena de llagas, María Esquivel.

Al morir esta última, compra Hermano Pedro la choza de paja y la parcela de terreno circundante donde habitaba. Se establece en ella, destinando una parte a oratorio donde entroniza una imagen de la Virgen Nuestra Señora de Belén. Compra algunas camas y las coloca en las demás habitaciones, completándolas con las que la caridad pública le donó. Destinaba las mencionadas camas para alojar forasteros y estudiantes pobres, sacerdotes ancianos y enfermos, peregrinos, convalecientes, etc.

De noche la choza servía de dormitorio y por las mañanas, recogidas las ropas y camas, estas se convertían en asientos y mesas para los niños. Las niñas daban clase por la mañana y los niños por la tarde. En esta institución tenían albergue los pobres, enfermos, desvalidos, niños huérfanos y abandonados sin ninguna discriminación de razas.

Hermano Pedro hacía con los niños de padre y de madre, los limpiaba, remendaba sus ropas, le daba otras cuando las que tenían estaban muy viejas, etc.. Todas las mañanas repartía comida a la puerta de su institución, luego llevaba un gran cántaro de comida para repartir entre los enfermos de los hospitales de San Lázaro y San Alejo y a la vuelta iba recogiendo lo que le daban, terminando en su escuela dando el desayuno a sus queridos niños. Diariamente daba de comer a más de 300 personas. También atendía a los moribundos, confortándoles y ayudándoles a bien morir, cuando faltaba un sacerdote. A los muertos pobres les sufragaba los gastos de entierro y ayudado por los hermanos de su congregación los enterraba, finalmente regaba con sus lágrimas la tumba. Los jueves los dedicaba el Siervo de Dios a visitar los hospitales y cárceles adonde acudía con gran cantidad de provisiones que repartía entre los enfermos y encarcelados, además de confortarles y darles buenos consejos. Un día a la semana acudía al fondo de las minas para socorrer a los obreros y esclavos, tanto material como espiritualmente.

En su hospital, fue su primera enferma una anciana negra, impedida, antigua esclava abandonada por sus amos.

La institución de beneficencia creada por el Siervo de Dios, por sucesivas ampliaciones y mejoras a medida de las necesidades, llegó a ser un verdadero complejo de caridad.

Hermano Pedro puede considerarse como precursor de los Colegios Mayores, fundador del primer Hospital de Convalecientes del Mundo y de los primeros colegios gratuitos para niños de América y así mismo de las instituciones benéficas para sacerdotes, enfermos y ancianos. A su iniciativa se debe la obra del Hospital del Señor San Pedro en Guatemala, para sacerdotes.

Creó dos ermitas de las Ánimas, a la entrada de la ciudad de Antigua. Más tarde se extienden por toda América española la costumbre de edificar ermitas de las Ánimas a la entrada de las poblaciones de alguna importancia.

Pidiendo limosna continuamente intenta mejorar su complejo benéfico de asistencia social y docente, no pudiendo ver su obra terminada debido a su temprana muerte a los 42 años de edad, el 25 de Abril de 1667.

Recordatorio Hermano Pedro

Al morir Hermano Pedro, la multitud acude atropelladamente a ver por última vez a su gran benefactor, teniendo que proteger el lugar donde se encontraba el cadáver, la fuerza pública, dada la gran avalancha humana que pretendía entrar en la estancia donde se encontraba; el pueblo al no poder entrar por la puerta, intentó hacerlo por las ventanas y muros que podía escalar. Pretendían principalmente reliquias del Siervo de Dios. Algunas de sus prendas fueron deshechas con este objeto, dada la gran veneración popular que en Guatemala tenían por Hermano Pedro.

El Obispo Fray Payo de Rivera (que había dado cuanto tenía al Siervo de Dios para que con ello socorriera a los pobres) reverente se acerca al cadáver del Hermano Pedro y juntando su rostro con el de él dice: “¡Oh Pedro!, ¿quién ocupará tu lugar?”. Han pasado más de tres siglos y aún no ha habido quien sustituya allí al Siervo de Dios en su epopeya de caridad. En parte sólo lo consiguió la Orden Behtlemita.

*Raúl Fraga Granja, “Biografía de un tinerfeño ilustre: El Venerable Hermano Pedro”.

Imagen del Santo Hermano Pedro (Parroquia de la Santa Cruz del barrio de Lomo de Mena, Güímar), del escultor Carlos Rodríguez Díaz. Foto de Lute Déniz.

