San Vicente abrazó la Caridad en todos sus aspectos, y acudió a remediar todas las necesidades. Su caridad fue universal; asombro del mundo; honor de la Humanidad; gloria de la Iglesia. San Vicente personificó esta gran Virtud de tal forma que León XIII le proclamó Patrono de las Instituciones de Caridad.
En aquel tiempo, como en este, como en todos, hacia falta poner en práctica las enseñanzas de Cristo: evangelizar… dar de comer al hambriento… vestir al desnudo… La bondad que Dios infundió en el corazón de Vicente, cultivada por sus padres, fomentada con abnegación y sacrificios propios, crecía y dilataba y llenaba su alma de todas las Virtudes para llegar a la cumbre de la santidad.
Fue este gran Apóstol de la Caridad, Sacerdote y Párroco. Pocos días después de llegar a su Parroquia se dio cuenta de la miseria en que vivía una parte de sus feligreses, y de la abundancia en que vivía la otra parte. Este pensamiento le inspiró un sermón a favor de una familia pobre, enferma, y abandonada, que sufría en lugar próximo.
Terminado el sermón muchos oyentes acudieron solícitos y llenaron de provisiones aquella casita que carecía de todo. Esta pronta reacción llenó el santo corazón del Párroco de grandes esperanzas pero le preocupó el «mañana» de aquella pobre gente tan socorrida «un día». Su espíritu de orden y método, que caracterizó siempre todas sus Obras, trazó un reglamento para que las señoras caritativas de su Parroquia ejercieran el bien constante y eficaz. De aquí nacieron las Cofradías y las Asociaciones de Caridad que, más tarde, se transformarían en las famosas y beneméritas «Conferencias de San Vicente de Paúl».
La Caridad entre Patronos y obreros preocupó también su espíritu de justicia y, escrito de su puño y letra, se conserva un reglamento de organización cristiana de una Fábrica, para el mejor modo de socorrer a sus Obreros y darles medios de vida. Trata también, dicho manuscrito, de los deberes del Patrono, del Maestro obrero, y del Aprendiz; y un método para el empleo cristiano del trabajo. ¡Mutualidad entre Patronos y obreros en el amplio sentido católico!
Su caridad era universal: las Misiones en el campo le llevaron a evangelizar los pueblos de la comarca, ardiente deseo que hizo realidad porque, llevados por el ejemplo del santo Párroco, otros Sacerdotes celosos se agruparon a su alrededor comprometiéndose, con voto, bajo la dirección de San Vicente, a trabajar en la salvación de los campesinos. Así empezó la «Congregación de la Misión» una de las obras apostólicas más importantes de Vicente que, aún hoy día produce frutos abundantísimos en el campo y en la ciudad.
Todas las almas encontraron asilo en aquella gran alma, desde los recién nacidos expósitos hasta los ancianos próximos a comparecer ante el Supremo Juez; sacerdotes y seglares; hombres de Ciencia o pobres ignorantes; cautivos y esclavos; virtuosos, pecadores, y renegados. A todos llegaba la caridad, que no conoció barreras, de Vicente de Paúl. Supo este gran Apóstol de la Caridad aunar valores; organizar fuerzas; ordenar voluntades, para su universal apostolado.
Buscó en una señora de eminente fe y caridad, de gran talento y celo, colaboradora para su magna obra. Con Luisa de Marillac ideó y estableció la Congregación de «Las Hijas de la Caridad». En audaz vuelo, que sólo el amor a Dios y al prójimo pudo inspirar, lanzó a sus Hijas por el mundo, diciéndoles: “Tendréis por Monasterios las casas de los pobres, y viviréis en la calle y en los Hospitales; vuestra clausura será la obediencia y vuestro velo la santa modestia”.
Desde entonces las Hijas de San Vicente se desviven junto a las cunas de los niños expósitos, o sobre el lecho de los moribundos. Su grandeza de alma provocó un grito de admiración que no ha cesado de resonar en todo el mundo católico.
Para conocer el espíritu que anima a estas almas heroicas, relataremos el siguiente hecho: Una de ellas moría asistida por el Santo Fundador. “¿No tienes nada que te inquiete?”, preguntó éste. “Sólo una cosa. Padre mío, —replicó la moribunda—he experimentado demasiado placer en el cuidado de los pobres. ¡Me sentía tan feliz a su servicio!” “Muere en paz. Hija mía”, dijo San Vicente emocionado por tan sublime caridad. El secreto de tantas maravillas estaba en el mandato evangélico del «Amor» puesto en práctica por Vicente.
