Homilía en la fiesta de San Rafael Arnáiz

Hermano Rafael

Homilía en la Fiesta del Hermano Rafael

P. Alberico Feliz, 27 de Abril de 2014

En esta misma fecha, -hace 77 años-, nuestro Hermano Rafael, acababa de desaparecer, después de estar de cuerpo presente en nuestra iglesia, mientras la Comunidad le dedicaba las últimas oraciones de recomendación.

Hoy día, le percibimos invisible y glorioso, pues ya está inscrito en el catálogo de los santos, con una capilla dedicada a su veneración, para que sea él, quien interceda por nosotros.

Son los Santos:

  • los que en su interior, llevan la pequeñez de los grandes;
  • los inconfundibles, por que si deslumbrar, alumbran con su testimonio callado y con su forma de situarse;
  • los que llevan hasta el extremo de dar y darse;
  • los que contagian la fe que llevan a flor de piel;
  • los que aciertan a ver el valor de lo sencillo y la grandeza de lo pequeño;
  • los que llevan un exterior común, siendo singularísimos por dentro;
  • los testigos limpios de una fe transparente en Cristo;
  • los héroes silenciosos del cumplimiento del deber de la vida diaria…

Así nos lo ha dicho él, en lectura del segundo nocturno, cuando nos hablaba de la «sencillez»: «Sólo pretendo vivir una vida muy sencilla, sin cosas extraordinarias». Y también: «No hace falta, para ser grandes santos, grandes cosas; basta hacer grandes, las cosas pequeñas».

Pero está bien claro, que para llegar a un convencimiento tan sublime, como excelso, se necesita un punto de apoyo inconmovible, que a su amparo, puedan superarse todas las turbulencias y dubitaciones de mente y de espíritu que puedan sobrevenir con el tiempo o por sorpresa.

Este apoyo, que también es «fondo» y «centro», tal como lo interpreta el mayor de los místicos, San Juan de la Cruz, no es otro que Dios, el «¡sólo Dios!» de nuestro Hermano Rafael, y que no siempre es bien entendido, pues no se refiere a «exclusividad», sino a  «prioridad» en el amor.

Esta «primacía en el amor», es aquella profesión israelítica, que nos ha recordado la primera lectura: «Escucha Israel»…; la oración de todos los días, y que había que recitarla más señalados: «estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado».

Y para evitar todo peligro de inadvertencia, «había que atarla a la muñeca, o ponerla como broche en el turbante, para no perderla nunca de vista: «Amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas sus fuerzas».

El amor debe apoderarse de toda la persona, para que no quede como mero afecto sentimental; de tal manera, que en la entrega total del amante, suene el lenguaje del amor más profundo: «Mi Amado es para mi, y yo para mi Amado».

De ahí la inquietud bendita de que Rafael «buscara a Dios» por todos los medios, modos y maneras que se le ofrecían hasta dar con El. Y por eso nos dice que, «por más que nos sorprenda lo que veamos a los lados, lo que interesa es no detenerse y seguir, pensando que al fin del camino está el que se busca, esperando con los brazos abiertos».

Y esto lo decía, cuando se hallaba estudiando, aunque ya había conectado con nuestro monasterio en sucesivas visitas.

En su primera carta, ya desde el convento, escribe a sus padres, y les dice: «Quisiera comunicaros mi alma, mi amor a Dios, para que vierais que vuestro hijo ha encontrado el verdadero camino… y como dice el evangelio, «un tesoro», y sin pérdida de tiempo, se dedica a desenterrarlo».

Es fácil decir esto, cuando en los primeros meses del noviciado se viven de luna de miel del todo enamorado; pero tendremos que escucharlo a lo largo de toda la trayectoria, para ver si ése «buscar a Dios por Dios, para quedarse con el «¡sólo Dios!» como único lema, lo lleva clavado en el alma, pase lo que pase y ocurra lo que ocurra.