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Decreto de beatificación hermano pedro

Festividad de San Pedro de San José Betancur (Hermano Pedro), primer santo de Canarias

Sierva de Dios Madre Teresa María Ortega Pardo, O.P.: una resonancia de amor eucarístico

Teresa María Ortega

I. Una activa mujer de Acción Católica

Madre Teresa María de Jesús Ortega Pardo, OP, nació en Puentecaldelas (Pontevedra), el 25 de diciembre de 1917 y murió en Pamplona, el 20 de agosto de 1972 • Profesó en 1955 en el Monasterio jerónimo de Santa Paula de Sevilla; fue trasladada al Monasterio dominicano de Olmedo en 1957, donde fue priora desde febrero de 1961 hasta su muerte • Fundó otros claustros de la “Madre de Dios” en tierras misioneras • Su proceso de beatificación se inició en 1999, y la fase diocesana concluyó en julio de 2006.

Teresa Ángela María Ortega Pardo nació en la localidad pontevedresa de Puentecaldelas, cuando anochecía el día de Navidad de 1917. De padre aragonés y madre gallega, ambos se conocieron cuando José María Ortega ejerció de Jefe del Servicio de Telégrafos de aquella localidad. Era la mayor de tres hermanos: Encarnita –numeraria del Opus Dei, cuya vida se encuentra en proceso de santificación– y Gregorio.

Poco tiempo después de que la familia se trasladase al Teruel paterno en 1926, moría la madre, Manuela Pardo. Y, a pesar de que Teresa confesó que su “hueco” no se lo podría llenar nadie, dispuso del amor de su padre y de sus tías, una de ellas soltera, muy cercana a los cuidados de sus sobrinos. Teresa era una joven singular. Prefería practicar deporte antes que jugar a las muñecas. Parecía dispuesta a romper numerosas barreras que dificultaban el futuro de las mujeres de su tiempo, tanto en lo intelectual como en lo cotidiano. Gustaba mucho de leer y declamar poesía. Había recibido las primeras instrucciones académicas de su padre, aunque junto con su hermana Encarnita dispuso de un profesor particular. Después acudieron como alumnas externas al colegio de las Terciarias Franciscanas.

La podíamos retratar como joven de gran belleza, que estudiaba solfeo de la mano de su tía, conocimientos que aplicaba al piano. Poseía un carácter independiente, emprendedor y constante, dotado de una gran capacidad de persuasión. Pronto, comenzó a sufrir problemas de salud, que prolongó a lo largo de su vida. Como adolescente manifestaba sus deseos de volar, incluso de enamorarse, a escondidas según las percepciones de su hogar.

En el ambiente social de Teruel existían serias dificultades en los días finales de la Segunda República y en la Guerra Civil. No faltaron los referentes espirituales para superar aquella “crisis de juventud”, gracias a la dirección espiritual del sacerdote Manuel Hinojosa –después mártir–, o de Dolores Albert, perteneciente a Acción Católica. La contienda, y especialmente su final, supusieron asedio y prisión para ella y su familia, primero en Segorbe y después en Valencia. Había participado en gestos “heroicos” por salvar la Eucaristía en la iglesia turolense de San Juan, fabricar las formas y facilitar la comunión, por lo que era llamada “la niña sagrario”. Fue la primera liberada y acogida por una familia que había sido evacuada de Teruel.

Pudo continuar el bachillerato en la ciudad del Turia e iniciar los estudios universitarios de Filosofía y Letras, concluidos como licenciada en 1946, en la Universidad de Zaragoza. Estudios brillantes, en los que Teresa Ortega destacó entre sus compañeros e incluso entre sus profesores, no ajenos al empuje espiritual de esta joven de Acción Católica. Su carrera universitaria era un cauce abierto para el apostolado, que se intensificó en los años siguientes hasta que, a finales de 1955, decidió cambiar su vida activa como propagandista, por una clausura en las jerónimas sevillanas.

Hasta entonces habría de ser ese “canto rodado” que definió el rector del Seminario de Ávila, Baldomero Jiménez Duque, después de conocerla en unos Ejercicios Espirituales que dirigió en Teruel. Con aquella expresión tituló, precisamente, su biografía. Fue el principio del camino para acercarse a los ámbitos diocesanos y espirituales de Ávila, a la localidad vallisoletana de Olmedo en 1951, donde habría de impulsar un grupo de seglares que renovasen la vida de aquellos fieles. Fue acogida, primero en la casa de un humilde matrimonio, vecino del convento de las dominicas de la localidad. El obispo abulense, Santos Moro, le había dado vía libre de actuación dentro de los cauces de Acción Católica. Allí, y en otros muchos lugares, su labor de apostolado despertó numerosas vocaciones. Sin embargo, surgieron problemas desde los cuadros dirigentes de Acción Católica hacia su forma de hacer o hacia las prioridades que debía demostrar dentro del espíritu seglar de la obra.