La fecundidad de su Obra fue fruto de su piedad, su oración y constante trabajo. Murió a los 84 años y toda su vida se levantó al amanecer, dedicó las primeras horas del día a la oración y la meditación, que hacia de rodillas. Cuando terminaba de celebrar la Santa Misa, dábase al trabajo sin tregua ni descanso. Solía decir: “Un Sacerdote debe tener siempre más trabajo que el que pueda realizar”. Se oyó en más de una ocasión, a este infatigable obrero del Evangelio, decirse con humildad, al entrar en el refectorio: “¿Has ganado el pan que vas a comer?” Las 55.000 «Hijas de la Caridad» y los 5.000 «Sacerdotes Misioneros» esparcidos hoy por todo el mundo perpetúan la ardiente caridad de San Vicente de Paúl. Honor y gloria al pastor que llegó a la cumbre de la Santidad, al pobre que repartió entre los pobres más de ¡veinticuatro millones de pesetas!; que envió obreros a evangelizar a fieles e infieles; que convirtió a pecadores y a herejes. Admiremos al Santo Fundador del apostolado de la Caridad y amemos y ayudemos a sus hijos.
Revista Betania (julio de 1957). Redacción.
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A San Vicente de Paúl
Tierno brote surgido bajo el cielo de Francia
con ímpetu ascendente de españolas encinas.
Breve grano de almizcle que en Las Landas integras
la copuda parábola del Reinado Celeste.
Alma fresca de estanque que atesora en su fondo
y diluye en sus ondas una augusta sonrisa.
Ancho pecho de roble por ti mismo excavado
para fiel hornacina de la Excelsa Señora.
En ti, la mansedumbre de los bueyes paternos,
los que un día sirvieron para pagar tu ciencia.
En ti, la humildad viva que te proclama indigno
de amasar el Misterio de la Artesa Divina.
Forjador esforzado de un ejército único
que libras las batallas que nunca se han perdido.
Capitán que te esfumas, te apartas, te obscureces
tras de la fortaleza pujante de tu gloria.
Manso, sí, pero fuerte; flexible, pero entero;
muralla de diamante junto al mar jansenista.
Tu soportas insidias, calumnias y vejámenes;
tú nunca te defiendes; te defiende Dios mismo.
Pero tú, sobre todo, volcán de caridades
que ablanda en llanto dulce los témpanos más duros.
Y a las siervas, de pronto, las transformas en reinas
y a las reinas, en siervas de la gleba de Cristo.
Tú, pastorcillo tierno, forjas grandes pastores
para agrandar los hondos rediles de la Iglesia.
Y en tu espíritu recto, como un mástil erguido,
ondea la religio manda et inmaculata.
Oh Casa de San Lázaro, foco de luz y vida,
manantial setentista de fecundas misiones;
que si exige cuidados la material miseria,
mucho más la desnuda ceguera del espíritu.
Un turbión de piratas te ahoga en sus hervores,
y ciñe a tu garganta, no cadenas, espumas:
golilla de la Gracia que hace amo al esclavo
y al amo lo hace esclavo de grilletes eternos.
…Bandoleros de Córcega, lobos de los caminos
que por tu azul presencia se tornan en corderos.
Ladrones de Bretaña, por la Gracia tocados.
Nada escapa a ese dulce resplandor de tu alma.
Oh campos de Champaña, Lorena y Picardía,
de Borgoña, de Anjou y Orleans, arrasados:
floreced en asombros; la Caridad se acerca
sobre el derrumbadero de la muerte y el hambre.
Sin temor a la lluvia de las armas que silban,
de los ríos, serpientes que le salen al paso;
de las fúnebres hienas, de los canes rabiosos,
de las hondas celadas, de las áulicas furias.
Avanzando en las sombras, tú no temes a nada,
ni a las sucias bodegas donde acecha la muerte.
Redentor de forzados, buceador del lodo,
que hasta en el limo, a veces, se ocultan las estrellas.
Nada más, ya te dejo; ya mi verso se aparta
que hoy como tú se siente más indigno que nunca.
Oh Pastor de luceros en los prados celestes,
hornacina de roble de la Virgen María.
E. Gutiérrez Albelo
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Canción a San Vicente de Paúl
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