Y parece ser que sí…, pues va a resultar clave de fondo y la tensión fundamental del alma absorbida por la «pasión» de Dios, que como ciervo herido gime: «Ansias de vida eterna… Ansias del alma que sujeta al cuerpo, gime por ver a Dios…; ¡Ansias de Cristo!».

Y cuando nuestro Hermano se expresa así, nos parece estar escuchando a San Pablo: «Todo lo estimo pérdida comparando con la excelencia del conocimiento de Cristo mi Señor». Jesucristo es para él, su «todo», el modelo que hay que reproducir, y el guía que hay que seguir.

Y en sus escritos, chorrea constantemente esta obsesión bendita por Cristo, que es el que le da luz, la fuerza y el ánimo entusiastas para buscarle, seguir, proseguir hasta conseguir lo que anhelaba.

Nos lo dirá en sendas expresiones:

  • «No vivamos en lo exterior, hermano, que todo es vanidad y luego pasa. Animémonos a vivir en Cristo y sólo para El»…
  • «Todo lo que vibra, todo lo que al alma en la vida rodea, todo es flor de un día, que ahora viene y luego se va. Nada la interesa que no sea Cristo…
  • Y nos expone su propia experiencia: «Bien sabe el Señor, que cuanto más débil me siento, cuanto más lucho con la materia que tira hacia abajo, cuando mi alma sufre un dolor más humano que divino, es entonces cuando veo que sólo en Cristo se halla descanso».
  • «Para el alma enamorada de Dios, para el alma que ya no ve más arte ni más ciencia que la vida de Jesús…, le es necesario ocultarse en Cristo, y allí estarse a solas con Dios» «Nada tengo y tengo a Cristo; nada deseo y poseo, pero poseo y deseo a Cristo».

Pero él sabe muy bien, que a pesar de su anhelo ardiente, -«no ha conseguido el premio»- y por eso, se ha propuesto como San Pablo, mediante un típico vocabulario deportivo, un esforzado y continuado camino hasta la meta, que exige un duro combate espiritual.

  • La meta que para él es la santidad, y lo repite muchas veces: «Lo único que hay que hacer, por mucho que nos sorprenda lo que vemos a los lados del camino, es no detenerse, seguir»…
  • El esfuerzo, es no volver la mirada atrás; por eso repite varias veces la frase evangélica: «He puesto la mano en el arado… y no quiero mirar atrás».
  • Y su persistencia consistió en ofrecerse a Dios, no una, ni dos o tres, sino cuatro veces, afirmando con toda el alma que lo haría mil veces si fuera necesario…

Y en esto consiste la «sencillez y sabiduría que Dios revela a la gente sencilla«. Escuchemos esta expansión de Rafael: «Ni el mundo comprende, ni es necesario, la locura del alma que ama a Cristo; la locura, sí, que hace que el alma desbarre, que las palabras se hagan torpes de tanto querer decir y no poder decir nada».

La locura sostenida únicamente por estar unida a la voluntad de Dios, y que nos hace callar, cuando quisiéramos gritar; que nos hace prudentes y el alma se desata, y el ansia palpita impaciente dentro del corazón…

La locura de Cristo…, no se comprende, es natural, y hay que ocultarla…, ocultarla muy dentro, muy dentro; que sólo El la vea, y que nadie, si es posible, ni aún uno mismo, se entere de que está dominado por ella».

Este es amor y la locura de nuestro Hermano Rafael por la persona de Cristo; aprendamos la lección que él nos regala, y sepamos perseverar hasta conseguir la meta, aunque ello suponga una oblación de vida, como la que él ofrendó al Señor. Por eso consiguió lo que se propuso, y hoy le venera la Iglesia entera con singular devoción.

Sólo Dios basta…

Del boletín informativo San Rafael Arnáiz Barón (Enero-Junio 2015 – nº182)

≈≈≈

hermano rafael 001

El Hermano Rafael Arnáiz

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.