Esa incomprensión la llevó a responder a lo que consideraba llamada de Dios por un camino diferente: la clausura de un convento, en un ámbito alejado al que había sido propio.

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II. El descubrimiento de la auténtica vocación de clausura

Olmedo había aparecido en la vida de apostolado de Teresa Ortega y así se lo había descubierto a otras personas que habían encontrado su vocación en uno de los monasterios de clausura de esta localidad, en otro tiempo levítica.

El titulado de la “Madre de Dios” había sido fundado en 1528 como beaterio aunque adoptó la Regla y Constituciones de la Orden de Santo Domingo en 1830, en vísperas de la desamortización. Cuando conoció a estas monjas la joven Teresa Ortega, se encontraban necesitadas, no sólo de nuevas vocaciones sino también de una profunda renovación. Gracias a su presencia, consiguió del obispo de Ávila —pues pertenecían entonces a aquella diócesis—, del arzobispo de Zaragoza y de las dominicas del convento de Daroca, que tres de las monjas de esta última casa se trasladasen a Olmedo, para impulsar los cambios pertinentes.

Una de las dominicas era la madre Teresita Iriarte, dispuesta a asumir el oficio de priora del convento de Olmedo desde 1953. Iba a trabajar con las nuevas vocaciones, proporcionadas por el apostolado de Teresa Ortega —desde ahí se entienden algunos de los problemas con los cuadros dirigentes de Acción Católica, una organización de seglares—. El proyecto, inicialmente se vino al traste con la muerte, en octubre de 1954, de la madre Teresita y el regreso de las dos monjas que la acompañaron, a Daroca.

Sin embargo, cuando Teresa Ortega decidió entrar en el claustro no lo hizo en Olmedo sino en las jerónimas de Sevilla, bajo la advocación de Santa Paula, un 8 de diciembre de 1955. Una resolución que, quizás, no comprendieron algunas de las jóvenes que habían decidido tomar el hábito dominicano en la localidad vallisoletana. Y a pesar de la comunicación epistolar, Teresa Ortega tomó el hábito de las jerónimas en junio de 1956 y profesó un año más tarde. El camino era claro. Su lugar no se encontraba en Sevilla sino en Olmedo, para trabajar por la comunidad que tan necesitada estaba. Se consiguieron los permisos pertinentes para que el 22 de octubre de 1957, se convirtiese en Teresa María de Jesús, monja dominica en el monasterio de la Madre de Dios. Con todo, ella no podía actuar desde ninguna responsabilidad, desde oficio alguno. Situación que cambió cuando una visita canónica propició la renovación de los cargos y sor Teresa pudo trabajar “más con su postura y ejemplo que con sus palabras”, por una mejora de la espiritualidad monástica. Por entonces, nacían las Federaciones de las casas de dominicas. Desde el conquense de Belmonte se pidió un refuerzo a las monjas de Olmedo.

Un grupo de cinco, al frente del cual se encontraba la hermana Teresa María se encaminó hacia aquella comunidad. La solución que se alcanzaba era la fusión y traslado de esas dominicas con éstas de la localidad vallisoletana. Así ocurrió en agosto de 1960, en vísperas de la profesión solemne de sor Teresa cuando contaba con cuarenta y tres años. Pocas semanas después era elegida como priora del monasterio olmedano y así ejerció en los siguientes doce años de su vida.

Mucho tuvo que trabajar desde el comienzo de su gobierno. Un primer reto era unir los grupos que integraban el monasterio: las que configuraban la comunidad primitiva, las jóvenes vocaciones que habían llegado atraídas por ella y las monjas de Belmonte. Al mismo tiempo, emprendió la renovación.

En aquellos momentos desapareció el colegio de niñas externas en el cual las dominicas ejercían la docencia; implantó la liturgia solemne con el canto de las horas incluso con los maitines a media noche; se emprendieron obras de mejora del monasterio, se arregló la iglesia y el nuevo coro. Se organizó el trabajo por el cual también la comunidad obtenía una remuneración y estableció una vida de formación de las hermanas.

De alguna manera, aparecía su apostolado de años atrás en Acción Católica, ejercido ahora entre las monjas de clausura, con charlas comunitarias e individuales, haciendo de las dominicas de Madre de Dios de Olmedo una “comunidad vibrante, numerosa y adornada de virtudes” como indicó Baldomero Jiménez.

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III. Fundadora, Misionera y Madre

Aunque Madre Teresa María era profundamente contemplativa —indica la monja dominica sor María Mercedes de la Trinidad—, tenía en su corazón un grito misionero; y el deseo del Concilio Vaticano II de fundar monasterios contemplativos en los países que no los hubiera, no lo pasaba de largo, y llegó a soñar que en el coro del Monasterio entraban todas las razas. Todo el mundo cabía en su corazón con deseo de llegar a todos.

Por eso, no se conformó con los cambios que realizó en Olmedo sino que inició su trayectoria como fundadora, apoyada por la llegada de peticiones destinadas a tierras muy lejanas. Fueron los frailes dominicos de Puerto Rico los que solicitaron en 1961 monjas para el establecimiento de un convento en aquella isla. Olmedo respondió con un grupo de tres hermanas. Aunque fue canónicamente erigido en 1966 el Monasterio de la Madre de Dios en Bayamón, tardó años en asentarse de manera definitiva. Para entonces ya había muerto la madre Teresa, pues el último de los cambios ha sido la apertura de un monasterio de nueva planta en la localidad de Manatí. Aquella comunidad, siempre sostenida en la distancia por su madre fundadora, ha prolongado el espíritu misionero de Teresa María Ortega y lo ha actualizado.

En 1971, volvió a aparecer otro proyecto fundacional, esta vez en Angola. Eran los días finales de la priora dominica y, a pesar de ello, pudo preparar al grupo fundacional y atender a las monjas que habrían de viajar hacia Benguela en la mañana del 6 de marzo de 1972.

La trayectoria no se ha detenido allí pues los proyectos han continuado para Curaçao en las Antillas holandesas, en Wachín de Taiwán, en Añatuya en Argentina, en Santorini en Grecia, en Toumi en Camerún, Seúl en Corea o  Kuito,de nuevo en Angola y con monjas procedentes de Benguela.

Todos estos monasterios configuran la Unión Fraterna junto con la casa madre de Olmedo, integradas dentro de la Federación de Santo Domingo. En la isla griega del Egeo, ellas fueron las que renovaron una comunidad muy envejecida tras el terremoto de 1956, en una fundación antigua. A aquel de Santa Catalina, llegaron las monjas de Madre de Dios de Olmedo, además de alguna de Angola.

El espíritu misionero legado por la madre Teresa estaba profundamente arraigado en la comunidad vallisoletana. Pero la salud de la fundadora y priora, siempre delicada, fue empeorando. Había sido solucionada momentáneamente por sucesivas operaciones con un deterioro orgánico cada vez más generalizado. A pesar de todo, la Madre era toda una fuente de energía, escribiendo, rezando, atendiendo todos y cada uno de los proyectos y a su numerosa comunidad.

Los últimos tiempos exigieron reposo, tratamientos específicos, traslados hospitalarios. Una energía que se transformó en un legado literario y espiritual que se sucedió en títulos como “Historia de un Sí”, “Lo que dijo Dios al volver”, “Sí a nuestros compromisos”, “Sí a Dios”, además de un amplio epistolario y cintas grabadas, tan habituales en los conventos posconciliares. Un material que permitió elaborar nuevos títulos como “Trigo de su era”, “Orando entre llamas” o “Asomadas a la luz”.

Su muerte se produjo después de haber sido trasladada a la clínica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra. Era el 20 de agosto de 1972.

Sus obras empezaron a ser traducidas y reeditadas. El gran sacerdote que fue Baldomero Jiménez Duque trazó su semblanza biográfica y espiritual en “Canto Rodado” en 1982. Los trabajos para su santificación se iniciaron el 14 de septiembre de 1999, desde esta archidiócesis de Valladolid, concluyendo el proceso diocesano en julio de 2006, en la iglesia de su Monasterio, bajo la presidencia del arzobispo de Valladolid de entonces, Braulio Rodríguez.

Actualmente, Roma ha solicitado una nueva revisión del Tribunal de Valladolid, con el fin de completar los informes anteriores.

Madre Teresa Ortega, cuyo sepulcro se encuentra en este Monasterio de Madre de Dios, formado hoy por cuarenta hermanas, ha sido definida como “gran mística de la Eucaristía, figura profética y de gran espíritu misionero”.

Javier Burrieza Sánchez. Historiador (Los procesos de santidad en la Diócesis de Valladolid)

Fuente: archivalladolid.org (Boletín IEV 243, 244 y 245)

Sierva de Dios Teresa María

Oración para pedir favores por la intercesión de la Sierva de Dios Madre Teresa María de Jesús Ortega, O.P.

Señor y Padre nuestro, por la ferviente devoción a la Palabra revelada y al misterio de la Eucaristía que animó a tu Sierva Madre Teresa María de Jesús, que irradió siempre desde la clausura de su Monasterio Dominicano, atiende las intenciones (…) que te presentamos por su intercesión, y concédenos ser, como ella, testigos alegres y apóstoles valientes de Jesucristo y de su Evangelio, en comunión universal con la Iglesia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amen.

Virgen del Sí, danos tu fidelidad. Madre de la Unidad, haz que seamos UNO

*(Esta oración no tiene finalidad alguna de culto público y no pretende prevenir el juicio de la Autoridad eclesiástica)

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Más información: Sierva de Dios Teresa María Ortega Pardo, virgen dominica contemplativa (por Baldomero Jiménez-Duque)

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Enlace recomendado: Madre Teresa Ortega, O.P. – Monasterio Madre de Dios

Al Cristo de Tacoronte (dos poemas)

Cristo de Tacoronte

 Santísimo Cristo de los Dolores y Agonía (Cristo de Tacoronte). Foto: C. Köppchen

Plegaria

OH Cristo de Tacoronte,
desclavado del madero,
que estás clavando tus ojos
en los míos, tan adentro.
Oh Cristo de Tacoronte
que hoy alumbras mi sendero;
faro de eternas verdades
sobre mis mares inciertos.
Todo llagado, a tus plantas
con humildad me prosterno;
implorando tu perdón,
tu bálsamo y tu consuelo.
Cómo quisiera fundirme,
deshacerme, todo entero,
en los brazos luminosos
de tu sagrado madero.
Dame sus ríos lústrales,
sus meridianos de fuego,
para borrar mis pecados
y para fundir mis hielos.
Oh Cristo de Tacoronte,
abrazado a tu tormento,
que hacia nosotros avanzas
como un celeste guerrero.
Cristo que esgrimes tu Cruz
como si fuera un acero.
Dame tu espada de estrellas,
dame tu espada de fuego,
para matar las serpientes
que se enroscan a mi cuerpo.
Dame tu espada de luz,
dame tu espada de fuego,
para rasgar las tinieblas
que ennegrecen mi sendero.
Dame tu espada de luz,
dame tu espada de fuego.
Y dame, también, el agua
de eternidad de tu pecho.
Que en la mitad de la ruta,
como un cansado romero,
—con sed de Ti, luminosa
y ardiente—, me estoy muriendo,
oh Cristo de Tacoronte,
abrazado a tu madero.

        Emeterio Gutiérrez Albelo
       «Cristo de Tacoronte: Poemas».

* * *

Cristo de Tacoronte 3

El Cristo de los Dolores de Tacoronte es de un realismo tan acentuado que conmueve honda y profundamente al que lo contempla.

Cristo de Tacoronte

Cristo de Tacoronte, la agonía
en tu cárdena frente gorjeando
(un jilguero de amores loco, cuando
la muerte sobre Ti, rauda, venía).

Cristo de Tacoronte, ¿en qué cuantía
al mísero mortal ibas amando
que tu Cruz de suplicios abrazando
estabas y tu boca sonreía?

No quieras para Ti solo tal carga
brazos se extienden que en la vida amarga
anhelan, fervorosos, ayudarte.

Suelta, suelta tu Cruz pesada y de ella
¿dónde una dicha más gloriosa y bella?
Cristo de Tacoronte, danos parte.

                     Francisco de Vega.

Con afecto, en  el 25 aniversario de la fundación de la Hermandad del Santísimo Cristo de los Dolores de Tacoronte.

Piedad, Señor

Piedad, Señor

Piedad, Señor

Hoy, que el mundo va alejado,
Señor, de tus santas leyes;
cuando los soberbios reyes
de la tierra se han burlado
de tus mandatos divinos,
de tu amor, de tu grandeza…
y, con singular crudeza,
avanzan por los caminos
de la más necia maldad
y de la falaz mentira,
mi voz doliente suspira :
¡Oh, Señor, tened piedad!

Aquellos siglos pasaron,
cual pasa silbando el viento:
tachonado firmamento
de bienes, que se troncharon,
¿por qué no mandáis alientos
de fe, de amor, de ternura?
¿Por qué, mundo, en tu locura
no cesas unos momentos?

¿Tú permitirás, Señor,
que la infame ingratitud
brille sobre la virtud
y el odio sobre el amor?

¿Que las auras de verano
quemen la fragante rosa
que en el rosal de la hermosa
virtud, pusiera tu mano?

No lo quieras en tu ardor
santo, por la excelsa Cruz:
fuente perenne de luz
y símbolo del dolor…
y por el beso de amor
que, con fingida humildad,
te dio el apóstol traidor,
tened compasión, Señor,
de la pobre Humanidad…!

              Gabriel de Armas Medina